Archipielago Gulag
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Cuando en el a?o 1974 se public? Archipi?lago Gulag, los espa?oles del PCE eran los protagonistas de la Transici?n, defend?an los derechos humanos, la reconciliaci?n, las elecciones libres, la amnist?a y la democracia. En toda Europa, los comunistas hab?an sido la principal fuerza antifascista y adoraban a la URSS por ser el primer Estado obrero del planeta que hab?a derrotado a Hitler. Eran indulgentes con la dictadura del proletariado y achacaban las purgas, el hambre y la polic?a secreta al aislamiento, el cerco, a la guerra fr?a y a la propaganda imperialista. Pero despu?s de que se public? Archipi?lago Gulag, aunque no se leyera por decoro y disciplina, los comunistas de todo el mundo, y especialmente los de Espa?a, descubrieron que por debajo del anticomunismo doliente y l?rico de Alexandr Solzhenitsyn, estaba el infierno de la verdad. Pocas veces un libro ha causado tanto dolor. Los perseguidos, torturados, encarcelados de este lado se ve?an a s? mismos en la reconstrucci?n de almas, se encontraban entre los desaparecidos y se identificaban con los 227 testigos...
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Veamos el segundo delito de los acusados. Por todo el país se estaba procediendo al registro e incautación de los bienes de la Iglesia (tras el cierre de monasterios y la confiscación de tierras, ahora iban a por las patenas, cálices y candelabros). El Consejo Parroquial difundió una proclama a los fieles: debían oponerse a las requisas tocando a rebato. (¡Era la reacción más natural! ¿No fueron defendidos de este modo nuestros templos cuando los tártaros?)
Y la tercera falta: la incesante presentación de denunciasimpertinentes al Sovnarkom de las vejaciones infligidas a la Iglesia por parte de los funcionarios de cada lugar, de los groseros sacrilegios y ultrajes a la ley de libertad de conciencia. Aunque no se les diera curso, estas denuncias (según afirma Bonch-Bruyévich, secretario general del SNK) hacían que los funcionarios quedaran desacreditados ante los parroquianos.
Una vez examinadas todas las acusaciones, ¿qué condena cabría pedir para tan abominables crímenes? ¿Qué le susurra al lector su conciencia revolucionaria? Exacto: ¡sólo la pena de muerte! Y ésta fue precisamente la petición de Krylenko (para Samarin y Kuznetsov).
Y en plena lucha a brazo partido por respetar la maldita legalidad, mientras soportaban aquellos discursos, demasiado extensos, de unos abogados burgueses demasiado numerosos (discursos que no han llegado a nosotros por razones de orden técnico), se supo que... ¡se había abolido la pena de muerte! ¡Chúpate ésa! No puede ser, ¿cómo es posible? Resulta que Dzerzhinski lo había dispuesto así en la Vecheká (¿La Cheká sin fusilamientos?) ¿Y alcanza la abolición a los tribunales dependientes del Consejo de Comisarios del Pueblo? Todavía no. Krylenko cobró nuevos ánimos y continuó exigiendo el fusilamiento, basándose en lo siguiente:
«Incluso aunque admitiéramos que se ha afianzado la situación de la república y que ya no la amenaza peligro directo alguno que pudiera proceder de estas personas, me parece indudable que en este periodo de edificación [...] la purga [...] de estos viejos camaleones [...] es una exigencia dictada por la necesidad revolucionaria». «La disposición de la Cheká sobre la abolición de los fusilamientos... es algo que enorgullece al régimen soviético.» Pero esto «no nos obliga a suponer que la cuestión haya quedado zanjada de una vez por todas [...] ni que vaya a ser extensiva a cualquier otra época del régimen soviético distinta a la actual» (págs. 80-81).
¡Muy profético! ¡Volverían los fusilamientos, claro que volverían, y además muy pronto! ¡Con la de gente que aún habría que liquidar! Toda una hilera (entre ellos el propio Krylenko y muchos de sus hermanos de clase...)
Pues bien, el tribunal tuvo en consideración estas observaciones y condenó a Samarin y a Kuznetsov a ser fusilados, aunque de forma que pudieran acogerse a la amnistía: ¡los mandaron a un campo de concentración hasta la victoria total sobre el imperialismo mundial!(O sea, que aún deben seguir allí...), y para «el mejor hombre que el clero había sido capaz de dar», quince años conmutados a cinco.
