La Telarana China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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– La víspera de nuestra partida, tío Zai vino a mi casa. Me advirtió que tuviera cuidado.
– ¿Te advirtió o te amenazó?
– Ya no lo sé. Estoy confundida.
– Pero ¿es que no lo vés, Hulan? Lanzamos esa red de flor tuya y cuando examinamos las piezas capturadas, todas apuntan a una persona.
– Zai.
– Creo que será mejor que hablemos con tú padre.
El viceministro Liu les indicó que se sentaran y pidió a la joven que servía el té que les ofreciera una taza. Con los codos apoyados en la mesa y el mentón descansando en los dedos enlazados, escuchó las conclusiones a las que habían llegado. Cuando terminaron, tomo un sorbo de té y luego encendió un Marlboro.
– Si no recuerdo mal, uno de los cadáveres fue hallado a bordo de un barco que zarpo de Tianjin el tres de enero. ¿Es correcto?
– Si.
Liu hojeo el calendario de su mesa, encontró la fecha y comprobó lo que había anotado.
– Es evidente que no han comprobado el registro de los viajes del jefe de sección Zai -dijo, sin disimular la decepción que le habían causado.
– No, no lo hemos hecho.
– Bueno, inspectora, silo hubiera hecho sabría que el jefe de seccón Zai se hallaba en Tianjin aquella semana. -Hizo una pausa y luego anadió, con una sonrisa de desaprobación hacia sí mismo-. Yo también estaba.
– Qué hacían allí?
– Realizábamos una inspección de rutina en la agencia local. Nada importante, solo laborioso. Pero ahora recuerdo que el jefe de sección Zai no estuvo conmigo todos los días, ni cenamos juntos todas las noches.
– ¿Dónde estaba él?
– Inspectora Liu -dijo su padre en chino, lanzando una significativa mirada a David,- no es asunto mío lo que mis subordinados hagan en su tiempo Libre.
– Perdón -dijo David.
– Le estaba diciendo a la inspectora que no sé lo que hacia el jefe de sección Zai. Pero debo decir que hace ya un tiempo que sospechaba que se había vuelto corrupto. -Liu se volvió hacia su hija-. Estoy seguro de que es una sorpresa para usted, inspectora, se que ha tenido siempre un gran… respeto por ese hombre. Pero creo que si repasa su vida y su carrera, se dará cuenta de que no tiene un pasado glorioso.
– ¿Sabe donde esta ahora?
– En su despacho, supongo.
– Acabamos de estar ahí. Se ha ido.
– Entonces propongo que no perdamos tiempo -dijo el viceministro, poniéndose en pie y apagando el cigarrillo-. Daré el oportuno aviso. Será hallado y arrestado. -Los acompañó hasta la puerta, donde estrecho la mano de David-. Tengo la impresión de estar siempre dándole las gracias por su ayuda. Nuestro país le agradece sus aportaciones y su persistencia en este asunto. -Tras estas palabras, cerro la puerta tras ellos.
– ¿Y ahora qué? -preguntó David cuando se dirigían al despacho de Hulan.
– Esperaremos. El MSP se jacta de ser capaz de hallar en veinticuatro horas a un delincuente en cualquier lugar de China. Mañana todo habrá terminado. -A pesar de su afirmación, Hulan lo dudaba. Zai era muy apreciado por sus subordinados. Hulan sospechaba que éstos no pondrían demasiado empeño en encontrar a su colega. Veía, además, que tampoco David parecía tenerlas todas consigo-. ¿Qué te preocupa ahora?
– Mira, lo de Zai lo veo claro, pero como encaja la embajada americana en todo esto? Sabemos que alguién de allí sellaba los pasaportes para los correos. Entonces, ¿quién era?
– No podía ser un chupatintas.
El se mostró de acuerdo.
– Tenía que ser alguien con un cargo lo bastante importante como para haberlo conocido social o profesionalmente. Zai necesitaría ver a ese hombre en acción, confiar en su discreción y…
– Phil Firestone.
