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Barra siniestra

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Barra siniestra
Название: Barra siniestra
Дата добавления: 15 январь 2020
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Barra siniestra - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

Krug se detuvo en el portal y contempl? la cara de ella, vuelta hacia arriba. El movimiento (pulsaci?n, radiaci?n) de sus facciones (diminutas ondas arrugadas) se deb?a a que estaba hablando, y ?l se dio cuenta de que este movimiento duraba ya desde hac?a un rato. Posiblemente, desde que estaban bajando las escaleras del hospital. Con sus marchitos ojos azules y su largo y arrugado labio superior, la mujer se parec?a a alguien que ?l conoc?a desde hac?a a?os pero a quien no pod?a recordar —curioso. Una v?a lateral de indiferente conciencia le permiti? reconocerla como la enfermera jefe. La continuaci?n de su voz se hizo real, como si una aguja hubiese encontrado el surco. Su surco en el disco de la mente de ?l. De su mente que hab?a empezado a girar al detenerse ?l en el portal y mirar hacia abajo, a la cara levantada de ella. El movimiento de sus facciones era ahora audible.

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Después: las murallas y las torres de Elsinore, sus dragones y sus floridos hierros forjados, la luna convirtiendo en escamas de pescado sus tejas de ripia, el tegumento de una sirena multiplicado por el tejado puntiagudo, que brilla en un cielo abstracto, y la estrella verde de una luciérnaga en la explanada del oscuro castillo. El primer soliloquio de Hamlet es recitado en un jardín sin escardar y que ha germinado copiosamente. Bardanas y cardos son los principales invasores. Un sapo respira y pestañea en el banco predilecto del difunto rey. En alguna parte, truena el cañón mientras bebe el nuevo rey. Por la ley de los sueños y la ley de la pantalla, el cañón se transforma delicadamente en la oblicuidad de un tronco podrido en el jardín. El tronco apunta como un cañón al cielo, donde, por un instante, las deliberadas volutas de humo blanquecino forman una palabra flotante: «suicidio».

«Hamlet en Wittenberg, siempre tardo, perdiéndose las conferencias de G. Bruno, siempre sin reloj, confiando en el de Horacio, que está atrasado, diciendo que estará en las murallas entre las once y las doce, y presentándose después de medianoche.

»La luz de la luna siguiendo de puntillas al Fantasma armado de punta en blanco, ora haciendo relucir una redondeada espaldera, ora resbalando sobre las escamas de la loriga.

«También veremos a Hamlet arrastrando al muerto Ratman desde debajo de la tapicería y a lo largo del piso, y por la escalera de caracol, para ocultarlo en un oscuro pasadizo, con algunos extraños y súbitos juegos de luz, cuando los suizos con antorchas son enviados en busca del cadáver. Otro momento de emoción lo producirá la figura de Hamlet en atuendo marinero, impertérrito ante el mar embravecido, indiferente al rocío de las olas, trepando sobre fardos y barriles de cerveza danesa y arrastrándose hasta la cabaña donde Rosenstern y Guildenkranz, amables e intercambiables gemelos "que vinieron a curar y se marcharon para morir", están roncando en su yacija común. Al desfilar los campos de artemisa y las montañas con manchas de leopardo por la ventanilla del compartimiento-salón de hombres, se ofrecieron más y más posibilidades pictóricas. Podríamos ver, dijo (era un hombre desaseado, de cara de halcón, cuya carrera académica había sido bruscamente truncada por una inoportuna aventura amorosa), a R. siguiendo al joven L. en el Barrio Latino; a Polonio, joven, representando el papel de César en el Teatro de la Universidad; el cráneo que sostiene Hamlet en sus enguantadas manos, cubriéndose con las facciones de un bufón vivo (con permiso de la censura); tal vez, incluso, al fornido rey Hamlet destrozando con un hacha a los polacos que resbalan y ruedan sobre el hielo. Después, sacó un frasco del bolsillo de atrás y dijo: "eche un trago". Añadió que había pensado que ella tenía al menos dieciocho años, a juzgar por su busto, pero que, en realidad, la pequeña zorra sólo tenía quince. Después, estaba la muerte de Ofelia. A los sones de Les Funeraillesde Liszt, aparecería luchando —o, como habría dicho el padre de otra ninfa, "riñendo"— con el sauce. Una doncella, una jovencita. Aquí recomendaba una vista lateral del agua cristalina. Para presentar una hoja flotante. Después, vuelta a su pequeña y blanca mano, sosteniendo una corona, tratando de alcanzar, tratando de ceñir una astilla falaz. Ahora venía la dificultad de presentar de manera dramática lo que, en tiempos prevocales, había sido piéce de résistence de las películas cómicas: el remojón inesperado. El hombre-halcón del compartimiento de aseo y descanso observó (entre chupadas al cigarro y salivazos) que la dificultad podía ser limpiamente salvada mostrando sólo la sombra de ella, la sombra cayendo, cayendo y mirando sobre el borde de la herbosa orilla entre una lluvia de flores sombrías. ¿Visto? Después: una guirnalda flotando. Aquel puritano cuero (en el que estaban sentados) era el último eslabón filogenético entre la moderna y sumamente diferenciada idea Pullman y un banco de las primitivas diligencias: entre la avena y el petróleo. Entonces, y sólo entonces, dijo él, la vemos yaciendo de espaldas en el arroyo (que se divide más lejos como un tenedor, para formar en definitiva el Rin, el Dniéper y el Cañón de Cottonwood o Nova Avon), en una vaga nube ectoplástica de vestiduras empapadas, infladas y acolchadas, canturreando como en sueños una nana o cualquier otra antigua melodía. Esto se transforma en un tañido de campanas, y ahora vemos un pastor liberal sobre un terreno pantanoso donde crece la Orchis mascula: harapos de la época, barba con cenefa de sol, cinco corderos y una linda ovejita. Esta oveja es un punto importante, a pesar de la brevedad —un latido del pulso— de la bucólica escena. La canción llega hasta el pastor de la reina; la oveja se acerca al arroyo.»

