Guerra y paz
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Mientras la aristocracia de Moscu y San Petersburgo mantiene una vida opulenta, pero ajena a todo aquello que acontece fuera de su reducido ambito, las tropas napoleonicas, que con su triunfo en Austerlitz dominan Europa, se disponen a conquistar Rusia. Guerra y paz es un clasico de la literatura universal. Tolstoi es, con Dostoievski, el autor mas grande que ha dado la literatura rusa. Guerra y paz se ha traducido pocas veces al espanol y la edicion que presentamos es la mejor traducida y mejor anotada. Reeditamos aqui en un formato mas grande y legible la traduccion de Lydia Kuper, la unica traduccion autentica y fiable del ruso que existe en el mercado espanol. La traduccion de Lain Entralgo se publico hace mas de treinta anos y presenta deficiencias de traduccion. La traduccion de Mondadori se hizo en base a una edicion de Guerra y paz publicada hace unos anos para revender la novela, pero es una edicion que no se hizo a partir del texto canonico, incluso tiene otro final. La edicion de Mario Muchnik contiene unos anexos con un indice de todos los personajes que aparecen en la novela, y otro indice que desglosa el contenido de cada capitulo.
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—Les hussards de Pavlograd?— preguntó. 227
—La réserve, sire! 228— respondió una voz tan humana después de la voz sobrehumana que había preguntado antes.
El Emperador se detuvo al llegar a la altura de Rostov.
El rostro de Alejandro era aún mucho más bello que tres días antes, durante la revista. Resplandecía en él la alegría y la juventud, una juventud tan inocente que recordaba la vivacidad de un muchacho de catorce años, sin dejar de ser, al mismo tiempo, el mayestático rostro de un emperador. Recorriendo con la mirada el escuadrón, los ojos del Emperador se detuvieron por casualidad en los de Rostov, apenas dos segundos. ¿Comprendió el Soberano lo que ocurría en el ánimo del joven húsar? (Rostov creyó que lo comprendía todo.) Comoquiera que fuese, los ojos azules se detuvieron en el rostro de Rostov. Fluía de ellos una luz grata. Después, inesperadamente, alzó las cejas, espoleó al caballo con un golpe brusco del pie izquierdo y siguió adelante al galope.
El joven Emperador no pudo renunciar al deseo de asistir al combate; y a pesar de las observaciones de los cortesanos, a mediodía abandonó la tercera columna con la que avanzaba y galopó hacia la vanguardia. Antes de acercarse a los húsares, algunos ayudantes de campo le habían traído la noticia del feliz éxito de la acción.
La batalla, limitada a la captura de un escuadrón francés, fue presentada como una brillante victoria sobre el enemigo; por ello, tanto el Emperador como el ejército entero creyeron, sobre todo antes de que se disipara el humo de la batalla, que los franceses habían sido derrotados y retrocedían en contra de su voluntad. Minutos después de que pasara el Emperador se hizo avanzar a la unidad de húsares de Pavlograd. Rostov volvió a ver al Emperador en Wischau, una pequeña ciudad alemana. En la plaza, donde poco antes de llegar el Soberano tuvo lugar un tiroteo bastante intenso, yacían algunos muertos y heridos a los que no habían tenido tiempo de recoger. El Emperador, rodeado de su séquito militar y civil, montaba un caballo alazán distinto del que montara en la revista militar y levemente inclinado, llevando con gracia el monóculo de oro a sus ojos, miraba a un soldado caído de bruces, sin chacó y con la cabeza ensangrentada. El soldado estaba tan sucio y repugnante que Rostov se sintió ofendido de que estuviera tan cerca del Emperador. Vio que los hombros del Soberano se estremecían como si, de pronto, sintiera frío y su pie izquierdo espoleaba convulsivamente al caballo, que, bien adiestrado, miraba las cosas con indiferencia, sin moverse.
Un ayudante de campo echó pie a tierra, se acercó al herido y sosteniéndolo por debajo de los brazos lo colocó en una camilla. El soldado lanzó un gemido.
—Despacio, despacio... ¿No puede hacerlo más suavemente?— preguntó el Emperador, que parecía sufrir más que el propio soldado moribundo; seguidamente se alejó.
Rostov se dio cuenta de que los ojos del Emperador estaban llenos de lágrimas y le oyó decir a Chartorizhky mientras se alejaba:
—Quelle terrible chose que la guerre! 229
Las fuerzas de vanguardia se hallaban desplegadas por delante de Wischau, a la vista de las avanzadas enemigas, que, durante todo el día, habían ido cediendo terreno a la más pequeña escaramuza. Se les hizo llegar el agradecimiento del Emperador, se prometieron condecoraciones y los soldados recibieron doble ración de vodka. Las hogueras del vivac brillaron más que las de la noche precedente y las canciones de los soldados sonaron con mayor alegría. Aquella noche Denísov festejaba su ascenso a comandante, y Rostov, que ya había bebido bastante al final del festín, propuso un brindis a la salud del Emperador; pero “no de Su Majestad el Emperador, como se dice en los banquetes oficiales —dijo—, sino a la salud del Soberano bueno, encantador y grande. Bebamos a su salud y por la victoria segura sobre los franceses”.
