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La verdadera vida de Sebastian Knight

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La verdadera vida de Sebastian Knight
Название: La verdadera vida de Sebastian Knight
Дата добавления: 15 январь 2020
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La verdadera vida de Sebastian Knight - читать бесплатно онлайн , автор Набоков Владимир

“La verdadera vida de Sebastian Knight” comienza como el intento de escribir una biograf?a acerca del personaje del t?tulo por parte de su hermanastro, V. Este Sebastian se nos revela como un escritor de ?xito, autor de varias novelas complejas y extra?as, que fallece debido a una enfermedad card?aca a los 36 a?os. Tras su muerte, el narrador decide recopilar datos acerca de ?l para ilustrar el libro que le dedicar? (y que llevar? por t?tulo “La verdadera vida de Sebastian Knight”), ya que perdieron contacto cuando Sebastian march? a Londres. A trav?s de antiguos amigos y viejas amantes, V. ir? formando la imagen de ese hermanastro escritor: extra?o, oscuro, complejo, atormentado por su b?squeda insaciable de la imagen perfecta. Al igual que Nabokov, Sebastian cambia el ruso por el ingl?s y ese cambio es doloroso: le cuesta escribir Caleidoscopio, su primera novela, cuya redacci?n se convierte en un tour de force emocional (y casi f?sico). Ayudado por Claire, la mujer que le entregar? —casi literalmente— su vida, ese primer libro representa el primer paso en pos de una expresi?n ideal, liberada de lugares comunes, de palabras comunes, que alcance a describir lo m?s profundo de una existencia.

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He hecho lo posible por mostrar los procedimientos del libro, o por lo menos algunos de sus procedimientos. Su encanto, su humorismo, su patetismo sólo pueden apreciarse en la lectura directa. Pero con el objeto de iluminar a quienes se sienten burlados por las continuas metamorfosis o se disgustan al encontrar algo incompatible con la idea de «un buen libro» al encarar un libro como éste, absolutamente nuevo, me gustaría destacar que Caleidoscopiosólo puede dar placer cuando se ha entendido que los héroes de la obra son lo que puede llamarse de modo general «métodos de composición». Es como si un pintor dijera: aquí estoy yo para mostrarles no la imagen de un paisaje, sino la imagen de los diferentes modos de pintar un paisaje determinado, y confío en que su fusión armoniosa revelará el paisaje como procuro que lo vean ustedes. En el primer libro Sebastian llevó ese experimento hasta una conclusión lógica y satisfactoria. Probando ad absurdumtal o cual estilo literario y descartando uno tras otro, dedujo su estilo y lo explotó plenamente en su novela siguiente, Éxito.En ella parece haber pasado de un plano a otro, situado un poco más alto, pues si su primera novela se basa en los métodos de la composición literaria, la segunda se relaciona principalmente con los métodos del destino del hombre. Con precisión científica en la sistematización, el examen y el descarte de una cantidad inmensa de datos (cuya acumulación se hace posible mediante la premisa esencial de que un autor puede descubrir cuanto necesite saber acerca de sus personajes y de que tal capacidad sólo está limitada por el estilo y el propósito de su selección, en el sentido de que no se trata de un fárrago arbitrario de pormenores triviales sino de una indagación precisa y metódica), Sebastian Knight consagra las trescientas páginas de Éxitoa uno de los estudios más complicados que haya intentado nunca un escritor. Se nos informa así de que cierto viajante de comercio, Percival Q., conoce en determinada época de su vida y en determinadas circunstancias a una muchacha, ayudante de un prestidigitador, con la cual inicia una feliz relación. El encuentro es o parece accidental: ambos utilizan el automóvil de un amable desconocido un día en que hay huelga de transportes. Esta es la fórmula: totalmente desprovista de interés si la consideramos como un suceso real, pero fuente de intenso placer y excitación mental si la examinamos desde un ángulo especial. La tarea del autor consiste en descubrir cómo se ha llegado a esa fórmula, y toda la magia y la fuerza de su arte procura revelar el modo exacto en que dos líneas de vida se ponen en contacto: el libro entero no es, en verdad, sino una exultante partida de casualidades o, si preferimos, la demostración del secreto etiológico de los acontecimientos fortuitos. Las probabilidades parecen ilimitadas. Se siguen con éxito diversas líneas de indagación. En su camino de retroceso, el autor descubre por qué la huelga había sido fijada para ese día determinado y la inveterada predilección de un político por el número nueve se presenta como la raíz misma de todo el asunto. Lo cual no nos lleva a ninguna parte y la pista es abandonada (no sin ofrecernos la oportunidad de presenciar un animado debate político). Otra falsa huella es el automóvil del extraño. Procuramos descubrir quién era y qué lo hizo pasar en un momento dado por una calle dada; pero cuando sabemos que ha pasado por ella, camino de su oficina, todos los días a la misma hora durante diez años, volvemos al punto de partida. Así, debemos suponer que las circunstancias exteriores del encuentro no son manifestaciones de la actividad del destino con relación a los dos sujetos, sino una entidad dada, un punto fijo, sin significado causal. Y de este modo, con nítida conciencia, llegamos a plantearnos el problema de por qué Q. y Anne, entre todas las demás personas, estuvieron durante un instante detenidos el uno junto al otro en ese lugar preciso. Trazamos, pues, la línea del destino de la muchacha, después la del hombre, comparamos las notas y finalmente rastreamos de nuevo ambas vidas.

