El ultimo coyote

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу El ultimo coyote, Connelly Michael-- . Жанр: Триллеры. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
El ultimo coyote
Название: El ultimo coyote
Автор: Connelly Michael
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 275
Читать онлайн

El ultimo coyote читать книгу онлайн

El ultimo coyote - читать бесплатно онлайн , автор Connelly Michael

La vida de Harry Bosh es un desastre. Su novia le ha abandonado, su casa se halla en un estado ruinoso tras haber sufrido los efectos de un terremoto, y ?l est? bebiendo demasiado. Incluso ha tenido que devolver su placa de polic?a despu?s de golpear a un superior y haber sido suspendido indefinidamente de su cargo, a la espera de una valoraci?n psiqui?trica. Al principio, Bosch se resiste a al m?dico asignado por la polic?a de Los ?ngeles, pero finalmente acaba reconociendo que un hecho tr?gico del pasado contin?a interfiriendo en su presente. En 1961, cuando ten?a once a?os, su madre, una prostituta, fue brutalmente asesinada. El caso fue repentinamente cerrado y nadie fue inculpado del crimen. Bosch decide reabrirlo buscando, sino justicia, al menos respuestas que apacig?en la inquietud que le ha embargado durante a?os.

El ?ltimo coyote fue la cuarta novela que escribi? Michael Connelly y durante diez a?os permaneci? in?dita. El hecho de que, con el tiempo, el escritor se haya convertido en un referente del g?nero policiaco actual, as? como se trate de una novela que desvela un episodio clave en la vida de Bosch, hac?an imperiosa su publicaci?n.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 37 38 39 40 41 42 43 44 45 ... 90 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Bosch deslizó el sobre con el billete de diez por debajo del mostrador, acercándoselo al hombre de la barba blanca.

– Bueno -dijo él-. Veré qué puedo hacer.

El empleado movió el cuerpo y giró levemente, ocultando la transacción a la cámara de vídeo. En un movimiento fluido, sacó del mostrador el sobre y el billete de diez. Rápidamente se pasó el billete a la otra mano y se lo metió en el bolsillo.

– Ahora vuelvo -dijo a la gente que seguía en la cola.

Ya en el vestíbulo, Bosch encontró el buzón 313 y miró por el pequeño panel de cristal. El sobre rojo estaba allí junto con dos cartas. El remite de uno de los sobres blancos era parcialmente visible.

City of

Departm

P.O.Bo

Los Ang

90021-3

Bosch se sentía razonablemente convencido de que el sobre contenía el cheque de la pensión de McKittrick. Había llegado antes de que retirara el correo. Salió de la oficina, se compró dos cafés y una caja de donuts en la tienda abierta las veinticuatro horas y volvió al Mustang para esperar en el creciente calor. Ni siquiera era mayo. No podía imaginar cómo sería pasar allí un verano.

Aburrido de vigilar la puerta de la oficina de correos durante una hora, Bosch encendió la radio y la encontró sintonizada en una emisora en la que sermoneaba un evangelista sureño. Harry tardó varios segundos en darse cuenta de que el tema del predicador era el terremoto de Los Ángeles. Decidió no cambiar de emisora.

«Y pregunto si es una coincidencia que esta calamidad cataclísmica se haya centrado en el corazón mismo de la industria que mancha a toda esta nación con el lodo de la pornografía. ¡Yo creo que no! Creo que el Señor asestó un poderoso golpe a los infieles implicados en este negocio vil de miles de millones de dólares cuando abrió la tierra por la mitad. Es una señal, amigos, una señal de las cosas que están por venir. Una señal de que no todo está bien en…»

Bosch apagó la radio. Una mujer acababa de salir de la oficina de correos con un sobre rojo entre otras cartas. Bosch observó cómo atravesaba el aparcamiento hasta un Lincoln Town Car plateado. Instintivamente Bosch anotó la matrícula, a pesar de que en esa parte del estado no tenía ningún contacto policial que pudiera investigarla para él. Bosch calculó que la mujer tenía unos sesenta y cinco años. Había estado esperando a un hombre, pero la edad de ella la hacía encajar. Arrancó el Mustang y esperó a que la mujer saliera de la plaza de aparcamiento.

La mujer se dirigió hacia el norte por la carretera principal, hacia Sarasota. El tráfico avanzaba con lentitud. Después de recorrer tres kilómetros en quince minutos, el Town Car dobló a la izquierda en Vamo Road y a continuación, casi de inmediato, dobló a la derecha en un camino privado camuflado entre árboles altos y hierba muy crecida. Bosch estaba a sólo diez segundos de ella. Cuando la mujer dobló por el camino, Bosch redujo la velocidad, pero no giró. Vio un letrero entre los árboles.

Bienvenidos a

PELICAN COVE

Casas en condominio. Amarres

El Town Car pasó junto a la caseta de un vigilante y tras él bajó una barrera a rayas rojas y blancas.

– ¡Mierda!

