-->

Anna Karenina

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Anna Karenina, Tolstoi Leon-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Anna Karenina
Название: Anna Karenina
Автор: Tolstoi Leon
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 372
Читать онлайн

Anna Karenina читать книгу онлайн

Anna Karenina - читать бесплатно онлайн , автор Tolstoi Leon

La sola mencion del nombre de Anna Karenina sugiere inmediatamente dos grandes temas de la novela decimononica: pasion y adulterio. Pero, si bien es cierto que la novela, como decia Nabokov, «es una de las mas grandes historias de amor de la literatura universal», baste recordar su celeberrimo comienzo para comprender que va mucho mas alla: «Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo». Anna Karenina, que Tolstoi empezo a escribir en 1873 (pensando titularla Dos familias) y no veria publicada en forma de libro hasta 1878, es una exhaustiva disquisicion sobre la institucion familiar y, quiza ante todo, como dice Victor Gallego (autor de esta nueva traduccion), «una fabula sobre la busqueda de la felicidad». La idea de que la felicidad no consiste en la satisfaccion de los deseos preside la detallada descripcion de una galeria esplendida de personajes que conocen la incertidumbre y la decepcion, el vertigo y el tedio, los mayores placeres y las mas tristes miserias. «?Que artista y que psicologo!», exclamo Flaubert al leerla. «No vacilo en afirmar que es la mayor novela social de todos los tiempos», dijo Thomas Mann. Dostoievski, contemporaneo de Tolstoi, la califico de «obra de arte perfecta».

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

«Si le he dicho que abandone a su marido es para que una su vida a la mía. Pero ¿estoy preparado para eso? ¿Y cómo voy a hacerme cargo de ella ahora que no tengo dinero? Supongamos que pudiera arreglarlo... Pero están las obligaciones del servicio. En cualquier caso, una vez que se lo he dicho, debo estar preparado para semejante eventualidad; es decir, tengo que procurarme dinero y contemplar la posibilidad de pedir el retiro.»

Y se quedó pensativo. La cuestión de si debía renunciar o no al ejército le llevó a reflexionar sobre un aspecto secreto de su vida, al que concedía una importancia capital, y que nadie más que él conocía.

La ambición, un antiguo sueño de la infancia y la juventud, que no se confesaba a sí mismo, era tan fuerte que incluso ahora luchaba con su amor por Anna. Sus primeros pasos en la sociedad y en el ejército habían sido bastante afortunados, pero hacía dos años había cometido un tremendo error. Deseando dar muestras de independencia y valía, había rechazado un cargo que le habían ofrecido, con la esperanza de que la negativa le granjeara una mayor estima. Pero sus superiores encontraron el gesto demasiado atrevido, y lo dejaron de lado. Habiéndose creado, lo quisiera o no, una reputación de hombre independiente, siguió interpretando ese papel, con bastante sutileza e ingenio, como si no guardara rencor a nadie, no se sintiera ofendido y sólo deseara que le dejaran en paz, porque era así como le gustaba vivir. En realidad, desde el año anterior, cuando se marchó a Moscú, ya no se sentía alegre. Se daba cuenta de que esa posición de hombre independiente, que podría hacer cualquier cosa, pero no desea nada, empezaba a pasarle factura. Muchos pensaban que no era más que un joven bondadoso y honrado, sin ningún futuro. Su relación con Anna, que había levantado tanto ruido y le había convertido en el centro de las miradas, le había comunicado un nuevo brillo y había adormecido por un tiempo el gusano de la ambición que le roía. Pero, desde hacía una semana, ese gusano se había despertado con renovados bríos. Un amigo de la infancia, Serpujovski, compañero de regimiento y de promoción, que pertenecía al mismo círculo y gozaba de idénticos medios de fortuna, rival suyo en el colegio y los ejercicios gimnásticos, en las travesuras y los sueños de gloria, acababa de regresar de Asia Central, después de ser ascendido dos veces y recibir una condecoración que rara vez se concedía a generales tan jóvenes.

Nada más llegar a San Petersburgo, se empezó a hablar de él como de un nuevo astro, destinado a alcanzar las cotas más altas. Coetáneo de Vronski, de quien había sido compañero de clase, era ya general, y estaba a la espera de un nombramiento que le permitiría influir en el curso de los asuntos de Estado. En cuanto a Vronski, joven independiente y brillante, que gozaba del amor de una mujer encantadora, no era más que un capitán de caballería, al que le permitían ser tan independiente como quisiera. «Desde luego, no envidio ni puedo envidiar a Serpujovski, pero su ascenso me demuestra que un hombre como yo, si sabe esperar a que llegue su momento, puede hacer carrera con gran rapidez. Hace tres años estaba en la misma situación que yo. Si pido el retiro, quemaré todas mis naves. Quedándome, por el contrario, no pierdo nada. Ella misma me ha dicho que no quiere cambios en su vida. Y yo, que gozo de su amor, no puedo envidiar a Serpujovski.» Se atusó el bigote con gesto pausado, se levantó de la mesa y se puso a recorrer la habitación de un extremo al otro. Sus ojos tenían un brillo especial. Le embargaban el sosiego y la templada alegría que siempre se apoderaban de él cuando ponía en orden sus asuntos. Todo le parecía aclarado y arreglado, como siempre que echaba cuentas. Se afeitó, tomó un baño frío, se vistió y salió a la calle.

