Tiempo De Matar
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Durante varios veranos, el terror se adue?a de los residentes de Georgia cuando las temperaturas ascienden y el term?metro alcanza los cuarenta grados, porque con el implacable calor llega tambi?n un cruel asesino. En cada ocasi?n secuestra a dos muchachas y espera a que se descubra el primer cad?ver: en ?l se hallan todas las pistas para encontrar a la segunda v?ctima, abocada a una muerte lenta pero certera. Pero la polic?a nunca consigue llegar a tiempo y los cuerpos siempre se recuperan meses despu?s, en lugares remotos y aislados.
Tras tres a?os de inactividad, llega a Atlanta una fuerte ola de calor: es tiempo de matar… Y ser? Kimberly Quincy, estudiante de la Academia del FBI, quien tropiece con la primera v?ctima. Comienza la cuenta atr?s.
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– No -respondió Quincy.
– Pero las que matan con veneno son ellas. Además, la ausencia de agresión sexual me inquieta. Un hombre no mata a una mujer con una sobredosis de droga y se deshace de su cadáver en el bosque. Los hombres son depredadores sexuales. Por cierto, ¿se han fijado en cómo vestía esa muchacha?
– La víctima -replicó Quincy con sequedad- vestía minifalda, una prenda bastante frecuente en esta época del año. Además, insinuar que cierta forma de vestir invita a la agresión sexual…
– ¡No era eso lo que quería decir! -se apresuró a decir Kaplan.
– Ningún depredador asesina por sexo -continuó Quincy, como si Kaplan no hubiera hablado-. Lo hace por poder. Hemos detenido a diversos asesinos en serie que no eran en absoluto depredadores sexuales sádicos. Berkowitz, por ejemplo, era estrictamente un asesino, pues elegía a sus víctimas, las seguía hasta el coche, abría fuego sobre la pareja y se marchaba. Kaczynski, en cambio, prefería matar y mutilar a distancia, con sus cartas. Y recientemente hemos tenido a los Beltway Snipers, que consiguieron aterrorizar a toda la Costa Este matando a sus víctimas desde sus coches. Matar no tiene nada que ver con el sexo, sino con el poder. En este contexto, las drogas tienen mucho sentido, puesto que son armas de control.
– Además -dijo Rainie, tomando la palabra-, es imposible que una mujer pueda recorrer ochocientos metros por el bosque cargando con un cadáver. No tenemos tanta fuerza en la mitad superior del cuerpo.
Cuando abandonaron la relativa comodidad del bosque, el sol les golpeó con la fuerza de un martillo. Oleadas de calor revoloteaban sobre el camino pavimentado.
– ¡Santo Dios! -exclamó Kaplan-. Y ni siquiera es mediodía.
– Va a ser un día duro -murmuró Quincy.
– Que se joda la Academia -dijo Rainie-. Voy a ponerme los pantalones cortos.
– Una última cosa. -Kaplan levantó uña mano para evitar que se marcharan.
– Creo que hay algo que deberían saber.
Rainie se detuvo, dejando escapar un suspiro impaciente. Quincy esperó, sabiendo que Kaplan estaba a punto de revelarles una información importante.
– Hemos recibido el informe toxicológico de la víctima. Se han encontrado dos drogas en su sistema. Una pequeña dosis de ketamina y una dosis bastante mayor, y sin duda letal, de benzodiazepina, Ativan. En otras palabras…
– El agente especial McCormack nombró ambas drogas anoche -murmuró Quincy.
– Sí -replicó Kaplan-. McCormack conocía las drogas. ¿Qué opinan al respecto?