-->

2666

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу 2666, Bola?o Roberto-- . Жанр: Триллеры. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
2666
Название: 2666
Автор: Bola?o Roberto
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 397
Читать онлайн

2666 читать книгу онлайн

2666 - читать бесплатно онлайн , автор Bola?o Roberto

Es un libro bello, largo y complejo. Consta de cinco partes que tienen ritmos y temas diferentes, pero que armonizan y convergen para conformar un todo inmenso, un relato multifac?tico que presenta la realidad social y la realidad individual en el siglo XX y el enigm?tico comienzo del XXI.

Podr?a decirse que el protagonista es un escritor alem?n que tiene un proceso de desarrollo singular?simo, dram?tico y c?mico a la vez, que, careciendo de educaci?n y capacidades comunicativas, escribe por puro talento y debe ocultar su identidad para protegerse del caos del nazismo, mientras que sus cr?ticos lo buscan sin ?xito por todo el mundo, todo lo cual conforma un relato que mantiene al lector en suspenso, de sorpresa en sorpresa. Pero eso no ser?a exacto. Tambi?n podr?a decirse, y tal vez ser?a m?s cierto, que el protagonista de la novela es la maldad misma y la sinraz?n del ser humano en el siglo XX, desde el noroeste de M?xico hasta Europa Oriental, desde la vida liviana de unos cr?ticos de literatura hasta las masacres de una aristocracia mafiosa en los pueblos del tercer mundo, pasando por la Segunda Guerra Mundial, el mundo del periodismo, el deporte (boxeo), la descomposici?n familiar y los establecimientos siqui?tricos. El singular escritor alem?n encarna, tal vez, la bondad y la autenticidad que resplandecen en medio de tanta maldad.

Cada una de las cinco partes es una peque?a novela. Una serie de estupendos personajes secundarios dan vida a cinco cuentos que se entrelazan de forma insospechada. No obstante, es el conjunto el que presenta el cuadro fabuloso que el autor quiere comunicar.

El estilo es sobrio, preciso, estricto, bello. El suspenso mantiene el inter?s del lector. Un verdadero ejemplo de literatura.

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

Перейти на страницу:

A veces había que sacudirlo y entonces él decía qué demonios ocurre y lanzaba puñetazos en la oscuridad. Pero ganaba medallas y una vez Reiter y Wilke lo acompañaron hasta el cuartel divisionario para que el general Von Berenberg en persona le colgara en el pecho la más alta distinción que podía obtener un soldado de la Wehrmacht. Ése fue un día feliz para Voss pero no para la división 79, que para entonces tenía menos efectivos que un regimiento, pues por la tarde, mientras Reiter y Wilke comían salchichas junto a un camión, los rusos se lanzaron sobre sus posiciones, por lo que Voss y ellos dos tuvieron que volver de inmediato a la primera línea. La resistencia fue breve y volvieron a retroceder. En la retirada la división quedó reducida al tamaño de un batallón y buena parte de los soldados parecían locos huidos de un manicomio.

Durante varios días marcharon hacia el oeste como pudieron, manteniendo el orden de las compañías o en grupos que el azar iba juntando o disgregando.

Reiter se fue solo. A veces veía pasar escuadrones de aviones soviéticos y a veces el cielo, un minuto antes de un azul cegador, se nublaba y se desataba de improviso una tormenta que duraba horas. Desde una colina vio pasar una columna de tanques alemanes hacia el este. Parecían ataúdes de una civilización exraterrestre.

Caminaba de noche. Por el día se refugiaba como mejor podía y se dedicaba a leer el cuaderno de Ansky y a dormir y a mirar lo que crecía o se quemaba a su alrededor. A veces recordaba las algas del Báltico y sonreía. A veces se ponía a pensar en su hermanita y también sonreía. Hacía tiempo que no tenía noticias de ellos. Su padre nunca le había escrito y Reiter sospechaba que era porque no sabía escribir muy bien. Su madre sí le había escrito. ¿Qué le decía en sus cartas? Reiter lo había olvidado, no eran cartas muy largas pero las había olvidado por completo, sólo recordaba su caligrafía, una letra grande y temblorosa, sus faltas gramaticales, su desnudez. Las madres no deberían escribir nunca cartas, pensaba. Las de su hermana, por el contrario, las recordaba a la perfección y eso lo hacía sonreír, boca abajo, oculto por la hierba, mientras el sueño lo iba ganando.

Eran cartas en las que su hermana le hablaba de sus cosas y de la aldea, de la escuela, de los vestidos que usaba, de él.

Tú eres un gigante, decía la pequeña Lotte. Al principio a Reiter lo desconcertó esta afirmación. Pero luego pensó que para una niña, una niña, además, tan dulce e impresionable como Lotte, su estatura era lo más parecido que había visto a la de un gigante. Tus pasos resuenan en el bosque, decía Lotte en sus cartas. Los pájaros del bosque oyen el sonido de tus pisadas y dejan de cantar. Los que están trabajando en el campo te oyen. Los que están ocultos en habitaciones oscuras te oyen.

Los jóvenes de las Juventudes Hitlerianas te oyen y acuden a esperarte a la entrada del pueblo. Todo es alegría. Estás vivo.

Alemania está viva. Etcétera.

