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La Telara?a China

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La Telara?a China
Название: La Telara?a China
Автор: See Lisa
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Telara?a China - читать бесплатно онлайн , автор See Lisa

Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.

Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.

El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.

H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`

En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…

Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.

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10

Más tarde, apartamento de Cao Hua

En el coche, David sacó a colación un tema del que estaba seguro que podía hablar tranquilamente delante de Peter.

– ¿Liu Hulan, mártir revolucionaria? -dijo-. ¿Por qué no me comentó nunca que le habían puesto su nombre?

– No fue más que algo romántico que hicieron mis padres -dijo Hulan con la misma indiferencia que había mostrado en el restaurante-. No tiene mucho que ver con quien realmente soy.

Hulan pareció contentarse con dejarlo ahí, pero Peter se metió rápidamente en la conversación.

– La inspectora Liu es muy modesta -dijo-. Todos conocemos la historia de la auténtica Liu Hulan y mucha gente trata de emularla. También yo, como muchos, he memorizado sus consignas.

– ¿Quién era?

– Sólo una muchacha que tuvo la desgracia de morir joven -dijo Hulan.

– ¡Era mucho más que eso! Debería relatar sus hazañas al fiscal Stark.

– ¿Y bien? -preguntó David, dado que Hulan no decía nada-. ¿Qué hizo?

– Nació hace más de sesenta años en la aldea de Yunchounhsi en la provincia de Shansi -respondió Peter una vez más-. La familia de Liu Hulan era muy pobre. Derramaban sangre, sudor y lágrimas en la tierra que labraban. Hulan trabajaba en los campos bajo un sol abrasador como una hoguera. Cuando su hermanita se cansaba, Hulan la enviaba a casa para protegerla del calor y seguía trabajando sola. -Peter hizo una pausa antes de añadir-: Mis padres solían contarle esta historia a mi hermana mayor, pero aun así ella era mala conmigo.

Peter explicó que Hulan hilaba algodón para hacerse sus propias ropas y ayudaba a su madre en las tareas domésticas cuando los demás se iban a dormir en las tardes calurosas.

– Un día -prosiguió-, mientras Hulan recogía hierbas silvestres con otros niños de la aldea, el hijo del terrateniente intentó ahuyentarlos. Ella hizo frente a aquel matón. Le dijo: «Los terratenientes se alimentan de arroz, harina, pescado y carne, pero a nosotros no se nos permite recoger hierbas silvestres para comer. ¡Bueno, pues lo haremos!» Sólo era una niña, pero no tenía miedo.

Una comitiva nupcial al estilo tradicional, compuesta por varias carretillas de mano y bicicletas cargadas con el ajuar de la novia, se cruzó por delante del coche. Mientras Peter esperaba a que pasara, sus ojos se encontraron con los de David por el espejo retrovisor.

– Cuando vinieron los japoneses, Liu Hulan espió a los traidores de la aldea. Aprendió que era «mejor morir que convertirse en esclavo». Cuando llegó el Kuomintang, se usó esa misma consigna.

Cuando la comitiva acabó de pasar, Peter giró a la izquierda para entrar en una amplia zona de aparcamiento y se apresuró a acabar la historia al acercarse a la entrada de la Capital Mansion.

– Un día un soldado comunista fue a la aldea a curarse de sus heridas. Hulan ayudó a ocultarlo. Dijo a los demás niños: «Ha luchado y derramado su sangre en bien del pueblo. Ahora nosotros tenemos que cuidarlo y darle tantos huevos como podamos para que vuelva al frente.» Una cosa condujo a la otra y los dos se enamoraron. Corría el año 1945 y ella tenía trece años.

Hulan ordenó a Peter que esperara en el coche, luego ella y David entraron en el rascacielos. Al principio, el ascensor estaba lleno, pero a partir del quinto piso, David y Hulan se quedaron solos. David se acercó a ella, apoyó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza y se inclinó sobre ella. Hulan no podía escapar, pero no lo hubiera intentado aunque pudiera. Sus miradas se encontraron.

