Archipielago Gulag

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Archipielago Gulag
Название: Archipielago Gulag
Дата добавления: 15 январь 2020
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Archipielago Gulag - читать бесплатно онлайн , автор Солженицын Александр Исаевич

Cuando en el a?o 1974 se public? Archipi?lago Gulag, los espa?oles del PCE eran los protagonistas de la Transici?n, defend?an los derechos humanos, la reconciliaci?n, las elecciones libres, la amnist?a y la democracia. En toda Europa, los comunistas hab?an sido la principal fuerza antifascista y adoraban a la URSS por ser el primer Estado obrero del planeta que hab?a derrotado a Hitler. Eran indulgentes con la dictadura del proletariado y achacaban las purgas, el hambre y la polic?a secreta al aislamiento, el cerco, a la guerra fr?a y a la propaganda imperialista. Pero despu?s de que se public? Archipi?lago Gulag, aunque no se leyera por decoro y disciplina, los comunistas de todo el mundo, y especialmente los de Espa?a, descubrieron que por debajo del anticomunismo doliente y l?rico de Alexandr Solzhenitsyn, estaba el infierno de la verdad. Pocas veces un libro ha causado tanto dolor. Los perseguidos, torturados, encarcelados de este lado se ve?an a s? mismos en la reconstrucci?n de almas, se encontraban entre los desaparecidos y se identificaban con los 227 testigos...

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¿Dios mío, qué va a ser de ellos? ¿Será posible que la sentencia sea...? El avezado lector susurra ya: fu ...

Exacto: fu-nambulesca: en vista de su sincero arrepentimiento, se impone a los acusados... ¡una amonestación pública!

Dos raseros diferentes...

Sedelnikov, según dicen, fue condenado a un año de prisión.

Permítanme ustedes que no me lo crea.

¡Oh, trovadores de los años veinte, que nos los pintabais como un radiante estallido de alegría! Mas nosotros, aunque sólo los vimos de refilón y con ojos de niño, ¿cómo habremos de olvidarlos? Aquellas jetas, aquellos morros que acosaban a los ingenieros empezaron a criar grasa precisamente en los años veinte.

Pero ahora sabemos que todo había empezado en 1918...

* * *

En los dos procesos siguientes tendremos que arreglárnoslas sin nuestro queridísimo acusador general: está ocupado con los preparativos del gran proceso contra los eseristas. (En provincias ya se habían visto procesos contra socialistas revolucionarios, como por ejemplo el de Sarátov de 1919.)

Este grandioso proceso había despertado desde el primer momento cierta inquietud en Europa, y el Comisariado del Pueblo para la Justicia de pronto reparó en que contaba con tribunales desde hacía cuatro años, eso sí, pero que aún no tenía un Código Penal, ni viejo ni nuevo. Seguramente, Krylenko también andaba preocupado con esto del Código: antes de ponerse manos a la obra había que dejar todos los cabos bien sujetos.

En cambio, los procesos eclesiásticos en ciernes eran de índole internay carecían de interés para la progresista Europa. Así pues, podían seguir adelante, aunque no hubiera código.

Ya hemos visto que según entendían las autoridades la separación entre Iglesia y Estado, todos los templos y todo cuanto había en ellos colgado, expuesto o pintado, pasaba al Estado, y que a la Iglesia la única casa de Dios que le correspondía era la que, según las Sagradas Escrituras, llevaban los hombres en el alma.Y en 1918, cuando parecía haberse alcanzado la victoria política —más rápida y fácilmente de lo que se esperaba— se dispuso la confiscación de los bienes de la Iglesia. Sin embargo, este primer asalto provocó demasiada indignación popular. En plena vorágine de la guerra civil hubiera sido una imprudencia abrir otro frente interior, esta vez contra los creyentes. No hubo más remedio que aplazar el diálogo entre comunistas y cristianos hasta mejor ocasión.