Nos enteramos de muchas cosas curiosas. Las dos líneas que se han reunido no son líneas rectas de un triángulo que se apartan hacia una base desconocida, sino líneas onduladas que ya se apartan, ya están a punto de cruzarse. En otras palabras, ha habido por lo menos dos ocasiones en las vidas de esos dos seres en que pudo producirse el encuentro. En cada caso, el destino pareció preparar dicho encuentro con el máximo cuidado: rozando tal o cual posibilidad; ocultando salidas y repintando letreros indicadores; estrechando la prisión de malla donde ambas mariposas revoloteaban; cuidando el detalle más ínfimo y no abandonando nada al azar. La revelación de esos apercibimientos secretos es fascinante y el autor parece tener cien ojos al registrar todos los matices de lugar y circunstancia. Pero cada vez un yerro infinitesimal (la sombra de un defecto, el agujero obstruido de una posibilidad no prevista, un capricho del libre albedrío) arruina el placer de las almas gemelas y ambas vidas vuelven a alejarse con renovada rapidez. Así, Percival Q. no puede asistir a una reunión —en la cual el destino, con infinitas dificultades, había incluido a Anne— porque una abeja le pica en un labio; así, Anne, por un ataque de histeria, no consigue un empleo en la oficina de objetos perdidos donde trabaja el hermano de Q. Pero el destino es demasiado perseverante para arredrarse ante el fracaso. Y si al fin alcanza el éxito, sus maquinaciones habrán sido tan delicadas que no se oirá ni el más tenue rumor cuando los dos se pongan en contacto.

No daré más detalles sobre esta novela deliciosa y sutil. Es la más conocida de las obras de Sebastian Knight, aunque los otros tres libros posteriores la superen en muchos sentidos. Como al hablar de Caleidoscopio,mi único fin ha sido mostrar el sistema, quizá en detrimento de la impresión de belleza que deja el libro, aparte sus artificios. Permítaseme agregar que contiene un pasaje tan extrañamente relacionado con la vida anterior de Sebastian por la época en que completaba los últimos capítulos que merece citarse en contraste con una serie de observaciones más relacionadas con los meandros de la mente del autor que con el lado emocional del arte.

