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El Club De Las Chicas Temerarias

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El Club De Las Chicas Temerarias
Название: El Club De Las Chicas Temerarias
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Club De Las Chicas Temerarias - читать бесплатно онлайн , автор Vald?s Rodr?guez Alisa

El club de las chicas temerarias est? formado por seis pr?speras mujeres latinas que se conocen desde que comenzaron la universidad. Provenientes de diferentes ambientes econ?micos, culturas y religiones, consolidan su inquebrantable amistad reuni?ndose cada seis meses, pase lo que pase, para cenar, cotillear, compartir sus ?xitos o ayudarse en los peores momentos de sus vidas.

Vicepresidenta de una importante compa??a, Usnavys es un divertido cicl?n negro, Sara es una mod?lica madre y la esposa de un abogado y respetado miembro de la comunidad jud?a, Elizabeth es copresentadora de un programa de televisi?n matutino y portavoz nacional de una organizaci?n cristiana, Rebecca es sencillamente perfecta, la creadora de Ella, la revista de la mujer hispana m?s popular del pa?s, Amber, cantante y guitarrista de rock, espera su gran oportunidad, y Lauren es la redactora m?s joven y la ?nica hispana del diario Gazette. ?Son las temerarias!

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– ¿Y si no quiero hacer senderismo?

– Entonces nos quedaremos en el hotel, o caminaremos por el bosque y hablaremos de la revista.

– Oh. Definitivamente, eso sí puedo hacerlo.

– Entonces ¿tenemos una cita?

Mi madre se moriría si supiera lo que estaba a punto de hacer. Soy una mujer casada, católica, hispana, de una larga línea sucesoria de la realeza europea. Y estoy a punto de aceptar un fin de semana fuera de la ciudad con un británico africano que no es mi marido. Incluso podría ponerme la nueva ropa interior roja.

– Sí, André. Me encantaría.

No estoy segura de por qué esto me parece bien, pero me parece muy bien.

Sé que Dios lo aprobaría.

No suelo pedir donativos en esta columna, pero acabo de recibir una llamada telefónica terrible. El refugio de los sin techo llamado Trinity House, en Roxbury, se ha quedado sin leche para los muchos bebés que nacieron esta primavera, y si no consiguen más donativos, los bebés pasarán hambre. Parece que ésta es la primavera más fértil en la historia de Boston, porque el otoño pasado llegó muy pronto y fue más frío de lo normal. Así que se lo suplico: olvide el Starbucks hoy y compre una botella de Similac.

De «Mi vida», de LAUREN FERNÁNDEZ

Capítulo 17. SARA

Me despierto. Las paredes son azul claro, las cortinas de cuadros rosa y grises como en un hotel barato. Oigo pitidos, huelo a antiséptico y a salsa de carne. Me vuelvo hacia la sombra blanca a mi lado, y veo a una mujer ajustando el nivel en dos bolsas de suero. Me ve abrir los ojos y sonríe.

– Te despertaste -dice.

Parece sorprendida.

¿Despertaste? Intento repetir la palabra, pero tengo la boca seca, me duele la garganta, obstruida por tubos de plástico. Sabe la pregunta por mi expresión.

– Llevas durmiendo unas dos semanas -dice-. Estás en el hospital, Sara.

Estoy conectada a unas máquinas raras que pitan. Recuerdo vagamente haberme despertado aquí anteriormente, y lamento que no fuera un mal sueño. Los tubos en la nariz y en la garganta no me dejan hablar. Sólo pestañeo y pestañeo, y trato de sentir los pies, los brazos, las manos, las piernas y demás. No puedo. No siento nada. La enfermera me dice que va a decirles a «todos» que ya estoy «despierta», y entonces vienen todos a acariciarme la cara con las manos. Me sonríen tristemente y se sientan.

Intento echar una mirada alrededor sin mover la cabeza, que está sujeta de alguna forma. Dos de mis hermanos están aquí, y algunas temerarias también. Rebecca está aquí, Lauren está aquí, Usnavys está aquí. Se les ve cansados, como si no hubieran dormido. Amber no está, aunque Rebecca me cuenta que el gran ramo de flores que está al pie de la cama es de ella. No es barato. Me pregunto de dónde ha sacado el dinero. Todo el mundo está aquí excepto la gente que más quiero: mis hijos y Elizabeth. ¿Dónde están?

Todos deben de pensar que voy a morirme. Yo, esta vez, estoy sorprendida de que no haya sido así. ¿Habrá sobrevivido mi bebé? Me pregunto. Empiezo a pestañear, una y otra vez, para intentar que ellos comprendan la pregunta en mi cerebro. Creo que lo hacen. Es en ese momento cuando una desconocida con una cazadora vaquera y un suéter de cuello vuelto morado, se inclina sobre la cama con una mirada azul de pena y comprensión.

– Sara, me llamo Allison -dice-. Soy asistente social, y consejera en la unidad de violencia doméstica de la policía de Boston. Tu médico me ha pedido que te ayude en tu recuperación.

