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La Telara?a China

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La Telara?a China
Название: La Telara?a China
Автор: See Lisa
Дата добавления: 16 январь 2020
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La Telara?a China - читать бесплатно онлайн , автор See Lisa

Inspectora Liu, ?necesito recordarle que China tiene costumbres y rituales para tratar a sus hu?spedes? Use su shigu, su experiencia de la vida.

Todos los extranjeros, tanto si se trata de desconocidos o de demonios como este visitante, son potencialmente peligrosos. No demuestre ira ni irritaci?n. Sea humilde, prudente y cort?s.

El viceministro apoy? la mano sobre el hombro de la inspectora.

H?gale creer que existe un v?nculo entre usted y ?l. As? hemos tratado a los extranjeros durante siglos. As? tratar? usted a este extranjero mientras sea nuestro hu?sped.”`

En un lago helado de Pek?n aparece el cad?ver del hijo del embajador norteamericano. La dif?cil y ardua investigaci?n es asignada a la inspectora Liu Hulan. A miles de kil?metros, un ayudante de la fiscal?a de Los ?ngeles encuentra en un barco de inmigrantes ilegales el cad?ver de un Pr?ncipe Rojo, el hijo de uno de los hombres m?s influyentes de China…

Una impactante novela de intriga que recrea el conflicto que se produce entre dos pa?ses diametralmente opuestos cuando sus gobiernos se ven obligados a colaborar en pie de igualdad.

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– ¿Y bien?

– Pues este hombre, vestido con ropa de calle y gozando de buena salud, debería resistir al menos unos cuarenta y cinco minutos en el agua que está a menos de dos grados centígrados. Algo le impidió abrirse paso hasta la orilla.

– ¿Cree que pudo ser el alcohol?

– Tal vez. También pudo ser una sobredosis.

– ¿Y suicidio?

– Se me ocurren métodos mejores -dijo Fong y sonrió al volver a acuclillarse junto al cadáver.

Liu Hulan se inclinó para examinar a la víctima más de cerca.

– ¿De qué es esa sangre en la boca? ¿Tiene que ver con que haya muerto congelado?

– No, no sé a qué se debe. Quizá se mordiera la lengua, o tal vez se rompió la nariz al caer. Se lo diré más tarde.

– ¿No le preocupa que no lleve abrigo? ¿Podría ser que lo arrastraran hasta aquí y lo echaran al agua?

– Todo lo que se refiere a este caso preocupa -respondió el patólogo- pero si está pensando en un asesinato tendrá que esperar al resultado de la autopsia.

– Una última pregunta. ¿Es él?

– Aún no he podido registrarle, pero se parece a las fotos que nos dieron. -Señaló la orilla con el mentón-. Estaba esperando a que llegase. Creo que será mejor que hable usted con ellos.

Liu Hulan siguió su mirada y vio a una pareja extranjera sentada en un banco de hierro forjado.

– Mierda.

Fong resopló.

– ¿Le sorprende?

– No. -Liu Hulan suspiró-. Pero desearía no ser yo la que tenga que decírselo.

– Por eso precisamente la ha enviado a usted el viceministro.

– Lo sé, pero no tiene por qué gustarme. -Tras una pausa, Hulan añadió-: ¿Cómo se han enterado?

– Su hijo desapareció hace más de una semana y la víctima parece tener su edad, además de ser de su raza. El viceministro la llamó a usted después de enviarles el coche a ellos.

Hulan asimiló las implicaciones políticas de esta información y apoyó una mano en el hombro de Fong.

– Me pasaré luego por el laboratorio -dijo-. Gracias. -Miró el cadáver una vez más y luego a la pareja extranjera de la orilla. Tendrían que esperar unos minutos más.

Como solía hacer en la escena de un crimen, se alejó del cadáver andando hacia atrás. Con cada paso ampliaba la visión de la escena. A pesar de la extrema dificultad de sacar el cuerpo, los trabajadores habían formado un pulcro montículo con el hielo junto al agujero excavado. Aunque antes había docenas de patinadores sobre el lago, el hielo estaba tan duro que seguía completamente liso y sólo se veían las huellas de dos patinadores. Uno había dejado profundos surcos, el otro apenas había arañado la superficie. Liu Hulan no vio huellas de lucha, ni sangre, ni ninguna otra imperfección sobre el hielo o en él.

