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Corazon Congelado

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Corazon Congelado
Название: Corazon Congelado
Автор: Evanovich Janet
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 231
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Corazon Congelado - читать бесплатно онлайн , автор Evanovich Janet

«Durante mi infancia mis aspiraciones eran sencillas: quer?a ser una princesa intergal?ctica.»

La cazarrecompensas Stephanie Plum tiene una misi?n bastante simple: todo lo que tiene que hacer es llevar a los tribunales a un viejecito sordo, casi ciego y con problemas de pr?stata, acusado de contrabando de cigarrillos. ?Es culpa suya si se le escurre continuamente de entre las manos?

Las cosas se complicar?n todav?a m?s despu?s de que dos de sus amigos desaparezcan misteriosamente tras ser atacados por una jubilada enloquecida y de que su perfecta hermana Valerie le pida consejos sobre c?mo hacerse lesbiana.

Quiz? la vida de Stephanie ser?a m?s f?cil ?y menos divertida? si no estuviera tratando de huir de su propia boda, si su abuela no se empe?ara en acompa?arla en una Harley Davidson y, por supuesto, si el incre?blemente sexy Ranger no le ofreciera su ayuda a cambio de una perfecta noche de pasi?n…

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Le hice un gesto con los hombros a Joe que significaba: «Oye, ¿qué puede hacer una?».

– Vale -dijo Joe-, vamos a salir de aquí y a cerrar con llave. Tú llévate a El Porreta y yo me llevo a Bob.

El Porreta y yo estábamos en el descansillo delante de mi apartamento. El Porreta llevaba una pequeña bolsa de deportes en la que imaginé que habría una muda de ropa y un buen surtido de drogas.

– Muy bien dije-, aquí estamos. Te doy la bienvenida a mi casa, pero nada de drogas aquí.

– Colega -dijo El Porreta.

– ¿Hay alguna droga en la bolsa?

– Oye, ¿de qué tengo pinta?

– Tienes pinta de colgado.

– Bueno, sí, pero eso es porque me conoces.

– Vacía la bolsa en el suelo.

El Porreta volcó el contenido de la bolsa en el suelo. Yo volví a meter la ropa y confisqué todo lo demás. Pipas y papelillos y una selección de sustancias ilegales. Entramos en el apartamento, tiré los contenidos de las bolsas de plástico por el retrete y las herramientas al cubo de la basura.

– Nada de drogas mientras vivas aquí -le dije.

– Eh, de buen rollo -dijo El Porreta-. El Porreta no necesita drogas. El Porreta es un consumidor recreativo.

Huy, huy.

Le di a El Porreta una almohada y una manta y me fui a la cama. A las 4.00 de la mañana me despertó la televisión de la sala de estar a todo volumen. Salí arrastrando los pies, con mi camiseta y los boxers de franela y miré furiosa a El Porreta.

– ¿Qué pasa? ¿No puedes dormir?

– Normalmente duermo como un tronco. No sé lo que me pasa hoy. Me encuentro como el culo, tía. ¿Sabes a lo que me refiero? Atacado.

– Sí. A mí me parece que necesitas un canuto.

– Es terapéutico, colega. En California puedes comprar la hierba con receta.

– Olvídalo.

Me volví al dormitorio, cerré la puerta, eché el pestillo y me puse la almohada encima de la cabeza.

Cuando salí del dormitorio eran las siete. El Porreta estaba dormido en el suelo y en la tele estaban poniendo los dibujos animados del sábado. Puse en marcha la cafetera, le di a Rex un poco de agua fresca y de comida y metí una rebanada de pan en mi flamante tostadora nueva. El olor del café levantó a El Porreta del suelo.

– Eh -dijo-, ¿qué hay para desayunar?

– Café y tostadas.

– Tu abuela me habría hecho tortitas.

– Mi abuela no está aquí.

– Estás decidida a ponérmelo difícil, tía. Seguro que te has puesto ciega de donuts y a mí sólo me das tostadas. Esto afecta a mis derechos -no estaba gritando exactamente, pero tampoco hablaba en un susurro-. Soy un ser humano y tengo mis derechos.

– ¿De qué derechos estás hablando? ¿Del derecho a comer tortitas? ¿Del derecho a comer donuts?

– No me acuerdo.

Ay, madre.

Se desmoronó en el sofá.

– Este apartamento es deprimente. Me pone, o sea, como nervioso. ¿Cómo puedes soportar vivir aquí?

– ¿Quieres café o no?

– ¡Sí! Quiero café y lo quiero ahora mismo -su voz ascendió un tono. Ahora sí estaba gritando-. ¡¿Qué quieres, que me pase la vida esperando el café?!

Puse una taza de golpe en la encimera de la cocina, la llené de café y se la tiré a El Porreta. Luego marqué el teléfono de Morelli.

– Necesito drogas -le dije a Morelli-. Tienes que traerme drogas.

– ¿Quieres decir, antibióticos o algo así?

– No. Marihuana o algo así. Anoche tiré todas las drogas de El Porreta por el retrete y ahora le odio. Tiene un mono alucinante.

– Creía que querías limpiarle.

– No merece la pena. Me gusta más cuando está colocado.

– No te muevas de ahí -dijo Morelli, y colgó.

– Este café es como aguachirle, colega -dijo El Porreta-. Necesito un café italiano.

– ¡Vale! Vamos a por un puñetero café italiano.

Cogí el bolso y las llaves y empujé a El Porreta al descansillo.

– Eh, tengo que ponerme unos zapatos, tía -dijo El Potreta.

Puse los ojos en blanco exageradamente y solté un suspiro desmedido mientras El Porreta volvía a entrar en el apartamento a coger los zapatos. Genial. Yo ni siquiera estaba enganchada y también tenía el mono.

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