Historia Del Rey Transparente

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Historia Del Rey Transparente, Montero Rosa-- . Жанр: Научная фантастика. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Historia Del Rey Transparente
Название: Historia Del Rey Transparente
Автор: Montero Rosa
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 244
Читать онлайн

Historia Del Rey Transparente читать книгу онлайн

Historia Del Rey Transparente - читать бесплатно онлайн , автор Montero Rosa

En sus andanzas por los burgos y los campos de Francia, Leola se topa con un enigma tr?gico: trovadores, muchachas o vecinos inician el relato de la historia del Rey Transparente y caen fulminados tras unas pocas frases. Nyneve, que parece estar al tanto del enigma, reacciona siempre con furia ante la sola menci?n del nombre de ese rey misterioso. El acertijo s?lo lo conocer? el lector en las ?ltimas p?ginas: se trata, en realidad, de una f?bula moral que resume la filosof?a de toda la novela.

Leola se ver? armada caballero a los diecisiete a?os por la duquesa Dhuoda, una sanguinaria dama que sin embargo la fascina y que esconde una terrible historia. Aprende que la lucha es una danza y consigue batirse con ?xito en justas y torneos. Conoce la corte de Leonor de Aquitania y su cortejo de poetas, fil?sofos e ingeniosos polemistas que debaten sobre el Fino Amor y la alta teolog?a. Se convierte, al fin, en un `Mercader de Sangre`, en un mercenario a sueldo de las clases m?s bajas de la sociedad.

Los a?os pasan, y Leola pierde dos dedos de la mano y tiene el cuerpo lleno de cicatrices. Se enamora de Gast?n, un fil?sofo que busca la piedra filosofal, mientras estalla la herej?a albigense. La guerra no se hace esperar, y L?ola y Nyneve se pondr?n al lado de los c?taros, que para ellas representan el lado de la bondad y la cordura.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 37 38 39 40 41 42 43 44 45 ... 78 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Estoy pensando en irme a ver a Gastón, que está encerrado en su laboratorio estudiando sus cocimientos misteriosos, cuando la puerta de la alcoba se abre y aparece un criado tan anciano como Ardres llorando desconsoladamente. Entre hipos, informa:

– MÍ amo desea hablar con los hermanos benedictinos. Y también quiere veros a vos, mi Señor.

Me ha señalado a mí. Dejo la copa de cerveza en el suelo y se me despeja de modo repentino la incipiente embriaguez que me rondaba. Entramos al cuarto seguidos por los caballeros, quienes, aunque no han sido convocados, irrumpen también en la habitación con pesados taconeos y retumbar metálico. El señor de Ardres yace entre cojines pero aún obcecadamente vestido de guerrero, un capullo de hierro sin apenas carne en su interior. Tiene el rostro amarillo y el perfil ya afilado.

– Ha llegado el momento -musita-. Debo entrar en la Orden.

El rostro se le encoge en un puchero débil y sin lágrimas.

– Debo decir adiós a mi armadura, a mi recia espada, a mis alanos fieros, a mi fiel bridón, a Relámpago y Zarpas, mis amados halcones, a todo cuanto hace que la vida sea hermosa. Se acabó para mí la dulce embriaguez de la guerra. Vestidme con los hábitos, os lo ruego.

– Mi Señor, y en cuanto a la dote que vuestra magnanimidad prometió entregarnos… -dice uno de los monjes.

– ¡Sí, sí! -se irrita el caballero con un resto de su antigua soberbia-. Mi criado os dará las monedas…

En efecto, el viejo servidor se acerca al benedictino y le entrega dos pesadas bolsas de cuero. El religioso suspira y se santigua.

– Alabado sea Dios.

Los monjes han traído un hábito limpio y nuevo, pulcramente doblado, y se disponen a despojar al anciano de sus vestiduras metálicas.

– Y tú, mi amado sobrino, continúa por mí esta batalla heroica, rebánale las narices al hijo de Guínes, como yo rebané las de su padre, y haz triunfar una vez más el glorioso pabellón de Ardres. Cómo te envidio, hijo… Tanta vida y tantos hermosos combates por delante… -me dice el enfermo, lagrimeando.

– Sí, Señor… -contesto, segura de que ya no rige.

Pero quizá me equivoco respecto a su cordura, porque se vuelve hacia Mórbidus y le ordena:

– En cuanto a ti, escribe, escribe que he vencido a ese bellaco de Guiñes…

– Sí, mi Señor, quedaos tranquilo. Pondré que le sacasteis las tripas en el campo de batalla con vuestras propias manos… -contesta el clérigo.

