Archipielago Gulag
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Cuando en el a?o 1974 se public? Archipi?lago Gulag, los espa?oles del PCE eran los protagonistas de la Transici?n, defend?an los derechos humanos, la reconciliaci?n, las elecciones libres, la amnist?a y la democracia. En toda Europa, los comunistas hab?an sido la principal fuerza antifascista y adoraban a la URSS por ser el primer Estado obrero del planeta que hab?a derrotado a Hitler. Eran indulgentes con la dictadura del proletariado y achacaban las purgas, el hambre y la polic?a secreta al aislamiento, el cerco, a la guerra fr?a y a la propaganda imperialista. Pero despu?s de que se public? Archipi?lago Gulag, aunque no se leyera por decoro y disciplina, los comunistas de todo el mundo, y especialmente los de Espa?a, descubrieron que por debajo del anticomunismo doliente y l?rico de Alexandr Solzhenitsyn, estaba el infierno de la verdad. Pocas veces un libro ha causado tanto dolor. Los perseguidos, torturados, encarcelados de este lado se ve?an a s? mismos en la reconstrucci?n de almas, se encontraban entre los desaparecidos y se identificaban con los 227 testigos...
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Mi avisado lector puede adivinar el resto sin mi ayuda: vista la situación, los cofrades ocupan el piso superior de la sentina, cerca de la escotilla, o sea, donde hay más aire y luz. Controlan la distribución del pan siempre que les haga falta y si el traslado está siendo duro no se andan con remilgos y bañen el santo chusco*(es decir, se hacen con la ración del gris rebaño). Durante el largo camino, los ladrones matan el tiempo jugando a los naipes, que ellos mismos se fabrican. Sacan para apuestas sometiendo a los panolisal pasamanos,o sea, cacheándolos a todos a fondo, tanto a los de su sector de la gabarra como a los de cualquier otro. Durante cierto tiempo las cosas robadas se ganan y pierden varias veces a las cartas, pero luego se envían arriba, a la escolta. Sí, el lector lo ha adivinado: los cofrades echan alpiste alos guardianes y éstos se quedan los objetos robados o los venden en los embarcaderos y entregan a cambio comida a los ladrones.
¿Resistencia? Sí la hay, aunque muy pocas veces. He aquí un episodio cuyo recuerdo se ha conservado. Ocurrió en 1950, en una barcaza de ésas, dispuesta de modo semejante, sólo que más grande, una barcaza de cabotaje marítimo. Durante un transporte Vladivostok-Sajalín, siete muchachos desarmados, condenados por el Artículo 58, plantaron cara a los cofrades (todos perros),alrededor de ochenta (y como siempre, no iban desprovistos de cuchillos). Los perros ya habían registrado a toda la partida de presos en la prisión de tránsito «Tres-Diez» de Vladivostok. Los habían cacheado con minucia —no peor que los carceleros, porque se conocen todos los escondrijos— pero sabían también que en un pasamanossiempre se escapa algo. Conscientes de esto, una vez en la sentina
anunciaron arteramente: «El que tenga dinero puede comprar tabaco». Y Misha Grachov sacó tres rublos que llevaba escondidos en la cazadora guateada. Entonces uno de los perros, Volodka [294]«el Tártaro», le increpó: «¿Qué pasa, bujarrón, es que tú no pagas impuestos?».Y se echó sobre él para quitarle el dinero. Pero Pável (no se ha conservado el apellido), brigada del ejército, lo apartó de un empujón. Volodka «el Tártaro» le hizo la horquillaen los ojos, pero Pável lo derribó. En esto acudieron otros perros, unos veinte o treinta, pero en torno a Grachov y Pável se levantaron Volodia Shpakov, ex capitán del ejército, Seriozha Potápov, Volodia Reunov, Volodia Tre-tiujin, también ex brigadas del ejército, y Vasia Kravtsov. ¿Y qué pasó? El lance no pasó de unos cuantos puñetazos por ambos bandos. Los cofrades habían hecho gala de su ancestral e intrínseca cobardía (que siempre camuflan bajo una máscara de dureza y desapego), o quizá fue que les estorbaba la proximidad del centinela (ocurrió debajo mismo de la escotilla), o tal vez que se reservaban para otra tarea de más trascendencia social: se proponían adelantarse a los ladrones decentesy hacerse con el control de la prisión de tránsito de Aleksandrovsk (la misma que describe Chéjov) [295]y de las obras de Sajalín (pero, naturalmente, no para ponerse ellos a trabajar). Lo cierto es que acabaron retrocediendo y que todo quedó en amenazas: «¡Cuando desembarquemos os vamos a hacer picadillo!».(En resumen, que no hubo pelea ni hicieron «picadillo» a nadie. En la prisión de tránsito de Aleksandrovsk esperaba a los perros un contratiempo: ya estaba en manos de los «decentes».)
