En el primer circulo
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En una oscura tarde del invierno de 1949, un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS llama a la embajada norteamericana para revelarles un peligroso y aparentemente descabellado proyecto at?mico que afecta al coraz?n mismo de Estados Unidos. Pero la voz del funcionario quedaba grabada por los servicios secretos del Ministerio de Seguridad, cuyos largos tent?culos alcanzan tambi?n la Prisi?n Especial n? 1, donde cumplen condena los cient?ficos rusos m?s brillantes, v?ctimas de las siniestras purgas estalinistas, y donde son obligados a investigar para sus propios verdugos. A esa prisi?n «de lujo», que es en realidad el primer c?rculo del Infierno dantesco, donde la lucha por la supervivencia alterna con la delaci?n y las trampas ideol?gicas, le llega la misi?n de acelerar el perfeccionamiento de nuevas t?cnicas de espionaje con el fin de identificar lo antes posible la misteriosa voz del traidor...
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—Exactamente lo que había en mi hoja... ¡en tres días! — dijo Sologdin, con los ojos brillantes— y en cinco semanas le daré un bosquejo completo de todo el proyecto, con cálculos detallados de sus aspectos técnicos. ¿Eso lo satisface?
—¡En un mes! ¡Un mes! ¡Lo necesitamos dentro de un mes! — Las manos de Yakonov sobre el escritorio se dirigían hacia ese diabólico ingeniero.
—Está bien, lo tendrá dentro de un mes —acordó con frialdad Sologdin.
Pero Yakonov entró en sospecha.
—Un minuto —dijo—. Acaba de decirme que su bosquejo no tenía valor, que había encontrado en él errores grandes e irreparables.
—¡Oh, no! — Sologdin rió abiertamente—. Algunas veces la falta de fósforo y oxígeno y la falta de nuevas impresiones de la vida real me juegan malas pasadas y sufro una especie de apagón mental. Pero ahora estoy de acuerdo con el Profesor Chelnov: todo en el dibujo estaba bien.
Yakonov sonrió, bostezando de alivio, y se sentó en el sillón. Estaba fascinado por la forma en que Sologdin se controlaba, por la forma en que había manejado la entrevista.
—Ha jugado usted un juego peligroso, amigo mío. Después de todo, podía haber terminado de otra manera. Sologdin extendió un poco las manos.
—Difícilmente, Antón Nikolayevich. Al parecer estimó la posición del instituto y la suya con bastante acierto. Por supuesto, usted sabe francés. ¡Sa Majesté le Cas!¡Su Majestad la Oportunidad! ¡La oportunidad rara vez pasa cerca de nosotros; hay que saltarle a las espaldas a tiempo, y justamente en la mitad de la espalda!
Sologdin hablaba y actuaba con tanta sencillez como si estuviera cortando madera con Nerzhin. Ahora, él también tomó asiento, y continuó observando a Yakonov divertido.
—¿Y cómo lo haremos? — preguntó el Coronel de Ingenieros amigablemente.
Sologdin replicó como si estuviera leyendo un papel impreso, como si desde hace mucho tiempo estuviera decidido:
—Como primer paso, me gustaría evitar trabajar con Oskolupov. Sucede que es el tipo de persona a quien le gusta ser coinventor. No espero esa jugarreta de usted. No me equivoco, ¿verdad?
Yakonov asintió con alegría. ¡Oh, cuan aliviado estaba, y había estado aun antes de las últimas palabras de Sologdin!...
—También debo recordarle que el dibujo todavía... hasta ahora... está quemado. Si en realidad quiere continuar con mi proyecto, encontrará la manera de informar al ministro de mi persona en forma directa. Si eso es imposible, al delegado del ministro. Haga que él, personalmente, firme una orden nombrándome jefe de diseños. Esa será mi garantía y me pondré a trabajar. Necesitaré la firma del ministro porque voy a establecer un sistema sin precedentes con mi grupo. No apruebo el trabajo nocturno ni los domingos heroicos, ni la trasformación del personal científico en muertos que caminan. Los expertos deberían llegar a su trabajo con tanto entusiasmo como si fueran a encontrarse con sus amantes. — Sologdin hablaba cada vez con más entusiasmo y libertad, como si Yakonov y él se hubieran conocido desde la niñez—. Así es que hay que dejarlos dormir bien, dejarlos descansar.
