Una chica anos veinte
Una chica anos veinte читать книгу онлайн
Me gustar?a dar las gracias a quienes con tanta gentileza me han ayudado a documentarme para este libro: Olivia y Juli?n Pinkney, Robert Beck y Tim Moreton.
Mi inmenso agradecimiento, como siempre, a Linda Evans, Laura Sherlock y todo el maravilloso equipo de Transworld. Y, naturalmente, a Araminta Whitley, Harry Man, Nicki Kennedy, Sam Edenborough, Valerie Hoskins y Rebecca Watson, as? como a mis chicos y al clan familiar al completo.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
- ¿No te dieron ganas de gritarle? ¿No te apeteció probar con él?
- Pues de hecho sí le grité -admite tras una pausa-. No pude resistirme. Estaba enfurecida.
- ¡Fantástico! Bien hecho, ya lo creo. ¿Qué le dijiste?
Me muero de curiosidad. No puedo creer que Sadie se haya enfrentado sola al tío Bill en su playa privada. Para ser sincera, me duele un poco que me dejase fuera. Pero también entiendo que ella tiene derecho a buscar su propia venganza. Y me alegra que le haya dado su merecido. Espero que él lo oyera todo. Palabra por palabra.
- Vamos, cuenta. ¿Qué le dijiste? -insisto-. Explícamelo todo con detalle, desde el principio.
- Le dije que estaba gordo.
¿He oído mal?
- ¿Que estaba gordo? ¿Y ya está? ¿Ésa fue toda tu venganza?
- ¡Es la venganza perfecta! -replica-. Parecía muy abatido. Es un tipo terriblemente vanidoso, ¿sabes?
- Bueno, yo creo que podemos mejorarlo -digo con decisión, dejando la taza-. El plan es el siguiente, Sadie. Tú me dices qué billete he de reservar y mañana cogemos un avión. Y me llevas a esa playa, ¿de acuerdo?
- De acuerdo. -Sus ojos se iluminan de golpe-. Serán como unas vacaciones.
Lo de las vacaciones se lo ha tomado en serio. Demasiado en serio, en mi opinión. Se ha vestido para el viaje con un conjunto largo sin espalda, hecho de un tejido sedoso anaranjado, que ella llama «pijama de playa». Lleva puesto un enorme sombrero de paja, sostiene una sombrilla y una cesta de mimbre y va tarareando una canción que dice no sé qué de estar sur la plage. La veo tan campante que me dan ganas de soltarle que esto es un asunto muy serio y que haga el favor de dejar de retorcerse las cintas del sombrero. Pero, en fin, así es ella. Ya ha visto a tío Bill, le ha chillado y se ha liberado de la tensión. Yo aún tengo la mía, enroscada en mi interior como una víbora. Aún no me he aplacado ni he tomado distancia. Quiero que pague. Quiero que sufra. Quiero.. .
- ¿Más champán? -Una risueña azafata aparece a mi lado.
- Pues.. . -Vacilo y le tiendo la copa-. Sí, gracias.
Viajar en compañía de Sadie es una experiencia única. En el aeropuerto se ha puesto a gritar a los demás pasajeros y ellos nos han dejado pasar hasta el principio de la cola. Luego le ha chillado a la chica de facturación y me ha colocado en primera. Y ahora las azafatas no paran de ofrecerme champán. (A decir verdad, no sé si esto va incluido en el billete o también es cosa de Sadie.)
- ¿A que es divertido? -Se desliza en el asiento contiguo y mira el champán con ojos anhelantes.
- Sí, genial -murmuro, simulando que hablo a un dictáfono.
- ¿Cómo está Ed? -No sé cómo se las arregla para introducir diez matices insinuantes en un par de sílabas.
- Bien, gracias -respondo a la ligera-. Cree que voy a ver a una antigua compañera de colegio.
- ¿Sabes que ya le ha hablado de ti a su madre?
- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
- La otra noche pasé por casualidad por delante de su oficina. Se me ocurrió entrar un momento y resultó que estaba al teléfono. Sólo capté unas frases de la conversación.
- Sadie -siseo-, ¿estabas espiándolo?
- Decía que Londres le sentaba de maravilla. -Simula que no me ha oído-. Y que había conocido a una persona que le hacía alegrarse de que Corinne hubiera hecho lo que hizo. Dijo que nunca se lo habría imaginado, que ni siquiera lo había buscado, pero que había sucedido. Y ella le contestó que se alegraba y que quería conocerte. «Poco a poco, mamá», le dijo Ed. Pero lo dijo riéndose.
