Destinos Truncados

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Destinos Truncados
Название: Destinos Truncados
Дата добавления: 15 январь 2020
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Destinos Truncados - читать бесплатно онлайн , автор Стругацкие Аркадий и Борис

Ponemos en manos del lector una novela de Arkadi y Boris Strugatsky nunca antes traducida al castellano:Destinos truncados . Es una obra de complicada gestaci?n, escrita y publicada en dos partes por separado y que s?lo apareci?, en el formato en que aqu? se presenta, en el a?o 1989, hacia el final de la perestroika. La novela est? estructurada en dos relatos independientes, que los cr?ticos y estudiosos de la obra de estos dos grandes de la ciencia ficci?n denominan relato «interno» y relato «externo». El relato «interno» fue escrito en 1967, con el t?tulo de «Los cisnes feos », el mismo del cap?tulo octavo de la presente edici?n. Tuvieron que transcurrir varios lustros para que los autores se decidieran a reunir las dos tramas en una sola...

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«Vaya, vaya —pensó Víktor, poniéndose en guardia—. Este canalla es un enemigo. Es un actor, te compra por unos céntimos... —De repente comprendió que le costaba trabajo apartarse de Pavor—. No olvides que se trata de un funcionario. Por definición, carece de ideas: los jefes le dan una orden y él trabaja por la pitanza. Si le ordenan defender a los mohosos, los defenderá. Ya conozco a estos canallas, ya los he visto actuar...»

Pavor reprimió su emoción y sonrió.

—Sé lo que está pensando. Veo en su rostro que intenta adivinar por qué este tipo me molesta, qué quiere de mí. Pues imagínese que no quiero nada de usted. Quiero alertarlo sinceramente, quiero que usted entienda, que elija el bando correcto... —Sonrió torcidamente, como con dolor—. No quiero que se convierta en un traidor a la humanidad. Después recapacitará, pero ya será tarde... Ni siquiera le propongo que se vaya de aquí, he venido a verle para insistir en ello. Llegan tiempos duros, los que mandan son presa de un feroz celo administrativo, a algunos les han señalado que trabajan mal, que no hay orden... Pero eso es una tontería sin importancia, de eso podemos hablar después. Lo fundamental no es lo que tendrá lugar mañana, mañana seguirán metidos tras las alambradas, protegidos por esos cretinos... —Mostró de nuevo los dientes—. Pero dentro de diez años...

Víktor no logró enterarse de lo que ocurriría dentro de diez años. La puerta de la habitación se abrió sin aviso y entraron dos hombres, enfundados en impermeables grises idénticos, y enseguida se dio cuenta de quiénes se trataba. Sintió cómo se le formaba el habitual nudo en la garganta y, sumiso, se puso de pie, presa de náuseas y debilidad. Pero le ordenaron sentarse y a Pavor le dijeron que se pusiera de pie.

—Pavor Summan, está detenido.

Pavor, pálido hasta un color blanco azulado, se levantó automáticamente.

—La orden —exigió con voz ronca.

Le enseñaron un papel y, mientras lo examinaba con ojos incapaces de leer nada, lo tomaron de los brazos, lo sacaron de la habitación y cerraron la puerta a sus espaldas. Víktor permaneció sentado, sin fuerzas, mirando el bol y repitiendo para sus adentros: «Que se devoren entre sí, que se devoren entre sí...». Esperaba oír el ruido del coche en la calle, el golpe de las portezuelas, pero no llegaba. Entonces encendió un cigarrillo y, dándose cuenta de que no podía continuar allí sentado, sintiendo que tenía necesidad de hablar con alguien, de distraerse o, por lo menos, de beber en compañía de alguien, salió al pasillo. «¿Cómo averiguaron que estaba en mi habitación? No, no quiero saberlo. Eso no me interesa de ninguna manera...» En el rellano de la escalera daba paseítos el profesional larguirucho. Era tan raro verlo solo que Víktor miró en torno suyo, y por supuesto, en el sofá del rincón estaba sentado el jovencito del portafolios, que leía un periódico.

—Pues es él, nada menos —dijo el larguirucho, y el jovencito miró a Víktor, se levantó y se puso a doblar el periódico—. Precisamente venía a verlo. Pero ya que todo ha salido así, venga a nuestra habitación, allí habrá más calma.