Un día, sin saber cómo, Reiter volvió a Kostekino. En la aldea ya no quedaban alemanes. El sovjoz estaba vacío y sólo de unas pocas isbas se asomaron las cabezas de viejos desnutridos y temblorosos que le informaron, mediante señas, de que los alemanes habían evacuado a los técnicos y a todos los ucranianos jóvenes que tenían trabajando en la aldea. Reiter durmió aquel día en la isba de Ansky y se sintió más cómodo que si hubiera vuelto a su casa. Encendió fuego en la chimenea y se tiró vestido encima de la cama. Pero no pudo dormirse enseguida. Se puso a pensar en las apariencias de las que hablaba Ansky en su cuaderno y se puso a pensar en sí mismo. Se sentía libre, como nunca antes lo había sido en su vida, y aunque mal alimentado y por ende débil, también se sentía con fuerzas para prolongar ese impulso de libertad, de soberanía, hasta donde fuera posible.

La posibilidad, no obstante, de que todo aquello no fuera otra cosa que apariencia lo preocupaba. La apariencia era una fuerza de ocupación de la realidad, se dijo, incluso de la realidad más extrema y limítrofe. Vivía en las almas de la gente y también en sus gestos, en la voluntad y en el dolor, en la forma en que uno ordena los recuerdos y en la forma en que uno ordena las prioridades. La apariencia proliferaba en los salones de los industriales y en el hampa. Dictaba normas, se revolvía contra sus propias normas (en revueltas que podían ser sangrientas, pero que no por eso dejaban de ser aparentes), dictaba nuevas normas.

El nacionalsocialismo era el reino absoluto de la apariencia.

Amar, reflexionó, por regla general es otra apariencia. Mi amor por Lotte no es apariencia. Lotte es mi hermana y es pequeña y cree que soy un gigante. Pero el amor, el amor común y corriente, el amor de pareja, con desayunos y cenas, con celos y dinero y tristeza, es teatro, es decir es apariencia. La juventud es la apariencia de la fuerza, el amor es la apariencia de la paz.

Ni juventud ni fuerza ni amor ni paz pueden serme otorgadas, se dijo con un suspiro, ni yo puedo aceptar un regalo semejante.

Sólo el vagabundeo de Ansky no es apariencia, pensó, sólo los catorce años de Ansky no son apariencia. Ansky vivió toda su vida en una inmadurez rabiosa porque la revolución, la verdadera y única, también es inmadura. Después se durmió y no tuvo sueños y al día siguiente fue al bosque a buscar ramas para la chimenea y cuando volvía a la aldea entró, por curiosidad, en el edificio en donde habían vivido los alemanes durante el invierno del 42, y encontró el interior abandonado y ruinoso, sin ollas ni sacos de arroz, sin mantas ni fuego en las salamandras, los vidrios rotos y las contraventanas desclavadas, el suelo sucio y con grandes manchas de barro o de mierda que se pegaban a la suela de las botas si uno cometía el desliz de pisarlas. En una pared un soldado había escrito con carbón Viva Hitler, en otra había una especie de carta de amor. En el piso de arriba alguien se había entretenido dibujando en las paredes y ¡en el techo! escenas cotidianas de los alemanes que habían vivido en Kostekino.

Así, en una esquina estaba dibujado el bosque y cinco alemanes, reconocibles por sus gorras, acarreaban madera o cazaban pájaros. En otra esquina dos alemanes hacían el amor mientras un tercero, con ambos brazos vendados, los observaba escondido tras un árbol. En otra cuatro alemanes yacían dormidos después de cenar y junto a ellos se adivinaba el esqueleto de un perro. En la última esquina aparecía el propio Reiter, con una larga barba rubia, asomado a la ventana de la isba de los Ansky, mientras fuera de la casa desfilaba un elefante, una jirafa, un rinoceronte y un pato. En el centro del fresco, por llamarlo de alguna manera, se erguía una plaza adoquinada, una plaza imaginaria que Kostekino jamás tuvo, llena de mujeres o de fantasmas de mujeres con los pelos erizados, que iban de un lado a otro dando alaridos, mientras dos soldados alemanes vigilaban el trabajo de una cuadrilla de jóvenes ucranianos que levantaban un monumento de piedra cuya forma resultaba todavía indiscernible.

Los dibujos eran toscos e infantiloides y la perspectiva era prerrenacentista, pero la disposición de cada elemento dejaba adivinar una ironía y por lo tanto una maestría secreta mucho mayor que la que al primer golpe de vista se ofrecía. Al volver a su isba Reiter pensó que el pintor tenía talento, pero que se había vuelto loco como el resto de los alemanes que pasaron el invierno del 42 en Kostekino. También pensó en su sorpresiva aparición en el mural. El pintor seguramente creía que era él quien se había vuelto loco, concluyó. La figura del pato, cerrando la marcha que encabezaba el elefante, así lo dejaba suponer.

Recordó que por aquellos días aún no recuperaba la voz.

También recordó que por aquellos días leía y releía sin tregua el cuaderno de Ansky, memorizando cada palabra, y sintiendo algo muy extraño y que a veces se parecía a la felicidad y otras veces a una culpa vasta como el cielo. Y que él aceptaba la culpa y la felicidad y que incluso, algunas noches, las sumaba, y que el resultado de esa suma sui géneris era felicidad, pero una felicidad distinta que lo desgarraba sin miramientos y que para Reiter no era la felicidad sino que era Reiter.

Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название