Para que la acusación contara con algo más sólido, se había implicado en el caso a otros acusados: unos frailes y unos profesores de Zvem'gorod relacionados con el «caso Zvenígorod» del verano de 1918, que por alguna razón llevaban año y medio a la espera de juicio (aunque quizá ya estuvieran condenados y si los juzgaban ahora por segunda vez, era porque convenía al caso). Aquel verano, unos agentes de los sovietsse presentaron ante el abad Jonás [187] 6en el monasterio de dicha población y le exigieron (¡muévase! ¡deprisa!) que les entregara las reliquias del venerable Sawa. Los agentes no sólo estaban fumando en el templo (y evidentemente ante el altar) además, como es natural, de no haberse quitado la gorra, sino que encima, el que tenía en sus manos el cráneo del venerable Sawa escupió en su interior para demostrar así que su santidad era imaginaria. No fue éste el único sacrilegio. Todo ello dio lugar a que las campanas tocaran a rebato, tras lo cual en el pueblo se organizó una revuelta que terminó con la muerte de uno de los agentes. Los restantes se obstinaron después en negar que hubieran cometido sacrilegios ni escupido en la calavera y Krylenko se contentó con sus declaraciones.
¿Quién no recuerda tales escenas? La primera impresión de toda mi vida —tendría yo tres o cuatro años— fue en la iglesia de Kislovodsk, cuando entraron los capirotes (chekistas con gorras de punta a lo Budionni), se abrieron paso entre la multitud orante, muda de estupefacción, y fueron derechos hacia el altar a interrumpir el servicio divino, sin quitarse la capucha.
Así pues, los llevaron ante el tribunal ¿A los agentes? No hombre, no... a los frailes.
Rogamos al lector que siempre tenga presente que ya a partir de 1918 se implantó en nuestro país una nueva práctica judicial: entender cada proceso celebrado en Moscú (excepto, como es natural, el injusto proceso contra la Cheká) no como el examen de un caso particular surgido de unas circunstancias fortuitas, sino como una señal de la política judicial; un modelo puesto en el escaparate igual al que desde el almacén se servirá a provincias; un patrón, una solución que se presenta como muestra a los alumnos antes de plantearles una serie de problemas de aritmética, y por la cual deberán resolver por sí mismos el resto.
Así, aunque hablemos de un «proceso contra el clero», debemos entender que los hubo a manos llenas. Por si hubiera dudas, el propio Acusador Supremo nos lo explica de buen grado: «En casi todos los tribunales de la república se desencadenaron »procesos similares (pág. 61). Hace muy poco los hubo en los tribunales de Severodvinsk, Tver, Ria-zán, y también en Sarátov, Kazan, Ufa, Solvychegodsk y Tsa-revokokshaisk. Llevaron a juicio a los clérigos, a los sacristanes y a los feligreses más activos de esa desagradecida «Iglesia ortodoxa liberada por la Revolución de Octubre».
El lector creerá haber visto aquí una contradicción: ¿entonces por qué muchos de estos procesos fueron anteriores al juicio de Moscú que iba a servir como pauta? No es más que un defecto de nuestra exposición. La persecución judicial y extrajudicial de la «Iglesia liberada por el socialismo» había empezado ya en 1918, y a juzgar por el asunto de Zvenígorod había alcanzado ya cierta dureza. En octubre de 1918, el Patriarca Tijon envía una epístola al Consejo de Comisarios del Pueblo denunciando la falta de libertad de apostolado y que «muchos valerosos predicadores de la Iglesia ya han pagado el sangriento tributo del martirio [...]. Habéis puesto las manos sobre los bienes de la Iglesia, reunidos por generaciones de creyentes, no habéis vacilado en violar su postrera voluntad». (Los comisarios del pueblo, como es natural, no leían la epístola, pero sus jefes de negociado debieron partirse de risa: ¡Fíjate qué cosas tienen: la postrera voluntad! ¡A la m... nuestros antepasados! Nosotros sólo trabajamos para las generaciones venideras.) «Se ajusticia a obispos, a sacerdotes, a frailes y a monjas que no han hecho ningún mal, acusándolos sin fundamento de no se sabe qué espíritu contrarrevolucionario vago e indeterminado.» Es cierto que ante el avance de Deníkin y Kolchak contuvieron la persecución para hacer más fácil a los ortodoxos la defensa de la Revolución. Pero así que la guerra civil empezó a decaer, la emprendieron de nuevo con la Iglesia, y como se ve, la persecución se desencadenóen los tribunales. Y en 1920 asestaron un golpe contra el monasterio de la Trinidad* y se llevaron las reliquias del patriotero San Sergio de Radonezh a un museo de Moscú.
