La Carta Esferica

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу La Carta Esferica, Perez-Reverte Arturo Carlota-- . Жанр: Исторические приключения. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
La Carta Esferica
Название: La Carta Esferica
Дата добавления: 15 январь 2020
Количество просмотров: 240
Читать онлайн

La Carta Esferica читать книгу онлайн

La Carta Esferica - читать бесплатно онлайн , автор Perez-Reverte Arturo Carlota

Un marino sin barco, desterrado del mar, conoce a una extra?a mujer que posee, tal vez sin saberlo, respuestas a preguntas que ciertos hombres se hacen desde siglos.

Cazadores de naufragios en busca del fantasma de un barco perdido en el Mediterr?neo, problemas de latitud y longitud cuyo secreto yace oculto en antiguos derroteros y cartas n?uticas, museos navales, bibliotecas…

Nunca el mar y la Historia, la ciencia de la navegaci?n, la aventura y el misterio se hab?an combinado de un modo tan extraordinario en una novela, como en La carta esf?rica. De Melville a Stevenson y Conrad, de Homero a Patrick O’Brian, toda la gran literatura escrita sobre el mar late en las p?ginas de esta historia fascinante e inolvidable.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 76 77 78 79 80 81 82 83 84 ... 109 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Los tres artistas habían terminado su actuación y se despedían entre aplausos. Tomó el relevo música enlatada, a través de altavoces situados en el techo. Una guitarra hizo cling, cling, cling. Alguna pareja salió a bailar. Te vas porque yo quiero que te vayas. Bolero. Por una milésima de segundo tuvo la tentación de invitarla a la pista. Ja. Los dos allí, abrazados, las caras cerca. Y quiero que te besen otros labios, decía la canción. Se imaginó con una mano en su cintura, pisándole los pies como un pato. Además, seguro que ella era de las que interponían los codos.

– Antes -prosiguió, olvidándose del bolero- un capitán tenía que tomar decisiones. Ahora está firmando los documentos en puerto, hay una diferencia de media tonelada, y ya lo tienes telefoneando al armador. ¿Firmo los papeles, no firmo los papeles?… Y en un despacho hay tres tíos, tres basuras con corbata, que le dicen no firmes. Y él no firma.

– ¿Y qué queda del mar?… ¿Cuándo te sientes todavía marino?

En los problemas, explicó él. Cuando tenían un herido a bordo, o cuando se cascaba algo, la gente solía portarse bien. Una vez, contó, un golpe de mar había arrancado la pala del timón del “Palestine”, frente a El Cabo. Estuvieron día y medio al garete, hasta que llegaron los remolcadores. Y los tripulantes volvieron a parecer marinos de verdad. Por lo general no eran más que camioneros del océano y funcionarios sindicados; pero con las crisis retornaba el compañerismo. Un corrimiento de carga, una avería grave. El mal tiempo y todo eso. Las borrascas.

– Suena terrible esa palabra: borrasca.

– Las hay malas y las hay peores. Lo desagradable para un marino es cuando calcula su rumbo y el de la borrasca, y se produce un empate… Quiero decir que llegan los dos al mismo tiempo al mismo sitio.

Hizo una pausa. Había cosas que nunca podría explicarle a ella, decidió. Vientos de fuerza 11 frente a Terranova, murallas de agua gris y blanca hirviendo en una niebla de espuma que la funde con el cielo, pantocazos y crujidos del casco, tripulantes gritando de miedo atados a las literas de sus camarotes, la radio saturada de maydays de barcos en apuros. Y unos pocos hombres con la cabeza tranquila en el puente, o trincando la carga suelta en las bodegas, o abajo en las máquinas entre calderas, turbinas y tuberías, sin saber lo que ocurre arriba, pendientes de los controles y las luces de alarma y las órdenes, preocupados por el chapoteo del gasóleo en los depósitos, por la fisura en el casco que meta agua en el combustible, por la avería en los quemadores que los deje a merced del mar. Marinos intentando salvar un barco y con él sus vidas, acelerando en las bajadas para mantener el control, moderando justo antes de las crestas, buscando espacios entre las olas más grandes para virar cuando el barco ya no aguanta de proa. Y el momento angustioso en que, en plena maniobra, llega una rompiente asesina que golpea el casco de través y lo inclina cuarenta grados mientras la gente, sujeta donde puede, se mira con ojos aterrados, preguntándose si el barco terminará adrizándose o no.

– En esos casos -concluyó Coy en voz alta- todo vuelve a ser como antes.

