-->

El Judas de Leonardo

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El Judas de Leonardo, Perutz Leo-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El Judas de Leonardo
Название: El Judas de Leonardo
Автор: Perutz Leo
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 297
Читать онлайн

El Judas de Leonardo читать книгу онлайн

El Judas de Leonardo - читать бесплатно онлайн , автор Perutz Leo

Mil?n, 1498. Leonardo da Vinci est? terminando su ?ltima Cena para Santa Maria delle Grazie, un fresco en el que lleva tres a?os trabajando. Pero topa con un ?ltimo escollo: el maestro no encuentra un modelo en el que inspirarse para el rostro de Judas. Hasta que se cruza en su camino Joachim Behaim, un honesto comerciante alem?n que llega a Mil?n para cobrar una deuda de un usurero y se enamora de una joven, que resulta ser la hija del deudor. Leonardo se inspirar? en ?l para pintar al disc?pulo que traicion? a Jes?s y al apropiarse el pintor de su rostro la vida de Joachim cambiar? para siempre… Este libro p?stumo de Perutz es el canto del cisne del genial escritor: una bell?sima inscursi?n en la novela hist?rica y una honda reflexi?n sobre el azar que gobierna nuestras vidas, sobre el amor y la traici?n.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 9 10 11 12 13 14 15 16 17 ... 43 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

– Ya me había dado cuenta -reconoció el pintor con una sonrisa apurada-. Y aunque decía que no me preocupaba por vuestros dos ducados…

– Preocupaos más bien por el vuestro -le interrumpió Behaim-, pues prácticamente lo habéis perdido. Sólo tengo que averiguar dónde vive o se aloja ese Boccetta o dónde se le puede encontrar y luego ya le presentaré mis respetos. Y que vuestro ducado esté listo para viajar. Despedíos de él, dadle algún buen consejo para el camino, pues irá conmigo a Oriente.

– ¡Señor! -dijo D'Oggiono-. Eso lo dudo mucho y mis dudas están bien fundadas, aunque por desgracia, también debo confesar que mis ducados siempre han sido un poco errantes, nunca han querido quedarse conmigo mucho tiempo. Y en cuanto a Boccetta, no es un hombre difícil de encontrar. Sólo tenéis que ir hasta la puerta de Vercelli y luego seguir todo recto por la carretera hasta que veáis a mano izquierda varios montones de piedras que en otros tiempos fueron el muro de un huerto. Entonces atravesáis el huerto y allí puede ocurrir que os caigáis en el pozo que está completamente cubierto de cardos. Si evitáis ese peligro, llegaréis a una casa, o si preferís a una cuadra de muías, pues se encuentra en un estado lamentable, o sea que llegaréis a cuatro muros con un tejado, en resumen, preguntad por la casa del Pozo cuando hayáis dejado atrás la puerta de Vercelli.

– Pasada la puerta de Vercelli, pregunto por la casa del pozo -repitió Behaim-. Eso no es difícil de retener. ¿Y allí encontraré a Boccetta?

– Suponiendo que a vuestra llamada os abran la puerta -explicó D'Oggiono- y suponiendo que no halléis antes un fin ignominioso en el fondo del pozo, encontraréis a Boccetta en esa casa. Y ahora os diré el curso que seguirá esta historia. Cuando se entere de vuestro nombre y del motivo de vuestra visita, estará, justo ese día, agobiado de trabajo, dispuesto a salir a cenar en ese preciso instante, tendrá una cita ineludible por un asunto importante, estará cansado de los negocios del día, tendrá que emprender una peregrinación para obtener unas indulgencias, escribir y enviar cartas, se sentirá enfermo y necesitará tranquilidad… si no opta simplemente por daros con la puerta en las narices.

– ¡Por quién me tomáis! -exclamó Behaim indignado-. ¿Pensáis que no sabría responder a tales excusas? Cobrar forma parte de mi profesión como moler colores de la vuestra. ¿Para qué serviría yo, si no fuese capaz de hacerlo?

Tomó su abrigo, lo examinó y lo alisó cuidadosamente, Pasó la mano por el costoso forro de piel para quitarle algunas briznas de paja que se habían pegado, y luego cogió su barreta que había colocado D'Oggiono sobre la cabeza de un san Sebastián tallado en madera al llegar a casa la noche anterior, y se acercó a la ventana para ver qué tiempo hacía.

La ventana daba a un patio estrecho, cubierto de escasa hierba y rodeado de una valla; en el extremo alejado del patio había una cuadra. Y allí, para sorpresa suya, Behaim descubrió a Mancino que, provisto de cubo y cepillo estrillaba un caballo pío mientras un segundo caballo bayo, estaba al lado atado a un poste. Mancino, que trabajaba con ahínco, no levantó la vista, y Behaim tuvo de nuevo la sensación de que ya había visto muchos años antes esa cara sombría y arrugada. Pero no se detuvo demasiado en ese recuerdo fugaz, en seguida se puso a pensar en la muchacha que la noche anterior había dado lugar a una discusión entre él y Mancino; la imagen de la joven surgió ante él y la vio caminando sonriente y con los ojos bajos por la calle de San Jacobo y se perdió en sueños.

