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Los hermanos Karamazov

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Los hermanos Karamazov
Название: Los hermanos Karamazov
Дата добавления: 15 январь 2020
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Los hermanos Karamazov - читать бесплатно онлайн , автор Достоевский Федор Михайлович

Tragedia cl?sica de Dostoievski ambientada en la Rusia del siglo XIX que describe las consecuencias que tiene la muerte de un padre posesivo y dominante sobre sus hijos, uno de los cuales es acusado de su asesinato.

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—Es un secreto, pero tú estás al corriente —repuso Gruchegnka, preocupada—. Mi oficial está a punto de llegar.

—Eso he oído decir. ¿Está ya cerca de aquí?

—En Mokroie. Desde allí me enviará un mensajero. Acabo de recibir una carta suya y espero su mensaje.

—¿Y qué hace en Mokroie?

—La explicación es larga. Confórmate con lo que te he dicho.

—¿Lo sabe Mitia?

—No sabe ni una palabra. Si lo supiera, me mataría. Por lo demás, ya no le tengo miedo. Bueno, Rakitka; no quiero oír hablar de Mitia. Me ha hecho demasiado daño. Prefiero dedicar todos mis pensamientos y miradas a Aliocha... Sonríe, querido; no pongas esa cara de mal humor... ¡Oh! Ha sonreído. ¡Y con qué dulzura me mira! Yo creía que me detestabas por mi escena de ayer con esa... esa señorita. Estuve muy grosera. En fin, eso ya ha pasado —añadió Gruchegnka pensativa y con una sonrisita perversa—. Mitia me ha dicho que esa joven gritaba: «¡Merecería que la azotasen!» La ofendí gravemente. Quiso seducirme con sus golosinas... En fin, sucedió lo mejor que podía suceder.

Volvió a sonreír.

—Lo que sentiría es haberte disgustado a ti.

—Ya lo ves, Aliocha —dijo Rakitine, sinceramente sorprendido—. Te teme, teme a un tierno polluelo como tú.

—Como un tierno polluelo lo tratarás tú, que no tienes conciencia. Yo lo quiero. Créelo, Aliocha: te quiero con toda mi alma.

—¿Has visto qué desvergonzada? Se te ha declarado, Aliocha.

—Bueno, ¿y qué? Lo quiero.

—¿Y el oficial? ¿Y esa feliz noticia que esperas de Mokroie?

—Son cosas muy distintas.

—Ésta es la lógica de las mujeres.

—No seas pesado, Rakitine. Ya te he dicho que son cosas diferentes. Quiero a Aliocha de otro modo. Te confieso, Aliocha, que no me eras simpático. Soy mala y violenta. Pero, a veces, veía en ti mi conciencia. En ciertos momentos, me decía: «¡Cómo debe de despreciarme!» Esto es lo que pensaba cuando salí de casa de esa señorita. Hace mucho tiempo que me fijé en ti, Aliocha. Mitia lo sabe y me comprende. Te aseguro que a veces me avergüenzo al mirarte. ¿Cuándo y por qué empecé a pensar en ti? No lo sé.

En esto apareció Fenia y depositó en la mesa una bandeja con una botella descorchada y tres vasos llenos.

—¡Ha llegado el champán! —exclamó Rakitine—. Estás excitada, Agrafena Alejandrovna. Cuando bebas, empezarás a bailar.

Luego exclamó:

—¡Qué contrariedad! Las copas están llenas y el champán se ha calentado. Además, la botella no tiene tapón.

Vació su vaso de un trago y lo volvió a llenar.

—¡Hay que aprovechar las ocasiones! —dijo, limpiándose los labios—. ¡Hala, Aliocha; coge tu vaso y bebe! ¿Pero por quién o por qué brindaremos? Levanta tu vaso, Grucha, y bebamos a las puertas del paraíso.

—¿Qué paraíso?

Alzó su vaso. Aliocha hizo lo mismo; pero tomó un sorbo y volvió a depositar el vaso en una bandeja.

—Prefiero no beber —dijo con una dulce sonrisa.

—Entonces, tu resolución de antes ha sido pura jactancia —exclamó Rakitine.

—Si no bebe Aliocha, tampoco yo beberé. Puedes acabar con la botella, Rakitka.

