La Telara?a China
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Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.
Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.
El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.
H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`
En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…
Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.
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20
12 de febrero, Residencia Oficial
Pasaron la noche en casa de Hulan, sintiéndose seguros al saber que agentes del MSP los vigilaban desde el sedán aparcado frente a la puerta. Por la mañana Hulan aúm se sentía conmocionada y David estaba completamente agotado, pero jamás habían estado tan unidos. Todas las barreras que existían entre ellos por fin habían caído. Poco a poco volvieron a concentrar su atención una vez más en su difícil situación. Hulan hizo té y los dos se sentaron alrededor de la pequeña mesa redonda de la cocina. Empezaron con la premisa de que habían agotado sus pistas.
– Alguien quería vernos muertos -dijo David-. ¿Quién sabía que iríamos a la prisión?
– Guang Mingyun.
– Además de él.
– Peter.
David considero esta posibilidad.
– Tu dijiste que Peter informaba a alguien sobre nuestros movimientos. ¿A quién?
– Yo era su inmediato superior -dijo Hulan tras una breve vacilacion-. Después de mi está… el jefe de sección Zai.
– ¿Zai? ¿Tío Zai?
– Pero no puede ser él. Jamás me haría daño.
– Pero creo que seria una buena idea hablar con él -sugirio él-. Podría ser otra persona del ministerio. Tal vez Zai sepa quién es.
Las ropas de David seguían manchadas. Era obvio que lo primero que debían hacer era ir a su hotel para que se cambiara. El medio de transporte mas evidente era el sedan del MSP aparcado frente a la casa, pero ahora la presencia del coche les parecía ominosa.
– Si es alguien del ministerio, ¿como sabemos que no fue esa persona la que envió el coche? -pregunto Hulan. Si estaba en lo cierto, ir al ministerio sería también una temeridad.
A las siete de la mañana, después de decir a los dos investigadores del sedan que irían andando, ambos enfilaron una calle que desembocaba en la entrada posterior de la Ciudad Prohibida. Desde allí cogieron varios autobuses que los llevaron al Sheraton, donde por fin David pudo asearse. Luego cogieron un taxi para ir al Ministerio de Seguridad Publica.
David no podía pasar desapercibido ante los guardias, ni ocultarse de la gente dentro del edificio, de modo que se dirigieron a la planta de Hulan con la mayor despreocupación que fueron capaces de mostrar, fingieron seguir hacia su despacho, pero se metieron a hurtadillas en el del jefe de sección Zai. Al ver que no estaba allí, cerraron la puerta tras ellos. Supusieron que había micrófonos en el despacho, por lo que se movieron con el mayor sigilo y hablaron en cuchicheos.
David se acerco a la mesa y empezó a revolver papeles. -Todo esto esta en chino. Necesito que me ayudes.
– No encontraras nada -dijo ella, acercándose a regañadientes. David cogió una hoja de papel y pregunto:
– ¿Qué es esto?
Hulan explicó que era una requisitoria, sorprendida ella misma del alivio con que se había expresado. El repitió la operación con varios documentos, todos ellos sin interés. Uno de los cajones de la mesa estaba cerrado y tuvo que forzarlo con un abrecartas. Del cajón sacó un documento con un sello rojo estampado. Hulan contuvo la respiración.
– ¿Qué es? -pregunto David.
– Es la sentencia de muerte de Spencer Lee. La mancha roja es el sello del jefe de sección Zai.
– Tu le telefoneaste desde la cárcel después de que Lee fuera condenado a muerte. Tu le pediste que presentara una petición oficial de aplazamiento. ¿Ves algún documento aquí que demuestre que lo hizo?
Ella examinó la mesa y luego negó con la cabeza.
– Pensemos -dijo él-. Quizá Zai haya estado fingiendo. Quizá quiera recuperar lo que perdió. ¿Qué me dijiste ayer? Cambian las cosas y cambian las tornas.