—Si ya nos hemos peleado antes— prosiguió, —si no hemos cedido ante los franceses, como en Schoengraben, ¿qué ocurrirá ahora que él va al frente? ¡Todos moriremos gustosamente por él! ¿Verdad, señores? Tal vez no me expreso bien, he bebido mucho, pero lo siento así, y todos vosotros lo mismo. ¡A la salud de Alejandro Primero! ¡Hurra!
—¡Hurra!— repitieron las voces entusiastas de los oficiales.
Y el viejo Kirsten, jefe del escuadrón, gritó con el mismo entusiasmo e igual sinceridad que aquel joven oficial de veinte años.
Cuando los oficiales hubieron bebido y roto los vasos, Kirsten llenó otros y, en mangas de camisa, el vaso en la mano, se acercó a las hogueras de los soldados y en postura majestuosa, en alto la mano, se detuvo ante una hoguera, con sus largos bigotes grises y la camisa abierta, que a la luz del fuego dejaba ver un pecho blanco.
—¡Muchachos! ¡A la salud de Su Majestad el Emperador! ¡Por la victoria sobre los enemigos! ¡Hurra!— gritó el viejo húsar con su voz de barítono ya no tan joven, pero vibrante a pesar de los años.
Los húsares lo rodearon y respondieron estruendosamente.
Entrada la noche, cuando todos se hubieron separado, Denísov golpeó con su corta mano la espalda de su favorito, Rostov.
—En campaña no hay de quién enamorarse y tú te enamoras del Zar— dijo.
—No bromees con eso, Denísov— exclamó Rostov. —Es un sentimiento tan sublime, hermoso, tan...
—Te creo, te creo, amigo. También yo lo siento y lo apruebo...
—¡No, tú no comprendes!
Y Rostov se levantó y anduvo de una hoguera a otra, soñando con la felicidad de morir, no para salvar la vida del Emperador (no se atrevía a soñar con ello), sino simplemente para morir ante sus ojos. Estaba efectivamente enamorado del Zar, de la gloria de las armas rusas y de la esperanza en un próximo triunfo. No era el único en experimentar semejante sentimiento en aquellos memorables días que precedieron a la batalla de Austerlitz. Las nueve décimas partes del ejército ruso estaban igualmente enamorados, aunque con menor exaltación, de su Zar y de la gloria de las armas rusas.
XI
Al día siguiente el Emperador se detuvo en Wischau. El médico de cámara, Villiers, fue llamado varias veces. En el Cuartel General y entre las fuerzas más próximas corrió la noticia de que el Emperador se sentía indispuesto. Los más allegados a Su Majestad aseguraban que no había comido nada y había dormido mal aquella noche. La indisposición del Emperador se debía a la fuerte impresión que produjo en su alma sensible la vista de los heridos y muertos.
Al amanecer del día 17 fue llevado a Wischau un oficial francés que, protegido por la bandera blanca, se había acercado a las avanzadas pidiendo ser recibido en audiencia por el Emperador de Rusia. El oficial era Savary. El Emperador acababa de dormirse y Savary hubo de esperar. A mediodía fue introducido a presencia del Emperador y una hora después volvía a las avanzadas francesas acompañado por el príncipe Dolgorúkov.
Se decía que Savary había venido para proponer al Emperador una entrevista con Bonaparte. La entrevista había sido denegada, para júbilo y orgullo de todo el ejército. Y en lugar del Emperador, se enviaba a Dolgorúkov, el vencedor de Wischau, para negociar con Napoleón, si es que estas negociaciones, contra toda esperanza, respondían a un deseo real de paz.
Por la tarde, volvió Dolgorúkov y pasó directamente a ver al Emperador, con quien permaneció a solas largo rato.
El 18 y 19 de noviembre las tropas rusas avanzaron otras dos etapas y, tras ligeras escaramuzas, las vanguardias enemigas retrocedieron. En las altas esferas del ejército se produjo, hacia el mediodía del 19, una vivísima agitación que duró hasta la mañana del día siguiente, el 20, fecha de la memorable batalla de Austerlitz.
Hasta el mediodía del 19, el movimiento y las conversaciones animadas, el ir y venir y el envío de ayudantes de campo se habían limitado al Cuartel General de los emperadores; pero a partir de ese momento la agitación pasó al Cuartel General de Kutúzov y a los estados mayores de los jefes de columna. Al anochecer, la conmoción, a través de los ayudantes, se propagó a todas las unidades del ejército y en la noche del 19 al 20 aquella masa de ochenta mil hombres del ejército aliado abandonó sus campamentos, se llenó de voces y emprendió la marcha extendiéndose, ondulante, como un lienzo enorme de noventa kilómetros.