En el primer ci­rculo

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En el primer ci­rculo
Название: En el primer ci­rculo
Дата добавления: 15 январь 2020
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En el primer ci­rculo - читать бесплатно онлайн , автор Солженицын Александр Исаевич

En una oscura tarde del invierno de 1949, un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS llama a la embajada norteamericana para revelarles un peligroso y aparentemente descabellado proyecto at?mico que afecta al coraz?n mismo de Estados Unidos. Pero la voz del funcionario quedaba grabada por los servicios secretos del Ministerio de Seguridad, cuyos largos tent?culos alcanzan tambi?n la Prisi?n Especial n? 1, donde cumplen condena los cient?ficos rusos m?s brillantes, v?ctimas de las siniestras purgas estalinistas, y donde son obligados a investigar para sus propios verdugos. A esa prisi?n «de lujo», que es en realidad el primer c?rculo del Infierno dantesco, donde la lucha por la supervivencia alterna con la delaci?n y las trampas ideol?gicas, le llega la misi?n de acelerar el perfeccionamiento de nuevas t?cnicas de espionaje con el fin de identificar lo antes posible la misteriosa voz del traidor...

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Poniendo ambas manos en su cinturón, el teniente dijo:

—¡Vamos, Yegorov, acabe con esto! Limpie desde la entrada principal hasta la guardia y desde la jefatura hasta la cocina. También el patio de ejercicios. ¡Acabe con esto!

—¡Acabe! ¡Acabe! Si sigue acabando no quedará nada para su esposa —musitó Spiridon, marchándose por la nieve recién caída, en busca de una pala.

—¿Qué? ¿Qué dijo usted? — preguntó el teniente amenazadoramente. Spiridon lo miró de frente:

—¡Dije jawohl, jefe, Jawohl! — Los alemanes también solían decir cosas, y Spiridon también les respondía ¡Jawohl!—Dígales en la cocina que me guarden algunas papas...

—Muy bien. ¡Andando!

Spiridon siempre se había comportado con sensatez, nunca había discutido con las autoridades. Pero hoy estaba amargado... porque era lunes a la mañana, porque tenía que comenzar a trabajar sin haber tenido la oportunidad de restregarse los ojos, siquiera, porque creía que pronto recibiría una carta de su casa y tenía la premonición de un desastre. La amargura de todos estos cincuenta años de marchar por la tierra, se hizo algo quemante en su pecho.

Ya no caía nieve. Los tilos estaban inmóviles. Estaban blancos, no por la nevada de ayer, sino por la nieve recién caída. El cielo oscuro, la quietud, le decían a Spiridón que esta nieve no duraría mucho.

Spiridon se puso a trabajar ceñudo, pero una vez que empezó, después de las cincuenta paladas, trabajaba tranquilo y hasta con alegría.

Tanto él como su esposa eran de ese tipo de personas que encuentra alivio en el trabajo a todo lo que oprime sus corazones. Y así las cosas se hacían más fáciles.

Spiridon no comenzó su tarea limpiando el sendero desde la guardia, para los jefes, como le habían dicho, sino de acuerdo a su propio discernimiento: primero, el sendero a la cocina; y luego un sendero circular en el área de ejercicios, de tres paladas de ancho, para sus hermanos zeks.

Entre tanto, sus pensamientos se detenían en su hija. Su esposa y él ya habían vivido su parte. Sus hijos, aun cuando también estaban detrás de alambradas de púas, eran hombres después de todo. Para el hombre que aguanta se forja el futuro. ¿Pero la hija?

Aun cuando Spiridon no veía nada con un ojo, y sólo tenía una visión parcial con el otro, recorrió todo el patio de ejercicios haciendo un óvalo perfecto. Todavía no había luz; eran sólo las siete, cuando los primeros entusiastas del aire puro, Potapov y Khorobrov, quienes se habían levantado y lavado antes de diana, trepaban por la escalera al patio.

El aire estaba racionado y tenía gran valor.

—¿Qué ha sucedido, Danilich? — preguntó Khorobrov, levantando él cuello de su gastado sobretodo civil negro, con el que había sido arrestado—. ¿No se acostó?

