Muerte en la Fenice

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Muerte en la Fenice
Название: Muerte en la Fenice
Автор: Leon Donna
Дата добавления: 16 январь 2020
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Muerte en la Fenice - читать бесплатно онлайн , автор Leon Donna

El renombrado director de orquesta Helmut Wellauer aparece muerto, envenenado con cianuro pot?sico, durante una representaci?n de La Traviata en el c?lebre teatro veneciano de La Fenice. Hasta el comisario Guido Brunetti, acostumbrado a la laber?ntica criminalidad de Venecia, se asombra de la cantidad de enemigos que el m?sico ha dejado en su camino a la cumbre. Pero, ?cu?ntos ten?an motivos suficientes para matarle?

Conocido y querido ya por miles de lectores, el comisario Brunetti, armado tan s?lo con su paciencia y sagacidad, resuelve en esta sugerente novela polic?aca su primer caso.

Brunetti es un h?roe corriente, es decir, un antih?roe cuya vida es feliz en lo personal y crecientemente desgraciada en lo profesional. Un vago izquierdismo lo une con su esposa Paola y les lleva a compartir de vez en cuando reflexiones amargas sobre la corrupci?n, la burocracia.

Muerte en La Fenice fue galardonada en Jap?n con el prestigioso Premio Suntory a la mejor novela de intriga y convirti? en poco tiempo a Donna Leon en el gran boom de la novela polic?aca en Europa. Un excelente comienzo.

«El verdadero encanto de esta serie reside en el carisma de Brunetti y su apasionada identificaci?n con el alma de Venecia.»

The New York Times Book Review.

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– Hubo otras cosas, pero en aquel momento no me parecieron importantes.

– ¿Qué cosas?

– Parecía… -empezó la mujer, como si buscara la manera de decir algo y callarlo al mismo tiempo-. Parecía más viejo. Ya sé que tenía un año más que la otra vez, pero la diferencia parecía mayor. Siempre había sido tan enérgico, tan vital. Y ahora parecía un viejo. -Como prueba de su afirmación, agregó-: Había empezado a usar gafas. Pero no para leer.

– ¿Y eso le pareció extraño?

– Sí. Generalmente, las personas de mi edad empezamos a necesitarlas para leer, para mirar de cerca, pero él no las llevaba para leer.

– ¿Cómo lo sabe?

– Porque, a veces, cuando le entraba el té y él estaba leyendo, no las tenía puestas y al verme se las ponía, o me hacía seña de que dejara la bandeja, como si no deseara ser molestado. -La mujer se interrumpió.

– Ha dicho usted que había otras cosas. ¿Qué cosas?

– Prefiero no decir más -respondió ella nerviosamente.

– Si no son importantes, dará lo mismo. Si lo son, podrían ayudarnos a descubrir quién lo hizo.

– Es que no estoy segura. Es más bien una impresión -dijo la mujer, cediendo-, algo que percibía. Entre ellos. -Por su manera de pronunciar la última palabra, estaba claro quiénes eran «ellos». Brunetti no dijo nada, decidido a darle tiempo.

– Esta vez estaban diferentes. Antes, siempre estaban… no sé cómo describirlo. Estaban unidos, muy unidos, siempre hablando, haciendo cosas juntos, tocándose. -Su tono daba a entender lo mucho que ella desaprobaba esta conducta en un matrimonio-. Pero esta vez estaban diferentes. No era algo que pudiera notar cualquiera, porque se trataban con mucha cortesía, pero ya no se tocaban como antes, cuando nadie podía verlos. -Ella, sí. Le miró-. No sé si esto tiene algún sentido.

– Me parece que sí, signorina . ¿Tiene idea de cuál pudiera ser la causa de esta frialdad?

Él vio la respuesta o, por lo menos, un atisbo de respuesta, insinuarse en sus ojos, pero se desvaneció al momento.

– ¿Alguna idea? -insistió. Nada más decirlo, comprendió que había ido demasiado lejos.

– No. Ni por asomo. -La mujer movió la cabeza a derecha e izquierda, liberándose.

– ¿Sabe si alguna de las criadas observó algo?

La mujer irguió la espalda.

– Yo no hablaría de eso con las criadas.

– Claro, claro -murmuró él-. Ni yo pretendía insinuar tal cosa. -El comisario se daba cuenta de que la mujer ya empezaba a arrepentirse de lo poco que había dicho. Sería preferible restar importancia a sus palabras para que ella no tuviera reparo en repetirlas, llegado el caso, o ampliarlas, a ser posible-. Le agradezco su información, signorina , que confirma lo que ya sabíamos por otras fuentes. Supongo que no es necesario que le diga que la consideraremos estrictamente confidencial. Si recuerda algo más, llámeme a la questura , por favor.

– No quiero que piense de mí… -empezó ella, pero no se decidió a expresar lo que no quería que pensara de ella.

– Le aseguro que pienso de usted tan sólo que es una persona que sigue siendo fiel al maestro. -Y era lo menos que podía decir, puesto que era la verdad. Los pliegues de la cara de la mujer se suavizaron ligeramente. Él se levantó y le tendió la mano. La de ella era pequeña y sorprendentemente frágil, como la pata de un pájaro. Le condujo por el pasillo hasta la puerta del apartamento, desapareció un momento y salió con el abrigo de él-. Dígame, signorina , ¿qué piensa hacer ahora? ¿Se quedará en Venecia?

Ella le miró como si fuera un demente que la hubiera abordado en plena calle.

– No; pienso volver a Gante lo antes posible.

– ¿Tiene idea de cuándo será eso?

– La signora tiene que decidir ahora lo que hace con el apartamento. Me quedaré hasta entonces y luego volveré a mi casa, con los míos. -Con estas palabras, abrió la puerta y, cuando él hubo salido, la cerró silenciosamente. Brunetti se paró en el primer descansillo y miró por la ventana. A lo lejos, el ángel que estaba en lo alto del campanario extendía las alas bendiciendo a la ciudad y sus habitantes. Brunetti se dijo que el exilio sigue siendo exilio aun en la ciudad más bella del mundo.

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