– Tío Zai es un hombre honrado.
– Pero supón que no lo es. Tú le dijiste exactamente lo que estábamos haciendo. Si es quien yo creo que es, tenía que deshacerse de Lee. Si por alguna razón no lo conseguía, tenía que detenernos.
– No puedo creer eso de él.
– Si Peter informaba a Zai -susurro él con vehemencia-, entonces él sabía que íbamos a la Capital Mansión para ver a Cao Hua. -Se esforzó por completar el rompecabezas de todo lo ocurrido aquel día-. ¿Y recuerdas lo que dijo Nixon Chen en la Posada de la Tierra Negra? Le preguntaste si había visto alguna vez a Henglai en el restaurante. El contesto que allí iba la hija de Deng, el embajador, tu jefe. Debía de referirse a Zai.
– Pero eso no significa nada. Todo el mundo va allí alguna vez. El mismo Nixon lo dijo.
– ¿Y cuando volvimos a su despacho? -insistio David-. Zai nos dijo que nos retiráramos. Luego, recuerdas lo que dijo cuando propuse la idea de ir a Los Angeles?
– Dijo que así nos quitaríamos de en medio -asintió Hulan.
– iDe en medio, Hulan! iDe en medio!
– Pero, David, es imposible. Lo conozco de toda la vida. ¿Como podía convencerla?, se pregunto él.
– Mi primer día en China, dije algo sobre el Ave Fénix en el despacho de tu padre. Todo el mundo actuó de un modo extraño a partir de entonces. Tu misma me explicaste luego el porqué.
– Esos casos han sido una verguenza para nosotros. Supusieron una deshonra.
– ¿Por qué? -quiso saber David.
– Zai había investigado las actividades de la banda y…
– No ocurrió nada -dijo él, terminando la frase-. iDebía de trabajar para ellos desde el principio! Y luego esta lo de la bomba. Zai tiene la edad necesaria, Hulan. ¿Estuvo en el ejército?
– Si, todo eso es circunstancial.
– Esto no es circunstancial -dijo él, mostrando la sentencia de muerte de Spencer Lee-. Es una prueba. -Viendo su expresión atormentada, pregunto-: ¿Qué me ocultas? -Ella desvió la mirada y él le cogió una mano, se la llevó a los labios para besarla y añadió-: No más secretos, Hulan. Nunca más.
– La víspera de nuestra partida, tío Zai vino a mi casa. Me advirtió que tuviera cuidado.
– ¿Te advirtió o te amenazó?
– Ya no lo sé. Estoy confundida.
– Pero ¿es que no lo vés, Hulan? Lanzamos esa red de flor tuya y cuando examinamos las piezas capturadas, todas apuntan a una persona.
– Zai.
– Creo que será mejor que hablemos con tú padre.
El viceministro Liu les indicó que se sentaran y pidió a la joven que servía el té que les ofreciera una taza. Con los codos apoyados en la mesa y el mentón descansando en los dedos enlazados, escuchó las conclusiones a las que habían llegado. Cuando terminaron, tomo un sorbo de té y luego encendió un Marlboro.
– Si no recuerdo mal, uno de los cadáveres fue hallado a bordo de un barco que zarpo de Tianjin el tres de enero. ¿Es correcto?
– Si.
Liu hojeo el calendario de su mesa, encontró la fecha y comprobó lo que había anotado.
– Es evidente que no han comprobado el registro de los viajes del jefe de sección Zai -dijo, sin disimular la decepción que le habían causado.
– No, no lo hemos hecho.
– Bueno, inspectora, silo hubiera hecho sabría que el jefe de seccón Zai se hallaba en Tianjin aquella semana. -Hizo una pausa y luego anadió, con una sonrisa de desaprobación hacia sí mismo-. Yo también estaba.
– Qué hacían allí?