Bosch no había pensado en una comunidad con barrera. Creía que esas cosas eran raras fuera de Los Ángeles. Miró de nuevo el cartel antes de dar la vuelta y dirigirse hacia la carretera principal. Se acordó de que había visto otro centro comercial justo antes de doblar en Vamo.

Había ocho viviendas en Pelican Cove que figuraban en la sección inmobiliaria del Sarasota Herald Tribune, pero sólo tres las vendía el propietario. Bosch fue a un teléfono público y llamó al primero. Le salió una cinta. En la segunda llamada, la mujer que contestó explicó que su marido iba a pasar el día jugando a golf y que ella se sentía incómoda enseñando la propiedad sola. En la tercera llamada, la mujer que respondió invitó a Bosch a venir enseguida e incluso le dijo que tendría preparada limonada fresca para cuando llegara.

Bosch sintió un momentáneo pinchazo de culpa por aprovecharse de una desconocida que sólo intentaba vender su casa, pero se le pasó enseguida, en cuanto consideró que la mujer nunca sabría que había sido utilizada y que no tenía alternativa para llegar a McKittrick.

Después de que el vigilante le dejara pasar y le explicara cómo llegar al apartamento de la señora de la limonada, Bosch recorrió el complejo densamente arbolado, buscando el Town Car plateado. No tardó mucho en descubrir que el complejo era básicamente una comunidad de jubilados. Pasó junto a muchos ancianos en coches o paseando, todos ellos con el pelo blanco y la piel dorada por el sol. Enseguida encontró el Town Car y comprobó su localización con el plano que le había dado el vigilante. Estaba a punto de hacer una visita de rigor a la mujer de la limonada para evitar sospechas, pero entonces vio otro Town Car plateado. Supuso que era un vehículo popular entre la tercera edad. Sacó su libreta y comprobó el número de matrícula que había anotado. Ninguno de los dos coches era el que había seguido antes.

Siguió conduciendo y finalmente encontró el Town Car correcto en una casa apartada, en el extremo de la urbanización. Estaba aparcado enfrente de un edificio de dos plantas, de madera oscura, rodeado por robles y árboles papeleros. Bosch creyó distinguir seis apartamentos en el edificio. Fácil, pensó. Consultó el plano y volvió a ponerse en camino hacia la señora de la limonada, que ocupaba el segundo piso de un edificio situado en el otro extremo del complejo.

– Es usted joven -dijo la mujer que abrió la puerta. Bosch estuvo a punto de decirle que ella también, pero se mordió la lengua. Aparentaba treinta y tantos, lo cual situaba su nacimiento al menos tres décadas más tarde que el de cualquiera de las personas que Bosch había visto en la urbanización hasta entonces. Tenía un rostro atractivo y moreno, enmarcado por un cabello que le llegaba a los hombros. Llevaba vaqueros, una camisa Oxford y un chaleco negro con un estampado colorido en la parte delantera. No se había preocupado de maquillarse en exceso, lo cual a Bosch le gustó. Tenía unos ojos verdes serios que a Bosch tampoco le desagradaron.

– Soy Jasmine; ¿usted es el señor Bosch?

– Sí; Harry. Acabo de llamar.

– Ha venido deprisa.

– Estaba cerca.

Ella lo invitó a entrar y empezó la visita.

– Hay tres habitaciones, como decía el periódico. La habitación principal tiene baño en suite. El segundo cuarto de baño está junto al vestíbulo principal. Pero lo mejor de la casa es la vista.

Le señaló a Bosch unas puertas correderas de cristal que daban a una amplia extensión de agua punteada de islas de mangles. En las ramas de los árboles de esas islas, por lo demás vírgenes, había centenares de aves. La mujer tenía razón, la vista era hermosa.

– ¿Qué es eso? -preguntó Bosch-. El agua.

– Es… Usted no es de por aquí, ¿verdad? Es Little Sarasota Bay.

Bosch asintió al tiempo que reparaba en el error que acababa de cometer al formular la pregunta.

– No, no lo soy. Pero estoy pensando en mudarme.

– ¿De dónde es?

– De Los Ángeles.

– Ah, sí, he oído que mucha gente se está marchando de allí porque el suelo no para de temblar.

– Algo así.

Jasmine lo condujo por un pasillo hasta lo que debería ser la habitación principal. Bosch quedó inmediatamente impresionado por cómo la habitación no encajaba con aquella mujer. Era oscura, pesada y vieja. Un escritorio de caoba con aspecto de pesar una tonelada, mesitas de noche pareadas con lámparas adornadas y con pantallas de brocado. La casa olía a viejo. No podía ser el lugar donde ella dormía.

Al volverse, Bosch se fijó en que en la pared contigua a la puerta había una vieja pintura, un retrato de la mujer que estaba a su lado. Era una versión más joven de Jasmine, con el rostro más adusto, más severo. Bosch se estaba preguntando qué clase de persona cuelga un retrato de sí misma en su dormitorio cuando se fijó en que el lienzo estaba firmado. El nombre del artista era Jazz.

1 ... 37 38 39 40 41 42 43 44 45 ... 90 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название