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Entre Parentesis

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Entre Parentesis
Название: Entre Parentesis
Автор: Bola?o Roberto
Дата добавления: 16 январь 2020
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Entre Parentesis - читать бесплатно онлайн , автор Bola?o Roberto

El centenar de piezas reunidas en este volumen configura algo as? como una «cartograf?a personal» de Roberto Bola?o y lo que m?s se acerca a una especie de «autobiograf?a» fragmentada. Todas las piezas fueron escritas por Bola?o entre 1998 y 2003, en el periodo que va de la publicaci?n de Los detectives salvajes hasta su muerte. Junto a la mayor parte de las columnas, art?culos y rese?as que Bola?o public? en la prensa de Espa?a y de Latinoam?rica, se recogen aqu? algunos pr?logos y otros escritos dispersos, as? como los textos de algunos discursos o conferencias. Este volumen, que tiene mucho de dietario en el que su autor anota lecturas, recuerdos, conversaciones y an?cdotas de todo tipo, se engarza naturalmente con sus ?ltimos vol?menes de relatos y no deja de incluir pasajes netamente narrativos, junto a otros de car?cter m?s ensay?stico, o autobiogr?fico, o cr?tico, cuando no abiertamente pol?mico y visceral, en todo momento humor?stico.

`Cuando me muera, me publicar?n hasta los calcetines`, sentenci? c?lebremente Pablo Neruda. No deja de ser aterradora la idea de que, una vez desaparecido, los estudiosos, amigos o admiradores de un escritor se dispongan a ordenar sus papeles dispersos para una futura publicaci?n. La importancia de ciertos autores hace pensar, sin embargo, en la necesidad de reunir textos que alumbren, aunque sea tangencialmente, su obra. En el caso de Roberto Bola?o (1953-2003), sin duda una de las voces m?s poderosas de la literatura en nuestro idioma de las ?ltimas d?cadas, la publicaci?n de Entre par?ntesis -colecci?n de ensayos, art?culos y discursos redactados entre 1998 y 2003- se antojaba una inmejorable oportunidad para acercarse a una de sus facetas menos conocidas: la del escritor que reflexiona sobre su oficio. Por desgracia, aunque cobija algunas piezas extraordinarias, el volumen es mayoritariamente decepcionante.

En pocos autores es posible ver con tal claridad una disposici?n narrativa que, en su ins?lita naturalidad, se vuelve feroz. Cada vez que Bola?o toma el cauce del relato, sus textos alzan el vuelo, a veces logrando alturas espectaculares. A la inversa, cuando se interna en territorios reflexivos, cuando act?a como digresor, su discurso muestra evidentes limitaciones. El cr?tico Ignacio Echevarr?a, encargado de la edici?n de Entre par?ntesis, escribe en su presentaci?n que `Bola?o fue, antes que nada y sobre todo, un poeta`. En realidad, ?sa es la manera en que su amigo se ve?a a s? mismo, pero las evidencias lo desmienten. El autor de Amuleto fue -y acu?o esta frase emul?ndolo- un estupendo poeta menor, cuyos versos eran casi siempre narrativos. Bola?o fue, antes que nada y sobre todo, un narrador. Si alg?n aporte tiene este libro p?stumo es demostrar ese aserto pr?cticamente en cada p?gina. En ?ltima instancia, cualquier escritor de primer orden es poeta, hacedor, y m?s vale que a estas alturas ya hayamos comprendido que la prosa es un veh?culo tan vivo como el verso a la hora de crear intensidad po?tica.

