Muerto Hasta El Anochecer
Muerto Hasta El Anochecer читать книгу онлайн
Sookie Stackhouse es una camarera con un inusitado poder para leer la mente. Su don es el origen de sus problemas. Siempre acaba sabiendo m?s de lo que le gustar?a de la gente que le rodea. De todos menos de Bill Compton, porque su mente, la de un vampiro qu? trata de reinsertarse en la sociedad, es absolutamente impenetrable. Cuando sus vidas se cruzan descubrir? que ya no hay vuelta atr?s. La aparici?n de un asesino en serie es la prueba definitiva para su confianza…
Con esta novela, Charlaine Harris demuestra hasta qu? punto su talento puede hacer que una casi imposible mezcla de vampiros, misterio, intriga y humor se convierta en una obra deliciosamente imprescindible.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
Me metí en la cama con mi camisa de dormir de Mickey Mouse favorita, queme llega casi hasta las rodillas. Me tendí de lado, como siempre, y disfruté del silencio de la habitación. Casi todo el mundo tiene el cerebro apagado a esas horas de la madrugada, y las vibraciones desaparecen, no tengo que rechazar ninguna intrusión. Con una paz así, tuve tiempo de sobra para pensar en los oscuros ojos del vampiro y deslizarme entonces en el profundo sueño del agotamiento.
Al día siguiente, a la hora de comer, me encontraba sobre mi tumbona plegable de aluminio, en el patio delantero, poniéndome cada vez más morena. Llevaba puesto mi vestido de dos piezas preferido, sin tirantes, que por cierto me quedaba más holgado que el verano anterior, así que estaba más contenta que unas castañuelas.
Entonces oí que se acercaba un vehículo por el camino de entrada y la camioneta negra de Jason, con sus blasones rosas y celestes, se detuvo a menos de un metro de mis pies.
Jason descendió hasta el suelo (¿he mencionado que su camioneta luce esas ruedas enormes?) y se me acercó. Vestía sus ropas habituales de trabajo: camisa y pantalones caquis, y llevaba un cuchillo de monte encajado en el cinturón, como casi todos los trabajadores de carreteras del condado. Por el modo en que andaba, supe que estaba cabreado.
Me puse las gafas de sol.
– ¿Por qué no me has dicho que les diste una paliza a los Rattray anoche? -Mi hermano se dejó caer en la silla de aluminio para exteriores que había junto a mi tumbona-. ¿Dónde está la abuela? -añadió con retraso.
– Colgando la colada-respondí. La abuela usaba la secadora cuando era necesario, pero adoraba tender la ropa mojada al sol. Y desde luego, la cuerda para tender estaba en el patio trasero, como debe ser-. Está preparando bistec al estilo campero, boniatos y habichuelas que recogió el año pasado, para la comida -dije, sabiendo que eso distraería un poco a Jason. Confié en que la abuela siguiera en la parte de atrás, no quería que escuchara aquella conversación-. Mantén la voz baja -le recordé.
– Rene Lenier estaba impaciente esta mañana por contármelo todo, en cuanto he entrado a trabajar. Se pasó por la caravana de los Rattray anoche para comprarles un poco de hierba, y Denise apareció con el coche como si quisiera asesinar a alguien. Rene dice que lo podría haber matado de lo furiosa que estaba. Entre los dos pudieron subir a Mack a la caravana, y después lo llevaron al hospital de Monroe -Jason me lanzó una mirada acusadora.
– ¿Y te ha contado Rene que Mack me atacó con un cuchillo? -pregunté, decidiendo que el mejor modo de enfrentarme a aquello era pasar a la ofensiva. Sabía que el enfado de Jason se debía en gran medida al hecho de haberse enterado por una tercera persona.
– Pues si Denise se lo dijo a Rene, él no me lo ha contado – respondió jason lentamente, y vi que su atractivo rostro enrojecía por la furia-. ¿Te atacó con un cuchillo?
– Sí, así que tuve que defenderme-dije, como si fuera algo obvio-. Y se llevó tu cadena-todo era cierto, aunque un poco sesgado-. Volví para contártelo, pero cuando regresé al bar ya te habías marchado con DeeAnne -proseguí-, y como yo estaba bien, no me pareció que mereciera la pena salir a buscarte. Sabía que te sentirías obligado a ir a por él si te contaba lo del cuchillo -añadí de manera diplomática. Aquello tenía un mayor porcentaje de verdad, ya que Jason adora las peleas.
– ¿Pero qué demonios estabas haciendo allí? -me preguntó, aunque mucho más relajado. Supe que estaba empezando a asumirlo.
– ¿Sabías que, además de vender drogas, los Ratas son desangradores de vampiros?
Ahora se lo veía fascinado.
– No… ¿y?
– Bueno, uno de mis clientes de anoche era un vampiro, y estaban dejándolo seco en el estacionamiento de Merlotte's. ¡No podía permitirlo!
