Cartas de un asesino insignificante
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Durante su solitaria estancia en el pueblo costero de Roquedal, una traductora, Carmen del Mar Poveda, recibe misteriosas cartas de un desconocido que le declara su intenci?n de matarla. Las cartas son abandonadas en el muro que rodea su casa y el desconocido exige una respuesta. Comienza as? un extra?o intercambio epistolar, un juego de acertijos y falsas soluciones, de identidades y espejos, en el que, inexorablemente, se imbricar?n las oscuras leyendas del pueblo, sus antiqu?simas fiestas populares y algunos de sus m?s enigm?ticos habitantes. Escrita en clave l?dica, siguiendo una estructura argumental que recuerda el juego m?ltiple de las cajas chinas, la novela aborda do manera brillante la idea de la muerte, ese asesino particular que siempre nos acompa?a como interlocutor privilegiado de toda la vida, al tiempo que presenta la escritura como met?fora y espejo del destino humano. Estimada se?orita. Voy a matarla y usted lo sabe, as? que me asombra su silencio. La flor del almendro ya destella de blancura en las ramas, pero no advierto la flor de sus cartas en el muro. Eso no es lo convenido. Yo me tomo en serio mi papel de verdugo: haga lo mismo con el suyo de v?ctima. Le sugiero, por ejemplo, que se vuelva rom?ntica.
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Dudas del lector
Pensará el lector: «¿Qué intenciones tiene este vecino? ¿Concibe el juego tan sólo como un espejo de la fantasía de una escritora a la que quizá admira? ¿Acaso pretende llevarlo hasta el final, con todas sus consecuencias? ¿Y por qué alguien iba a pretender eso? ¿O bien -¡delirio inmenso de la literatura!- se trata todavía de la misma escritora, que intenta confundirme? ¿Se ha vuelto loca? No obstante…». Compadezco al desesperado lector llegado este punto, Manolo, porque la irrealidad se filtra como la niebla, basta una rendija: «Si la escritora se lo inventa todo, ¿por qué no se va a inventar también el pueblo? Y si el pueblo es ficticio, ¿por qué no ella misma? ¿Y por qué no yo, su lector?››. Terrible y desconocido tormento es leer lo que otro maquina. A mí me ocurre eso contigo, Manolo, que no sé qué es lo que inventas y qué lo que afirmas con seriedad, y tampoco sé si lo que afirmas con seriedad es inventado (porque la seriedad nada tiene que ver con la existencia de las cosas, ya lo decía Nietzsche). y ni siquiera sé si lo que inventas es serio y, por tanto, si merece el esfuerzo de mi reflexión.
Las últimas líneas van dedicadas a mi «asesino».