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A sus plantas rendido un leon

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A sus plantas rendido un leon
Название: A sus plantas rendido un leon
Автор: Soriano Osvaldo
Дата добавления: 16 январь 2020
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A sus plantas rendido un leon - читать бесплатно онлайн , автор Soriano Osvaldo

Bongwutsi: un pa?s africano ·que ni siquiera figura en el mapa·. All? vive un argentino usurpando la condici?n de c?nsul de su pa?s, hundido en la pobreza y enardecido de entusiasmo por el reciente estallido de la guerra de las Malvinas, en disputa permanente con el embajador ingl?s, inexplicablemente entrampado en una trama donde se suceden conspiraciones con enviados de las grandes potencias mundiales, una interrumpida relaci?n amorosa, los sue?os de liberaci?n y grandeza del inhallable- y ubicuo- Bongwutsi, la entrada triunfal al pa?s de un ej?rcito de monos…el v?rtigo narrativo no se interrumpe, la invenci?n y la verdad se al?an en el desborde de una fantas?a indeclinable. El ?mpetu narrativo de Osvaldo Soriano llega a su punto m?ximo en este relato fascinante.

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Había bastante gente en la calle cuando la garita de la zona de exclusión reventó como un petardo. Las palmeras se sacudieron y una lluvia de dátiles y cascotes cayó sobre el bulevar. Bertoldi advirtió que dejaban de golpearlo y, sentado en el medio de la calle, vio a los británicos que salían corriendo para la esquina desde donde partía una humareda gris. Una alarma empezó a sonar dentro de la embajada británica y enseguida un camión de bomberos y una tanqueta antimotines salieron de la residencia de los Estados Unidos. Bertoldi se sintió abandonado por todos, como si lo suyo no tuviera ninguna importancia. Empezó a alejarse, un poco desencantado, cuando un negro que llevaba una Polaroid le pidió que clavara otra vez la bandera para hacerle una foto.

El cónsul estaba posando junto a la enseña patria, rotoso y dolorido, cuando vio a Daisy, que salía al jardín de la embajada. Su pulso se aceleró de sólo pensar que ella se acercaba a prestarle ayuda. Corrió a su encuentro sin advertir que entraba en territorio de Su Majestad y el único soldado que había quedado en la guardia lo apartó de un culatazo. Daisy gritó que lo dejaran en paz y el embajador de Italia, que pasaba corriendo hacia el lugar de la explosión, empujó al inglés que levantaba el arma. El cónsul aprovechó la intervención del commendatore. Tacchi para arrojarse sobre Daisy y estrecharla contra su pecho. El italiano, alarmado, corrió a poner a salvo a la señora Burnett y el guardia apartó a Bertoldi agarrándolo del cuello.

Al fin, Tacchi consiguió levantar en brazos a Daisy, qué había perdido un zapato, y la llevó hacia la galería. El cónsul, atropellado por los curiosos, decidió que había llegado el momento de emprender la retirada. El negro de la Polaroid lo alcanzó y le devolvió la bandera con una sonrisa.

– Felicitaciones -dijo, mientras sacaba una libreta de apuntes-, ¿Dónde se las mando?

– ¿Qué cosa?

– Las fotos. Recuerdo de guerra -el negro señaló la cámara. En ese momento una ambulancia entró en el bulevar haciendo sonar la sirena.

El cónsul miró al fotógrafo, indeciso, y le dio la dirección del consulado.

– ¿Qué pasó allá?-preguntó.

– Una bomba -dijo el negro, como si no le interesara.

– ¿Conoce al hombre que rescató a la dama?

Bertoldi asintió, confuso, y nombró al commendatore Tacchi. El fotógrafo le agradeció con una reverencia y fue a dejarle su tarjeta al guardia de la embajada británica.

10

– Le advierto -gritó Patik al teléfono-, usted está tratando con el ser más inhumano y terco del que Bongwutsi tenga memoria. Si sigue frecuentándolo me voy a ver obligado a señalarlo a las autoridades suizas.

– Sólo hemos tomado un par de cervezas juntos.

– Es más que suficiente. El tiempo de una cerveza le bastaría a ese monstruo para desatar un motín en el Vaticano.

– A mí me parece inofensivo.

– Cuando era Primer Ministro mandó amputar el clítoris a cien mil mujeres. No le quedó fama de feminista, créame.

– Hoy vi a una golpeándolo en la calle.

– Pura justicia. No se junte con él si quiere quedarse en el país.

– No se preocupe, ya me expulsaron.

– ¿Va a Trípoli?

– No sé. Más bien París, o Madrid.

– ¿Puedo verlo esta noche?

– Si quiere… No tengo quién me pague la cena.

– Lo espero a las ocho y media en el reservado del Chien qui Boite.

En la vidriera del restaurante había tres cangrejos que caminaban sobre un piso de algas. Un gato los miraba a través del vidrio y de vez en cuando se lamía una pata, como si se tomara su tiempo. Lauri empujó la puerta del reservado y vio a Patik que tosía en medio de una aureola de humo azulado. Ni bien terminó de entrar, un negro lo levantó de la cintura y lo sentó sobre una mesa con los cubiertos preparados. Sin darle tiempo a protestar, el hombre le estrujó la ropa y volvió a ponerlo en el suelo mientras hacía un gesto negativo en dirección de Patik. El gordo se levantó, tiró una bocanada del cigarro y le tendió la mano.