– Bueno -dijo ella con desenfado-, al parecer Billy Watson y Guang Henglai tenían secretos para sus padres.

– Ummm -fue la respuesta de David. Cogió un mechón de cabellos de Hulan que le caía sobre la frente y se lo apartó con delicadeza-. No quiero hablar de ellos. Cuéntame más cosas de Liu Hulan.

Consciente de que no podría eludir el tema por más tiempo, Hulan dijo:

– Hay un refrán que dice: «El revolucionario marcha contra la tormenta.» Eso fue lo que hizo Hulan. Fue a un curso de entrenamiento para mujeres, y luego volvió a su aldea y enseñó a las mujeres a economizar en su vida cotidiana. Las organizó para confeccionar zapatos y recoger cuerda para el Ejército Popular. Aunque Hulan era muy joven, sabía ya que todo aquello no bastaba. Lo importante para asestar un golpe definitivo al enemigo era proteger la revolución a toda costa, luchar hasta el final.

La voz de ella se convirtió en un susurro cuando David trazó el contorno de su pómulo con un dedo.

– El ejército del Koumintang, cuando éramos niños nosotros los llamábamos los bandidos del Kuomintang, estaba cada vez más cerca de la aldea, hasta que por fin invadieron Yunchounhsi. Los soldados exigieron que todos los aldeanos se concentraran en la plaza. Hulan quiso ocultarse con una parturienta, pero luego comprendió que si la descubrían los matarían a todos. Hulan dijo: «Si debo morir, iré al sacrificio yo sola», y salió a la plaza.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Por un momento, David permaneció inmóvil, luego se apartó.

– Después de ti -dijo con una sonrisa. Salieron al caluroso pasillo y las puertas del ascensor se cerraron. Hulan echó a andar, pero David la retuvo-. Acaba la historia.

– Ya te he dicho que no tiene importancia -dijo ella con impaciencia.

– Dame ese gusto -pidió él-. Cuéntame quién eres.

Hulan aspiró profundamente y luego siguió recitando de memoria.

– El oficial del Kuomintang dijo a los aldeanos que si la persona que simpatizaba con los comunistas no se daba a conocer, muchos de ellos morirían. Hulan entregó a su madre su anillo, un pañuelo y una lata de ungüento, y luego, con la cabeza muy alta, los ojos claros y el espíritu inquebrantable, se acercó a los soldados. Uno de ellos le preguntó: «¿No lamentas morir cuando tienes tan sólo quince años de edad?» Ella respondió: «Por qué habría de tener miedo? No voy a rendirme ante la muerte. Jamás someteré mi mente. He vivido quince años. Si me matáis, dentro de otros quince años habré renacido y seré tan vieja como ahora.» Se acercó valientemente a la hoz y le cortaron la cabeza. Aún no había pasado un mes cuando el ejército de la Octava Marcha recuperó el control del municipio de Wenshui. Cuatro años más tarde, los asesinos fueron detenidos y castigados. Mao Zedong alabó a Liu Hulan: «¡Una gran vida! ¡Una muerte gloriosa!» La nombraron miembro de pleno derecho del Partido Comunista a título póstumo.

– Por qué te pusieron tus padres el nombre de alguien que tuvo un final tan triste?

– Ellos no lo veían así -respondió ella-. Me pusieron su nombre porque se mantuvo firme en las situaciones más peligrosas y comprometidas. Era leal y comprensiva. Cuando yo nací, mis padres vieron un gran futuro para ellos y para mí en la nueva China. Esperaban que yo tuviera el celo de Liu Hulan y su voluntad de hierro. Temo que, en todo caso, he sobrepasado sus expectativas de un modo que aún me avergüenza.

Antes de que David pudiera preguntarle qué quería decir, Hulan se había dado la vuelta y caminaba por el pasillo. Se detuvo delante del apartamento de Cao Hua. La puerta estaba entornada.

