Por Quien Doblan Las Campanas?
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Nadie es una isla, completo en s? mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porci?n de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por qui?n doblan las campanas; doblan por ti.
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- Ni en broma -contestó el joven-. ¿Está muy lejos?
- Está muy cerca. Dígame cómo se llama.
- Roberto -contestó el joven.
Había dejado escurrir el bulto, depositándolo suavemente entre dos grandes guijarros, junto al lecho del arroyuelo.
- Espere aquí, Roberto; en seguida vuelvo a buscarle.
- Está bien -dijo el joven-. Pero ¿tiene la intención de bajar al puente por este camino?
- No, cuando vayamos al puente será por otro camino. Mucho más corto y más fácil.
- No quisiera guardar todo este material lejos del puente.
- No lo guardará. Si no le gusta el sitio elegido, buscaremos otro.
- Ya veremos -respondió el joven.
Sentóse junto a los bultos y miró al viejo trepando por las rocas. Lo hacía con facilidad, y por la manera de encontrar los puntos de apoyo, sin vacilaciones, dedujo el joven que lo habría hecho otras muchas veces. No obstante, cualquiera que fuese el que estuviera arriba, había tenido mucho cuidado para no dejar ninguna huella.
El joven, cuyo nombre era Robert Jordan, se sentía extremadamente hambriento e inquieto. Tenía hambre con frecuencia, pero a menudo no se notaba preocupado, porque no le daba importancia a lo que pudiera ocurrirle a él mismo y conocía por experiencia lo fácil que era moverse detrás de las líneas del enemigo en toda aquella región. Era tan fácil moverse detrás de las líneas del enemigo como cruzarlas si se contaba con un buen guía. Sólo el dar importancia a lo que pudiera sucederle a uno, si era atrapado, era lo que hacía la cosa arriesgada; eso y el saber en quién confiar. Había que confiar enteramente en la gente con la cual se trabajaba o no confiar para nada, y era preciso saber por uno mismo en quién se podía confiar. No le preocupaba nada de eso. Pero había otras cosas que sí le preocupaban.
Aquel Anselmo había sido un buen guía y era un montañero considerable. Robert Jordan era un buen andarín, pero se había dado cuenta desde que salieron aquella mañana, antes del alba, de que el viejo le aventajaba. Robert Jordan confiaba mucho en el viejo, salvo en su juicio. No había tenido ocasión de saber lo que pensaba, y, en todo caso, el averiguar si se podía o no tener confianza en él era incumbencia suya. No, no se sentía inquieto por Anselmo, y el asunto del puente no era más difícil que cualquier otro. Sabía cómo hacer volar cualquier clase de puente que hubiera sobre la faz de la tierra, y había volado puentes de todos los tipos y de todos los tamaños. Tenía suficientes explosivos y equipo repartidos entre las dos mochilas como para volar el puente de manera apropiada, incluso aunque fuera dos veces mayor de lo que Anselmo le había dicho; tan grande como él recordaba que era cuando lo cruzó yendo a La Granja en una excursión a pie el año de 1933, tan grande como Golz se lo había descrito aquella noche, dos días antes, en el cuarto de arriba de la casa de los alrededores de El Escorial.
- Volar el puente no tiene importancia -había dicho Golz, señalando con un lápiz sobre el gran mapa, con la cabeza inclinada; su calva cabeza, señalada de cicatrices, brillando bajo la lámpara-. ¿Comprende usted?
- Sí, lo comprendo.
- Absolutamente ninguna. Limitarse a hacerlo saltar sería un fracaso.
- Sí, camarada general.
- Lo que importa es volar el puente a una hora determinada, señalada, cuando se desencadene la ofensiva. Eso es lo importante. Y eso es lo que tiene usted que hacer con absoluta limpieza y en el momento justo. ¿Se da usted cuenta?
Golz contempló pensativo la punta del lápiz y luego se golpeó con él, suavemente, en los dientes.
Robert Jordan no dijo nada.
- Es usted el que tiene que saber cuándo ha llegado el momento de hacerlo -insistió Golz, levantando la vista hacia él y haciéndole una indicación con la cabeza. Golpeó en el mapa con el lápiz-. Es usted quien tiene que decidirlo. Nosotros no podemos hacerlo.
- ¿Por qué, camarada general?
- ¿Por qué? -preguntó Golz iracundo-. ¿Cuántos ataques ha visto usted? ¿Y todavía me pregunta por qué?¿Quién me garantiza que mis órdenes no serán trastocadas? ¿Quién me garantiza que no será anulada la ofensiva? ¿Quién me garantiza que la ofensiva no va a ser retrasada? ¿Quién me garantiza que la ofensiva no empezará seis horas después del momento fijado? ¿Se ha hecho alguna vez alguna ofensiva como estaba previsto?
- Empezará en el momento previsto si la ofensiva es su ofensiva -dijo Jordan.
- Nunca son mis- ofensivas -dijo Golz-. Yo las preparo. Pero nunca son mías. La artillería no es mía. Tengo que contentarme con lo que me dan. Nunca me dan lo que pido, aunque pudieran dármelo. Y eso no es todo. Hay otras cosas. Usted sabe cómo es esta gente. No hace falta que se lo diga. Siempre hay enredos. Siempre hay alguien que viene a enredar. Trate, pues, de comprenderlo
- ¿Cuándo será menester que vuele el puente? -preguntó Jordan.
- En cuanto empiece la ofensiva. Tan pronto como la of ensiva haya comenzado, pero no antes. Es preciso que no les lleguen refuerzos por la carretera. -Señaló un punto con su lápiz-. Tengo que estar seguro de que no puede llegar nada por esta carretera.
- ¿Y cuándo es la ofensiva?
- Se lo diré. Pero utilice usted la fecha y la hora sólo como una indicación de probabilidad. Tiene usted que estar listo para ese momento. Volará usted el puente después que la ofensiva haya empezado. ¿Se da usted cuenta? -Y volvió a señalar con el lápiz-. Esta es la única carretera por la que pueden llegarles refuerzos. Esta es la única carretera por la que pueden llegarles tanques o artillería, o sencillamente un simple camión hasta el puerto que yo ataco. Tengo que saber que el puente ha volado. Pero no antes, porque podrían repararlo si la ofensiva se retrasa. No. Tiene que volar cuando haya empezado la ofensiva, y tengo que saber que ha volado. Hay sólo dos centinelas. El hombre que va a acompañarle, acaba de llegar de allí. Es hombre de confianza, según dicen ellos. Usted verá si lo es. Tienen gente en las montañas. Hágase con todos los hombres que necesite. Utilice los menos que pueda, pero utilícelos. No tengo necesidad de explicarle estas cosas.
- ¿Y cómo puedo yo saber cuándo ha comenzado la ofensiva?
- La ofensiva se hará con una división completa. Habrá un bombardeo como medida de preparación. No es usted sordo, ¿no?
- Entonces tendré que deducir, cuando los aviones comiencen a descargar bombas, que el ataque ha comenzado.
- No puede decirse siempre eso -comentó Golz, negando con la cabeza-; pero en este caso tendrá que hacerlo. Es mi ofensiva.
- Comprendo -dijo Jordan-; pero no puedo decir que la cosa me guste demasiado.
- Tampoco me gusta a mí. Si no quiere encargarse de este cometido, dígalo ahora. Si cree que no puede hacerlo, dígalo ahora mismo.