– Disculpe. Este es un lugar honorable y tenemos que asegurarnos de que lo siga siendo. No se preocupe por él -señaló al que acababa de revisarlo-, es sordo como una tapia.

Se sentaron y el guardaespaldas apretó un botón de llamada. Un jarrón con flores colocado en el centro de la mesa los obligaba a torcer el cuello para verse las caras. El maítre tocó a la puerta y entró con una fuente de ostras adornadas con rodajas de limón. Enseguida llegó un camarero con una botella de vino blanco en un balde de hielo y dos platitos con manteca decorada. Patik extendió los brazos hasta dejar a la vista los puños de la camisa abrochados con gemelos de oro, y tomó los cubiertos como si atrapara mariposas por las alas.

– Así que intrigando con Quomo, ¿eh? -dijo, y chupó el jugo de una ostra. El sordomudo le seguía los movimientos con admiración.

Lauri empezó a imitar los gestos de Patik con un tiempo de retraso.

– Le repito que apenas lo conozco.

– Justamente, Si lo conociera ya se habría alejado de él o lo hubiera apuñalado mientras duerme.

– Si lo odia tanto, ¿por qué fue a batearlo la otra noche?

Patik hizo un gesto desdeñoso al tiempo que colocaba una ostra sobre el pan.

– Lo encontré borracho. Es la única manera de acercársele. Hacía años que no lo veía y tenía una propuesta para hacerle. Pero es terco como una mula.

Lauri se inclinó para verlo al otro lado del florero. Tenía la cara opaca como un pizarrón. En la solapa llevaba un prendedor finito tocado por una perla.

– Yo diría que está bastante castigado -opinó Lauri por decir algo.

– Todavía vive, y eso es mucho decir. En Bongwutsi lo fusilaron y ahí anda, como si nada. Se escapó cuatro vecesde la cárcel y cuando los rusos le hicieron un proceso por trotskismo fueron los jueces, los que terminaron en la cárcel. Entonces cometió el error de confiar en ellos. ¿Sabe lo que hizo ni bien tomó el poder? Convocó al Emperador y su familia y les anunció que había llegado la hora del proletariado. Yo miraba a esos zaparrastrosos por la ventana y tuve que contenerme para no soltar la risa. ¡Proletariado! Ese rejunte de rufianes analfabetos le tiene más miedo al comunismo que yo al cáncer. Pero entonces había que callarse la boca porque esos imbéciles se creían la reencarnación del Che Guevara. Usted también es de los que creen que murió como un héroe, ¿verdad?

– Digamos que eligió una manera digna para terminar sus días. I

– Pobre infeliz, lo dejaron solo en Haití, muerto de hambre…

– Bolivia.

– Eso. Yo lo respeto, no crea. El tipo murió por sus ideas, ¡pero las imitaciones…! Eso es como la historia del Rolls, ¿manejó alguna vez un Rolls Royce?

– Nunca.

Ahí está. En este mundo la abundancia de comunistas esta en relación con la escasez de Rolls. Alcánceme la botella.

Lauri llenó la copa. El gordo hizo un esfuerzo para arrancar la última ostra sin ensuciarse la camisa y salió airoso. El camarero se precipitó a cambiar los platos y las migas con un cepillo. El maitre acomodó las flores y puso sobre la mesa un pato deshuesado con salsa de crema. Patik señaló una cosecha de tinto e hizo un gesto que se llevaran el balde del hielo. ¿Sabe lo primero que hicieron los rusos cuando Quomo tomó el poder? Le regalaron un Rolls que después resultó falso.

– ¿Cuándo lo descubrieron?

– Mucho más tarde, cuando llevó de picnic al embajador británico con su esposa y el coche se descompuso en plena selva. Hacia un calor de mil demonios y Quomo empezó a reprocharle al embajador la propaganda capitalista en torno a la infalibilidad del Rolls. El inglés estaba colorado de vergüenza y se deshizo en excusas hasta que levantaron el capó y encontraron que el coche tenía un motor Lada de lo más ordinario. Estuvieron tres días comiendo frutas silvestres y tomando jugo de coco hasta que los avistaron desde un helicóptero. Encima la mujer del embajador estaba con la menstruación y las picaduras de los insectos la habían afiebrado hasta el delirio, cuando volvieron a la capital Quomo estaba loco de ira humillación y ordenó que devolvieran el falso Rolls a los soviéticos con una carga de trotyl en el sistema de encendido, de manera que los rusos tuvieron media docena de bajas y se quedaron con la sangre en el ojo. Unos días después lo citaron al Kremlin con la excusa de entregar un auto de los buenos y un millón de rublos para el desarrollo de la agricultura. Fue ahí que le hicieron juicio ir trotskismo. Pero, claro, lo dejaron hablar y toda la corte fue a parar a Siberia.

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