Danza de sombras

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Danza de sombras
Название: Danza de sombras
Автор: Garwood Julie
Дата добавления: 16 январь 2020
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Danza de sombras - читать бесплатно онлайн , автор Garwood Julie

Jordan Buchanan est? encantada de que su hermano Dylan y su mejor amiga Kate MacKenna se casen. Durante la boda, un exc?ntrico profesor de historia medieval advierte que entre los clanes de la pareja existe una enemistad que se remonta a una antigua disputa que se origin? en Escocia, cuando los Buchanan robaron un codiciado tesoro de los MacKenna…

Un maleante poderoso y amenazador, un hombre que esconde un secreto y una inesperada historia de amor son los fascinantes elementos con los que Julie Garwood crea esta novela de suspense rom?ntico. Una obra que encantar? a las fans de la serie Buchanan y que, como se puede leer de forma independiente, le har? ganar a?n m?s seguidoras.

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Chaddick se apoyó en un lado de la mesa.

– ¿Hay algo?

– Diría que sí -respondió Street-. Sólo tengo los nombres de pila, sin fechas pero con días de la semana, hechos, pagos y algunos sitios. -Se echó a reír-. ¿Sabéis qué os digo? Si toda esta gente vive en Serenity, este pueblo es un hervidero de actividad.

– ¿Quién aparece en la lista? -preguntó Noah.

– Tengo a una tal Charlene que le pagó cuatrocientos dólares un viernes en una compañía aseguradora.

– ¿Charlene? ¿Por qué le pagó cuatrocientos dólares a J.D.? -se extrañó Jordan.

– Tenía un video de ella en la cama con alguien -sonrió Street.

– ¿Con su prometido?

Los tres agentes la miraron, y se dio cuenta de lo estúpida que había sido su pregunta. Si Charlene apareciese acostándose con su prometido, J.D. no la habría estado chantajeando.

– Bueno, estoy cansada -se excusó-. Engañaba a su prometido. -De repente, se indignó-. ¡Le regalé piezas de una vajilla! ¡De Vera Wang!

– Llevaba cierto tiempo pagando -indicó Chaddick tras dirigir de nuevo la vista hacia la pantalla.

– Llevaba cierto tiempo acostándose con alguien -añadió Street-. Supongo que no le importaba pagar.

– ¿Con quién se acostaba? -preguntó Jordan-. No, no me lo digas. No quiero saberlo. Sí que quiero. ¿Quién era?

– Alguien llamado Kyle…

Jordan se llevó una mano a la garganta.

– ¡No me digas que era Kyle Heffermint!

Noah encontró cómica la reacción de Jordan. Se acercó ella y la rodeó con un brazo.

– Es ese individuo que no paraba de decir tu nombre, ¿verdad? E intentaba ligar contigo.

– El mismo -confirmó Jordan.

– Hay un tal Steve N. -prosiguió Street.

– Podría ser Steve Nelson -sugirió Noah-. Lo conocí en el restaurante. Dirige la compañía aseguradora.

– Es el jefe de Charlene -le indicó Jordan.

– Es algo más -sonrió Street.

– ¡Por favor, no se estaría acostando también con Steve! No, no me lo creo.

– ¿Quieres ver el video?

– ¡Oh, Dios mío, sí lo hacía! Y Steve está casado.

– Sí -comentó Noah con ironía-. Por eso pagaría para mantener el asunto en secreto.

– Voy a imprimirlo -anunció Street a la vez que movía el ratón por la alfombrilla-. Haré dos copias. Así podrás llevarte una, Noah.

– ¿Sabes qué? Antes de irme de Serenity, quiero conocer a la tal Charlene -soltó Chaddick.

Noah oyó que un automóvil se detenía fuera de la casa. Se dirigió al salón y echó un vistazo por la ventana.

– Ya han llegado los de la científica.

– Estupendo -dijo Street-. Podrán llevarse todo esto.

Se dirigió hacia la impresora, separó las copias y le entregó un ejemplar a Noah.

– Saldremos mañana temprano -le comunicó Noah-. Si necesitáis algo, decídmelo. Y, por favor, mantenedme informado.

Jordan estaba más que dispuesta a irse de la casa de J.D. Dickey.

– Crees que conoces bien a alguien, y va y descubres que es una maníaca sexual -comentó una vez en la calle.

– Pero, en realidad, no conocías bien a Charlene. Acababas de conocerla -replicó Noah.

– Es verdad. Pero, aun así, es descorazonador.

– A no ser que se te ocurra otro restaurante, supongo que nos tocará volver al de Jaffee. ¿Te parece bien?

– Depende -respondió Jordan-. ¿Está en la lista?

– ¿Quieres mirarlo? -dijo Noah, riendo.

– Hazlo tú.

Noah se arrimó a la acera, paró el coche y repasó rápidamente la lista. Vio el nombre de Amelia Ann y se preguntó cómo reaccionaría Jordan si lo supiera.