Finalmente dio media vuelta y caminó a buen paso hacia donde aguardaban un anciano y una niña. El anciano rodeaba los hombros de la niña con un brazo protector. Todavía llevaban patines.

– Buenas tardes, tío -dijo Hulan, honrando al desconocido con aquel tratamiento cortés.

– Nosotros no hemos hecho nada -dijo el anciano.

Hulan se fijó en que temblaba y se dirigió a uno de los policías de uniforme.

– ¿Por qué tiene a este hombre aquí fuera? ¿Por qué no lo han llevado dentro y le han dado té?

– Creíamos que… -dijo el agente, azorado.

– Pues han creído mal. -Hulan volvió a mirar a la pareja que tenía ante ella y se inclinó hasta quedar a la altura de la niña-. ¿Cómo te llamas?

– Mei Mei -contestó la niña. Le castañeteaban los dientes por el frío.

– ¿Y quién es él?

– El abuelo Wing.

– Abuelo Wing -dijo Hulan, incorporándose-, ni hao ma , ¿cómo está usted?

– Nos han dicho que nos detendrían, que iríamos a la cárcel. Nos han dicho…

Liu Hulan miró al agente de policía, que bajó la vista.

– Tendrá que perdonar el celo de mis colegas. Estoy segura de que han sido muy descorteses con usted.

– Nosotros no hemos hecho nada malo -repitió el anciano.

– Por supuesto que no. Por favor, no tema. Usted cuénteme sólo lo que ha ocurrido.

Cuando el anciano terminó de hablar, Hulan dijo:

– Ha hecho usted lo que debía, abuelo Wing. Bien, ahora vuelva a casa con su nieta.

– Xie-xie, xie-xie -repitió el anciano una y otra vez, dándole las gradas. Su expresión de alivio delataba el terror que había sentido.

Luego cogió a la nieta por la manita enguantada y se alejaron los dos patinando lentamente.

Hulan se volvió hacia el policía.

– ¡Y usted vaya a donde retienen a los demás patinadores! Quiero que los suelten inmediatamente.

– Pero…

– No tienen nada que ver con el caso. Y una cosa más. Quiero que haga una autocrítica ante su superior. Cuando termine, quiero que le diga que no deseo que lo asignen a ninguno de mis casos.

– Inspectora, yo…

– Muévase.

El agente se alejó. Mientras lo contemplaba, Hulan lamentó tener que mostrarse brutal. Mao había dicho que las mujeres sostienen la mitad del cielo, pero los hombres chinos seguían ocupando los cargos más poderosos.

Hulan se dirigió a la orilla y poco a poco distinguió mejor a la pareja de blancos, ambos de cincuenta y tantos años. La mujer llevaba abrigo de visón con sombrero a juego. Estaba horriblemente pálida e incluso desde la distancia se notaba que había llorado. El hombre era realmente atractivo, como solían comentar los periódicos. Tenía la piel bronceada, pese a hallarse en pleno invierno en Pekín, y sus duras facciones evocaban las praderas y los vientos secos de su lugar natal, donde había sido ranchero y después senador.

– Buenos días, señor embajador, señora Watson. Soy la inspectora Liu Hulan -dijo en inglés, prácticamente sin acento, y estrechó la mano de ambos.

– ¿Es nuestro hijo? ¿Es Billy? -preguntó la mujer.

– Aún no lo hemos identificado, pero creo que sí.

– Quiero verlo -dijo Bill Watson.

– Por supuesto -aceptó Liu Hulan-, pero primero tengo que hacerles un par de preguntas.

– Hemos estado en la comisaría -dijo el embajador-. Les hemos dicho todo cuanto sabemos. Hace diez días que nuestro hijo desapareció y ustedes no han movido un dedo.

Liu Hulan no hizo caso de esas palabras y miró a Elizabeth Watson a los ojos.

– Señora Watson, ¿quiere que le traiga alguna cosa? ¿No preferiría esperar dentro?

La mujer se echó a llorar y el marido fue hasta el borde del lago a grandes zancadas. Hulan sostuvo las manos de Elizabeth Watson durante unos minutos mientras ella hacía un esfuerzo por volver a aparentar indiferencia.