– ¿Hay un vampiro en Bon Temps?
– Sí. Y aunque no quieras tener a uno como mejor amigo, no puedes dejar que una escoria como los Ratas lo drenen. No es como robar gasolina del depósito de un coche. Y lo habrían dejado entre los árboles para que muriera. -Aunque los Ratas no me habían revelado sus intenciones, eso era lo que yo suponía. Incluso aunque le hubieran puesto a cubierto para que pudiera sobrevivir al sol, un vampiro drenado tarda más de veinte años en recuperarse, o al menos eso es lo que dijo uno de ellos en el programa de Oprah [1]. Y eso si otro vampiro puede encargarse de él.
– ¿Y el vampiro estaba en el bar cuando yo me fui? – preguntó Jason asombrado.
– Ajá. El tipo de pelo oscuro que se sentaba con los Ratas.
Jason sonrió ante mi calificativo para los Rattray. Pero todavía no estaba dispuesto a dejar pasar lo de la noche anterior.
– ¿Cómo supiste que era un vampiro? -me preguntó, pero al mirarme supe que hubiese preferido morderse la lengua.
– Simplemente lo supe-dije, con mi tono más anodino.
– Muy bien-y compartimos toda una muda conversación.
– Homulka no tiene un vampiro-dijo Jason mientras reflexionaba. Echó atrás la cara para que le diera el sol, y supe que habíamos dejado atrás el terreno peligroso.
– Cierto -reconocí. Homulka es el pueblo que Bon Temps adora odiar. Hemos sido rivales en fútbol americano, en baloncesto y en importancia histórica desde hace generaciones.
– Ni tampoco Roedale-dijo la abuela desde detrás nuestro, provocando que tanto Jason como yo nos levantáramos. He de reconocer que, siempre que ve a la abuela, Jason se pone en pie y le da un abrazo.
– Abuela, ¿tienes suficiente comida en el horno para mí?
– Para ti y para dos más -dijo la abuela mientras le sonreía. No ignoraba los defectos de Jason (ni los míos), pero lo quería-. Acaba de llamarme Everlee Mason, y me ha contado que anoche te liaste con DeeAnne.
– ¡Oh, cielos! ¿Es que no puedes hacer nada en este pueblo sin que todo el mundo lo sepa? -respondió Jason, aunque no estaba realmente enfadado.
– Esa DeeAnne- añadió la abuela con tono de advertencia mientras entrábamos en la casa -ya ha estado embarazada una vez, que yo sepa. Tú ten cuidado y que no tenga uno tuyo, o estarás pasándole dinero el resto de tu vida. ¡Aunque claro, igual esa es la única manera de que yo tenga bisnietos algún día!- La abuela ya tenía la comida sobre la mesa, así que en cuanto Jason trajo su silla nos sentamos y bendijimos la mesa, tras lo cual la abuela y él comenzaron a compartir rumores (aunque ellos lo llaman "ponerse al día") sobre los habitantes de nuestro pequeño pueblo y su parroquia [2]. Mi hermano trabaja para el estado, supervisando los grupos de mantenimiento de carreteras. A mí me daba la impresión de que la jornada de trabajo de Jason consistía en ir de un lado para otro en una camioneta oficial, fichar a la salida, y entonces ir de un lado para otro con su propia camioneta. Rene estaba en uno de los grupos de trabajo que supervisaba Jason, y habían ido juntos al instituto. Salen bastante con Hoyt Fortenberry.
– Sookie, he tenido que sustituir el calentador de agua de casa -dijo Jason de modo repentino. Él vive en el viejo edificio de mis padres, en el que residíamos los cuatro cuando ellos murieron en la riada. Después de aquello nos trasladamos con la abuela, pero cuando Jason terminó sus dos años de colegio universitario y empezó a trabajar para el estado, volvió a aquella casa, que sobre el papel es mitad mía.
– ¿Necesitas algo de dinero?-pregunté.
– Qué va, tengo suficiente.
Los dos contamos con nuestros salarios, pero además nos llegan pequeños beneficios de un fondo que se creó cuando abrieron un pozo de petróleo en las tierras de mis padres. El pozo se secó en unos pocos años, pero mis padres y después la abuela se aseguraron de invertir bien el dinero. Ese colchón nos había ahorrado a mí y a Jason un montón de problemas. No sé cómo hubiera podido mantenernos la abuela de no haber sido por aquel dinero. Ella estaba decidida a no vender ni una parcela de las tierras, pero sus ingresos se reducen a los de la seguridad social. Esa es una de las razones por las que no me he ido a un apartamento: si vivo con ella y traigo comida, le parece razonable; pero si compro la comida, la llevo a su casa y la dejo en la mesa, y después me vuelvo a mi casa, eso es caridad y la pone furiosa.