– No sale Jaffee -aseguró.

– Menos mal -suspiró Jordan.

Noah pensó en el largo día al que la había sometido.

– Aguantas muy bien las situaciones adversas, ¿lo sabías? -La miró un largo instante y, a continuación, alargó la mano para tomarla por la nuca y acercarla hacia él.

– ¿Qué…? -empezó a decir Jordan.

Noah le había puesto los labios con firmeza sobre los suyos. Jordan no se lo esperaba, pero abrió instintivamente la boca, y él lo aprovechó para introducirle la lengua y aumentar la intensidad del beso. Noah no hacía las cosas a medias. El beso no duró mucho, pero fue apasionado. Cuando por fin la soltó, a Jordan le latía con fuerza el corazón. Se recostó de nuevo en su asiento e intentó recobrar el aliento.

Noah no parecía tener dificultades para recobrar el aliento. Arrancó el coche y prosiguió la marcha.

– Me apetece pescado -comentó-. Y una cerveza fría.

Ninguna mención al beso, nada de gracias, ni siquiera un comentario del tipo: «ha estado bien, ¿no?».

– ¿Pasa algo? -preguntó Noah a pesar de que sabía muy bien que sí pasaba. Jordan lo fulminó con la mirada-. Te noto un poco irritada.

– ¿Tú crees? No, no pasa nada.

– De acuerdo.

– Sólo me preguntaba cómo puedes ser tan frío, tan indiferente, ya me entiendes -dijo Jordan.

– Frío e indiferente son dos cosas distintas.

– Pues tú eres ambas cosas, Noah. Acabas de besarme. -Ya estaba, lo había soltado, y ahora podrían discutirlo.

– Ya lo creo -respondió él.

– ¿Es eso todo? ¿Ya lo creo?

Parecía tan furiosa que Noah no pudo evitar sonreír. Jordan estaba extraordinaria cuando se alteraba.

– ¿Qué querías que dijese?

No estaría hablando en serio. Sabía muy bien qué quería que dijera. Que ese beso significaba algo. Que era importante. Pero, al parecer, no lo era. Había besado a muchas mujeres. ¿Qué era para él: más de lo mismo?

Pensó en recordarle los buenos ratos que habían pasado la noche anterior. También podría comentarle que por la mañana se había comportado como si no hubiese sucedido nada fuera de lo normal. Sabía que si Noah le replicaba preguntándole qué quería que hubiese dicho, podría darle un puñetazo al estilo de J.D. y dejarlo sin sentido.

Seguro que eso sí lo recordaría.

Pero, a pesar de que en aquel momento la idea parecía estupenda, la violencia no era nunca la respuesta.

– ¿En qué estás pensando, cariño? -soltó Noah cuando se pararon en un semáforo en rojo, y tras echarle un vistazo, añadió-: Pareces perpleja.

– En la violencia -contestó ella de inmediato-. Estaba pensando en la violencia.

– ¿En qué sentido? -preguntó Noah, que nunca sabía con qué le saldría.

– En que jamás es la respuesta. Es lo que mis padres nos enseñaron a Sidney y a mí.

– ¿Y a tus hermanos?

– Se pasaban el rato intentando pelearse entre ellos. Creo que por eso se les daban tan bien los deportes. Podían enfrentarse con otros equipos.

– ¿Cómo te librabas entonces de tus tendencias agresivas? -preguntó Noah con auténtica curiosidad.

– Desmontaba cosas.

– ¿De veras?

– No era un acto vandálico -explicó-. Desmontaba cosas para poder volver a montarlas. Era un… aprendizaje.

– Volverías locos a tus padres, Jordan.

– Es probable -ella estuvo de acuerdo-. Pero tenían paciencia conmigo, y pasado cierto tiempo, se acostumbraron.

– ¿Qué clase de cosas desmontabas?

– Recuerda que era una niña, así que empecé con cosas pequeñas. Una tostadora, un ventilador viejo, una segadora de césped…

– ¿Una segadora? -Noah se sorprendió.

– A mi padre todavía le duele recordarlo -sonrío ella-. Una tarde llegó temprano a casa del trabajo y se encontró todas las piezas de la segadora, hasta las tuercas y los tornillos, esparcidas por el camino de entrada. No le hizo ninguna gracia.

A Noah le costaba imaginársela con la cara y las manos llenas de grasa atornillando cosas. Jordan era ahora tan femenina. No conseguía verla así.

– ¿Volviste a montar la cortadora de césped?

– Con la ayuda de mis hermanos. Una ayuda que, por cierto, no necesitaba. La semana siguiente, mi padre trajo a casa un viejo ordenador averiado. Me dijo que podía quedármelo, pero tuve que prometer que no tocaría ningún otro aparato, segadora o coche.

– ¿Coche?

– Jamás toqué ninguno -afirmó Jordan-. No me interesaban. Y en cuanto tuve un ordenador…

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