Nerviosa por no saber qué otros funcionarios del MSP podían estar implicados, y no queriendo perder tiempo en rellenar un impreso para solicitar un coche, Hulan hizo parar un taxi a la puerta del Ministerio. Rápidamente atravesaron la ciudad en dirección a la zona de las embajadas a lo largo de Jianguomenwai. El taxista tocaba la bocina para abrirse paso entre la multitud que se apiñaba en el exterior de la embajada americana, y los dejó en la puerta. Los acompañaron luego hasta el despacho del embajador, donde les dijeron que éste se hallaba «fuera de la ciudad» y que su ayudante se encontraba en la residencia oficial haciendo los preparativos para una fiesta de San Valentín con la señora Watson.
Unos minutos mas tarde llamaban a la puerta del austero edificio que los Watson llamaban hogar. Les abrió una mujer china, que los condujo a un salón para recibir invitados. La habitación Lucía una decoración que podría describirse como «diplomacia americana., un estilo que se permitía escasas concesiones al país de residencia. El tapizado de sillas y sofás ostentaba variedad de tejidos de damasco azul y moaré de seda, con cojines de brocado azul y pesados flecos dorados. Sobre las mesitas bajas de estilo americano primitivo había cuencos de cerámica china azul y blanca con ramos de flores, bandejas de plata con caramelos de menta, y unos cuantos libros de fotografías que ensalzaban la belleza natural de estados como Vermont, Colorado, Alaska y, por supuesto, Montana.
Habían pasado dos meses desde que Hulan viera a Elizabeth Watson por primera vez, sentada en un banco de hierro en lo más crudo del invierno, esperando a saber si el cadáver que había bajo el hielo del lago Bei Hai era el de su hijo. Mientras se hacían las presentaciones, Hulan volvió a sorprenderse de la reserva de la señora Watson. Su dolor se traslucía aun en la tristeza de su mirada, en sus grandes ojeras y su tez levemente cetrina. Sin embargo, llevaba uno de esos típicos peinados de mujer de un político, con abundante laca. Su severidad se compensaba con la elegancia desenfadada de los pantalones de gabardina, la blusa de seda, la chaqueta de piel de camello y el collar de perlas. Tenía el aire de una persona que había estado muy ocupada planeando menús y distribuciones de mesas, poniéndose al día con la correspondencia, quizá incluso charlando al teléfono con una o dos amigas de Montana. Lo que no parecía era una mujer que, según su marido, estaba tan abrumada por el dolor que no podía recibir visitas ni responder preguntas sobre su hijo.
– Phil acaba de marcharse -dijo Elizabeth-, pero volverá enseguida. Si regresan ustedes a la embajada, seguramente llegaran cuando él ya se haya ido. Así que tomemos el té y charlemos un rato.
La señora Watson sirvió té de una pesada tetera de plata y tendió las delicadas tazas con platillos a sus invitados. Durante ese tiempo, mantuvo una conversación que era prácticamente un monólogo sobre el tiempo, los planes para la fiesta que se iba a celebrar y sus visitas a las guarderías de las fábricas de la provincia de Sichuán, donde los negocios eran florecientes tanto para los empresarios chinos como para los americanos. David y Hulan la dejaron hablar, sabiendo que, como la mayoría de padres que acaban de padecer la pérdida de un hijo, su conversación acababa desembocando en el.
– Era un muchacho tan brillante y teníamos tantas esperanzas puestas en él -dijo al final, con los ojos húmedos-. Sólo le quedaba un año más en la USC, y recuerdo que la última vez que nos vimos hablamos de lo que podía hacer después.
David y Hulan se miraron el uno al otro, comprendiendo que el embajador Watson no le había dicho a su mujer que Billy habia dejado los estudios. Sin decir nada decidieron ver a donde les llevaba aquella conversación.
– Yo no dejaba de subrayar la importancia de una educación -prosiguió Elizabeth Watson-. «Sigue en la universidad», le dije.
Le sugerí ciencias políticas, historia, quizá incluso derecho. Pero Billy tenía otras ideas. «Mamá, estoy harto de estudiar. Quiero empezar a vivir por mi cuenta, poner un negocio, labrarme mi propio futuro.» Verán, creo que siempre fué muy duro para Billy crecer en una comunidad pequeña en la que su padre era tan importante, tan poderoso, si entienden lo que quiero decir. Al igual que muchos otros chicos, Billy rechazaba todo lo que su padre representaba. Pero yo siempre pensé que no era más que una etapa.