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El Club De Las Chicas Temerarias

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El Club De Las Chicas Temerarias
Название: El Club De Las Chicas Temerarias
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Club De Las Chicas Temerarias - читать бесплатно онлайн , автор Vald?s Rodr?guez Alisa

El club de las chicas temerarias est? formado por seis pr?speras mujeres latinas que se conocen desde que comenzaron la universidad. Provenientes de diferentes ambientes econ?micos, culturas y religiones, consolidan su inquebrantable amistad reuni?ndose cada seis meses, pase lo que pase, para cenar, cotillear, compartir sus ?xitos o ayudarse en los peores momentos de sus vidas.

Vicepresidenta de una importante compa??a, Usnavys es un divertido cicl?n negro, Sara es una mod?lica madre y la esposa de un abogado y respetado miembro de la comunidad jud?a, Elizabeth es copresentadora de un programa de televisi?n matutino y portavoz nacional de una organizaci?n cristiana, Rebecca es sencillamente perfecta, la creadora de Ella, la revista de la mujer hispana m?s popular del pa?s, Amber, cantante y guitarrista de rock, espera su gran oportunidad, y Lauren es la redactora m?s joven y la ?nica hispana del diario Gazette. ?Son las temerarias!

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El chofer espera a que todos los invitados estén dentro de los coches, y vamos como una serpiente gigante, haciendo sonar el claxon, hasta la playa, donde he reservado mi granito de arena.

Las blancas carpas se mueven con la brisa, rodeadas de exuberantes palmeras verdes. Mientras caminamos desde el aparcamiento hasta la arena, aumenta el ruido de las congas. No puedo creer que La India, mi cantante favorita, estuviera disponible, y que Rebecca, sintiéndose culpable por no poder estar en la ceremonia, le pagara para que actuara en mi banquete. Desde que sale con ese tipo suyo, se ha vuelto muy generosa. Tengo que agradecérselo luego.

Entramos en las carpas desmontables, y voy de un lado a otro asegurándome de que todos encuentran su asiento. Me detengo en una mesa, sin hablar. Mi madre y mi padre se sientan juntos, aunque ése no era el plan, y hablan de los viejos tiempos.

Ay, mi'ja. Así es como hemos llegado hasta aquí. Encontré el número de teléfono de mi padre en internet, le llamé y le dije cómo me sentía por todo lo que nos hizo, y después lo perdoné. Fue liberador. Me dijo que estaba borracho cuando nos abandonó, y que había encontrado a Dios y que ya no bebía, pero que estaba demasiado avergonzado para buscarme. No sé si creerme esa parte o no, pero me sentí muy bien después de soltarlo todo, perdonarle y dejar de castigar a Juan por todo lo que ese hombre nos había hecho a mí y a mi madre.

Mi padre vino a mi boda.

Ahora sólo tengo que decirle a Lauren que aprenda de él y deje de tontear con la bebida, antes de que le cause verdaderos problemas. No cree que tenga un problema, y yo no podría decir que lo tiene. Pero todas hemos hablado de ello, y hemos decidido intervenir de alguna forma. Ella es una sucia. Y no quiero que ninguna de nosotras vuelva a sufrir.

Nos sentamos todos en nuestras respectivas mesas, Juan y yo en la que está sobre una pequeña plataforma cubierta. Uno por uno, nuestros amigos se ponen de pie y brindan. Sé que es romper la tradición, pero cuando todos terminan, me pongo de pie y hago mi propio brindis por las temerarias.

– Sólo sé que esta boda no se habría celebrado sin vosotras -digo-. Habéis puesto mucho dinero. Y quiero daros las gracias.

¡Entre todas me dieron veinte mil dólares! En Estados Unidos habría costado el doble. Ya sé, ya sé, Puerto Rico es parte de Estados Unidos, no soy tonta. Pero si eres puertorriqueña, profundamente puertorriqueña, te refieres a Puerto Rico como país, porque lo sientes así. Lauren, con todos sus sermones, no lo entiende.

– Sois una pandilla de sucias ricachonas, ¿lo sabéis? -bromeo.

– Eh, yo no soy rica -dice Sara sonriendo-. Todavía.

Todos se ríen.

– ¡Y ahora, todos a comer! -grito.

Ataco. Caviar, langosta y pastelitos de hojaldre. También hay comida tradicional puertorriqueña. Ya me conocéis, pero por lo menos conseguí que la sirvieran unos tipos con grandes gorros blancos, en platos de porcelana. No puedo dar una fiesta sin mi arroz y mis frijoles.

Después de la cena, Juan y yo cortamos la tarta. Me la da en la boca, y yo se la doy a él. Los flashes brillan. ¡Sonríe! Bebemos champán. Y entonces, sorprendentemente, mi padre se acerca a la mesa.

– Es costumbre -dice con la cabeza agachada como un perrito-, bailar el primer baile con el padre.

Mis ojos se inundan de lágrimas cuando tomo su mano y bailamos. Su cuello todavía huele a madera.

