Informe Brennan
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La antrop?loga forense Temperance Brennan es una de las primeras personas en acudir al monte donde acaba de estrellarse un peque?o avi?n de pasajeros. Casi todos ellos eran estudiantes que formaban parte de un equipo de b?isbol, y entre las v?ctimas tambi?n podr?a encontrarse Katy, la hija de Tempe.
Asustada la doctora decide investigar los motivos de la tragedia y, a partir de ese momento, se ver? envuelta en una conspiraci?n dirigida a entorpecer por todos los medios su trabajo y acabar con su vida.
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– Tenían una especie de cabaña. ¿Por qué me hace todas estas preguntas?
– Hace unos días un avión se estrelló cerca de Bryson City y estoy tratando de averiguar todo lo que pueda acerca de una propiedad que hay en la zona. Es posible que su esposo haya sido uno de los dueños.
– ¿Ese asunto tan terrible con todos esos estudiantes?
– Sí.
– ¿Por qué tiene que morir la gente joven? Un hombre joven murió cuando volaba para asistir al funeral de mi esposo. Tenía cuarenta y tres años.
Sacudió la cabeza.
– ¿De quién se trataba, señora?
Apartó la mirada.
– Era el hijo de uno de los amigos de Pat, vivía en Alabama, de modo que nunca le conocí. A pesar de todo, me rompió el corazón.
– ¿Sabe cómo se llamaba?
– No.
Sus ojos no querían encontrarse con los míos.
– ¿Conoce los nombres del resto de amigos de su esposo que visitaban la cabaña?
Comenzó a mover la manguera.
– ¿Señora Veckhoff?
– Pat nunca hablaba de esos viajes. Yo lo respetaba. Necesitaba privacidad después de estar tanto tiempo en público.
– ¿Ha oído hablar alguna vez del Grupo de Inversiones H amp;F?
– No.
La señora Veckhoff seguía concentrada en la fina lluvia que salía de la manguera, de espaldas a mí, pero la tensión en sus hombros era evidente.
– Señora Veck…
– Es tarde. Debo entrar.
– Me gustaría averiguar si su esposo tenía algún interés en esa propiedad.
Cerró el paso del agua, dejó la manguera sobre la hierba mojada y se alejó rápidamente por el sendero de losas.
– Gracias por su tiempo, señora. Lamento haberla molestado.
Se volvió con la puerta medio abierta, tenía apoyada en el pomo una mano venosa. Desde el interior de la casa llegó el sonido apagado de unas campanillas.
– Pat siempre decía que hablo demasiado. Yo lo negaba, le decía que era simplemente una persona amable. Ahora creo que probablemente estuviese en lo cierto. Pero la soledad a veces pesa demasiado.
La puerta se cerró y oí el ruido de un pestillo.
De acuerdo, señora Veckhoff. Sus respuestas fueron pura basura, pero fueron una basura encantadora. Y muy instructivas.
Saqué una tarjeta de mi bolso, apunté mi dirección y numero de teléfono y la metí en el quicio de la puerta.