– Ni hao, Cao Xiansheng. ¿Ni zai ma? -dijo Hulan, alzando la voz. No recibió respuesta.

Empujó la puerta con el cañón de su pistola y la abrió lentamente. Antes de que David pudiera reaccionar al ver el arma, ella volvió a alzar la voz preguntando si el señor Cao estaba en casa. De nuevo, sólo hubo silencio. Desde donde se hallaban, Hulan y David sólo podían ver un vestíbulo de mármol y cristal idéntico al del apartamento de Guang Henglai. Hasta ellos llegó un incongruente hedor a mofeta, tierra mojada y herrumbre.

– ¿No necesitamos una orden de registro o algo parecido? -preguntó David cuando Hulan traspasó el umbral de la puerta.

– Quédate aquí -replicó ella, sin hacer caso de la pregunta.

Por supuesto, David la siguió. Sus pasos resonaron extrañamente cuando cruzaron el vestíbulo en dirección a la sala de estar. Hulan lo vio primero y retrocedió instintivamente, dando de espaldas contra David. Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Por un instante, David interpretó su acción como una muestra de afecto, pero cuando ella levantó la cabeza para mirarlo, vio que el color había huido de sus mejillas.

– Por favor -dijo ella con voz trémula-. Ve a buscar a Peter. No entres. -Respiro profundamente para darse ánimos antes de entrar en el salón.

De nuevo, David la siguió.

En contraste con la extravagancia del apartamento de Guang Henglai, la sala de estar de Cao Hua estaba amueblada con estilo espartano: un sofá, una mesita y un par de cuadros. Aquella escasa decoración realzó aún más la macabra escena que aparecía ante sus ojos. Un arco de sangre había salpicado la pared. El cuerpo (ella supuso que era el de Cao) estaba sentado en la alfombra bajo la roja salpicadura y sobre un charco de sangre húmeda. Tenía la cabeza grotescamente deformada. Le habían golpeado con algo lo bastante duro como para abrirle el cráneo como si fuera un melón maduro. Pero el asesino no se había detenido ahí. Había apoyado el cuerpo de Cao contra la pared, con la cabeza echa papilla en un ángulo inverosímil. Le había estirado las piernas y había colocado decorosamente las manos a los costados con las palmas hacia arriba. Luego el asesino había rajado al señor Cao del esternón al pubis. Le había sacado los intestinos y los había dispuesto artísticamente en el suelo en el centro mismo del salón.

Hulan observó todo esto en una fracción de segundo. Luego su atención se desvió hacia David, que se había doblado sobre sí mismo, con la cabeza gacha y las manos en las rodillas, y respiraba entrecortadamente, mascullando frases.

– David, te había dicho que no entraras.

– ¿Qué han hecho?

– Vamos fuera.

– ¡No! Estoy bien. -Se enderezó poco a poco. Cuando volvió a contemplar la escena, exhaló el aire emitiendo algo a medio camino entre un suspiro y un gemido. Hulan vio que contraía los músculos de la mandíbula y del cuello para contener el impulso de vomitar.

– David -dijo, poniendo una mano sobre su brazo-. Mírame. -Él volvió el rostro hacia ella, pero sus ojos no se apartaron del monstruoso espectáculo-. David -insistió Hulan bruscamente-. ¡Mírame! -Veía el horror en sus ojos-. Tienes que ir a buscar a Peter. Dile que necesitamos ayuda. Ve.

El se alejó tambaleándose. Hulan sabía que disponía apenas de unos minutos para examinar el cadáver a solas. Lentamente, rodeó la sangre y los intestinos. Se acercó a la pared y examinó la salpicadura de sangre. También estaba húmeda. Tuvo que reprimir la sensación de miedo al comprender que el asesino podía hallarse aún en el apartamento. Permaneció inmóvil, aguzando los sentidos. El apartamento estaba sumido en un silencio sepulcral. 0 bien el asesino estaba allí, aguardando vigilante, o bien acababa de irse, lo que significaba que aún podía estar en el edificio.

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