– Papá -le digo-, te he echado mucho de menos.

– Perdóname -dice mi padre-. Por todo. Te has convertido en una gran mujer. Estoy orgulloso de ser tu padre.

Miro a Juan cuando pasamos cerca de él, y tiene los ojos húmedos. Sonríe y murmura:

– Te quiero.

Siento la tranquilidad de saber que Juan nunca me abandonará. No importa si acabamos viviendo en mi reformada casa victoriana de Mission Hill durante el resto de nuestras vidas. Le quiero. Es lo único que importa. Por favor, si todas esas estrellas de cine pueden casarse con humildes técnicos, o lo que sea, entonces yo puedo casarme con este maravilloso hombre que llevo adorando diez largos años. Eso es. Diez años. Ah, tenía corazón, mi'ja, todo este tiempo. Tenía corazón. Sólo que estaba hecho añicos.

Me han oído bien. A este hombre, con perilla y esmoquin arrugado, capaz de arreglar cualquier cosa en la casa, cegato, necio y de buen corazón, le he amado durante diez largos, estúpidos y locos años.

Y ahora me he lanzado y lo he hecho.

Ahora tengo que amarlo hasta que me muera.

No conseguí coger el ramo. Pero es por culpa de Usnavys. Esa ama de casa puertorriqueña lo lanzó como una niña.

De «Mi vida», de LAUREN FERNÁNDEZ

Capítulo 22. LAUREN

En honor de su recientemente anunciado compromiso con el millonario del software André Cartier, y por esta vez, dejamos a Rebecca escoger el restaurante para la reunión de las temerarias. Muy en su línea, escoge Mistral, en el South End, cerca de la increíble casona que Sara ha hecho aún más increíble, decorándola con un estilo que denomina «Yanqui chic». Es lo suficientemente Victoriano para nuestra Señorita Estirada, pero muy simpático. No sé describirlo, ya sabéis que soy un desastre, pero es algo fantástico: arte moderno, alfombras persas y olor a limpio.

Llego pronto, como siempre, porque si llegas tarde, pierdes la historia. Llega tarde y te arriesgas a que algún blanco… bueno, creo que esto ya os lo he contado. Muchas cosas han cambiado en estos últimos seis meses. Pero ésa no es una de ellas, desgraciadamente.

Precisamente esta mañana, uno de los redactores vino a mi oficina para hablarme de las manifestaciones contra el Boston Herald, por culpa de un periodista tan ignorante que escribió que deberíamos detener el flujo migratorio de puertorriqueños a este país. Por si no te acuerdas, los puertorriqueños son ciudadanos americanos desde 1918, y Puerto Rico es territorio americano, para bien o para mal. Supongo que también he hablado de eso un par de veces antes. Perdón.

– ¿Qué piensa la gente latina, ya sabes, la comunidad latina, de todo esto? -me pregunta.

Se puso nervioso. Piaba y temblaba como un pequeño canario amarillo.

– No lo sé -le dije-, pero tan pronto ponga nuestra conferencia diaria esta tarde, les pregunto y te cuento.

Asintió con la cabeza y me dio las gracias. Creyó que hablaba en serio. No sólo se creyó que todos los latinos piensan igual, sino que hablamos por teléfono a diario para preparar nuestra próxima, oscura, misteriosa y mágica conspiración. Puede que haya mencionado que nos queda un largo camino que recorrer en este país, y que a veces, sólo a veces, me parece que vamos marcha atrás.

Me siento en el bar. Hoy no quiero beber nada. No he vuelto a beber desde hace dos semanas, cuando Usnavys se casó en San Juan y todas las temerarias se confabularon para decirme que me estaba pasando con la bebida. No soy una borracha, ¿me entiendes? No lo soy, sólo que ellas, como siempre, reaccionaron exageradamente. Es sólo que en aquella época, cuando bebía un poco, no era feliz. Y la tristeza puede llevarla a una a hacer tonterías. Pero ahora soy feliz.

¿Sabes lo más asombroso? Cuicatl está vendiendo más discos en Nueva Inglaterra y Nueva York que en otros estados, a excepción de California y Texas, por primera vez en el caso de un disco de rock en español. La revista Sound Scans demuestra que las cifras empezaron a dispararse cuando Amaury, mi novio, empezó a trabajar para ella. Jamás lo habría imaginado. Nunca he visto a nadie trabajar como él. Organiza fiestas todas las noches, cada vez en un sitio nuevo. Parece como si todos los dominicanos se conocieran. Dice que es fácil, porque las fiestas forman parte «del alma dominicana». ¿Lo sabías? ¿Sabías que los dominicanos fueron el grupo inmigrante más numeroso de Nueva York en la década de los noventa? Llegaron millones, y hasta ahora nadie en la industria de la música les había prestado atención. En el Gazette todavía no han reparado en que los dominicanos están por todas partes. Estoy demasiado cansada de luchar para que me importe.

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