El Sueno Robado
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Publicada en Rusia en 1995 y en Espa?a en 2000, la segunda de la saga Kam?nskaya.
Una corta sinopsis de la novela ser?a aquella en la que se hable de las fantas?as de Vica: alguien le roba sus sue?os y luego los cuenta por la radio. Vica es una hermosa secretaria de una gran empresa privada de Mosc?, cuyo trabajo nada tiene que ver con las labores de secretariado: servir caf? y licores a los socios extranjeros cuando visitan la ciudad y, si la situaci?n lo requiere, presta otros servicios a?n m?s alejados de su trabajo. Ella, por su cuenta, busca en sus ratos libres otros compa?eros con los que compartir alcohol y sue?os. Nadie se asombra cuando Vica aparece estrangulada y torturada a muchos kil?metros de Mosc?. La polic?a entonces, empujada por la mafia, asegura que se trata de un caso m?s del alarmante alcoholismo que se extiende por toda Rusia. Pero Anastasia Kam?nskaya se hace con la investigaci?n del caso. Los sue?os no es s?lo lo que le robaban a Vica.
Historia de mafia, corrupci?n y enga?os editoriales con ra?ces en el mundo sovi?tico, cuando la corrupci?n no ten?a freno y todo el mundo lo aceptaba en bien de la “Patria Grande”. Con la Perestroika todo ese mundo construido sobre la falsedad -y la primera falsedad es que nos dec?an que era un mundo comunista- se hunde dispar?ndose la corrupci?n hasta l?mites insospechados.
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Ese trabajo tenaz y minucioso aportó algunos frutos. Morózov consiguió encontrar a dos hombres que habían visto a Yeriómina subir en el tren acompañada de tres «tíos cachas». Ambos pasajeros se fijaron en la muchacha porque ella y sus compañeros se habían instalado en el compartimento que solían ocupar ellos mismos. Los dos pasajeros eran vecinos de Dmitrov, vivían en el mismo barrio, trabajaban en el mismo turno y en la misma empresa de Moscú. Y llevaban muchos años haciendo este viaje de ida y vuelta en los mismos trenes y, por algún motivo, siempre en el segundo vagón y en el segundo compartimento de la derecha según el sentido de la marcha. Las costumbres de muchos años son a menudo más fuertes que cualquier razonamiento. Habían llegado al extremo de acudir a la estación con mucha antelación para poder ocupar sus asientos habituales. No obstante, aquella vez otros se les adelantaron, un hecho tan inusitado que no pudo menos de grabárseles en la memoria.
Durante el trayecto estuvieron observando disimuladamente a aquella pandilla incomprensible, extrañándose en voz baja de lo que podrían tener en común aquella joven tan guapa, emperifollada, vestida con ropas tan caras, de cara altiva y mirada algo así como enfermiza, vuelta hacia dentro, y los tres «tíos cachas», cuyos rostros impecablemente afeitados no delataban la menor presencia de intelecto. En más de una ocasión, los «tíos cachas» intentaron dirigirle la palabra pero la despampanante moza contestaba con monosílabos o ni siquiera contestaba. A veces, la chica salía del vagón, con un cigarrillo en la mano, y entonces uno de los hombres se levantaba y la seguía. Una hora y media más tarde, al bajar del tren en Dmitrov, los dos viajeros habituales llegaron a la conclusión de que para la chica se trataba de un viaje de negocios y que los «tíos cachas» eran sus guardaespaldas. Aunque seguía siendo inexplicable el hecho de que viajase en tren. Si podía permitirse tener guardaespaldas, seguro que tendría coche…
Así fue como se estableció que Vica Yeriómina, acompañada por tres hombres jóvenes, viajó en el tren eléctrico Moscú-Dubna el domingo 24 de octubre. El tren salió de la estación Savélovo de Moscú a las 13.51 horas, llegó al apeadero Kilómetro 75 a las 15.34. El cadáver de Vica fue encontrado una semana más tarde, su muerte ocurrió el 31 de octubre o el 1 de noviembre. Faltaba por averiguar dónde había pasado aquella semana.
Fue justo en ese momento cuando se le comunicó a Morózov que estaba incluido en el grupo operativo encabezado por Kaménskaya. No era novato en la materia de encauzar sus relaciones con los demás conforme a sus propios intereses. Las suyas con Nastia no fueron una excepción. Yevgueni se esforzó por hacer todo lo posible para quitarle las ganas de tratar con él para lo que fuera, y lo consiguió. Nastia no le abrumó con encargos, y él pudo disponer libremente de su tiempo para seguir investigando el asesinato de Yeriómina por cuenta propia. Cumplía escrupulosamente con las tareas que se le confiaban pero informaba a Nastia sobre los resultados de un modo sumamente peculiar. No, no tergiversaba los datos obtenidos, Dios le libre de hacerlo. Se limitaba a callar parte de esos datos o a veces los ocultaba en su totalidad comunicando a Nastia sólo aquellos detalles que no afectaban en nada su propia hipótesis. Por ejemplo, Nastia nunca llegó a enterarse de que Morózov había encontrado a dos testigos oculares del viaje de Vica en el tren de cercanías, que había determinado el tiempo exacto de ese viaje e incluso había obtenido retratos verbales muy precisos de sus acompañantes. Oficialmente, la «pista ferroviaria» se había probado inoperante.