Hay que permitir que el que quiera aserrar leña para la cocina lo haga.
También tenemos que pensar en la cocina, ¿no está usted de acuerdo?
De pronto la puerta de la oficina se abrió. El calvo y delgado Stepanov entró sin llamar, los cristales de sus anteojos brillaban siniestros.
—Antón Nikolayevich —dijo con solemnidad—. Tengo algo importante que decirle.
¡Stepanov se había dirigido a alguien por su nombre y patronímico! ¡Era increíble!
—¿De manera que esperaré la orden? — preguntó Sologdin, levantándose.
El Coronel de Ingenieros asintió. Sologdin salió con un paso ligero y firme.
Yakonov no comprendió al principió de qué estaba hablando el organizador del Partido con tanta animación.
—¡Camarada Yakonov! Algunos camaradas de la Sección Política acaban de venir a verme, y me endilgaron una buena reprimenda. He permitido que se cometan serios errores. He permitido a un grupo, digamos de cosmopolitas sin raíces, construir su nido en la organización de nuestro partido. Y he demostrado miopía política. No lo ayudé a usted cuando trataron de perseguirlo. Pero no debemos tener miedo de reconocer nuestros errores. Y en este mismo momento usted y yo elaboraremos una resolución juntos, y luego citaremos a una reunión abierta de Partido... y le daremos un pesado golpe a los parásitos serviles.
Los asuntos de Yakonov, que hasta ayer eran tan desesperados, habían virado ahora a su favor.
CIENTO CUARENTA Y SIETE RUBLOS
Antes del receso para el almuerzo, el oficial de guardia Zhvakun colocó en el pasillo una lista de los zeks que el Mayor Myshin deseaba ver en su oficina durante el intervalo. Se sabía que esos zeks eran llamados para recibir cartas y ser notificados, de órdenes de pago depositadas en sus cuentas personales.
El procedimiento de entregar cartas al zek se llevaba a cabo en secreto en las prisiones especiales. Por supuesto, no podía hacerse en una forma rutinaria como cuando se está en libertad —confiando la carta a cualquier cartero vagabundo. El "policía", que ya había leído la carta y decidido que no era criminal ni incendiaria, se la daba al prisionero detrás de una gruesa puerta, acompañando la acción con un sermón. Se entregaba la carta sin intentar ocultar el hecho de que había sido abierta, destruyendo con ello el último vestigio de intimidad entre dos personas que se aman. Para entonces la carta había pasado por varias manos, algunos pasajes habían sido extractados y luego incluidos en el prontuario del prisionero, había sido sellada con el sello negro y sucio del censor, y había perdido hasta el menor significado personal y adquirido la importancia más grande de documento de estado. En verdad, en algunas sharashkasse entendía tan bien esta importancia, que las cartas rara vez se entregaban al prisionero; sólo le permitían que las leyera, raramente dos veces, y en presencia del "policía" tenía que firmar al final de la carta como prueba de que la había leído. Si al leer la carta de su esposa o de su madre, el zek trataba de hacer anotaciones a fin de recordarla, esto hacía surgir sospechas como si hubiera tratado de copiar un documento del Estado Mayor. (El zek en esas sharashkastambién firmaba cualquier fotografía que le enviaran de su hogar, y después de haberlas visto, las incluían en su legajo en la prisión).
De manera que se colocó la lista, y los zeks esperaban en fila sus cartas. Aquellos que deseaban enviar sus propias cartas del mes de diciembre estaban en la misma fila; las cartas que salían también tenían que ser sometidas personalmente al "policía". Esta operación le daba al Mayor Myshin la oportunidad de hablar libremente con sus informantes, y de llamarlos a su oficina fuera de sus horarios regulares. Pero para proteger la identidad de cualquier informante que pasaba mucho tiempo con él, el "policía" también retenía en su oficina a zeks honestos.
