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ADN

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ADN
Название: ADN
Автор: Cook Robin
Дата добавления: 16 январь 2020
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ADN - читать бесплатно онлайн , автор Cook Robin

En el hospital m?s grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El ?nico punto en com?n entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenec?an al mismo seguro m?dico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos cient?ficos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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Al final, y a pesar de besarla apasionadamente en la acera, Roger se resistió y mantuvo la mano en la puerta abierta del taxi. A pesar de sentirse tentado de aprovechar la hospitalidad de Rosalyn y todo lo que su nueva expresión corporal sugería, se recordó el trabajo que tenía planeado realizar en su oficina. Tenía la sensación de estar lanzado, y a pesar de que esa noche ya no tendría la oportunidad de entregarle nada a Laurie, el fin de semana no había hecho más que empezar.

Tras prometer que la llamaría, Roger subió al taxi y se despidió saludando con la mano por la ventanilla mientras Rosalyn se quedaba clavada en el sitio hasta que lo vio desaparecer. La excursión a Queens había tenido su recompensa. No solo había conseguido la mayor parte de la información que deseaba, sino que además había conocido a una mujer que era firme candidata a futuros e interesantes encuentros.

Cuando llegó al Manhattan General ya eran casi las once de la noche. Lo primero que hizo fue pasar por la cafetería y tomarse una taza de café de verdad. Al entrar en su despacho se sentía lleno de energía y se puso a trabajar con prontitud. A las dos de la madrugada había desbrozado buena parte de la información. La sugerencia de Laurie unida a su idea de cómo ampliarla se había demostrado sumamente fértil. De hecho, casi demasiado. Al empezar se había preguntado si lograría hallar algún sospechoso. En esos momentos tenía demasiados.

Se repantigó en su asiento y cogió la primera hoja que había impreso: una lista de los cinco médicos con privilegios de entrada tanto en el St. Francis como en el Manhattan General y que habían hecho uso de ellos en ambas instituciones en los últimos cuatro meses. La lista original de médicos con aquel doble privilegio era demasiado larga, y había optado por reducirla.

Como jefe del personal médico, Roger tenía acceso ilimitado a los credenciales y archivos de todos los médicos vinculados con el Manhattan General. Tres de los cinco de la lista habían tenido problemas disciplinarios. Dos de ellos habían sido calificados eufemísticamente como «disminuidos» por problemas de adicción, y, tras haber pasado por rehabilitación seis meses antes, se hallaban en régimen de prueba con respecto a sus privilegios. El sexto, el doctor Pakt Tam, se había visto envuelto en varias demandas por negligencia que todavía estaban pendientes de veredicto y que habían desembocado en muertes inesperadas pero que no estaban relacionadas con las series de Laurie. El hospital había intentado quitarle sus privilegios, pero él había recurrido y estos le habían sido restablecidos por los tribunales hasta que se fallara la sentencia.

El caso del doctor Tam había llevado a Roger a examinar a los médicos cuyos privilegios habían sido eliminados o restringidos durante los seis meses anteriores, pensando en que quizá estuvieran enfadados, fueran perturbados, tuvieran ganas de vengarse o cualquier combinación de las tres cosas. Sus investigaciones arrojaron el nombre de ocho especialistas. El problema era que no tenía forma de saber si alguno de ellos había tenido relación con el St. Francis. Rápidamente escribió una nota para llamar a Rosalyn el lunes, la unió a la hoja de los ocho médicos y la dejó a un lado.

La idea de un médico con ansias de venganza le había hecho pensar en los posibles empleados disgustados con el hospital, en particular enfermeras u otros que tuvieran contacto directo con los pacientes. Si iba a considerar a los médicos, tendría que hacerlo también con el resto del personal, de modo que había tomado nota para hablar con Bruce para que le consiguiera una lista de los empleados despedidos antes de la fecha límite de noviembre y un año hacia atrás, y la había pegado en la lámpara para asegurarse de no perderla de vista. Llegado a ese punto, había empezado a desanimarse, pero había seguido.