La organizaci?n que Echevarr?a hace de los materiales es la mejor posible, pues los agrupa en funci?n de sus intenciones y destino, permiti?ndonos dilucidar la manera en que Bola?o encaraba cada situaci?n. De ese modo, luego de un magistral `Autorretrato`, nos topamos con el primer apartado, `Tres discursos insufribles`. `Derivas de la pesada` muestra paralelamente el talento de polemista y las taras cr?ticas del escritor chileno. En una nueva incursi?n por los territorios de la literatura argentina, revisa los que, seg?n ?l, son los caminos m?s visibles que ?sta ha tomado despu?s de Borges. S?lo el ritmo de la prosa y la hilaridad salvan a este texto de su abrumador ?nimo arbitrario: una importancia desmedida es dada a escritores que, comparados con algunas ausencias imperdonables -hablo concretamente de Juan Jos? Saer y Fogwill-, son p?lidas sombras. Por el contrario, el `Discurso de Caracas` -le?do en la capital venezolana cuando recibi? el premio R?mulo Gallegos por Los detectives salvajes- es una joya: ah? est? el mejor Bola?o, el que, con una mezcla de visceralidad, nostalgia y humor, homenajea a una generaci?n de latinoamericanos aniquilada en su intento de alcanzar la utop?a. `Literatura y exilio`, por ?ltimo, muestra una ins?lita y admirable habilidad para irse por las ramas.

Los textos agrupados en `Fragmentos de un regreso al pa?s natal` desconciertan porque Chile, `el pa?s pasillo`, es m?s v?vido en las ficciones bola?ianas que en las cr?nicas donde describe la experiencia del retorno. La literatura de Bola?o se nutre de una nostalgia que, transformada en material narrativo, cubre con una p?tina m?tica cuanto aborda. Aunque sus art?culos no est?n exentos de pasajes memorables, es evidente que se encuentran m?s a gusto en los mundos fantasmag?ricos del recuerdo que en la pavorosa densidad del presente.

`Entre par?ntesis` es la parte medular del libro y recoge las columnas que Bola?o escrib?a semanalmente para el Diari de Girona, de Espa?a, y el peri?dico santiague?o Las ?ltimas Noticias. La diversidad de lo reunido hace que encontremos aqu? algunas de sus mejores p?ginas, pero tambi?n las peores. Son entra?ables las cr?nicas de Blanes, la peque?a localidad mediterr?nea en la que habit? las ?ltimas d?cadas de su vida. Y algunas postales narrativas tienen, de hecho, el nivel de sus cuentos. Cuando Bola?o relata an?cdotas de panaderos y libreros, de playa y verano, sus textos alcanzan la intensidad fulgurante que lo convirti? en uno de nuestros prosistas mayores. El problema surge cuando habla de libros y escritores: dispensa aplausos con una facilidad pasmosa. Era un buen amigo y un mal cr?tico. Para no indignar, evitar? enlistar a los autores que coloca, casi siempre, entre los cuatro o cinco mejores de la lengua. Bola?o le?a visceralmente, lo que hace que sus notas literarias sean, casi siempre, repetitivas y banales: comienza con alguna an?cdota personal, pasa a glosar la trama de los libros y el car?cter de los personajes, termina con un elogio.

A Entre par?ntesis, a pesar de todo, lo justifican ciertos textos, sobre todo los contenidos en `Escenarios`, reuni?n de cr?nicas de viajes y relatos entre los que se cuenta el excepcional `Playa`, y `El bibliotecario valiente`, que cobija las mejores p?ginas cr?ticas de Bola?o: cuando se propon?a abordar en serio un tema, cuando no hab?a m?s motor que el placer de la lectura, pod?a convertirse en un ensayista agudo. Sus textos sobre Mark Twain, Jorge Luis Borges y J. Rodolfo Wilcock son, sencillamente, extraordinarios, sobre todo porque revelan las influencias que mezcl? hasta hacer irreconocibles. Twain est? en Los detectives salvajes, Borges y Wilcock en La literatura nazi en Am?rica.

