Depredador de Suenos
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Condenado por los dioses a vivir su existencia sin emociones, Xypher escoge la busqueda de las emociones, para sentir otra vez en los sue?os de los humanos, solo para encontrarse a si mismo condenado a morir. Pero se le da una ?ltima oportunidad como indulto. Convertido en humano durante un mes, debe redimirse en ese tiempo o Hades lo devolver? al Tartaro y a su tortura.
Simone Dubois es una forense la cual no se asusta por gran cosa, especialmente ya que es una ps?quica y puede ver y o?r a las personas con quienes est? trabajando. Cuando ellos la empujan hacia otra v?ctima, no piensa demasiado en ello, hasta que ?l se levanta de la mesa y empieza a marcharse.
Xypher no quiere perder el tiempo con esa mujer humana y sus preguntas. Pero no pasa demasiado antes de que los misteriosos atentados contra la vida de Simone obliguen a Xypher a permanecer entre la mujer que est? empezando a tocar el coraz?n que ?l pensaba hab?a muerto hace tiempo y el peligro que amenaza la vida de ella.
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– Vas a rogarme piedad, al igual que tu madre.
Ella rechinó los dientes hasta que oyó la voz de su padre otra vez al oído.
– La ira es tu enemiga. Avanza sin ira, pero con un propósito.
Y al momento en que lo hizo, su hoja cantó la verdad. Esta desvió el golpe de Kaiaphas y se enterró profundamente en el corazón del demonio.
– Eso es por mi madre -dijo ella, sus ojos llenos de lágrimas- Y por mi hermano pequeño cuyo futuro truncaste. Arde en el infierno, hijo de puta.
Ella arrancó la espada de su pecho, girándola mientras lo hacía.
Un instante después, él ardió en llamas. Sus gritos llenaron la oscuridad.
De repente, había alguien aplaudiendo detrás de ella.
Simone se volvió para ver al hombre que le había dado la espada.
– ¿Quién eres?
– No hagas preguntas de las que ya sabes las respuestas.
– Eres Jaden.
Inclinó la cabeza ante ella en un gesto burlón.
Ella bajó la mirada a la espada que era diferente a cualquiera que hubiese visto antes. El mango negro tenía matices rojos. Rosas negras y enredaderas bajaban por la hoja curvándose ligeramente.
– ¿Por qué me entregaste esto?
– Le prometí paz a tu padre. Le dije que ningún demonio lastimaría al último de sus hijos. Como te dijo Xypher, no puedo matar yo mismo para cumplir un pacto. Sólo puedo proveer un medio.
Ella le tendió la espada, pero él se negó a cogerla.
– Eso pertenece a tu línea de sangre, demonikyn. Guárdala bien. La espada de un demonio es la mejor protección contra otros de su tipo. Con esto, puedes matar a cualquier demonio que venga a por ti o a por uno de los tuyos.
– Gracias.
Él se rió.
– No me lo agradezcas. No hago nada por lo que no haya pactado.
Él empezó a desvanecerse.
– ¡Jaden, espera!
Se solidificó delante de ella.
Simone intentó hablar, pero las palabras no le salían. Quería hablarle acerca de Xypher y aún así no podía.
– Él se entregó por ti -dijo Jaden en tono estoico.
– ¿Qué?
– Eso es lo que querías sabes, ¿no? Xypher permitió que Satara lo matara a cambio de dar su palabra de que te dejaría en paz. Entregó su venganza para mantenerte a salvo.
– No, él tomó su venganza.
Jaden posó una mano sobre su hombro, y en su mente, ella vio a Xypher en Kalosis. Oyó las palabras pronunciadas con claridad y vio cuando él moría en los brazos de Kat.
– ¡No! -gritó ella, incapaz de soportarlo- Tienes que ayudarlo.
– No hay nada que yo pueda hacer.
– Tú haces tratos. Xypher dijo que tenías el poder para hacer cualquier cosa. Cualquier cosa.
– ¿Qué estás sugiriendo?
– Si liberas a Xypher del Tártaro, puedes quedarte con mi alma.
– ¿Entiendes el trato que estás haciendo? Una vez que tome tu alma, serás propiedad de cualquiera al que le dé esa alma. Serás un demonio vinculado, sujeto a los caprichos de su maestro. No de tu propio destino, ni de tu futuro. Nada.
– No me importa. Xypher murió por mí. No puedo dejar que le castiguen por eso.
– Él murió para mantenerte a salvo.
– Estaré a salvo mientras esté vinculada. Él tendrá lo que quería. Por favor, Jaden. No puedo vivir sabiendo que está siendo torturado.
– Muy bien -le tendió una daga-. Abre una vena, hermana.
Xypher se emitió al dormitorio de Simone, esperando encontrarla allí.
Estaba vacío.
Cerrando los ojos, sintió presencias en el apartamento. No estaba Simone, pero sí Jesse y Gloria en la habitación de Jesse.