Mientras Nastia, con ayuda de Andrei Chernyshov, interrogaba a los amigos y conocidos de Vica Yeriómina, mientras se aclaraba con las complicadas relaciones que la unían a Borís Kartashov y al matrimonio Kolobov, mientras averiguaba quién y por qué había dado la paliza a Vasili Kolobov y realizaba un montón de otras pesquisas necesarias, Morózov empleó todo ese tiempo en estudiar las poblaciones situadas alrededor del apeadero Kilómetro 75, enseñaba la foto de Vica, describía a los tres «tíos cachas» y buscaba tenazmente el sitio donde Yeriómina pudo haber pasado aquella puñetera semana. Cuando Nastia descubrió que, por algún motivo, Vica había estado en la estación de Savélovo y que eso ocurrió, lo más probable, el domingo 24 de octubre, había pasado tanto tiempo desde su viaje que ya no tenía el menor sentido investigar su posible itinerario. Entretanto, Morózov ya había encontrado la casa donde, según declararon los vecinos de un pequeño pueblo, se habían alojado la joven y sus acompañantes. Se la había visto allí una sola vez, al llegar. Los lugareños no volvieron a verla nunca más. Pero Yevgueni se ganó la amistad de la dependienta de la tienda del pueblo, que recordó lo mejor que pudo qué y en qué cantidades compraban los inquilinos provisionales de la casa del tío Pasha. Todo indicaba que allí vivían, como mínimo, tres personas y que una era mujer.
Morózov supo llegar también hasta ese tío Pasha, Kostiukov Pável Ivánovich, que había alquilado su casa por el plazo de un mes. Vivía en el pueblo vecino de Yajromá, junto con su hija, cuidaba de los nietos y alquilaba su casa encantado en cualquier época del año y por cualquier plazo de tiempo. Según el dueño de la casa, ninguno de los «tíos cachas» que acompañaron a Vica en el tren y luego compartieron con ella el techo de la casa del pueblo de Ozerkí correspondía a la descripción del hombre que había negociado con Pável Ivánovich el alquiler. Según el testimonio de éste, se trataba de un señor de aspecto distinguido de unos cincuenta años (quizá era algo más joven pero no cabía duda de que «había rebasado ya los cuarenta») y que inspiraba confianza. Pagó el alquiler por adelantado y no regateó, aunque el astuto abuelo le pidió un precio altísimo con vistas a una larga discusión y un importante descuento que le produciría al nuevo arrendatario la impresión de que había sabido hacerse valer y había obtenido condiciones ventajosas.
¿Cómo dar con el misterioso inquilino? Morózov no tenía ni la más remota idea. Kostiukov nunca le pedía la documentación a sus inquilinos, siempre que le pagasen por adelantado. Por supuesto, no era muy legal pero en la policía local todos conocían a Pável Ivánovich y hacían la vista gorda si no registraba a los inquilinos. Sobre todo porque en verano el viejo sí que cumplía rigurosamente con la ley. Por otra parte, en otoño, cuando las carreteras estaban llenas de barro, no le apetecía nada, pero que nada, desplazarse desde Yajromá al Kilómetro 75 con tal de legalizar la situación de sus inquilinos. No obstante, Kostiukov nunca se olvidaba de dejar constancia de todos los detalles relacionados con aquella casa en una gruesa libreta de colegio, donde Morózov encontró una mención del alquiler de la casa de Ozerkí por un plazo de un mes a partir del domingo 24 de octubre hasta el martes 23 de noviembre, pactado el sábado 23 de octubre por la tarde.
Después de esto, Yevgueni se confió a la suerte y, sin pensarlo dos veces, se precipitó a rastrear el itinerario automovilístico que unía Moscú con Yajromá. Supuso que el hombre que había alquilado la casa de Kostiukov habría ido allí en coche. Si eso fuera así, habría una esperanza, por débil que fuese. Pero si había ido a Yajromá en tren, entonces ya no habría nada que hacer. Durante toda la semana que Kaménskaya pasó en el extranjero, él estuvo pateando, metro tras metro, la carretera de Dmitrov, maldiciendo el aguanieve, el viento, el barro por el que chapoteaba y su catarro, a estas alturas ya permanente; y deteniéndose junto a cada puesto de vigilancia vial de la policía de tráfico para hacer al guardia una única pregunta: si había parado por una infracción o para una comprobación de rutina a algún conductor el sábado 23 de octubre.
Se le entregaba una abultada carpeta que contenía los protocolos del mes de octubre y Yevgueni copiaba diligentemente todos los datos de los conductores que habían parado en aquel puesto aquel día. No buscaba nada en concreto, ya que se daba perfecta cuenta de que el conductor podía ser tanto el propio arrendatario como cualquier otro. Además, Morózov estaba plenamente convencido de que, si el hombre en cuestión se hubiera desplazado a Yajromá en coche, habría ido acompañado por uno de los «tíos cachas» que al día siguiente se instalarían en Ozerkí junto con Yeriómina. ¿Cómo podía ser de otra forma? Los vecinos del pueblo habían visto a los nuevos inquilinos pero ninguno de los testigos recordaba que hubiesen preguntado por el camino hacia la casa de Kostiukov.