Al final, quedan los apuntes de `Un narrador en la intimidad` y la resonancia de la palabra m?s usada en el libro: valent?a. En casi todos los autores que admiraba, Bola?o resaltaba el valor. ?A qu? atribuir esta obsesi?n? ?A su propia actitud? ?Al coraje de escribir a contrarreloj, consciente de la inminencia de lo peor? S?, a eso. -

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Lo menos que se puede decir es que se trata de un libro precioso, en el sentido literal de la palabra, hecho de anotaciones, pensamientos, aforismos que el pintor va desgranando desde 1917 hasta 1952 y que obviamente no constituye la principal de sus ocupaciones sino más bien todo lo contrario, y precisamente es esto lo que lo hace tan interesante, lo que le concede al libro el halo de ocupación secreta, no excluyente pero exigentísima.

Braque, junto con Juan Gris y Picasso, formó la santísima trinidad del cubismo, en donde el rol de Dios padre perteneció íntegramente a Picasso y el rol del hijo, un hijo hasta hoy un tanto incomprendido, al sorprendente Juan Gris, que en otra obra de teatro hubiera podido interpretar sin ningún problema a un cíclope, mientras el destino le reservaba a él, el único francés del trío, el papel del Espíritu Santo, que es, como se sabe, el más difícil de todos y el que menos aplausos arranca al público. "El día y la noche" así parece atestiguarlo, con apuntes de este calibre: "En arte sólo es válido un argumento, el que no puede explicarse". "El artista no es un incomprendido, es un desconocido. Se le explota sin saber quién es". "Nunca hallaremos reposo: el presente es perpetuo".

Algunos de sus atisbos, como los de Duchamp o Satie, son infinitamente superiores a los de muchos escritores de su época, incluso a algunos cuya principal ocupación era la de pensar y reflexionar: "Cada época limita sus propias aspiraciones. De ahí surge, no sin complicidad, la ilusión por el progreso". "Pensándolo bien, prefiero quienes me explotan a quienes me imitan. Los primeros tienen algo que enseñarme". "La acción es una cadena de actos desesperados que permite mantener la esperanza". "Es un error encerrar el inconsciente en un cerco y situarlo en los confines de la razón". "Hay que escoger: una cosa no puede ser verdadera y verosímil a un mismo tiempo".

Humorista y desesperanzado al mismo tiempo (de la misma manera en que es religioso y materialista, o de la manera en que parece moverse demasiado aprisa cuando en realidad permanece inmóvil como una montaña o una tortuga), Braque nos ofrece estas joyas: "Recuerdo de 1914: a Joffre sólo le preocupaba reconstruir los cuadros de batallas pintados por Vernet". "Lo único que nos queda es eso que no nos quitan, y es lo mejor que poseemos". "Con la edad, el arte y la vida se funden en una sola cosa". "Tan sólo quien sabe lo que quiere se equivoca".

El libro se cierra con un apéndice de no poco interés, el casi-manifiesto "Pensamientos y reflexiones sobre la pintura", publicado en el número 10 de "Nord-Sud", en 1917. Pero yo prefiero despedirme de este libro magnífico con uno de sus muchos hallazgos: "Desconfiemos: el talento es prestigioso".

Il Sodoma

Miércoles 9 de mayo de 2001

Giovanni Antonio Bazzi, llamado Il Sodoma, nació en 1477 y murió en 1549. La primera noticia que tuve de él se la debo a Pere Gimferrer, que además de ser un gran poeta lo ha leído prácticamente todo. Hablábamos de un cuento llamado "Sodoma" y Gimferrer me preguntó si el tema era sobre la ciudad bíblica o sobre el pintor. Sobre la ciudad, por supuesto, le contesté. Jamás había oído hablar de un pintor llamado Sodoma.

Por un momento pensé que se trataba de una broma de Gimferrer, pero no, Il Sodoma había existido e incluso Giorgio Vasari le dedicaba unas páginas en su libro canónico, el monumental "La vite dei piu eccellenti architetti, pittori et scultori italiani". Su nombre, el Sodoma, alude claramente a sus gustos sexuales.