Al final de la guerra civil, y como consecuencia natural de la misma, hubo en la región del Volga la peor ola de hambre de todos los tiempos. Como esta situación no es precisamente una perla en la corona del vencedor, no suele dedicársele más que un par de líneas. Y sin embargo, fue una hambruna que llevó a los hombres a la antropofagia, hubo padres que se comieron a sus propios hijos, fue un hambre como Rusia no había conocido ni en el Periodo de los Desórdenes* (pues entonces, según atestiguan las crónicas, las gavillas de trigo pasaron varios años bajo la nieve y el hielo sin que nadie las tocara). Bastaría una sola película sobre esta hambre para arrojar luz sobre todo cuanto hemos visto y sobre todo cuanto sabemos de la Revolución y la guerra civil. Pero no hay películas, ni novelas, ni estadísticas: es mejor olvidar, no es una visión agradable. Además, cuando hablamos de oleadas de hambre y de sus causas , estamos acostumbrados a echarle la culpa a los kulaks,¿pero cómo iba a haber kulaks si todo el mundo estaba muriéndose de hambre? V.G. Korolenko, en sus Cartas a Lunacharski(que a pesar de la promesa del destinatario, nunca se publicaron en nuestro país), [197] 02explicaba que el hambre y la miseria generalizados se debieron al total desmoronamiento de la producción (los obreros habían sido llamados a filas) y a la pérdida de confianza de los campesinos, que no contaban con poder conservar ni siquiera una parte de la cosecha. Además, ya llegará el día en que alguien calcule cuántos fueron los interminables trenes cargados de alimentos que —en virtud del Tratado de Brest-Litovsk— estuvimos enviando durante meses desde una Rusia privada hasta del derecho a protestar, vagones procedentes de las regiones que sufrirían el hambre, a la Alemania del Kaiser, que libraba sus últimos combates en Occidente.

Estamos ante una cadena de causas y consecuencias concisa y directa: si en el Volga llegaron a comerse a sus hijos fue porque antes los bolcheviques se habían apoderado del poder por la fuerza provocando una guerra civil.

Pero el político de talento ha de saber sacar partido de las desgracias del pueblo. Fue como un arrebato de inspiración, como matar tres pájaros de un tiro: ¡Pues que los popes den de comer a las gentes del Volga!¿O es que no son almas cristianas y compasivas?

1) Si se niegan, les cargamos a ellos toda la culpa del hambre y acabamos con la Iglesia.

2) Si acceden, dejamos limpios los templos.

3) De un modo o de otro, llenamos de divisas las arcas del Estado.

Es probable que este plan se inspirara en el comportamiento de la propia Iglesia. Como atestigua el patriarca Tijon, ya en agosto de 1921, cuando empezaba el hambre, la Iglesia creó unos comités diocesanos y panrusos de auxilio a los hambrientos e inició una cuestación. Pero permitir la ayuda directa de la Iglesia a las bocas hambrientas era tanto como poner en entredicho la dictadura del proletariado. Se prohibieron los comités y el dinero pasó al erario público. El Patriarca recurrió hasta al Papa de Roma y al Arzobispo de Canterbury, pero también en esto le cortaron las alas, pues sólo el régimen soviético tenía potestad para mantener negociaciones con extranjeros. Además, ¿a qué venía ir dando voces de alarma?: el régimen —decían los periódicos— disponía de recursos propios y suficientes para atajar el problema del hambre.

Pero en el Volga la gente estaba comiendo hierba y suelas de zapato, y royendo los marcos de las puertas. Al final, en diciembre de 1921, el Pomgol* (Comité Estatal de Auxilio a los Afectados por el Hambre) propuso a la Iglesia que hiciera donación de sus tesoros a beneficio de los hambrientos —no todos, sino de los que no fueran canónicamente necesarios para la liturgia—. El Patriarca accedió y el Pomgol dictó una normativa: ¡Toda donación debía ser voluntaria! El 19 de febrero de 1922 el Patriarca hizo pública una carta pastoral que autorizaba a los consejos parroquiales a donar los objetos no sacramentales.

Una vez más, todo podía irse al garete y acabar en un compromiso conciliador que neutralizara la voluntad proletaria.

¡Idea: fulminarlos con un rayo! ¡Idea: lanzarles un decreto! Decreto del VTsIK de 26 de febrero: ¡Incautar todos los tesoros de la Iglesia para socorrer a las víctimas del hambre!

El Patriarca escribió a Kalinin y éste no le respondió. El 28 de febrero el Patriarca publicó una nueva epístola que resultaría fatal: la Iglesia consideraba semejante acto un sacrilegio y no podía consentir la requisa.

Hoy, medio siglo después, es fácil reprochárselo al Patriarca. Posiblemente los altos dignatarios de la Iglesia no debieran haberse detenido a pensar en cosas como: ¿es que acaso el régimen soviético no dispone de otros recursos, ¿ quién había provocado, a fin de cuentas, el hambre en el Volga?; no debieron haberse aferrado a sus riquezas, pues ellas no podían ser la base sobre la que renaciera una fe con renovado vigor (si es que ello llegaba a ocurrir). Pero imaginemos la situación del infeliz Patriarca, elegido justo después de Octubre, y que en los pocos años que habría de estar al frente de la Iglesia no conocería sino acosos, persecuciones y fusilamientos. Y era él quien tenía que protegerla.

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