La anécdota de Krug produce el efecto deseado. Ember deja de sorber. Escucha. Después, sonríe. Por último, entra en el espíritu del juego. Sí, ella fue encontrada por un pastor. En realidad, su nombre puede derivarse del de un enamorado pastor de Arcadia. O, posiblemente, es una variación de Alfeios, perdiendo la «S» en la hierba mojada: Alfeo, el dios-río, que persiguió a una ninfa de largas piernas hasta que Artemis la transformó en un arroyo, que, desde luego, convenía a la liquidez de aquél (v. Lago Winnipeg, ola 585, ed. Vico Press). O también podemos fundarlo en la versión griega de un antiguo nombre de serpiente Danske. La fina y flexible Ofelia de delgados labios, el sueño húmedo de Amleth, una ninfa del Leteo, una rara serpiente de agua, Russálka letheana en términos científicos (evocando los largos mantos de púrpura). Mientras él trajinaba con sirvientas germanas, ella, en un balcón cerrado de su casa, coqueteaba inocentemente con Osric, mientras el viento frío de la primavera repicaba en los cristales. Su piel era tan fina que, con sólo mirarla, aparecía en ella una mancha rosada. El raro enfriamiento de un ángel de Botticelli teñía de rosa las aletas de su nariz y desdibujaba su labio superior —ya sabes, cuando los bordes de los labios se confunden con la piel. También era una buena moza de cocina..., pero de cocina vegetariana. Ofelia, la servicial. Muerta en servicio pasivo. La linda Ofelia. Un primer Folio con algunas correcciones limpias y unos cuantos crasos errores. «Mi querido amigo (podríamos hacer que Hamlet dijese a Horacio), era tan dura como el pedernal, a pesar de su delicadeza física. Y escurridiza: un ramillete hecho de anguilas. Era una de esas doncellas-ofidios, de poca sangre y ojos pálidos, fina y viscosa, que son tan ardorosamente histéricas como irremediablemente frígidas. Sin ruido, con una especie de elegancia diabólica, seguía un peligroso curso en la dirección señalada por la ambición de su padre. Incluso estando loca, seguía hurgando su secreto con el dedo del muerto. El cual me apuntaba a mí. Oh, desde luego, yo la amaba como cuarenta mil hermanos, con la fuerza de los ladrones (jarrones de terracota, un ciprés, una luna de uña), pero todos éramos discípulos de Lamord, si es que me entiendes.» Y aún podría añadir que había pillado un resfriado durante la húmeda escena. Agallas rosadas de ondina, sandía helada, l'aurore grelottant en robe rose et verte. Su falda baladí.

Hablando de las deyecciones verbales de un decrépito erudito alemán, Krug sugiere manipular también el nombre de Hamlet. Tomemos la palabra «Telemachos», dice, que significa «luchando desde lejos», lo cual era, también, la idea que tenía Hamlet de la guerra. Mondémosla, quitémosle las letras innecesarias, todas ellas adiciones secundarias, y obtendremos el antiguo «Telemah». Ahora, leámoslo al revés. Así, la pluma caprichosa se fuga con una idea lasciva, y Hamlet, en marcha atrás, se convierte en el hijo de Ulises, que mata a los amantes de su madre. Worte, worte, worte. Verrugas, verrugas, verrugas. Mi comentarista predilecto es Tschischwitz, un manicomio de consonantes... o un soupir de petit chien.

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