Se dice que los niños le gritaban Sodoma cuando Il Sodoma volvía a su taller, y después fueron las mujeres, las lavanderas de Siena quienes lo llamaban, entre risas, Sodoma, y pronto todo el mundo lo conoció por ese nombre, un nombre ciertamente violento, brutal, que se correspondía de alguna manera con la pintura de Il Sodoma, hasta el punto en que un día Bazzi empezó a firmar sus lienzos con ese apodo, que asumió con orgullo y con ese espíritu carnavalesco que lo acompañó durante toda su vida.

Su casa, que también era su taller, se asemejaba, más que a una casa y a un taller de pintor renacentista, a un zoológico. Tras la puerta había un pasillo oscuro, grande como para que cupiera un carro de caballos, y luego había un cuervo que hablaba y que anunciaba al visitante que había traspuesto el umbral de la casa de Il Sodoma. El cuervo decía "Sodoma, Sodoma, Sodoma", y también decía "visita, visita, visita".

El cuervo a veces estaba en una jaula y otras veces en libertad. También había un mono, que se movía por el patio interior y entraba y salía por las ventanas, y que Il Sodoma seguramente había comprado a algún viajero de África, además de un burro (un burro teológico, decía su dueño) y un caballo y multitud de gatos y perros, aparte de pájaros de muchas especies dentro de jaulas que colgaban de los muros y paredes del interior de la casa. Se dice que tenía un tigre o un tigrillo, pero esto es dudoso.

El animal más extraordinario, sin embargo, era el cuervo, a quien todos los visitantes de Il Sodoma querían oír hablar. Este cuervo a veces se sumía en un mutismo obstinado, durante días, y otras veces era capaz de recitar versos de Cavalcanti. Nunca, que se sepa, dejó de cumplir con su labor de portero, y de esta manera los vecinos se enteraban de las visitas nocturnas que recibía el pintor, por los gritos del cuervo que los sobresaltaba en la madrugada, pronunciando guturalmente, con un deje entre irónico y angustioso, la palabra Sodoma.

Il Sodoma fue un humorista y su obra pictórica, desperdigada en galerías de Siena, Londres, París, Nueva York, tiene los colores rotundos del inicio de un carnaval antes de que la borrachera, el exceso y el cansancio los difuminen. Yo sólo he visto uno de sus cuadros. Fue en Florencia, en la Galería degli Uffizi. Vasari tenía razón, hay algo de brutal en él, pero también hay una nobleza de corazón que hemos perdido. En la Villa Farnesina de Roma hay unos frescos suyos, que no conozco pero que la crítica considera excelentes.

Autores que se alejan

Miércoles 16 de mayo de 2001

Hace unos días, con Juan Villoro nos pusimos a recordar a aquellos autores que habían sido importantes en nuestra juventud y que hoy han caído en una suerte de olvido, aquellos autores que gozaron en su momento de muchos lectores y que hoy sufren la ingratitud de esos mismos lectores y que para colmo de males no han conseguido interesar a los lectores de una nueva generación.

Pensamos, por supuesto, en Henry Miller, que en su día tuvo una gran difusión en España, y cuyo nombre estaba en boca de todos, pero cuya fama tal vez obedecía a un equívoco: es probable que más de la mitad de los que compraron sus libros lo hicieran esperando encontrar a un pornógrafo, algo que en cierta manera se justificaba y era una necesidad en la España que emergía después de cuarenta años de censura frailuna y franquista.

En el otro extremo recordamos a Artaud, puro nervio ascético, que en su día también tuvo buenas ventas, y no pocos admiradores españoles y mexicanos, y que si uno comete hoy el error de preguntarle a una persona menor de treinta años por su nombre seguramente recibirá una respuesta desoladora. Ya ni siquiera aquellos que están interesados por el cine saben quién era Antonin Artaud, lo que es igual de grave.

