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La Telarana China

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La Telarana China
Название: La Telarana China
Автор: See Lisa
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Telarana China - читать бесплатно онлайн , автор See Lisa

Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.

Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.

El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.

H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`

En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…

Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.

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Antes de abandonar el despacho de Guang, Hulan intento llamar a la cárcel, pero los teléfonos no funcionaban en esa zona de la Ciudad. Llamo entonces al MSP con la esperanza de hablar con Zai o con su padre, pero le dijeron que ambos se habían ausentado. No había modo de saber si la solicitud de aplazamiento de la ejecución había sido aceptada. Eran las once cincuenta. David y Hulan tendrían que ir a la cárcel en persona si querían detener la ejecución.

Peter condujo a toda velocidad por calles secundarias y callejas, intentando evitar el tráfico de mediodía en las vías principales. Después de unos treinta y cinco minutos, giraron hacia la rotonda que tenían que rodear para llegar a la cárcel. El mercado al aire libre de cada mañana estaba a punto de cerrarse. La mayoría de los buhoneros vendían sus últimas mercancías a bajo precio, mientras que otros guardaban ya sus cosas para volver a casa. Entre el mercado y las puertas de la Cárcel Municipal 5, había gente parada, bloqueando el tráfico, chismorreando, ajustando las compras en las cestas de sus bicicletas, corriendo tras un niño o dos. Esperaban algo.

Hulan se bajo del Saab, parándose el tiempo justo para pedirle a Peter que no apagara el motor. Luego se abrió paso por entre la multitud, instando a David a seguirla. No habían llegado muy lejos cuando una camioneta descubierta entro en la plaza circular. Hulan vio a Spencer Lee de pie en la parte posterior de la camioneta, con las manos atadas a la espalda y un letrero de madera, también en la espalda, en el que se enumeraban sus delitos en gruesos caracteres rojos. Era un asesino, un conspirador, un contrarrevolucionario corrupto, una mancha negra en la Republica Popular China. El tradicional «desfile» de la ejecución acababa de empezar.

La muchedumbre que había en la rotunda reacciono como si un circo acabara de llegar a la ciudad. Los buhoneros abandonaron sus puestos, sabiendo que nadie les robaría. Las madres dejaron sus cotilleos, cogieron en brazos a sus hijos y se apiñaron en torno a la camioneta, siguiendo su avance, deliberadamente lento, alrededor de la plaza. David y Hulan se abrían paso a codazos mientras la multitud se volcaba de buena gana en el papel que se esperaba de ella.

– iCorrupto!

– iMuerte al asesino!

– i0jo por ojo!

Y Spencer Lee, que jamás había rehuido dar un buen espectáculo, puso toda la carne en el asador. Grito a la muchedumbre que eran unos cobardes. Grito a una atractiva joven que era una preciosidad y que le encantaría tomarla por esposa. Su propuesta fue recibida con gritos de «Excremento de vaca!» y «Criminal!». Lee mantuvo la cabeza Bien alta y sonrió de oreja a oreja, luego empezó a cantar un aria de una opera de Pekin. Su público estaba encantado. Era uno de los mejores condenados que habían visto.

David y Hulan llegaron a un costado de la camioneta. Hallaron sendos agarraderos y se dejaron conducir por la camioneta a través de la multitud para enfilar la calle que llevaba a la carcel.

– iSpencer! -grito Hulan-. iSpencer Lee!

Al oir su nombre americano en medio del bullicio, el joven escudriño los rostros.

– Spencer, estamos aquí abajo. iAquí!

– ilnspectora Liu, fiscal Stark! -Lee solto una carcajada enloquecida-. Voy camino de la muerte. Están aquí para celebrarlo, ¿no?

– iNo! Spencer, escuche. Estamos aquí para impedirlo -dijo Hulan.

– iCallaos! -grito una voz-, iDejad que cante!

Spencer miró a la masa de gente que se apiñaba contra la camioneta, haciendo más lento su avance, y luego volvió a mirar a Hulan. Le abandono su bravuconería y de repente pareció lo que era: un hombre muy joven que iba a morir.

– Es demasiado tarde, inspectora.

– iYo puedo impedirlo!

– No puede -dijo Lee con una amarga sonrisa-. Yo tampoco. Mire, estaba equivocado.

– iHabla en chino! -grito alguien-. iTodos queremos enterarnos!

– iSoy del Ministerio de Seguridad Publica! -chillo Hulan-. iDéjenme pasar! iEste hombre es inocente!