A Víktor le daba lo mismo adonde ir, y sin decir nada los siguió hasta el tercer piso. El larguirucho estuvo largo rato abriendo la puerta de la habitación trescientos doce. Tenía un enorme manojo de llaves y, al parecer, las probó todas. Mientras tanto, Víktor y el jovenzuelo de gafas habían permanecido a su lado. La expresión del rostro del jovenzuelo era de total hastío, y Víktor pensó qué ocurriría si le machacaba ahora la cabeza, le quitaba el portafolios y echaba a correr por el pasillo. Entraron en la suite, y al momento el jovenzuelo entró en el dormitorio de la izquierda, mientras el larguirucho desaparecía en el dormitorio de la derecha, después de decirle a Víktor: «Aguarde un momento». Víktor se sentó tras una mesa de caoba y se puso a seguir con los dedos los círculos rugosos que vasos y copas habían dejado sobre la superficie pulida.

Había muchísimos círculos, no habían cuidado la mesa, no les había importado que fuera de caoba, en sus bordes se veían quemaduras, dejadas por cigarrillos encendidos, y se distinguía al menos una mancha de tinta. El jovenzuelo salió de su dormitorio, esta vez sin portafolios y sin chaqueta, llevaba pantuflas caseras, un periódico en una mano y un vaso lleno en la otra. Se sentó en su butacón, bajo una lámpara de pie, y al momento el larguirucho salió de su dormitorio con una bandeja que colocó sobre la mesa sin dilación. En la bandeja había una botella comenzada de escocés, un vaso y una gran caja cuadrada, forrada de seda azul.

—Primero, las formalidades —dijo el larguirucho—. Aunque no, mejor comenzamos buscando otro vaso. —Miró en torno suyo, tomó el vaso para lápices del escritorio, examinó su interior, lo sopló y lo colocó sobre la bandeja—. Ahora, las formalidades.

Se irguió, estirando las manos a lo largo de las costuras del pantalón y abrió los ojos con severidad. El jovenzuelo apartó el periódico y se levantó, mirando a la pared con ojos de aburrimiento. Entonces, Víktor también se levantó.

—¡Víktor Bánev! —pronunció el larguirucho con voz pomposa y oficial—. ¡Estimadísimo señor! ¡Por orden especial del señor Presidente y en su nombre, le hago entrega de la medalla Trébol de plata de segundo grado, por los servicios especiales prestados por usted al departamento que tengo el honor de representar!

Abrió la caja azul, con gesto solemne extrajo de allí la medalla, que llevaba una cinta blanca, y la colocó sobre el pecho de Víktor. El jovenzuelo estalló en aplausos corteses. Después, el larguirucho le entregó a Víktor el documento de condecoración y la caja, le dio un apretón de manos y también comenzó a aplaudir. Víktor, que se sentía como un idiota, aplaudió también.

—Y ahora, tenemos que mojar esa medalla —propuso el larguirucho.

Se sentaron todos. El larguirucho sirvió el whisky, tomando para sí el vaso para lápices.

—¡Por el nuevo caballero del Trébol! —proclamó.

Los tres volvieron a ponerse de pie, intercambiaron sonrisas, bebieron y se sentaron de nuevo. El jovenzuelo de las gafas cogió de nuevo el periódico y se puso a leer.

—Creo que ya tenía usted la medalla de tercer grado —dijo el larguirucho—. Ahora sólo le hace falta la de primer grado y será un caballero completo. Podrá viajar gratis y todo lo demás. ¿Por qué le otorgaron la primera medalla?

—No recuerdo —dijo Víktor—. Ocurrió algo, creo que maté a alguien... Ah, sí. Por la plaza de armas de Kitchingan.

—¡Oh! —exclamó el larguirucho y sirvió una nueva ronda—. Yo no combatí en la guerra. Era demasiado joven.

—Tuvo suerte —replicó Víktor; todos bebieron—. Sin que salga de aquí, no entiendo por qué me han dado esta medalla.

—Ya se lo he dicho: por servicios especiales.

—¿Por Summan, o qué? —pronunció Víktor, con un rictus de amargura.

—¡Qué tonterías! —respondió el larguirucho—. Usted es una persona importante, sobre todo en esos círculos... —Hizo un gesto indefinido con un dedo junto a su oreja.

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