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ADN

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ADN
Название: ADN
Автор: Cook Robin
Дата добавления: 16 январь 2020
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ADN - читать бесплатно онлайн , автор Cook Robin

En el hospital m?s grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El ?nico punto en com?n entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenec?an al mismo seguro m?dico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos cient?ficos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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– No hay razón para molestarse -contestó Roger con ánimo apaciguador-. Solamente pretendo ser previsor y conocer al personal. No habíamos tenido el placer. -Roger tendió la mano hacia José.

El rostro del anestesista se había encendido. El hombre miró la mano tendida pero no hizo ademán de devolver el saludo, y tampoco se puso en pie. Lentamente, alzó la vista y miró a Roger a los ojos.

– Tiene usted mucha cara dura viniendo aquí como si tal cosa para hablarme de problemas -dijo acalorado y señalándolo con un dedo amenazador-. Será mejor que esto no tenga nada que ver con historias pasadas como el sacar a la luz los anestésicos que necesitaba para mi espalda o los casos de negligencia ya cerrados, porque si es por eso, usted y el resto de Administración tendrán noticias de mis abogados.

– Tranquilícese -le rogó Roger suavemente-. No tenía intención de hablar de nada de eso. -Estaba sorprendido por la beligerancia del anestesista y su defensiva actitud; a pesar de todo, se esforzó por mantener la calma. Si aquel hombre podía enfadarse tanto por tan mínima provocación, puede que fuera un tipo inestable capaz de cualquier barbaridad. Para quitar hierro a la situación, añadió-: Mi intención al venir aquí era ver cómo le van las cosas al doctor Najah. Usted lleva tiempo en el hospital, pero el doctor Najah es un recién llegado. Siendo usted el más veterano, me interesaba su opinión.

Parte de la hostilidad se desvaneció del rostro de José, que hizo un gesto a Roger indicándole que se sentara. Tan pronto como este lo hubo hecho, el médico se le acercó y bajó la voz.

– ¿Por qué no lo dijo usted desde el principio? Motilal es con quien debería estar hablando usted si lo que le preocupan son los problemas.

– ¿Y cómo es eso?

Los ojos de José Cabero tenían un destello conspirativo, y Roger pensó que, aunque aquel individuo no fuera un asesino múltiple, era la última persona por quien se dejaría anestesiar.

– Ese hombre es un solitario. Quiero decir que en el turno de noche formamos una especie de equipo. Y se lo aseguro, él no se relaciona con nadie si no es en el plano profesional. Come por su cuenta y nunca viene por aquí para alternar. Y cuando digo «nunca» quiero decir ¡«nunca»!

– Cuando lo entrevisté me pareció un tipo amigable -comentó Roger, que recordaba haberse sentido impresionado por las educadas maneras y la franqueza de Motilal. Sin embargo, lo que estaba escuchando de boca de José sugería que Najah presentaba ciertos rasgos antisociales; y si eso era cierto, debía entrar en la lista de sospechosos.

– Entonces es que lo engañó -dijo José, que se echó hacia atrás e hizo un gesto abarcando la estancia-. Si no me cree, pregunte a cualquiera de los de aquí.

Los ojos de Roger recorrieron la sala. La gente había reanudado sus lecturas y conversaciones. Miró de nuevo a José y empezó a sentirse pesimista respecto a sacar algo en limpio de su lista de sospechosos después de lo que estaba oyendo sobre Motilal y viendo el comportamiento de Cabero.

– ¿Y qué hay de sus aptitudes profesionales? -preguntó-. ¿Es buen anestesista?

– Supongo, pero cualquiera de las enfermeras anestesistas se lo explicaría mejor que yo, porque son ellas las que trabajan directamente con ese holgazán perezoso. El problema que tengo con él es que nunca está aquí. Siempre anda dando vueltas por el hospital.

– ¿Y qué hace paseándose por ahí?

– ¿Cómo voy a saberlo? De lo que estoy seguro es de que siempre acabo haciendo todo el trabajo. Es como hace diez minutos: tuve que hacerlo llamar para que moviera el culo hasta aquí porque era su turno de ocuparse de un caso. ¡Demonios! ¡Esta noche ya he hecho dos!

– ¿Dónde estaba cuando lo hizo llamar?

– En la planta de ginecología y obstetricia. Al menos eso fue lo que dijo cuando se lo pregunté; aunque podría haber estado en uno de los bares locales.

– ¿Se está ocupando de algún caso en estos momentos?

