-->

Por Quien Doblan Las Campanas?

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Por Quien Doblan Las Campanas?, Хемингуэй Эрнест Миллер-- . Жанр: Классическая проза. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Por Quien Doblan Las Campanas?
Название: Por Quien Doblan Las Campanas?
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 217
Читать онлайн

Por Quien Doblan Las Campanas? читать книгу онлайн

Por Quien Doblan Las Campanas? - читать бесплатно онлайн , автор Хемингуэй Эрнест Миллер

Nadie es una isla, completo en s? mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porci?n de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por qui?n doblan las campanas; doblan por ti.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

«Le veré en el Gaylord -se dijo de nuevo- cuando todo esto haya terminado. No te engañes. Te portas perfectamente. En frío. No trates de engañarte. No volverás a ver nunca a Durán, y la cosa no tiene importancia. No lo tomes tampoco así. No te permitas tampoco esos lujos. Nada de resignación heroica. No hacen falta en estas montañas ciudadanos provistos de resignación heroica. Tu abuelo se batió durante cuatro años, en nuestra guerra civil, y tú apenas si estás ahora al fin del primer año. Tienes aún mucho camino que andar y estás dotado para hacer este trabajo. Y ahora tienes también a María. En fin, lo tienes todo. No debieras preocuparte. ¿Qué importancia tiene una pequeña escaramuza entre una banda de guerrilleros y un escuadrón de caballería? Ninguna. Aunque corten cabezas. ¿Es que eso cambia de algún modo las cosas? Nada en absoluto. Los indios arrancaban el cuero cabelludo todavía cuando tu abuelo estaba en Fort Kearny, despues de la guerra. ¿Te acuerdas del armario, en el despacho de tu padre, con las puntas de flechas en uno de los estantes y los tocados de guerra pendientes del muro, con las plumas de águila y el olor a cuero ahumado de las polainas y los chaquetones de piel de ante y el tacto de los mocasines bordados? ¿Te acuerdas del gran arco en un rincón del armario y de los dos carcajes de flechas de caza y guerra y de la impresión que te producía el paquete de flechas cuando pasabas la mano sobre él?

»Acuérdate de cosas de ese estilo. Acuérdate de algo concreto, práctico; acuérdate del sable de tu abuelo, brillante y bien engrasado en su estuche abollado, y del abuelo, enseñándote cómo la hoja se había adelgazado a fuerza de haber sido afilada muchas veces. Acuérdate de la «Smith and Wesson» del abuelo. Era una pistola de ordenanza, de un solo disparo, del calibre 7'65 y no tenía guarda del gatillo. El juego del gatillo era lo más suave y fácil que has probado nunca y la pistola estaba siempre bien engrasada y limpia, aunque el repujado se había ido borrando por el uso, y el metal oscuro de la culata y del cañón estaban suavizados por el roce de cuero del estuche. La pistola estaba en un estuche que tenía las iniciales U. S. sobre la solapa y se guardaba en un cajón con los utensilios de limpieza y doscientos cartuchos. Las cajas de cartón de los cartuchos estaban envueltas cuidadosamente y atadas con hilo encerado. Podías sacar la pistola del cajón y tenerla en las manos. "Tenla en las manos todo lo que quieras", solía decir el abuelo. "Pero no puedes jugar con ella porque es una arma seria."

»Un día preguntaste al abuelo si había matado a alguien con ella, y el abuelo respondió: "Sí." Entonces, tú dijiste: "¿Cuándo fue eso, abuelo?" Y él dijo: "Durante la guerra de rebelión", y después tu dijiste: "Cuéntamelo, abuelo". Y él dijo: "No tengo ganas de hablar de eso, Robert." Y luego, tu padre se mató con esa pistola, y te sacaron del colegio para asistir a sus funerales. Y el forense te dio la pistola después de las investigaciones judiciales, diciendo: "Bob, supongo que acaso quieras conservar esta arma. Debería guardarla, pero sé que tu papá la tenía en gran estima, porque su papá la había llevado durante toda la guerra y la trajo por aquí cuando vino con la caballería, y sigue siendo una arma muy buena. La he probado esta tarde. La bala no hace ya mucho daño, pero aún se puede dar en el blanco con ella".»

