2666
2666 читать книгу онлайн
Es un libro bello, largo y complejo. Consta de cinco partes que tienen ritmos y temas diferentes, pero que armonizan y convergen para conformar un todo inmenso, un relato multifac?tico que presenta la realidad social y la realidad individual en el siglo XX y el enigm?tico comienzo del XXI.
Podr?a decirse que el protagonista es un escritor alem?n que tiene un proceso de desarrollo singular?simo, dram?tico y c?mico a la vez, que, careciendo de educaci?n y capacidades comunicativas, escribe por puro talento y debe ocultar su identidad para protegerse del caos del nazismo, mientras que sus cr?ticos lo buscan sin ?xito por todo el mundo, todo lo cual conforma un relato que mantiene al lector en suspenso, de sorpresa en sorpresa. Pero eso no ser?a exacto. Tambi?n podr?a decirse, y tal vez ser?a m?s cierto, que el protagonista de la novela es la maldad misma y la sinraz?n del ser humano en el siglo XX, desde el noroeste de M?xico hasta Europa Oriental, desde la vida liviana de unos cr?ticos de literatura hasta las masacres de una aristocracia mafiosa en los pueblos del tercer mundo, pasando por la Segunda Guerra Mundial, el mundo del periodismo, el deporte (boxeo), la descomposici?n familiar y los establecimientos siqui?tricos. El singular escritor alem?n encarna, tal vez, la bondad y la autenticidad que resplandecen en medio de tanta maldad.
Cada una de las cinco partes es una peque?a novela. Una serie de estupendos personajes secundarios dan vida a cinco cuentos que se entrelazan de forma insospechada. No obstante, es el conjunto el que presenta el cuadro fabuloso que el autor quiere comunicar.
El estilo es sobrio, preciso, estricto, bello. El suspenso mantiene el inter?s del lector. Un verdadero ejemplo de literatura.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
A la directora del centro psiquiátrico de Santa Teresa le dieron ganas de preguntarle más cosas acerca de los crímenes a Juan de Dios Martínez, pero supo que hacerlo era como estrechar la relación, entrar, juntos, en una habitación cerrada de la que sólo ella tenía la llave. A veces Elvira Campos pensaba que lo mejor sería irse de México. O suicidarse antes de cumplir los cincuentaicinco. ¿Tal vez los cincuentaiséis?
En julio se encontró el cadáver de una mujer a unos quinientos metros del arcén de la carretera a Cananea. La víctima estaba desnuda y según Juan de Dios Martínez, que se encargó del caso hasta que fue sustituido por el judicial Lino Rivera, el asesinato se produjo allí mismo, pues en la mano cerrada de la víctima se encontró zacate, que era lo único que crecía en aquella zona. Según el forense, la muerte se debía a traumatismo craneoencefálico o a tres heridas punzocortantes en el tórax, sin poder dar una respuesta concluyente ya que el estado de putrefacción del cadáver no permitía hacerlo sin estudios patológicos posteriores. Dichos estudios fueron realizados por tres alumnos de medicina forense de la Universidad de Santa Teresa y sus conclusiones se perdieron tras ser archivadas. La víctima tenía entre quince y dieciséis años. Nunca fue identificada.
Poco después, cerca de la línea fronteriza, en un sitio similar al que fue hallado Lucy Ann Sander, los judiciales Francisco Álvarez y Juan Carlos Reyes, adscritos a la brigada de estupefacientes, encontraron el cuerpo de una muchacha de aproximadamente diecisiete años. Interrogados por el judicial Ortiz Rebolledo, los estupas dijeron haber recibido una llamada telefónica desde el lado norteamericano, de unos cuates de la patrulla de fronteras, que les avisaban que cerca de la línea había algo raro. Álvarez y Reyes pensaron que podía tratarse de un paquete de cocaína, presumiblemente perdido por un grupo de ilegales, y acudieron al lugar indicado por los norteamericanos. Según el forense, la víctima tenía roto el hueso hioides, es decir había muerto estrangulada.
Previamente fue sometida a abusos sexuales que incluían la violación anal y vaginal. Se revisaron las denuncias de desapariciones y la muerta resultó ser Guadalupe Elena Blanco. Había llegado a Santa Teresa hacía menos de una semana, en compañía de su padre, su madre y tres hermanos menores, procedentes de Pachuca.
El día de su desaparición tenía una cita de trabajo en una maquiladora del Parque Industrial El Progreso y ya no volvió a aparecer.
Según los empleados de la maquiladora, no se presentó a la cita. Ese mismo día los padres presentaron la denuncia de desaparición.
Guadalupe era delgada, medía un metro sesentaitrés, tenía el pelo largo y negro. El día que acudió a la cita de trabajo en la maquiladora llevaba puesto un pantalón de mezclilla y una blusa de color verde oscuro, recién comprada.