Los monjes están terminando de vestir al guerrero con los hábitos. La habitación huele a cera, a sudor rancio, a orines y enfermedad. Embutido en su austero sayal, el viejo noble parece haber encogido aún más. Su cuerpo consumido no rellena las ropas y sus manos son dos garras descarnadas. Que se crispan súbitamente, aferrando la manta con convulsos dedos. Nyneve y yo nos acercamos y le escrutamos: su respiración se ha hecho afanosa, sus ojos parecen desenfocados y no estoy muy segura de que nos pueda ver.

– Señor… Señor…

Ardres, con la mirada perdida, ha empezado a farfullar algo. Me aproximo más al lecho para intentar escuchar lo que dice. Pero habla muy bajo y lo que musita carece de sentido para mí.

– … Sin hijos… La desgracia de morir sin descendencia…, por eso ordena secuestrar a la Dama…

– ¿Qué decís, Señor?

– Y así nació el Rey Transparente…

Se me hiela la sangre en las venas. En su delirio, el infeliz anciano está contando la historia prohibida.

– ¡Callad! ¡No digáis nada más! -Pero fue un gran rey, digan lo que digan-No me escucha. No puedo detenerle. Sigue bisbiseando las palabras letales. Nyneve me agarra del brazo y tira de mí:

– Vamonos…

Los monjes cuentan su dinero, los caballeros discuten sobre el feudo, los criados hablan entre sí, probablemente inquietos sobre su futuro: nadie presta atención al moribundo. Nos abrimos paso a través de! alborotado gentío hacia la puerta y ya estamos a punto de alcanzar la salida cuando escuchamos un crujido profundo y espantoso. El pesado dosel de la cama del noble se ha partido y se ha desplomado estrepitosamente sobre el lecho, entre un remolino de sucias colgaduras y un coro de gritos. Las maderas labradas han aplastado el cuerpecillo del enfermo con la misma facilidad con que una bota de hierro aplasta un caracol, y en su derrumbe han golpeado y derribado a las dos o tres personas más próximas al lecho. Reina la confusión y una nube de polvo oscurece el aire. El señor de Ardres, ese viejo demonio de la guerra, ha tenido la misma muerte que un insecto, y con él desaparece su linaje feroz. Pero aún quedan, por desgracia, demasiados caballeros feroces sobre la Tierra.

Mi trabajo de Mercader de Sangre me resulta cada día más insoportable. Además estoy envejeciendo: advierto que mí vigor físico disminuye y que aumenta mi miedo, dos consecuencias de la edad. Detesté mi encomienda en el castillo de Ardres; y luego acepté proteger a unos campesinos que han incumplido su palabra y no me han pagado todo lo que habíamos acordado. Gastón está iracundo; contaba con esa remuneración como si fuera suya y quiso convencerme para que amenazara y maltratara a los villanos hasta que me dieran lo que me debían.

– No soy ningún bachiller bravucón -contesté con desdén.

– No, claro que no. No eres más que una maldita mujer, eso es lo malo. Y, aunque los villanos desconozcan tu secreto, sí que son capaces de percibir que pueden hacer contigo lo que quieran. No es ya por el dinero en sí por lo que me irrito; es por la falta de respeto que te muestran y porque no sabes hacerte valer.

Gastón es un personaje singular. Sabe mucho, pero cree saberlo todo.

– Esa es la mayor prueba de su ignorancia -gruñe Nyneve, que ya no se habla con él.

Incluso se atreve a decirme cómo debo desempeñar mi oficio de guerrero, él, que jamás ha tenido una espada en la mano. Y yo se lo permito, porque es verdad que no sé hacerme valer. Al menos, frente a él. Debo admitir que le admiro. Admiro sus oscuros conocimientos, y la pasión con la que se aplica en sus estudios herméticos. La fuerza y la pureza de su ambición me sobrecogen. Mientras Nyneve y yo andamos por el mundo con pisadas inciertas y pies blandos, rehaciendo una y otra vez nuestros pasos sin una finalidad determinada, él arde de furia y voluntad, avanzando siempre hacia su destino. Quiere ser el mayor alquimista de la Tierra toda, quiere ser maestro de maestros, quiere hallar la piedra filosofal.

– Sé que puedo conseguirlo. Y lo conseguiré.

Y yo le creo, porque nunca he conocido a nadie tan fuerte. De modo que disculpo sus rarezas, sus malas palabras, su falta de atención y de cuidado, porque sé que está llamado a hacer grandes cosas y yo deseo ayudarle en lo que pueda. Y de cuando en cuando, por las noches, cuando me abre con sus cálidas manos, y se mete en mí, y sólo somos uno, me derrama también un afecto escondido, un cariño secreto que, por lo escueto y parco, aún aprecio más, pues sé que en esos momentos me desea y necesita tanto como desea y necesita su pasión alquimista. Me comparte con el amor a Hermes y yo sé bien que es un amor inmenso.