Había vuelto a poner la pistola en su sitio, en el cajón, pero al día siguiente la sacó y se fue a caballo con Chub hasta lo alto de la montaña, por encima de Red Lodge; allí, en donde después se ha construido una carretera a través del puerto y de la llanura del Diente del Oso. El viento es allí delgado y cortante y hay nieve en las cumbres durante todo el verano… Se habían detenido cerca del lago que dicen que tiene doscientos cincuenta metros de profundidad, un lago verdeoscuro, y Chub había cuidado de los caballos mientras Robert había subido a un peñasco y se había inclinado, para contemplar su rostro en el agua inmóvil. Se había visto con la pistola en la mano y luego la había sostenido un rato, manteniéndola sujeta del cañón, y por fin la había soltado y la había visto hundirse en el agua, levantando burbujas en la clara superficie, hasta que sólo fue como un dije de reloj y hasta que desapareció después. En seguida se bajó del peñasco y saltando sobre la silla, dio tal espolazo a la vieja Bess, que la yegua se encabritó de golpe como un caballito de cartón. La obligó a ir por el borde del lago y cuando la yegua se puso otra vez razonable, volvieron a tomar el sendero. «Yo sé por qué has hecho eso con la vieja pistola, Bob», dijo Chub. «Bueno, entonces no tendremos que volver a hablar de ello», le contestó él.

No volvieron a hablar jamás, y ése fue el final de las armas del abuelo, a excepción del sable… Tenía aún el sable en un baúl, en Missoula, con el resto de sus cosas.

«Me pregunto qué hubiera pensado el abuelo de esta situación -se dijo-. El abuelo era un soldado condenadamente bueno. Todo el mundo lo decía. Se aseguraba que, de haber estado con Custer, no le hubiera consentido dejarse atrapar. ¿Cómo no vio la humareda ni el polvo de todas aquellas cabañas a lo largo de Little Big Horn, a no ser que hubiera una espesa niebla matinal? Pero no hubo niebla alguna aquella mañana. Me gustaría que el abuelo estuviese aquí, en mi lugar. En fin, quizás estemos juntos mañana por la noche. Si existe realmente una condenada tontería como el más allá, que estoy seguro de que no existe, me causaría verdadero placer hablar con él. Porque tengo un montón de cosas que quisiera preguntarle. Tengo derecho a hacerle preguntas, ahora que yo he hecho también esas cosas. No creo que le desagradase que le hiciera esas preguntas. Antes no tenía derecho a preguntarle. Comprendo que no me contase nada porque no me conocía. Pero ahora creo que nos entenderíamos muy bien. Me gustaría poderle hablar ahora y pedirle consejo. Diablo, aunque no me aconsejara, me gustaría hablar con él. Sencillamente. Es una lástima que haya un lapso de tiempo tan grande entre dos tipos como él y yo.»

Luego siguió meditando y se dio cuenta de que si hubiera encuentros en el más allá, su abuelo y él se verían muy confusos por la presencia de su padre.

«Todo el mundo tiene derecho a hacer lo que hace -pensó-, pero aquello no estuvo bien. Lo comprendo, pero no lo apruebo. Lache, ésa es la palabra. Pero ¿lo comprendes realmente? Por supuesto, lo comprendo, pero… Sí, pero… Hay que hallarse terriblemente replegado sobre uno mismo para hacer una cosa como ésa. Diablo, quisiera que mi abuelo estuviese aquí. Aunque sólo fuese por una hora. Quizá me haya transmitido lo poco que yo he logrado averiguar por medio de ese otro que hizo tan mal uso de la pistola. Quizá fuera la única comunicación que hayamos tenido. Pero, diablo, sí, diablo, siento que nos separen tantos años; porque me hubiera gustado que me enseñara lo que el otro no me enseñó jamás. Pero ¿y si el miedo que el abuelo debió de sentir y de tratar de dominar, el miedo del que no pudo deshacerse más que al cabo de cuatro años o más de combates contra los indios, aunque, en el fondo, no debió de sentir realmente mucho miedo, si ese miedo hubiera hecho del otro un cobarde, como sucede casi siempre con la segunda generación de los toreros? ¿Y si hubiera sido eso? ¿Y si la buena savia no hubiese rebrotado con fuerza más que pasando por aquel otro? No olvidaré lo mal que me sentí cuando supe por primera vez que mi padre era un cobarde. Vamos, dilo en inglés. Coward. Es más fácil cuando se ha dicho, y no sirve de nada hablar de un hijo de mala madre en lengua extranjera. Pero no era un hijo de mala madre; era un cobarde, simplemente, y eso es la peor desgracia que puede sucederle a un hombre. Porque, de no haber sido cobarde, se hubiera enfrentado con aquella mujer y no se hubiera dejado dominar por ella. Me pregunto cómo hubiera sido de casarse con otra mujer. Bueno, eso no lo sabrás nunca -se dijo, sonriendo-; quizás el espíritu autoritario de ella aportó lo que a él le hacía falta. Y por lo que a ti se refiere, tómalo con calma. No te pongas a hablar de la buena savia ni de todo lo demás antes de que pase mañana. No te felicites demasiado pronto. Y no te felicites de ninguna manera. Ya se verá mañana qué clase de savia tienes tú.»

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название