 

XXI

—Vengo a buscarte. ¡Cuánto te has demorado hoy con la colada! —dijo Petritski—. Entonces, ¿ya has terminado?

—Sí —respondió Vronski, sonriendo sólo con los ojos y retorciéndose con mucho cuidado las guías del bigote, como si después de haber puesto en orden sus asuntos cualquier movimiento demasiado brusco e impetuoso pudiera destruirlo.

—Cada vez que te ocupas de esa tarea, es como si tomaras un baño —dijo Petritski—. Vengo de casa de Gritska —así llamaban al comandante del regimiento—. Te están esperando.

Vronski miraba a su compañero sin responderle. Su pensamiento estaba en otra parte.

—¿Es en su casa donde están tocando música? —preguntó, prestando oídos a los conocidos sones de las trompetas, que interpretaban polcas y valses—. ¿Qué es lo que están celebrando?

—Ha llegado Serpujovski.

—¡Ah! —exclamó Vronski—. No tenía ni idea.

Sus ojos risueños brillaron aún más.

Una vez que había decidido que era feliz con su amor, al que sacrificaba su ambición —o al menos, una vez que había aceptado desempeñar ese papel—, Vronski ya no podía sentir envidia de Serpujovski ni tampoco despecho porque no lo hubiera visitado primero a él. Serpujovski era un buen amigo y se alegraba de su éxito.

Diomin, el comandante del regimiento, ocupaba una gran casa señorial. Todos los invitados se habían reunido en la amplia terraza de la planta baja. Lo primero que llamó la atención de Vronski al entrar en el patio fueron los cantores, vestidos con guerreras blancas, al lado de un barril de vodka, y la figura robusta y jovial del comandante del regimiento, rodeado de oficiales. Con un pie en el primer peldaño de la terraza, daba instrucciones con voz tonante, que resonaba con más fuerza aún que la cuadrilla de Offenbach interpretada por la banda, y hacía gestos a unos soldados que estaban algo apartados. Un grupo de soldados, un sargento y varios suboficiales se acercaron a la terraza al mismo tiempo que Vronski. El coronel volvió a la mesa, salió de nuevo a la escalinata con una copa en la mano y propuso un brindis:

—¡A la salud de nuestro antiguo compañero e intrépido general, el príncipe Serpujovski! ¡Hurra!

Después del comandante salió Serpujovski, sonriente y con una copa en la mano.

—Cada día estás más joven, Bondarenko —le dijo a un sargento de caballería que estaba delante de él, hombre apuesto, de mejillas sonrosadas, reenganchado al servicio.

Hacía tres años que Vronski no veía a Serpujovski. Tenía un aspecto más viril, se había dejado crecer las patillas, pero no había perdido su gallardía, con esos rasgos y esa figura que sorprendían, más que por su apostura, por su dulzura y nobleza. Vronski sólo advirtió un cambio: el brillo sereno y constante que irradian los rostros de los que han triunfado y están seguros de que los demás reconocen su éxito. Vronski conocía ese brillo y lo descubrió en seguida en el rostro de Serpujovski.

Al bajar por la escalera, Serpujovski le vio. Una alegre sonrisa iluminó su rostro. Le saludó con la cabeza y levantó la copa, dándole a entender con ese gesto que tenía que acercarse primero al sargento de caballería, quien, estirándose, alargaba los labios para darle un beso.

—¡Por fin has llegado! —exclamó el comandante del regimiento—. Yashvín me había dicho que estabas de mal humor.

Serpujovski besó los frescos y húmedos labios del apuesto sargento y, después de secarse con un pañuelo, se acercó a Vronski.

—¡Cuánto me alegro! —dijo, estrechándole la mano y llevándoselo aparte.

—¡Ocúpese de él! —le gritó a Yashvín el comandante del regimiento, señalándole a Vronski, y bajó para reunirse con los soldados.

—¿Por qué no fuiste ayer a las carreras? Esperaba verte allí —dijo Vronski, examinando a Serpujovski.

—El caso es que fui, pero llegué tarde. Perdóname un momento —añadió, y se dirigió al ayudante—. Haga el favor de distribuir esto entre la tropa. A lo que toque por cabeza.

Y, ruborizándose, sacó apresuradamente de la cartera tres billetes de cien rublos.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название