– Realizábamos una inspección de rutina en la agencia local. Nada importante, solo laborioso. Pero ahora recuerdo que el jefe de sección Zai no estuvo conmigo todos los días, ni cenamos juntos todas las noches.
– ¿Dónde estaba él?
– Inspectora Liu -dijo su padre en chino, lanzando una significativa mirada a David,- no es asunto mío lo que mis subordinados hagan en su tiempo Libre.
– Perdón -dijo David.
– Le estaba diciendo a la inspectora que no sé lo que hacia el jefe de sección Zai. Pero debo decir que hace ya un tiempo que sospechaba que se había vuelto corrupto. -Liu se volvió hacia su hija-. Estoy seguro de que es una sorpresa para usted, inspectora, se que ha tenido siempre un gran… respeto por ese hombre. Pero creo que si repasa su vida y su carrera, se dará cuenta de que no tiene un pasado glorioso.
– ¿Sabe donde esta ahora?
– En su despacho, supongo.
– Acabamos de estar ahí. Se ha ido.
– Entonces propongo que no perdamos tiempo -dijo el viceministro, poniéndose en pie y apagando el cigarrillo-. Daré el oportuno aviso. Será hallado y arrestado. -Los acompañó hasta la puerta, donde estrecho la mano de David-. Tengo la impresión de estar siempre dándole las gracias por su ayuda. Nuestro país le agradece sus aportaciones y su persistencia en este asunto. -Tras estas palabras, cerro la puerta tras ellos.
– ¿Y ahora qué? -preguntó David cuando se dirigían al despacho de Hulan.
– Esperaremos. El MSP se jacta de ser capaz de hallar en veinticuatro horas a un delincuente en cualquier lugar de China. Mañana todo habrá terminado. -A pesar de su afirmación, Hulan lo dudaba. Zai era muy apreciado por sus subordinados. Hulan sospechaba que éstos no pondrían demasiado empeño en encontrar a su colega. Veía, además, que tampoco David parecía tenerlas todas consigo-. ¿Qué te preocupa ahora?
– Mira, lo de Zai lo veo claro, pero como encaja la embajada americana en todo esto? Sabemos que alguién de allí sellaba los pasaportes para los correos. Entonces, ¿quién era?
– No podía ser un chupatintas.
El se mostró de acuerdo.
– Tenía que ser alguien con un cargo lo bastante importante como para haberlo conocido social o profesionalmente. Zai necesitaría ver a ese hombre en acción, confiar en su discreción y…
– Phil Firestone.
Nerviosa por no saber qué otros funcionarios del MSP podían estar implicados, y no queriendo perder tiempo en rellenar un impreso para solicitar un coche, Hulan hizo parar un taxi a la puerta del Ministerio. Rápidamente atravesaron la ciudad en dirección a la zona de las embajadas a lo largo de Jianguomenwai. El taxista tocaba la bocina para abrirse paso entre la multitud que se apiñaba en el exterior de la embajada americana, y los dejó en la puerta. Los acompañaron luego hasta el despacho del embajador, donde les dijeron que éste se hallaba «fuera de la ciudad» y que su ayudante se encontraba en la residencia oficial haciendo los preparativos para una fiesta de San Valentín con la señora Watson.
Unos minutos mas tarde llamaban a la puerta del austero edificio que los Watson llamaban hogar. Les abrió una mujer china, que los condujo a un salón para recibir invitados. La habitación Lucía una decoración que podría describirse como «diplomacia americana., un estilo que se permitía escasas concesiones al país de residencia. El tapizado de sillas y sofás ostentaba variedad de tejidos de damasco azul y moaré de seda, con cojines de brocado azul y pesados flecos dorados. Sobre las mesitas bajas de estilo americano primitivo había cuencos de cerámica china azul y blanca con ramos de flores, bandejas de plata con caramelos de menta, y unos cuantos libros de fotografías que ensalzaban la belleza natural de estados como Vermont, Colorado, Alaska y, por supuesto, Montana.