– ¡Mejor será! De lo contrario, nuestro jefe, Ronald Havermeyer se va a enterar. Estoy cansado de echar capotes a ese tío.

– Dígame una cosa -preguntó Roger recostándose en su asiento-, ¿está usted enterado de que en los últimos meses se ha producido el fallecimiento inesperado e inexplicable de una serie de pacientes jóvenes y aparentemente sanos a los que justo acababan de operar?

– No -contestó José, a juicio de Roger con excesiva precipitación.

De repente el anestesista alzó la mano para ordenar silencio. Una llamada sonaba por los altavoces generales.

– Código Rojo en 603 -anunció una voz-. Código Rojo en 603.

José se obligó a ponerse en pie y dejó el periódico a un lado.

– ¿Lo ve? Apenas me he sentado, va y se presenta un código de crisis cardíaca. Lamento interrumpir esta conversación tan bruscamente; pero, a menos que estemos ocupados con un caso, nuestra obligación es acudir a una llamada de Código Rojo. De todas maneras, le animo a que hable con Motilal. Si su intención es anticiparse a los problemas, es su hombre.

José salió de la sala estetoscopio en mano, y Roger oyó que en el pasillo se abrían y cerraban ruidosamente las puertas batientes que daban a los ascensores. Dejó escapar un suspiro y miró a su alrededor. Nadie parecía haber reaccionado ante su extraña conversación con el anestesista, al anuncio del Código Rojo o a la precipitada marcha de José, hasta que sus ojos volvieron a fijarse en Cindy Delgado. La joven sonrió e hizo un gesto interrogativo. Roger se levantó y se le acercó.

– No haga caso al doctor Cabero -dijo ella riendo-. Es un pesimista incurable y nuestro particular profeta del Apocalipsis.

– Parecía un poco a la defensiva.

– ¡Ja! ¡Menudo eufemismo! Está completamente paranoico con ribetes de misantropía; pero ¿sabe una cosa?, se lo pasamos por alto porque es un anestesista francamente bueno; y yo lo sé mejor que nadie porque trabajo con él casi todas las noches.

– Eso me tranquiliza -repuso Roger, no obstante muy poco convencido-. ¿Ha oído lo que contaba del doctor Najah?

– Más o menos.

– ¿Es esa la sensación que aquí se tiene sobre él?

– Supongo -contestó Cindy con un encogimiento de hombros-. El doctor Najah no se relaciona demasiado, pero a nadie le importa salvo a José. Me refiero que, al fin y al cabo, este es el turno de los monstruos.

– ¿A qué se refiere con eso?

– A que todos tenemos nuestras cosas y por eso hemos escogido este horario. Quizá seamos todos un tanto misántropos a nuestra manera. A mí me gusta el hecho de que tengamos menos supervisión y menos tonterías burocráticas. Lo que no sé es por qué lo prefiere el doctor Najah, quizá se deba a algo tan simple como la timidez. Con lo callado que es, resulta difícil decirlo; pero como anestesista es bueno. No malinterprete lo que le he comentado sobre José, porque no es algo que diga de todo el mundo.

– ¿O sea que usted no cree que Najah sea un tipo antisocial?

– No en el sentido enfermizo de la palabra. Pero, para serle sincera, no lo sé a ciencia cierta. Apenas he cruzado unas palabras con él.

– José se quejaba de que siempre está deambulando por el hospital. ¿Tiene usted idea de adónde va?

– Eso creo. Me parece que va ver todos los casos preoperatorios previstos para el día siguiente. ¿Y por qué lo digo?, porque al día siguiente siempre aparece con la lista de operaciones programadas para ese día.

Roger asintió mientras en silencio confirmaba su opinión sobre sus deficiencias como detective. Después de haber charlado con José Cabero, haberse enterado de algunos detalles del solitario Najah y del funcionamiento del turno de noche en general, seguía sin poder descartar a nadie como sospechoso. A pesar de todo, estaba decidido a seguir adelante.

– ¿Oyó usted lo que dijo José cuando le pregunté si sabía algo de las muertes inesperadas que se han producido las últimas semanas?

– Sí, lo oí -contestó Cindy con una risita y haciendo gesto de restarle importancia-. No sé qué le estaba pasando por la cabeza, porque está perfectamente enterado. Todos estamos enterados, especialmente en Anestesiología. La verdad es que no es nuestro tema favorito, pero hemos hablado del asunto más de una vez, especialmente desde que los casos han ido en aumento.

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