—Empiezan las efusiones —dijo Rakitine con sorna—. ¡Y la niña, sentada en sus rodillas! Él está afligido, y es natural; ¿pero a ti qué te pasa? Aliocha se ha rebelado contra Dios: ¡iba a comer salchichón!

—¿Por qué?

—Porque su starets, el viejo Zósimo, el santo, ha muerto.

—¿Ha muerto? —exclamó Gruchegnka, santiguándose—. ¡Dios mío! ¡Y yo sentada aquí!

Se levantó de un salto y se sentó en el canapé.

Aliocha la miró sorprendido. Su semblante se iluminó.

—No me irrites, Rakitine —dijo enérgicamente—. Yo no me he rebelado contra Dios. Yo no tengo ninguna animosidad contra ti. Sé más comprensivo; correspóndeme. He sufrido una pérdida que me afecta profundamente y tú no eres quién para juzgarme en estos momentos. Toma ejemplo de Gruchegnka. Ya ves lo noble que ha sido conmigo. Yo, dejándome llevar de mis peores sentimientos, he venido aquí convencido de que me enfrentaría con un alma perversa, y me he encontrado con un ser lleno de bondad, con una verdadera hermana... A ti me refiero, Agrafena Alejandrovna. Has regenerado mi alma.

Aliocha hubo de detenerse: estaba tan conmovido, que le temblaban los labios.

—Cualquiera diría que Gruchegnka te ha salvado —dijo Rakitine con una sonrisa burlona—. ¿Pero sabes que quería perderte?

—¡Basta, Rakitka! ¡Silencio los dos! Te lo digo a ti, Aliocha, porque tus palabras me sonrojan: me crees buena y soy mala. Y quiero que tú te calles, Rakitka, porque mientes. Yo me había propuesto perderlo, pero eso ya ha pasado. ¡No quiero volverte a oír hablar así, Rakitka!

Gruchegnka se había expresado con viva emoción.

—Están furiosos —murmuró Rakitine, mirándolos, perplejo—. Esto parece un manicomio. Pronto se echarán a llorar, no me cabe duda.

—Sí, lloraré —dijo Gruchegnka—. Me ha llamado hermana, y eso nunca lo podré olvidar. A pesar de lo mala que soy, Rakitka, he dado una cebolla.

—¿Una cebolla? ¡Demonio, están locos de verdad!

La exaltación de sus dos amigos asombraba a Rakitine. Sin embargo, era evidente que en aquellos momentos todo contribuía a impresionarlos mucho más de lo normal, cosa que Rakitine debía haber advertido. Pero Rakitine, que poseía gran agudeza para interpretar sus propios sentimientos y sensaciones, era incapaz de descubrir los ajenos, tanto por egoísmo como por inexperiencia juvenil.

—¿Has oído, Aliocha? —continuó Gruchegnka, con una risita nerviosa—. Me he jactado ante Rakitine de haber dado una cebolla. Voy a explicaros esto con toda humildad. Se trata de una leyenda que la cocinera me contaba cuando yo era niña... Había una mala mujer que murió sin dejar a su espalda la menor sombra de virtud. El demonio se apoderó de ella y la arrojó al lago de fuego. Su ángel guardián se devanaba los sesos para recordar alguna buena obra de la condenada y poder referírsela a Dios. Al fin, se acordó de una y le dijo al Señor: «Arrancó una cebolla de su campo para dársela a un mendigo.» Dios le contestó. «Toma esta cebolla y tiéndesela a la mujer del lago para que se aferre a ella. Si consigues sacarla, irá al paraíso; si la cebolla se rompe, la pecadora se quedará donde está.» El ángel corrió hacia el lago y le tendió la cebolla a la mujer. «Toma —le dijo—. Cógete fuerte.» Empezó a tirar con cuidado y pronto estuvo la mujer casi fuera. Los demás pecadores, al ver que sacaban a la mujer del lago, se aferraron a ella para aprovecharse de su suerte. Pero la mujer, en su maldad, empezó a darles puntapiés. «Es a mí a quien sacan y no a vosotros; la cebolla es mía y no vuestra.» En este momento, el tallo de la cebolla se rompió y la mujer volvió a caer en el ardiente lago, donde está todavía. El ángel se marchó llorando... Ésta es la leyenda, Aliocha. No me creas buena; soy todo lo contrario. Tus elogios me sonrojan. Deseaba tanto que vinieras, que prometí veinticinco rublos a Rakitka si te traía. Perdona un momento.

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