Poco después, en un callejón que colindaba con la parte de atrás de un cine, apareció el cadáver apuñalado de Linda Vázquez, de dieciséis años. Según sus padres, Linda fue al cine acompañada por una amiga, María Clara Soto Wolf, de diecisiete años, compañera de colegio de la víctima. Interrogada en su domicilio por los judiciales Juan de Dios Martínez y Efraín Bustelo, María Clara declaró haber ido al cine con su amiga a ver una película de Tom Cruise. Acabada la función, María Clara se ofreció a llevar a Linda a su casa, pero ésta dijo que tenía una cita con su novio por lo que María Clara se marchó y Linda se quedó en la entrada del cine, mirando las fotos de las películas que se iban a exhibir en las semanas siguientes. Cuando María Clara volvió a pasar por el cine, ya a bordo de su coche, Linda aún seguía allí. Todavía no había oscurecido del todo. No hubo ninguna dificultad en localizar al novio, un muchacho de dieciséis años llamado Enrique Sarabia, el cual negó que tuviera una cita con Linda. No sólo sus padres, sino también la empleada de la casa y dos amigos estaban en disposición de testificar que aquel día Enrique no salió de su casa, en donde se dedicó a jugar con la computadora y luego a bañarse en la piscina. Por la noche llegaron dos parejas amigas de sus padres, quienes también podían corroborar su coartada. En los alrededores del cine nadie vio ni oyó nada, aunque por las heridas que exhibía el cuerpo de Linda era fácil deducir que ésta se había defendido. Juan de Dios Martínez y Efraín Bustelo decidieron aplicarle el tercer grado a la taquillera del cine. Ésta dijo que había visto a una muchacha que esperaba en la entrada y que poco después fue abordada por un muchacho que no parecía de su misma condición social. Le dio la impresión de que entre ambos había algo más que una relación amistosa. No pudo explicar nada más pues cuando no vendía boletos se dedicaba a leer en el interior de la taquillería. Más suerte tuvieron en una tienda de fotografía. El dueño estaba bajando las cortinas metálicas cuando vio a Linda y al desconocido. Por alguna razón pensó que se disponían a atracarlo y se dio prisa en poner el candado y marcharse. La descripción que dio del desconocido era bastante completa: un metro setentaicuatro, chamarra de mezclilla con un distintivo en la espalda, pantalones de mezclilla negros y botas rancheras. Los judiciales le preguntaron por la insignia de la espalda. El dueño de la tienda de fotografía dijo no recordarla muy bien, pero que le parecía una calavera.
Juan de Dios Martínez le trajo un libro del grupo que se dedicaba a la lucha contra las bandas juveniles (dos policías que en ese momento habían sido trasladados a la brigada antidroga) y le enseñó más de veinte insignias. El tipo reconoció la que llevaba el desconocido sin dudarlo. Esa misma noche se montó un operativo que capturó a dos docenas de miembros de la banda de los Caciques. Tanto la taquillera como el dueño de la tienda reconocieron en la rueda de sospechosos a un tal Jesús Chimal, de dieciocho años, trabajador eventual en un taller de motos de la colonia Rubén Darío, con antecedentes por delitos menores. El interrogatorio de Chimal lo dirigió el jefe de policía en persona, acompañado por Epifanio Galindo y el judicial Ortiz Rebolledo. Al cabo de una hora Chimal confesó ser el asesino de Linda Vázquez. Según su historia, desde hacía tres semanas era novio de la víctima, a la que había conocido en un concierto de rock en las afueras de El Adobe. Chimal se enamoró de ella como no se había enamorado de nadie hasta entonces.
Se veían a espaldas de los padres de Linda. En dos ocasiones Chimal había visitado su casa, mientras los padres estaban de viaje por California. Según Chimal, cada año los padres de Linda solían ir por lo menos una vez a Disneyland.
Allí, en la casa solitaria, hicieron el amor por primera vez. La tarde del crimen Chimal invitó a Linda a otro concierto, éste en el Arenas, un local en donde también se celebraban combates de boxeo. Linda dijo que no podía ir. Caminaron un rato:
dieron la vuelta a la manzana y luego entraron en el callejón.
Allí esperaban los amigos de Chimal, cuatro hombres y una mujer, en el interior de un coche Peregrino negro acabado de robar. Linda conocía a la mujer y a otros dos. Hablaron del concierto. Fumaron marihuana. Linda también. Hablaron de una casa abandonada cerca de un ejido en donde ya no había campesinos. Uno de los muchachos propuso ir. Linda se negó.
Alguien le recriminó algo a Linda. Alguien la acusó de algo.
Linda quiso irse pero Chimal no la dejó. Le pidió que entrara en el coche y que hicieran el amor. Linda no quiso. Entonces Chimal y los otros empezaron a golpearla. Después, para que no dijera nada a sus padres, la acuchillaron. Esa misma noche, gracias a la información proporcionada por Chimal, detuvieron a los otros, menos a uno, el cual, según sus padres, se largó de Santa Teresa pocas horas después del crimen. Todos los detenidos reconocieron su culpabilidad.
A finales de julio unos niños encontraron los restos de Marisol Camarena, de veintiocho años, propietaria del cabaret Los Héroes del Norte. El cuerpo había sido introducido en un tambor de doscientos litros que contenía ácido corrosivo. Sólo quedaban sin disolverse las manos y los pies. Se logró su identificación gracias a los implantes de silicona. Dos días antes había sido secuestrada por diecisiete individuos, en su casa, que quedaba en los altos del cabaret. La sirvienta, Carolina Arancibia, de dieciocho años, consiguió escapar de una suerte presumiblemente similar, al esconderse en el desván de la casa en compañía de la hija de la occisa, una bebita de dos meses. Desde allí oyó a los hombres hablar, los oyó reírse, oyó gritos, insultos, el ruido de varios coches que arrancaban. El caso lo llevó el judicial Lino Rivera, que interrogó a varios clientes habituales del cabaret, pero los diecisiete raptores y asesinos jamás fueron encontrados.