Avanzamos siempre hacia el Sureste y ya estamos cerca de Albi, el corazón del territorio cátaro, pues los vizcondes de Trencavel, señores de la comarca, han protegido a esa secta desde hace muchos años: de ahí que también se les llame albigenses. He tenido noticia de los cátaros desde mí infancia, porque nací en una zona dentro de su influencia, pero nunca les he tratado. Siento curiosidad y también inquietud por conocerles mejor: no me parecen demoníacos como la Iglesia sostiene, pero a fin de cuentas son herejes. Nyneve asegura que son personas admirables. Yo preferiría que no fuera así, porque si de verdad acabo por admirarles, me encontraré fuera de la Iglesia. Y fuera de la Iglesia reinan las tinieblas.

Desde que entramos, hace varias semanas, en los vastos territorios del conde de Tolosa, que también es partidario de los albigenses, he podido ver a los Buenos Hombres y las Buenas Mujeres, como los religiosos herejes se llaman a sí mismos. Los he visto en Marmande, en Agen, en Moissac. Los estoy viendo ahora en Montauban, que es la ciudad en la que nos encontramos. En vez de habitar en poderosos monasterios, alejados de todos, ellos viven en los burgos, mezclados con el pueblo. Trabajan para mantenerse, pues rechazan recibir el diezmo eclesial. Sus casas están abiertas a todo el mundo y proporcionan cobijo y cura a los enfermos, comida a los necesitados, ayuda a los ancianos. Las cataras son especialmente activas en sus servicios a la comunidad. Eso es algo que me atrae de los albigenses, que Dios me perdone: el papel tan relevante que tienen las mujeres. Eso, y que todos los rezos están hechos en lenguaje común. Incluso han traducido las Sagradas Escrituras a las palabras del pueblo, en vez de utilizar ese latín que el vulgo es incapaz de comprender.

– Son los individuos más razonables y pacíficos que conozco -dice Nyneve-. Consideran que todas las personas somos iguales, los duques y los siervos, los moros y los cristianos y los judíos; para ellos todos somos almas puras y buenas, ángeles caídos a los que Cristo salvará. No creen en el infierno, porque su Dios es todo amor y no puede haber creado algo tan horrible. De hecho, piensan que el infierno es un invento de la Iglesia para aterrorizar a los fieles y mantenerlos atrapados bajo su dominio. Son gente muy dulce.

Yo no sé sí será la influencia dulcificadora de los ataros o el moderno talante de la nobleza de la zona, pero en los burgos y castras del condado de Tolosa se respira un ambiente abierto y refinado que me recuerda a la corte de Leonor. La cual, alabado sea Dios, ha sido liberada de su encierro. Su marido el Rey ha muerto, y Ricardo Corazón de León ocupa el trono de Inglaterra. Su primera medida como monarca fue sacar a su madre de prisión, y dicen que ahora la Reina recorre la Bretaña insular ayudando a su hijo y otorgando cartas de libertad a todos los pueblos por los que pasa. Nos enteramos de estas novedades anoche, durante la cena en la posada, y fue el origen de una discusión entre Gastón y Nyneve.

– Es una hermosa noticia -dijo mi amiga, radiante.

– ¿De veras? ¿Tú crees que esa frívola Reina y la libertad de un puñado de plebeyos embrutecidos van a mejorar en algo la esencia de los humanos? -contestó Gastón, el Gastón desabrido y sombrío, con evidentes deseos de pelea.

– Pues no sé si la esencia, pero cuando menos mejorará su existencia. Sí, creo que es un pequeño paso en el camino de la sensatez.

– No hay nada más insensato que un burgués, que un plebeyo, que un ignorante campesino… O que una Reina loca que juega con trovadores. El mundo está lleno de individuos que no valen nada, que no sirven para nada, cuyas vidas no son sino un deambular sin sentido: comer, dormir, defecar… Que vivan o mueran resulta irrelevante, y tampoco importa si son siervos o están manumitidos, porque en realidad nunca han sido ni serán libres… La única vida verdadera es la del pensamiento puro, la de la búsqueda de la sustancia primordial, de la quintaesencia que contiene lo creado. Porque lo que está abajo equivale a lo que está arriba, y lo que está arriba equivale a lo que está abajo, en lo que concierne a la realización de los milagros de una obra única.

1 ... 37 38 39 40 41 42 43 44 45 ... 78 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название