Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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La alegría iluminaba su semblante, lo que mortificaba cruelmente a Aliocha. Catalina Ivanovna reapareció de súbito con dos billetes de cien rublos en la mano.

—Tengo que pedirle un gran favor, Alexei Fiodorovitch —dijo con perfecta calma, como si nada hubiera sucedido—. Hace alrededor de ocho días, Dmitri Fiodorovitch cometió, sin poder contenerse, un acto injusto y escandaloso. En una taberna de mala fama se encontró con ese oficial de la reserva, ese capitán que el padre de ustedes utilizaba para ciertos asuntos. Indignado contra este oficial, fuera por lo que fuere, Dmitri Fiodorovitch lo cogió por la barba y lo arrastró hasta la calle, donde estuvo un buen rato zarandeándolo. Me han dicho que el hijo de este desgraciado, un colegial todavía, acudió llorando, pidió clemencia y rogó a los transeúntes que defendieran a su padre, pero que lo único que hizo la gente fue reírse. Perdóneme, Alexei Fiodorovitch, pero no puedo recordar sin indignación este acto vergonzoso del que sólo Dmitri Fiodorovitch es capaz cuando le ciegan la cólera y la pasión. No puedo darle detalles del suceso. Es una acción que me duele y me confunde. He pedido informes de ese desgraciado y he sabido que es muy pobre y que le llaman Snieguiriov. Cometió una falta en el servicio y lo destituyeron. Tampoco sobre esto puedo darle detalles. Lo que sé es que ahora, con toda su infortunada familia, con sus hijos enfermos y su mujer loca, según parece, ha caído en la más profunda miseria. Vive en esta ciudad desde hace mucho tiempo. Tenía un empleo de copista y lo ha perdido. He puesto los ojos en usted..., mejor dicho, he pensado que... ¡Ah, cómo me confunde este asunto!... Quería rogarle, mi querido Alexei Fiodorovitch, que fuera a casa de ese hombre con un pretexto cualquiera, y, delicadamente, prudentemente, como sólo usted es capaz de hacerlo —al oír esto Aliocha enrojeció—, le entregara este donativo, estos doscientos rublos... Sin duda, los aceptará, pero, si se resiste, usted debe convencerle de que los tome. Sepa usted que esto no es una indemnización para evitar que él denuncie el caso..., cosa que quería hacer, según tengo entendido. Esto es simplemente una demostración de simpatía, el deseo de acudir en su ayuda. Los debe entregar usted en mi nombre, como prometida a Dmitri Fiodorovitch, y no en nombre de su hermano... Hubiera ido yo misma, pero he pensado que usted lo hará mejor que yo. Vive en la calle del Lago, en casa de la señora de Kalmykov. Por el amor de Dios, Alexei Fiodorovitch, hágame este favor... Estoy un poco... fatigada. Adiós.

Y desapareció tan rápidamente detrás de una puerta, que Aliocha no tuvo tiempo de decirle ni una palabra. Hubiera querido pedirle perdón, acusarse a sí mismo, pues su corazón rebosaba de arrepentimiento y él no quería marcharse así. Pero la señora Khokhlakov lo cogió del brazo y se lo llevó. Ya en el vestíbulo, lo detuvo.

—Es orgullosa —dijo a media voz—, lucha contra sí misma, pero en el fondo es buena, amable, generosa. Cada vez la quiero más; la alegría ha vuelto a mí. Querido Alexei Fiodorovitch, ¿sabe usted que todas nosotras, sus dos tías, yo e incluso Lise, sólo tenemos un deseo desde hace un mes? No cesamos de rogarle que deje a su hermano preferido, a Dmitri, que no la quiere en absoluto, y se case con Iván, ese excelente e instruido joven que la mira como a un ídolo. Hemos urdido un verdadero complot, y tal vez es el único motivo de que permanezca todavía aquí.

—Pero ella ha llorado; se siente todavía ofendida —exclamó Aliocha.