Los barcos de vapor que van a Kolymá están organizados de manera semejante a las gabarras, si bien en ellos todo es a mayor escala. Por extraño que parezca, todavía siguen con vida algunos presos que en la primavera de 1938 partieron hacia allá en la célebre expedición del Krasin,que abría paso entre los hielos primaverales a un puñado de viejos cascarones: el Dzhurma,el Kulu,el Nevostróiy el Dneprostrói,todos de vapor.
Las sucias y frías sentinas se dividían también en tres plantas, pero además, en cada una había literas de dos pisos hechas de estacas. No todo estaba a oscuras: había algún que otro farol o candil. Permitían a los presos de cada sector salir a cubierta por turno para pasear. Cada vapor transportaba a tres o cuatro mil hombres. Como el viaje duró más de una semana, el pan cargado en Vladivostok se enmoheció, por lo cual hubo que reducir la ración de seiscientos gramos a cuatrocientos. Para comer también les daban pescado, y en cuanto al agua potable..., pues no hay nada que criticar, porque no la había, estaban atravesando dificultades temporales.A los rigores de un traslado fluvial, aquí había que añadir tempestades, mareos, hombres debilitados y abatidos que vomitaban. Carecían de fuerzas para levantarse y yacían entre los vómitos, todo el suelo estaba cubierto de una capa nauseabunda.
Por el camino se produjo cierto episodio político. Los barcos debían atravesar el estrecho de La Perouse, muy próximo a las islas japonesas. Y he aquí que desaparecieron las ametralladoras de las torres, los soldados de escolta se vistieron de paisano, se cerraron las sentinas y se prohibió salir a cubierta. Ya en Vladivostok se había tenido la previsión de reseñar en los documentos de embarque que transportaban —¡no prisioneros, Dios nos libre!— sino mano de obra contratada para trabajar en Kolymá. Los buques avanzaron entre un enjambre de barcas y pequeñas embarcaciones japonesas ajenas a toda sospecha. (En otro viaje, en 1939 sucedió el siguiente caso en el Dzhur-ma:los cofrades salieron de la sentina y consiguieron llegar al almacén, lo saquearon y luego le prendieron fuego. Ocurría esto precisamente cerca de las costas japonesas. Al ver que salía humo del Dzhurmalos japoneses ofrecieron su ayuda, pero el capitán la rehusó y ¡ ni siquiera abrió las escotillas ! Cuando los japoneses se perdieron de vista, arrojaron por la borda los cadáveres de los asfixiados. No así los víveres, chamuscados y casi estropeados, que entregaron en el campo para rancho de los presos.)
Han pasado algunas décadas desde entonces, ¡y cuántas catástrofes no habrán sufrido nuestros buques en todos los mares del mundo! Y eso, en circunstancias en que al parecer no transportaban zeks, sino simples ciudadanos soviéticos ¡Pero siempre rechazan la ayuda, por culpa del secreto, vestido de orgullo nacional! ¡Que nos devoren los tiburones antes de aceptar vuestra mano! El secreto, ése es nuestro cáncer.
Ante Magadán, el convoy quedó atorado en el hielo y ni siquiera el Krasinsirvió de nada (era demasiado pronto para la navegación, pero tenían prisa por entregar la mano de obra) El 2 de mayo desembarcaron a los presos sobre el hielo, lejos de la orilla. Ante los recién llegados se abría el poco halagüeño panorama del Magadán de aquel entonces: montículos volcánicos desiertos, ni un solo árbol, ni un matorral, ni pájaros siquiera, sólo algunas casitas de madera y el edificio de Dals-trói, de un único piso. Sin embargo, seguían con esa farsa de la reeducación,seguían aparentando que no traían sacos de huesos para pavimentar Kolymá —el nuevo Dorado—, sino ciudadanos soviéticos provisionalmente aislados de los demás, ciudadanos que volverían a la vida creadora, y los recibieron con música. La orquesta Dalstrói* tocaba marchas y valses mientras aquellos hombres colmados de sufrimiento, más muertos que vivos, se arrastraban por el hielo formando un gris cortejo, con sus enseres de moscovitas a cuestas (aquella enorme remesa, compuesta íntegramente de presos políticos, no había tenido aún ningún encuentro con los cofrades) y llevando en hombros a otros presos agonizantes, reumáticos o con sólo una pierna (ni los mutilados se libraban de los campos).