Mis ojos van de temeraria a temeraria, y todas eluden mi mirada. Usnavys llora. Lauren mira la lluvia por la ventana, o la nieve, no sé. Rebecca hojea una revista. Reúno todas las fuerzas que tengo para pronunciar una sola palabra:

– Bebé -digo.

Las cejas de Allison expresan un cariño infinito, y quiero gritar.

– Lo siento, Sara -me dice-. Has perdido el bebé.

No. Esto no puede estar pasando. No puede ser. Mi garganta se tensa con los tubos y empiezo a llorar. Es como si tragara pedacitos de cristal.

Allison me acaricia el pelo, y veo a Lauren que se pone la mano sobre la boca para evitar decir algo.

– La buena noticia es que vas a superarlo -dice Allison-. Tienes mucha suerte de estar viva, Sara. Tu marido podría haberte matado, quiero dejar esto bien claro.

– No -digo-. Está usted equivocada. Fue un accidente. Me caí -añado en un hilo de voz.

Usnavys vuelve la vista hacia Rebecca, que le devuelve la mirada para luego observarse los pies.

– Ya está otra vez -susurra Usnavys.

No puedo oírla, pero leo sus labios.

– Había testigos, Sara, incluidos tus propios hijos. No fue un accidente.

– Peleamos. Pero después hicimos las paces. Me resbalé en el hielo. Nunca me empujaría. Sabía que todos malinterpretarían la situación. No lo conoces como yo.

Allison, quienquiera que sea, me mira directamente a los ojos y sonríe benévolamente. Quisiera pegarle. ¿Por qué está aquí?

– Tienes una costilla rota, la mandíbula rota, el cráneo fracturado y un pie roto -dice-. Y con la sangre que has perdido por el aborto, había dudas de si te recuperarías.

No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Roberto me hizo esto? ¿Es posible que llegara tan lejos? Intento pronunciar claramente otra palabra:

– Niños.

– Los chicos están a salvo -dice-. Tu madre vino de Miami y los pequeños se han instalado con ella en casa de Rebecca. Tu marido todavía está en casa y se niega a dejar entrar a los niños porque fueron ellos los que llamaron a la policía. Tu padre vendrá esta semana.

Los chicos están bien, me repito a mí misma. Gracias a Dios. Los niños están bien. Pero ¿por qué no están en casa con Roberto? ¿Por qué está solo en casa? Ellos no lo entienden. No fue culpa suya. ¿Lo fue? Ay, Dios mío. Lo fue. Ahora me acuerdo. Me pateó. Estaba tirada en el suelo y el hijo puta me pateó. ¿Por qué lo haría?

– Te cuento todo esto porque quiero dejarte claro la gravedad de lo que ha pasado -dice Allison-. Tus amigas me han dicho que no tenían ni idea de que estuvieras siendo maltratada, y yo sé por experiencia que este tipo de lesiones no se produce de la noche a la mañana. Esto viene de muy atrás, Sara, y quiero que sepas que no hay retorno, que tienes que reaccionar. Él no va a cambiar. Nunca cambian. La tasa de recuperación de maltratadores es muy, muy baja.

Mi bebé. Recuerdo la caída por las escaleras, y Vilma, la valiente Vilma. Intento decir su nombre, preguntar por ella. Allison asiente.

– Lo siento -dice-. Wilma no está bien.

– Vilma -la corrijo, pero la lengua no me funciona bien.

– Su marido también pegó a Wilma, y la impresión le produjo un ataque cardíaco masivo. Está en cuidados intensivos.

Dios mío.

– Tu hijo Jonah marcó el 911. Te salvó la vida. A tu marido lo arrestaron por maltrato, pero ha salido bajo fianza.

Lauren finalmente salta:

– ¡Ese idiota dice que tu hijo lo traicionó llamando a la policía!

– Ahora no -dice Usnavys-. ¡Por el amor de Dios, mujer, cállate la boca!

¿Eso del dedo de Usnavys es un anillo de compromiso? No puedo creerlo.

– ¿Quién, el anillo? -pregunto, momentáneamente ida.

– Hablaremos sobre eso después -me dice en español.

– Juan -suelta Lauren, en inglés-, por fin recapacitó.

Allison, que probablemente no entiende el español, sonríe.

– Tu madre le ha pedido a tu padre que viniera. El estado le ha quitado a Roberto la custodia de sus hijos y no puede acercarse a ellos.

Lauren se acerca a la cama, llorando.

– Voy a matar a ese cabrón -dice-. Te lo juro, Sara. Lo voy a hacer. Mi hermano conoce a gente en Nueva Orleans. Lo puedo arreglar. No estoy bromeando.

Rebecca se acerca y aparta a Lauren, diciendo:

– Vamos, cariño. Vamos a dejar que Sara descanse ahora.

– Necesitamos saber si estás dispuesta a presentar cargos -dice Allison.

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