«William (primer novio de Anne, un afeminado que al final la plantaría) la acompañó a su casa como de costumbre y la besó en la oscuridad del pasillo. De pronto, Anne sintió que él tenía la cara mojada. William se la cubrió con la mano y buscó el pañuelo. "Está lloviendo en el paraíso", dijo... "La cebolla de la felicidad... el pobre Willy es, quiéralo o no, un sauce llorón." [6]

La besó en el ángulo de la boca y después se sonó la nariz con un débil soplido acuoso. "Los hombres no lloran", dijo Anne. "Pero yo no soy un hombre", lloriqueó él. "Esta luna es infantil y esta calle mojada es infantil y el amor es un niño que chupa miel"... "Basta, por favor", dijo ella. "Sabes que no puedo soportar que hables así. Es tan tonto, tan..., tan Willy", suspiró. El volvió a besarla y ambos permanecieron como suaves estatuas oscuras, de cabezas borrosas. Pasó un policía guiando la noche con una correa y después se detuvo para dejarla olfatear un buzón. "Me siento tan feliz como tú", dijo ella, "pero no quiero llorar ni decir tonterías." "Pero ¿no comprendes", susurró él, "que lo mejor de la felicidad no es sino el bufón de su propia caducidad?" "Buenas noches", dijo Anne. "Mañana a las ocho", gritó él, mientras Anne se escabullía. William acarició suavemente la puerta y al fin se alejó por la calle. Es tierna, es bella, la quiero, musitó, y todo es inútil, porque estamos muriéndonos. No soy capaz de sobrellevar esa mirada retrospectiva en el tiempo. El último beso ha muerto ya y La dama de blanco(una película que habían visto aquella noche) está muerta y sepultada, y el policía que acaba de pasar también está muerto, y hasta la puerta ha dejado de ser. Y este último pensamiento es ya cosa muerta. Coates (el doctor) tiene razón cuando dice que mi corazón es demasiado pequeño para mi tamaño. Siguió caminando, sin dejar de hablar consigo mismo. Su sombra proyectaba a veces una larga nariz o bien se inclinaba en una reverencia al pasar William frente a una luz. Cuando llegó a su triste albergue tardó mucho tiempo en subir la oscura escalera. Antes de acostarse llamó a la puerta del prestidigitador y encontró al viejo en paños menores, revisando un par de pantalones negros. "¿Y bien?", preguntó William. "No les ha gustado mi voz", respondió, "pero espero que a pesar de eso no perderé la oportunidad." William se sentó en la cama y dijo: "Deberías teñirte el pelo." "Soy más calvo que canoso", dijo el prestidigitador. "A veces me pregunto", dijo William, "dónde están las cosas que perdemos..., porque tienen que ir a parar a alguna parte, ¿no es cierto? El pelo, las uñas..." "¿Has vuelto a beber?", preguntó el prestidigitador sin mucha curiosidad. Dobló los pantalones con cuidado y pidió a William que se pusiera de pie: tenía que depositar los pantalones bajo el colchón. William se sentó en una silla y el prestidigitador siguió consagrado a sus menesteres. Se le erizaban los pelos en las pantorrillas, tenía los labios apretados, movía delicadamente las manos suaves. "Soy feliz", dijo William. "No lo pareces", dijo el solemne viejo. "¿Puedo comprarte un conejo?", preguntó William. "Lo alquilaré cuando sea necesario", respondió el prestidigitador arrastrando el "necesario" como si hubiera sido una cinta infinita. "Una profesión ridícula", dijo William, "un carterista enloquecido, una cuestión de práctica. Los céntimos en la gorra del mendigo y la omeletteen tu sombrero de copa. Igualmente absurdo." "Estamos habituados a los insultos", dijo el prestidigitador. Apagó tranquilamente la luz y William buscó a tientas la salida. En su cuarto, los libros sobre la cama parecían no querer moverse. Mientras se desvestía, imaginó la felicidad prohibida de un lavadero al sol: agua azul y manos escarlata. ¿Le pediría a Anne que lavara su camisa? ¿Había vuelto a disgustarla? ¿Pensaría ella de veras que algún día se casarían? Las pálidas, minúsculas pecas en la piel brillante bajo sus ojos inocentes. Los dientes delanteros, muy regulares, ligeramente prominentes. Su cuello suave, tibio. Sintió de nuevo la presión de las lágrimas. ¿Pasaría con ella lo mismo que con May, Judy, Juliette, Augusta y todos sus otros amores encendidos? Oyó que en el cuarto vecino la bailarina cerraba la puerta, se lavaba, se aclaraba concienzudamente la garganta. Algo cayó tintineando. El prestidigitador empezó a roncar.»

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