El segundo grupo que tuvo en cuenta fueron los anestesistas. Tal como le había dicho a Laurie, y por las razones que ella había manifestado tan concretamente, consideraba que su dominio de ciertas áreas los convertía en los primeros sospechosos. Su intuición fue recompensada con unas cuantas posibilidades interesantes. Dos llamaron su atención de inmediato. Ambos especialistas trabajaban exclusivamente en el turno de noche, seguramente por elección propia. Uno era el doctor José Cabero, que tenía un historial como «disminuido» por el OxyContin, así como varias demandas por negligencia. El otro era el doctor Motilal Najah, una reciente incorporación a la plantilla proveniente del St. Francis. Roger había sacado copias de los historiales de ambos y marcado sus nombres con un asterisco. Esos papeles se hallaban justo ante él en la mesa. En su opinión, eran los sospechosos principales, con Najah por delante de Cabero. A pesar de que el expediente de Najah estaba limpio, la coincidencia de su traslado resultaba perfecta.

El último grupo que había examinado era el resto de empleados del hospital. Al comparar la lista de los que se habían marchado del St. Francis después de mediados de noviembre con la lista de los nuevos empleados del Manhattan General del mismo período, había obtenido un grupo de más de veinte personas. Al principio, la cantidad lo había sorprendido, pero cuando lo pensó mejor vio que tenía sentido: el Manhattan General era el buque insignia de AmeriCare, y si la compañía buscaba gente, tal como le había dicho Rosalyn, era normal que la mayoría de los profesionales y personal de apoyo prefirieran estar en él.

A pesar de sus limitaciones como detective aficionado, Roger se había dado cuenta enseguida de que veintitrés sospechosos eran demasiados. Para reducir el grupo, recurrió a la idea de Laurie de considerar solo los que habían trabajado en el turno de noche del St. Francis y se habían trasladado al mismo en el General. Con tan reducido margen no sabía si conseguiría algo, pero para su sorpresa así fue. Los siete nombres eran: Herman Epstein, de Farmacia; David Jefferson, de Seguridad; Jasmine Rakoczi, de Enfermería; Kathleen Chaudhry y Joe Linton, de Laboratorio; Brenda Ho, de Limpieza; y Warren Williams, de Mantenimiento.

Roger cogió la hoja con los siete nombres. Aunque figuraban más de los que había esperado, pensó que podría ocuparse de los siete. Al leerlos una y otra vez, no pudo evitar pensar en lo mucho que aquellos apellidos reflejaban la heterogeneidad étnica de la cultura norteamericana, y creyó poder rastrear los orígenes de todos ellos salvo de Rakoczi, aunque si se lo preguntaban habría dicho que era centroeuropeo. Miró los distintos departamentos a los que pertenecían y comprendió que todos ellos podían haber tenido contacto con los pacientes de un modo u otro, especialmente durante el turno de noche, cuando la vigilancia era mínima. Vagamente se preguntó si debía llamar a Rosalyn para que le consiguiera sus historiales del St. Francis. Puesto que había dado el primer paso de una relación con ella, quizá pudiera conseguir la información sin alarmarla, pero no tenía garantías. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer?

Dejó la lista al lado de la hoja de los anestesistas y miró el reloj. Eran las dos y cuarto de la madrugada. Meneó la cabeza; no recordaba la última vez que se había quedado trabajando hasta tan tarde, pero supuso que había sido haciendo las prácticas de residencia. Resultaba un poco deprimente pensar que casi toda la ciudad dormía, pero al menos no estaba cansado: la inyección de cafeína que se había dado en la cafetería seguía corriéndole por las venas, haciendo que se sintiera inquieto. Se dio cuenta incluso de que había estado dando golpecitos con el pie derecho. Pensó que ojalá fueran las diez de la noche en vez de las dos de la madrugada, porque con aquella lista de sospechosos podría haber llamado a Laurie y proponerle ir a verla a su piso. Por desgracia, semejante posibilidad estaba descartada. Con lo angustiada que estaba por el asunto del BRCA-1, él no estaba dispuesto a despertarla.

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