Si bajo ahora -se le pasó por la cabeza- y le doy a Mancino el pañuelo para que se lo entregue… ella sabrá sin duda quién lo ha encontrado. Y cuando vuelva a cruzarme con ella, se detendrá o se reirá al pasar, pues en Milán las muchachas se pueden permitir algunas libertades cuando tratan con los hombres, y yo diré… Sí, ¿qué le diré?

– ¡Mujer, qué tengo yo que ver contigo!

Behaim giró la cabeza y miró atónito a D'Oggiono que había pronunciado esas palabras en voz alta; parecía como si por obra de magia D'Oggiono hubiese leído la pregunta en su frente y la hubiese contestado siguiendo una intuición.

– ¿Cómo? ¿Cómo? -balbució con voz ronca-. ¿Qué queréis decir y de qué mujer habláis?

– ¡Señor! -contestó D'Oggiono sin interrumpir su trabajo-. Ésas son las palabras que dirigió nuestro Salvador a su santa madre en las bodas de Caná: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?». Consultad el evangelio de san Juan, al principio del todo, capítulo segundo; y en el cuadro yo le doy al Salvador esa actitud y ese gesto, como si acabase de decirlo en ese instante.

– Así es y así está escrito en el Evangelio -dijo Behaim, muy aliviado-. ¿Y sabéis también, señor, que en el patio se encuentra uno de vuestros compañeros, el que anoche me amenazó con un puñal en el Cordero?

– ¿Quién os ha amenazado con un puñal? -preguntó D'Oggiono.

– Ese a quien llamáis Mancino; ignoro cómo se llama en realidad -le informó Behaim.

– Le creo muy capaz -declaró D'Oggiono-. Cuando monta en cólera arremete contra sus mejores amigos con cualquier arma que tenga a mano; es de un carácter muy irascible. Podéis verle todas las mañanas a estas horas en el patio, allí cepilla y hace dar vueltas a los dos caballos del dueño de la Campanilla, pues a los caballos sí que los sabe tratar Mancino, y de esa manera se gana su sopa matutina y algunos soldi que se gasta luego con mujeres en las casas públicas. Nosotros le llamamos Mancino, pues ni él mismo conoce su verdadero nombre y messere Leonardo dice que es un gran misterio que alguien pueda olvidar tan completamente su vida pasada por la lesión de la masa cerebral…

– Eso ya me lo explicó ayer largo y tendido el tabernero del Cordero -le interrumpió Behaim-. Y ahora ha llegado el momento de partir. Os doy las gracias, señor, por vuestras buenas obras, no las olvidaré, os deseo también que vuestro trabajo siga adelante con éxito y recordad lo que os he dicho, os será de provecho. Espero que volvamos a vernos en el Cordero o cuando venga a recoger mi ducado y hasta entonces, ¡que Dios os guarde, señor, que Dios os guarde!

Agitó su birreta y se marchó cerrando tras de sí la puerta sobre la que el hermano Luca había escrito con carboncillo las palabras: «El que vive aquí es un tacaño», por no haber obtenido los dos carlini de D'Oggiono.

– Haced bien vuestro trabajo que no quiero oír quejas de vos -dijo Behaim de buen humor a Mancino pensando que ésa era la mejor manera de entablar una conversación con ese poeta de mercado, taberna y cuadra que cepillaba el caballo.

Mancino levantó la mirada, vio quién estaba a su lado, torció un poco la boca, pero luego dijo en tono amable:

– ¡Buenos días, señor! ¿Habéis estado a gusto en vuestro alojamiento?

– Ha ido mejor de lo que había merecido y de lo que podía esperar -le informó Behaim-. Si ese caballero -señaló con el pulgar hacia la ventana de D'Oggiono- no se hubiese ocupado de mí tan cristianamente, me habrían recogido esta mañana del arroyo.

– Porque vosotros, los alemanes -declaró Mancino-, no sabéis distinguir entre un vino y otro. Ese que os sirvió ayer el tabernero del Cordero no es de los que se pueden beber por jarras.

– Así es -dijo Behaim-. Uno siempre comprende las cosas después. Hoy me habláis con mucha cordura pero ayer bufabais como un demente.

– Porque -se disculpó Mancino- no parabais de hablar de aquella muchacha aunque yo os rogaba insistentemente que dejaseis de hacerlo. No quería que mis compañeros se enterasen de la amistad y del afecto que siento por esa criatura. Ellos se habrían frotado las manos y no habrían dudado en arrastrar por todos los charcos y callejuelas de la ciudad la reputación de la pobre muchacha. En adelante recordad esto, señor: ¡ni una palabra sobre esa muchacha delante de mis compañeros!

1 ... 9 10 11 12 13 14 15 16 17 ... 43 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название