Lo mismo sucede con Macedonio Fernández: sus libros, salvo en Argentina, supongo, no se encuentran en las librerías. Y con Felisberto Hernández, que en los setenta tuvo un pequeño boom, pero cuyos relatos hoy sólo es posible encontrarlos tras mucho buscar en librerías de viejo. Doy por descontado que la suerte de Felisberto en Uruguay y Argentina debe ser diferente, lo que nos lleva a un problema aún peor que el olvido: el provincianismo en que el mercado del libro concentra y encarcela a la literatura de nuestra lengua, y que explicado de forma sencilla viene a decir que los autores chilenos sólo interesan en Chile, los mexicanos en México y los colombianos en Colombia, como si cada país hispanoamericano hablara una lengua distinta o como si el placer estético de cada lector hispanoamericano obedeciera, antes que nada, a unos referentes nacionales, es decir, provincianos, algo que no sucedía en la década del sesenta, por ejemplo, cuando surgió el boom, ni, pese a la mala distribución, en la década de los cincuenta o cuarenta.

Pero, en fin, de esto no hablábamos con Villoro, sino de otros escritores, escritores como Henry Miller o Artaud o B. Traven o Tristan Tzara, escritores que contribuyeron a nuestra educación sentimental y que ahora ya no es posible encontrarlos en los fondos de las librerías por la sencilla razón de que casi no tienen nuevos lectores. Y también de aquellos más jóvenes, escritores de nuestra generación, como Sophie Podolski o como Mathieu Messagier, que fueron unos jóvenes absolutamente maravillosos y de gran talento y a quienes ya no sólo no es posible encontrar en las librerías sino que tampoco en los buscadores de internet, lo que ya es mucho decir, como si nunca hubieran existido o como si los hubiéramos imaginado nosotros.

La respuesta a este reflujo de escritores, sin embargo, es muy sencilla. Así como el amor se mueve con una mecánica similar a la del mar, como decía el poeta nicaragüense Martínez Rivas, así también se mueven los escritores, y un día aparecen y luego desaparecen y luego, quién sabe, vuelven a aparecer. Y si no vuelven a aparecer tampoco importa tanto porque ellos, de alguna manera secreta, ya son nosotros.

Philip K. Dick

Miércoles 23 de mayo de 2001

Con Rodrigo Fresán largamente hemos hablado de Philip K. Dick, sin llegar a agotar jamás el tema, en bares y restaurantes de Barcelona o en nuestras respectivas casas.

Estas son algunas de las conclusiones a las que hemos llegado: Dick era un esquizofrénico. Dick era un paranoico. Dick es uno de los diez mejores escritores del siglo XX en Estados Unidos, que no es decir poco. Dick era una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y por la rabia.

Dick, en "El hombre en el castillo", nos habla, como luego sería frecuente en él, de lo alterable que puede ser la realidad y de lo alterable que, por lo tanto, puede ser la historia. Dick es Thoreau más la muerte del sueño americano. Dick escribe, en ocasiones, como un prisionero porque realmente, ética y estéticamente, es un prisionero. Dick es quien de manera más efectiva, en "Ubik", se acerca a la conciencia o a los retazos de conciencia del ser humano, y su puesta en escena, el acoplamiento entre lo que cuenta y la estructura de lo contado, es más brillante que en algunos experimentos sobre el mismo fenómeno debidos a las plumas de Pynchon o DeLillo. Dick es el primero, literariamente, en hablar con elocuencia de la conciencia virtual. Dick es el primero, y si no el primero, el mejor, en hablar sobre la percepción de la velocidad, la percepción de la entropía, la percepción del ruido del universo, en "Tiempo de Marte", donde un niño autista, como un Jesucristo mudo del futuro, se dedica a sentir y a sufrir la paradoja del tiempo y del espacio, la muerte a la que todos estamos abocados. Dick, pese a todo, no pierde en ningún momento el sentido del humor y por lo tanto no es un descendiente de Melville sino un descendiente de Twain, aunque Fresán, que sabe más de Dick que yo, oponga algún reparo.

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