– Debe de ser su esposa -dijo alguien. Se oyeron risas.

David no entendió lo que dijeron, pero comprendió que no llegarían jamás a las puertas de la prisión a menos que la gente les dejara pasar.

– iMuévanse! -grito-. iQuitense de en medio!

David noto que alguien le daba un codazo en el costado, haciendo que se soltara de la camioneta y se quedara atrás.

– Fuera, extranjero. No tienes nada que hacer aquí -siseo un hombre. David lo aparto de un empujón y volvió a aferrarse a la camioneta.

– Cuéntanos la historia de tus crimenes -pidio alguien-. Confiesa antes de morir. -La multitud emitió un fuerte rugido de aprobación, pero Spencer Lee no les hizo caso y miro más allá de la camioneta hacia su destino final. No quedaba mucho tiempo antes de que llegaran a las puertas del final de la calle.

– Yo no maté a nadie -dijo al fin.

– Lo sabemos -dijo David.

– Solo hice lo que me ordenaron. Me prometieron protección. ¿Comprenden?

– ¿Quién? iDinos quién!

– Todo lo que dijo sobre el Peonia era cierto -dijo Lee, eludiendo responder a la pregunta de David-. Yo fleté el barco. Yo estaba allí cuando los inmigrantes subieron a bordo. Yo les hice firmar los contratos. Pero eso fue todo.

– ¿Y la bilis de oso?

– Un negocio nuevo para nosotros. Un error para mi, obviamente.

– Vamos a detener esto -le prometió Hulan.

– No puede -dijo Lee, mirándola-. Estaba planeado. Estaba planeado desde el principio.

– ¿Como?

– La embajada. Su ministerio. ¿Qué importa ahora? La muchedumbre empezaba a impacientarse.

– iAsesino!

– !Corazon negro!

– iCriminal! Criminal! Criminal!

– iCateto!

Esta ultima imprecacion captó la atención de Lee. Alzo el mentón. Escudriñó los rostros y hallo al hombre, un vendedor de verduras, que volvió a gritar el insulto.

– iTu! -chillo Lee-. ¿A quién llamas cateto? Ni siquiera puedes comprarte un palillo para tocar el tambor. iTienes que usar el pene! -La masa prorrumpió en vítores. Incluso el vendedor se echo a reir-. iLlévate tus palabras malolientes como un pedo a tu retrete! -chilló Lee-. iEstás dando hedor a toda la ciudad!

La gente felicito al vendedor por extraer semejante diversión del reo de muerte.

– Hice lo que me ordenaron -dijo Lee, volviendo su atención hacia Hulan y David-, y me garantizaron protección. Me mintieron. Fuí un idiota.

La camioneta se detuvo. Los guardias apartaron a la gente a empellones intentando despejar la zona para que pudieran abrirse las puertas de la cárcel.

– Ya no hay tiempo -dijo Lee.

– iSoy del MSP! -grito Hulan a los guardias-. iDejadme pasar!

Pero los guardias no podían oirla. Aún había docenas de personas entre ella y la parte delantera de la camioneta.

– Spencer… -balbuceo Hulan con pesar. Ya nada podía hacer. -Haga que esto sirva para algo -dijo David-. Díganos con quién trabajaba en China.

– No puedo. No lo sé.

– Entonces dígame quién era la cabeza del dragon en Los Angeles -pidió David-. El le traicionó. Dígame su nombre.

– Lee Dawei -respondió el joven. La camioneta avanzo, luego volvió a pararse.

– Déme algo que pueda usar para cogerlo.

El joven negó impulsivamente con la cabeza.

– No puedo.

– !El Chinese Overseas Bank! -espetó David-. Creemos que la organización tiene su dinero allí. Déme nombres. Déme números de cuentas. Hágales pagar por traicionarle.

La camioneta volvió a ponerse en marcha. Mientras avanzaba con dificultad, Spencer Lee empezó a vociferar nombres y números que obviamente había memorizado hacia tiempo en forma de rítmica cantinela. La camioneta entró en el patio de la cárcel, las puertas se cerraron y la muchedumbre callo. Hulan se abrió paso y aporreó las puertas. No contestó nadie.

Todos, salvo David, sabían qué ocurriría dentro del recinto. Quitarían el letrero al condenado y lo arrojarían al suelo. Luego le obligarían a arrodillarse con brutales empujones. El verdugo se colocaría detrás del chico, apuntaría a la nuca con la pistola y dispararía.

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