—¿Cree usted que estas víboras dejarían dormir a una persona? — respondió Spiridon. Pero su cólera de la mañana temprano ya lo había abandonado. Durante la hora de trabajo silencioso, todos los negros pensamientos sobre sus carceleros se habían desvanecido, y se quedó con la viva determinación de un hombre acostumbrado al sufrimiento. Sin ponerlo en palabras en su mente, Spiridon había decidido en su corazón que su hija había caído en falta, en una u otra forma, las cosas ya serían bastantes difíciles para ella; la acogería con dulzura, sin maldecirla.

Pero hasta este importante pensamiento con respecto a su hija, que le había llegado desde los inmóviles tilos antes del amanecer, se veía ahora retrocediendo por los pequeños problemas del día: dos tablones que estaban enterrados en alguna parte bajo la nieve; la escoba, a la que había que a justar más el cabo.

También había limpiado el camino de la guardia para los automóviles y para los empleados libres. Spiridon puso la pala sobre su hombro, dio vuelta por el edificio de la sharashka, y desapareció.

Sologdin salió a cortar madera, ligero, delgado, con su chaqueta forrada que lo defendía bien del frío puesta descuidadamente sobre sus hombros. Después de la discusión sin objeto sostenida con Rubín el día anterior, y de todas las irritantes acusaciones, había dormido mal por primera vez en sus dos años en la sharashka. Ahora necesitaba aire, soledad y espacio para pensar las cosas. Había leña aserrada; todo lo que tenía que hacer era partirla.

Potapov estaba caminando con lentitud con Khorobrov cuya pierna lastimada le hacía renguear un poco. Vestía el abrigo del Ejército Rojo, que le habían entregado cuando lo mandaron en un tanque como tropa de asalto en la toma de Berlín. (Había sido un oficial, pero ellos no reconocían rangos de oficiales entre los prisioneros).

Khorobrov apenas pudo sacudir su somnolencia y lavarse, pero su mente siempre alerta ya estaba vigilante. Las palabras que brotaban de él parecían describir un arco sin rumbo en el aire oscuro, y volvían hasta él para desgarrarlo:

—¿Recuerdas que hace mucho tiempo leímos que la línea de montaje en la fábrica Ford convertía al trabajador en una máquina, que la línea de montaje es el aspecto más inhumano de la explotación capitalista? Pero han pasado quince años, y ahora nosotros aclamamos esa misma línea de montaje, rebautizándola "Línea de la Abundancia", como la mejor y más nueva forma de producción. Si se hiciera necesario bautizar a toda Rusia, Stalin la enlazaría con el ateísmo.

Potapov siempre estaba melancólico por las mañanas. Era el único momento en que podía pensar en su vida arruinada, en su hijo creciendo sin él, en su esposa desperdiciándose sin él. Avanzando el día, el trabajo lo absorbía y no había tiempo para pensar.

Potapov aquilataba el excesivo descontento que traslucían las palabras de Khorobrov y que podrían conducirlo a sus propios errores. En consecuencia, caminó en silencio, desmañadamente, tirando hacia adelante su pierna lastimada y trató de respirar con más profundidad y regularidad.

Completaban un círculo después de otro.

Otros se les reunieron. Caminaban solos o en parejas o de a tres. Por distintas razones reservaban las conversaciones para sí, y evitaban acercarse demasiado y no alcanzar a los otros innecesariamente.

Recién amanecía. Oscurecido por nubes de nieve, el cielo estaba retrasado en sus rayos matutinos. Los faroles todavía formaban círculos amarillos en la nieve.

El aire estaba fresco; la nieve recién caída no crujía bajo los pies, sino que se aplastaba suavemente.

Erguido y alto, con un sombrero de fieltro (nunca había estado en un campo de prisioneros) Kondrashev-Ivanov caminaba con su compañero de litera, el pequeño y delgado Gerasimonovich. Éste, que llevaba una gorra con visera, no llegaba al hombro de Kondrashev.

Gerasimonovich, abrumado por su visita, había permanecido en cama, como, un inválido, durante todo el domingo, El grito de su mujer al despedirse, lo había conmovido. Esta mañana había reunido toda su energía para salir a caminar. Arropado y temblando, inmediatamente había querido volver a entrar en la prisión. Pero tropezó con Kondrashev-Ivanov y después de haber dado una vuelta en círculo por el patio, se olvidó de sus problemas por el resto de la hora.

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