Trilogia de la huida
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La Trilog?a de la huida re?ne las tres primeras novelas de Dulce Chac?n: Alg?n amor que no mate, Blanca vuela ma?ana y H?blame, musa, de aquel var?n. "Los tres libros de esta Trilog?a de la huida tienen ese origen com?n, la melancol?a que deja en las personas la lucha que parte de la evidencia de un fracaso: la pareja fracas?, pero hay que reconstruir el amor. Dulce no abordaba ese asunto con un prop?sito previo, ella no hac?a teor?a de lo que iba a escribir, y no escrib?a nada como una teor?a; abordaba las novelas con la misma frescura, y con la misma libertad, con la que abordaba los poemas, como exabruptos de su sentimiento, y en el fondo de sus sentimientos, en el origen de su melancol?a, estaba la evidencia, y la rabia, ante ese fracaso."
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Con su vestido de boda acudió Aisha a la fiesta de la playa. Temía mancharlo, por eso se quedó en un banco del paseo marítimo, junto a Farida.
La intendencia corrió a cargo del equipo técnico, habían llevado a la playa dos grandes cestas de mimbre con las vituallas, sin olvidar las copas de cristal, y cava frío para brindar por el éxito. El elenco de actores se encargó de la escenografía. Desplegaron una gran alfombra, muy cerca de la orilla del mar, y colocaron en el centro un equipo de música. Rodearon la alfombra de pequeñas luminarias, consiguiendo un efecto de círculo de fuego que nadie que no estuviera invitado se atrevería a franquear. La brisa marina impedía que las llamas se mantuvieran encendidas por mucho tiempo, y Andrea Rollán se divertía volviéndolas a prender con un mechero que se le resistía. Matilde la ayudaba con el suyo, que se apagaba también, y ambas reían.
Tú contemplabas a Matilde. Hacía tiempo que no la oías reír. Las llamitas alumbraban su espalda, los reflejos se entretenían en sus vértebras, resbalaban en dibujos de sombras y luces, sinuosos, lentos. Y sentiste deseos de tocarla. Pero no lo hiciste. Ulises, detrás de ti, también le miraba la espalda.
—¿Dónde está Aisha? —preguntó Andrea.
—Ella y Farida han preferido quedarse en el paseo. Me ha pedido que te dé las gracias por invitarlas —contestó Matilde.
—Pero ¿no van a tomar nada?
—Sí, no te preocupes, Pedro y Yunes se lo llevarán.
—Me gustaría seguir oyéndola hablar, es divina.
—Luego vamos al banco si quieres.
Luego. Matilde se arrepentiría siempre de haber dicho luego. Ahora. Tendría que haber dicho ahora. Tendría que haberlas arrastrado a la playa, haberlas arrancado de ese banco. Andrea también lo lamentaría, y se culparía además de haber celebrado aquella fiesta, no sólo de haberlas invitado. Se reprocharía haber permitido que no se integraran, haber consentido que asistieran sin asistir. Al menos podría haber acercado la alfombra al paseo marítimo, pero no se le ocurrió, ni a ella ni a nadie, y permitieron que Aisha y Farida miraran desde lejos, y que sus maridos atravesaran la playa.