– Estoy segura de que cumple usted con su deber -dijo la señora Watson, como buena mujer de un político Estoy bien, querida. Estoy bien.

Liu Hulan se acercó a Watson. Permanecieron uno junto a otro sin hablar, mirando hacia el lugar del lago helado donde se había hallado el cadáver. Hulan rompió el silencio sin volverse hacia el embajador.

– Antes de que identifique el cadáver, es necesario que le haga unas preguntas.

– No sé qué más podría contarle, pero adelante.

– ¿Su hijo bebía?

– Inspectora -dijo el embajador, permitiéndose una breve risita-, Billy tenía poco más de veinte años. ¿Qué le parece a usted? Pues claro que bebía.

– Perdone, señor, pero creo que usted ya sabe a lo que me refiero. ¿Tenía problemas con la bebida?

– No.

– ¿Sabe si tomaba drogas?

– En absoluto.

– ¿Está seguro?

– Se lo diré de otra manera, inspectora. El presidente de mi país no me habría designado para el cargo que ocupo de haber existido problemas de droga en mi familia.

Bien, pensó Hulan. Enfádese. Enfádese y cuénteme la verdad.

– ¿Estaba deprimido?

– ¿Qué insinúa?

– Quiero saber si Billy era feliz aquí. A menudo los extranjeros se sienten solos o deprimidos, sobre todo las esposas y los hijos.

– Mi mujer y mi hijo adoran China -contestó él elevando la voz-. Ahora quisiera comprobar si la persona que está ahí es Billy.

– Yo le acompañaré, pero primero quisiera explicarle lo que ocurrirá. Puede que nuestras costumbres sean diferentes de las suyas en Estados Unidos.

– No estoy acostumbrado a que mi hijo muera, ni en China ni en Estados unidos, inspectora.

– Bill -suplicó su mujer con voz débil, acercándose a ellos.

– Lo siento. Siga.

– Llevaremos el cadáver al Ministerio de Seguridad Pública.

– Ni hablar. Mi esposa y yo ya hemos sufrido bastante. Queremos llevarnos a nuestro hijo para enterrarlo en nuestra patria. Lo antes posible.

– Comprendo sus deseos, pero hay ciertos hechos inexplicables en la muerte de su hijo.

– No hay nada inexplicable. Es evidente que ha sufrido un accidente.

– ¿Cómo lo sabe, senor…? -Hulan vaciló-. ¿Cómo puede estar tan seguro de que ese cadáver es su hijo?

– Le digo que si es mi hijo, me lo llevaré a Montana para darle sepultura allí.

– Tengo que pedirle disculpas de nuevo, pero eso no será posible por el momento. Verá, señor, quiero saber por qué un hombre joven, sea o no sea su hijo, andaba por ahí en pleno invierno sin la ropa adecuada. Quiero saber por qué no nadó hasta la orilla si se cayó al agua. Es necesario hacer una autopsia para determinar la causa de su muerte.

– Veamos primero si estamos hablando de mi hijo -dijo Watson, y echó a andar sobre el hielo.

Cuando Liu Hulan y el embajador llegaron al círculo, el cordón humano se separó para que pudieran pasar. Fong se puso en pie y se apartó del cadáver. El embajador se detuvo, miró hacia abajo y asintió.

– Es Billy -dijo, respirando pesadamente-. Lo quiero completamente vestido y que no lo toque ni usted ni nadie de su departamento.

– Embajador…

Watson alzo una mano para imponerle silencio y prosiguió.

– No quiero oír sus tonterías burocráticas. Ha sido un accidente. Tanto usted como sus superiores deberán considerarlo como tal.

– No puedo hacer eso.

– ¡Pues lo hará!

– Embajador, sé que esto es doloroso para usted, pero fíjese en su hijo. Hay algo raro.

Bill Watson volvió a fijar la vista en la figura congelada de su hijo, vio los ojos abiertos, la boca llena de hielo y las ventanas de la nariz teñidas de sangre. Luego alzó los ojos y contempló el lago, los edificios antiguos y los sauces pelados. Liu Hulan tuvo la impresión de que en ese instante el embajador memorizaba el último paisaje contemplado por su hijo. Watson se dirigió entonces al resto del grupo.

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