Sonaba demasiado nostálgico, se temía. Era imposible sentir añoranza del horror. Él se refería a la nostalgia del comportamiento de ciertos hombres en el horror; pero eso resultaba imposible explicarlo en la mesa de un restaurante, ni en ningún otro sitio. Así que resopló un poco, mirando molesto a uno y otro lado. Estaba hablando en exceso, pensó de pronto. No tenía nada de malo hablar, pero él no estaba acostumbrado a contar su vida de esa manera. Se dio cuenta de que Tánger era de los que hacían charlar con facilidad; aquellos cuya conversación consistía en plantear preguntas adecuadas y silencios suficientes para que el otro corriera a cargo del asunto. Truco hábil: aprendes y encima quedas bien sin soltar prenda. Al fin y al cabo, a todo el mundo le encantaba charlar de sí mismo. Es un conversador estupendo, decían luego. Y no había abierto la boca. Cretinos. Él mismo era un bocazas y un cretino, de la quilla a la perilla. Y sin embargo, aun consciente de todo eso, notaba que hablar de aquello, incluso hablar a secas, con Tánger delante y escuchando, le sentaba bien.

– Ahora -dijo un momento después- la navegación romántica con la que uno soñaba de chico va quedando reducida a esos pequeños barcos de pabellón raro que todavía andan haciendo cabotaje por ahí, oxidados, el nombre repintado encima del anterior, con capitanes grasientos y mal pagados… Yo anduve en uno, recién titulado segundo piloto, porque no encontraba trabajo en otro: se llamaba “Otago”, y pocas veces navegué tan a gusto como entonces. Ni siquiera en los barcos de la Zoeline… Pero eso lo supe después.

Ella dijo que tal vez porque en esa época Coy era joven. Y él meditó un momento y luego se mostró de acuerdo. Si, admitió, era probable que entonces fuera feliz porque era joven. Pero con las banderas de conveniencia, los capitanes funcionarios y los armadores para quienes un barco no se diferenciaba gran cosa de un camión tráiler, todo se había ido al carajo. Algunos barcos iban tan cortos de tripulación que necesitaban a bordo gente de tierra para amarrar. Filipinos e hindúes eran ahora tripulantes de élite, y capitanes rusos hasta arriba de vodka partían sus petroleros un poco por aquí y por allá. La única posibilidad de que el mar siguiera pareciéndose al mar era un velero. Así todavía se trataba de él y de ti. Pero de un velero ya no se podía vivir, añadió. Ahí estaba como ejemplo el Piloto.

En el vaso de ella sólo quedaba hielo. Sus dedos de uñas romas jugueteaban dentro, haciéndolo tintinear. Coy hizo ademán de llamar a la camarera, pero Tánger negó con la cabeza.

– La otra noche, en la proa con la bengala, me impresionaste.

Después de decir eso se calló, mirándolo; y era más intensa su sonrisa. Él se rió bajito: otra vez de sí mismo.

– No me extraña. Más impresionado quedé yo cuando caí al agua.

– No hablo de eso. Estaba paralizada viendo aquellas luces que se nos venían encima. Ignoraba cómo actuar… Pero tú ibas haciendo cosas una detrás de otra, sin pensarlas siquiera. Una especie de rutina ante el desastre. No perdiste la calma, ni se te alteró la voz. Y al Piloto, tampoco. El vuestro era una especie de fatalismo. Como si fuese parte del juego.

Coy encogía un poco los hombros, con sencillez. Miraba sus propias manos anchas y torpes. Nunca había imaginado tener que hablar de esas cosas con nadie. En su mundo, o en el mundo acuático del que había sido expulsado hacía poco, todo era demasiado obvio. Sólo en tierra te pedían explicarlo.

– Son las reglas -dijo-. Allá afuera asumes que el desastre va incluido. No de buen grado, claro. Rezas o blasfemas, y si tienes casta luchas hasta el final. Pero lo aceptas. El mar es eso. Puedes ser el mejor marino del mundo, y él va y te liquida. El único consuelo es hacerlo todo lo mejor que sabes… Imagino que así debió de sentirse el capitán del “Dei Gloria”.

La mención del bergantín oscureció la expresión de Tánger. De pronto inclinaba a un lado la cabeza, distraída. Tenía los codos sobre la mesa, el mentón apoyado en las manos. El recorte del cabello le rozaba un hombro.

– No parece un gran consuelo -opinó.

– A mí me vale. Quizá a él le valió también.

Se habían encendido las farolas que iluminaban el contorno de la bahía, y el agua de la orilla tenía reflejos amarillentos bajo la llovizna, rotos por estremecimientos plateados como si bancos de peces minúsculos nadaran cerca de la superficie. La luz del faro era más precisa, con el prolongado haz, que la humedad hacía casi corpórea, girando una y otra vez hacia la negrura cerrada que reptaba sobre el mar.

– Debe de estar muy oscuro allá afuera -dijo ella.

Apuntaba un estremecimiento involuntario en su voz, y eso hizo que la observase con atención: tenía los ojos fijos en la noche.

1 ... 76 77 78 79 80 81 82 83 84 ... 109 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название