—No crea en las lágrimas de las mujeres, Alexei Fiodorovitch. En esto me pongo enfrente de las mujeres y al lado de los hombres.

La vocecita un tanto agria de Lise se oyó detrás de la puerta.

—¡Lo mimas demasiado, mamá!

—Yo he sido la causa de todo; he cometido una gran falta —dijo Aliocha cubriéndose la cara con las manos, dolorosamente avergonzado de su reciente intervención.

—Por el contrario, ha obrado usted como un ángel; estoy dispuesta a repetirlo mil veces.

—¿En qué ha obrado como un ángel, mamá? —preguntó de nuevo Lise.

—Yo creía, no sé por qué —prosiguió Aliocha, como si no hubiera oído la voz de Lise—, que ella quería a Iván, y he dicho esa tontería. ¿Qué ocurrirá ahora?

—¿De qué habláis, mamá? —preguntó Lise—. ¡Oh, mamá! ¡Me estás matando! Te pregunto y no me contestas.

En ese momento llegó la doncella a toda prisa.

—Catalina Ivanovna está llorando. Tiene un ataque de nervios.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Lise, alarmada—. ¡Ah! ¡A mí sí que me va a dar un ataque!

—No grites, Lise, por el amor de Dios. Eres tú la que va a matarme a mí. Una muchacha de tu edad no puede saberlo todo como las personas mayores. Cuando vuelva, te contaré lo que te pueda contar. ¡Voy corriendo, Dios mío! Un ataque es buena señal, Alexei Fiodorovitch, muy buena señal. En estos casos voy siempre contra las mujeres, sus ataques y sus lágrimas. Julia, ve a decirle que ya voy. Si Iván Fiodorovitch se ha marchado, la culpa es de ella. Pero no se habrá marchado... ¡Lise, no grites, por el amor de Dios! ¿Pero qué digo? No eres tú la que gritas, sino yo. Perdona a tu madre. ¡Estoy encantada, entusiasmada! ¿Ha visto usted, Alexei Fiodorovitch, la desenvoltura con que ha salido su hermano de la habitación después de haberle dicho lo que le tenía que decir? ¡Un intelectual hablar con tanto calor, con una franqueza tan juvenil, con una inexperiencia tan encantadora! Todo esto es adorable... ¡Y ese verso alemán que ha citado! Me voy corriendo, Alexei Fiodorovitch. Cumpla el encargo de Catalina Ivanovna con la mayor rapidez posible y vuelva cuanto antes... ¿No necesitas nada, Lise? Por lo que más quieras, no retengas a Alexei Fiodorovitch. Volverá enseguida.

La señora de Khokhlakov se fue, al fin. Antes de marcharse, Aliocha fue a abrir la puerta que ocultaba a Lise.

—¡No quiero verle, Alexei Fiodorovitch! —gritó la joven—. ¡No, por nada del mundo! Hábleme a través de la puerta. ¿En qué se ha portado usted como un ángel? Esto es lo único que quiero saber.

—¡He cometido una gran estupidez, Lise! Adiós.

—¡Haga el favor de no marcharse así!

—¡Lise, tengo un grave pesar! Volveré enseguida. Estoy profundamente apenado.

Y salió del vestíbulo corriendo.

CAPÍTULO VI

Escena en la isba

Aliocha no había experimentado casi nunca una pena tan honda. Jamás debió cometer la torpeza de intervenir en un asunto sentimental. «¿Qué sé yo de estas cosas? La vergüenza que siento es un castigo merecido. Lo peor es que voy a ser la causa de nuevas calamidades... ¡Y pensar que el staretsme ha enviado aquí para conciliar y aunar voluntades! ¿Es así como se une a las personas?» Entonces se acordó de que había hablado de «unir» las manos de Iván y Catalina Ivanovna, y otra vez se sonrojó. «Aunque haya obrado de buena fe, habrá que proceder con más inteligencia en el futuro», concluyó, sin ni siquiera sonreír ante la sutileza.

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