- Ya.. . Tiene razón. Será mejor que no nos precipitemos. -Procuro aparentar indiferencia, pero por dentro me derrito de placer. ¡Ed le ha hablado de mí a su madre!
- ¿No te alegras de no haberte quedado con Josh? -me pregunta de sopetón-. ¿No te alegras de que te haya salvado de ese destino espantoso?
Bebo un trago de champán, eludiendo su mirada, mientras me debato por dentro. La verdad, salir con Ed después de Josh es como pasar directamente del pan de molde envasado a una hogaza mullida y deliciosa de pan con sésamo. (No pretendo ser grosera con Josh. Yo no me daba cuenta en su momento, pero es cierto: él es así, pan de molde envasado.)
Así pues, tendría que ser sincera y decir: «Sí, Sadie, me alegro de que me salvaras de ese espantoso destino.» Sólo que entonces se volverá insufriblemente engreída.
- La vida nos lleva por distintos senderos -digo crípticamente-. No nos corresponde a nosotros valorarlos ni juzgarlos, sino sólo respetarlos y seguirlos.
- Bobadas -dice con desdén-. Me consta que te salvé de un destino espantoso. Y si ni siquiera eres capaz de mostrar gratitud.. . -De repente, la distrae la vista de la ventanilla-. ¡Mira! ¡Ya casi estamos!
Efectivamente, un instante más tarde se enciende la señal del cinturón de seguridad y todo el mundo se lo abrocha. Excepto Sadie, claro, que flota a su aire por la cabina.
- Su madre es bastante elegante, ¿lo sabías?
- ¿La madre de quién?
- De Ed, por supuesto. Creo que os llevaréis bien.
- ¿Cómo lo sabes? -Ahora sí que me ha dejado boquiabierta.
- Fui a ver qué tal era. Viven en las afueras de Boston. Una casa preciosa. Ella se estaba bañando precisamente. Tiene muy buena figura para su edad.. .
- ¡Basta, Sadie! -Su descaro me deja pasmada-. ¡No puedes hacer esas cosas! ¡No puedes andar espiando a todas las personas con que me relaciono!
- Claro que sí -dice, abriendo mucho los ojos como si fuese una obviedad-. Soy tu ángel de la guarda, ¿recuerdas? Mi deber es cuidar de ti.
La miro, incrédula. Las turbinas del avión empiezan a rugir cuando iniciamos el descenso. Los oídos me zumban y noto una opresión en el estómago.
- Esta parte no la soporto. -Sadie arruga la nariz-. Nos vemos allí.
La mansión del tío Bill queda bastante lejos del aeropuerto de Niza. Paro en el café de un pueblo para tomarme un refresco y practico un poco con el camarero el francés del colegio (para infinita diversión de Sadie). Luego subimos otra vez al taxi y recorremos el último tramo hasta la villa o el complejo del tío Bill.. . En fin, como se llame una enorme casa encalada y rodeada de otras más pequeñas en los terrenos colindantes, donde hay además un viñedo y un helipuerto.
El sitio está plagado de empleados, pero eso no representa un gran problema cuando te acompaña un fantasma que habla francés con fluidez. Cada miembro del personal con que nos topamos acaba convertido en una estatua de ojos vidriosos. Cruzamos el jardín sin novedad y Sadie me guía hasta un acantilado que tiene una escalera labrada en la roca viva, balaustrada incluida. Al pie de la escalera, una playa de arena lamida por el ancho Mediterráneo.
Así que esto es lo que consigues siendo el propietario de Lingtons Café. Tu propia playa. Tu propia vista panorámica. Tu propio pedazo de mar. Ahora comprendo para qué sirve ser inmensamente rico.
Me quedo parada allí arriba, protegiéndome los ojos con una mano y observando a tío Bill. Me lo había imaginado a sus anchas en una tumbona, contemplando su imperio y quizá acariciando a un gato blanco con su mano maligna. Pero ni contempla nada ni se lo ve relajado. De hecho, no se parece ni de lejos al personaje que había fantaseado. Está con su entrenador personal haciendo abdominales y sudando copiosamente. Lo miro boquiabierta mientras se incorpora una y otra vez, casi aullando de dolor, hasta que se derrumba por fin en la esterilla.
- Dame.. . un.. . segundo.. . -jadea-. Y luego.. . otros cien.
Está tan absorto que no advierte que bajo en silencio las escaleras en compañía de Sadie.
- Quizá debería descansar un poco -dice el entrenador, mirándolo preocupado-. Ya se ha dado una buena paliza.
- Necesito trabajar un poco más los abdominales -dice Bill, inexorable, palpándose los michelines-. He de quitarme toda esta grasa.