Sin pensar, se emitió allí para encontrar a los dos fantasmas completamente desnudos en la cama.
– Oh, dioses, estoy ciego -se apresuró en darles la espalda.
– ¿No llamas?-dijo Jesse, hasta que se dio cuenta de que Xypher estaba de vuelta- Oh, dios mío, estás muerto.
– No tan muerto como lo estás tú, chico-fantasma. ¿Dónde está Simone?
– Salió a atender una llamada.
– ¿Dónde?
– No lo dijo. Llama a Tate y pregúntale. Su número está en la nevera.
Xypher los dejó para ir a la cocina donde rápidamente localizó la tarjeta de Tate. Cogiendo el teléfono fijo, marcó el número.
Respondió al segundo toque.
– ¿Tate? Soy Xypher. ¿Dónde está Simone?
– Dijo que te habías ido.
– Sí, pero estoy de vuelta y estoy intentando encontrarla.
– Bueno, ella estuvo aquí hace un segundo. La vi cruzando la calle así que debería…
Usando sus poderes para rastrear la localización de Tate, Xypher se manifestó en frente de él antes de que pudiera decir otra palabra.
Tate miró alrededor.
– Maldición, tienes suerte de que nadie te viera. Incógnito, chico, in-cóg-ni-to.
– No tengo tiempo para eso, necesito encontrar a Simone.
– Hey, Doc ¿Puede venir aquí un segundo?
– Te ayudaré a buscarla en un segundo -le dijo a Xypher antes de ir hacia el oficial.
Xypher gruñó antes de sentir esa abertura en el aire.
Jaden.
Un mal presentimiento pasó a través de él cuando se centró en ello y fue a buscarle.
Él dio la vuelta a la esquina y se congeló. ¡No! La simple palabra echó raíces en su mente cuando vio a Simone en el suelo.
Aterrado, corrió hacia ella y la cogió en sus brazos. Pero al momento de tocarla, lo supo.
Estaba muerta.
Atravesó a Jaden con la mirada.
– ¿Qué has hecho?
– Yo no he hecho nada. Lo hizo ella.
– No te atrevas a jugar a ese estúpido juego conmigo, Jaden. ¿Qué trato habéis hecho?
– Ella quería sacarte del Tártaro.
– Jodido bastardo. Yo ya estaba fuera del Tártaro.
– Lo sé.
– ¿Lo sabías y aún así hiciste el pacto?
Él se encogió de hombros.
– Quería saber cuán lejos llegaría ella.
Una furiosa impotencia se extendió a través de él. Incapaz de pensar dejó a Simone en el suelo y cargó contra Jaden.
Jaden lo cogió y le devolvió el golpe, sujetándolo al costado de una casa.
– Mejor te lo piensas dos veces antes de venir a por mí, demonio -la furia del infierno ardía profundamente en esos ojos de dos colores. Los colmillos de Jaden relucieron cuando habló en cortantes y escuetas palabras- Si Simone hubiese permanecido con vida, tú la verías morir de anciana, mientras que tú continuarías viviendo eternamente en tu actual forma. ¿Es eso lo que querías?
Xypher parpadeó con incredulidad.
– ¿Qué?
Jaden le dio la espalda, entonces lo liberó. Sacó un pequeño tubo de una sustancia blanca del interior del bolsillo de su chaqueta.
– Ella es libre de su vida humana a partir de ahora. No envejecerá y no morirá.
– Pero está vinculada.
Jaden inclinó la cabeza.
– Sí, lo está -él se quedó mirando el alma de ella durante todo un minuto antes de tendérsela a Xypher.
– ¿Cuál es el precio?
– Vosotros dos me deberéis un favor. Un día, vendré a cobrarlo -cerró la mano de Xypher sobre el tubo, entonces se desvaneció.
Xypher no podía respirar mientras se quedaba mirando el alma de ella en su mano. No podía creer que Jaden hubiese hecho eso por ellos.
¿Por qué?
Eso iba en contra de todo lo que él sabía sobre el demonio pactante.
A caballo regalado no le mires los dientes. Sabía que Jaden lo había sabido, no había nada en el mundo o en cualquier otro que él no hubiese hecho para liberar a Simone.
Su corazón latía de alegría, llevó el vial al cuerpo de ella y liberó su alma.
Ella abrió los ojos y se quedó mirándole.
– ¿Xypher?
– Tu peor pesadilla ha regresado.
Jaden se tomó un momento para volver a mirar a Xypher y Simone los cuales se sostenían el uno al otro con todo lo que tenían.
Él recordó una época en la que había hecho lo mismo.
– Hagáis lo que hagáis, no os traicionéis el uno al otro.
La banda sobre su cuello se calentó y lo perforó. Dando un respingo, los dejó y regresó a su maestro. Los vientos abrasadores le cortaban el cuerpo cuando se paró, esperando.