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El Valle de los Leones

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El Valle de los Leones
Название: El Valle de los Leones
Автор: Follett Ken
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Valle de los Leones - читать бесплатно онлайн , автор Follett Ken

Rodeado de monta?as salvajes, el Valle de los Leones es un lugar legendario de Afganist?n donde las costumbres y las personas apenas han cambiado con el paso de los siglos. Un escenario muy apropiado para un relato de espionaje e intriga protagonizado por una joven inglesa, un m?dico franc?s y un trotamundos norteamericano, que transcurre en la etapa m?s terrible de la guerra contra los invasores sovi?ticos.

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Masud asintió mientras esbozaba una leve sonrisa.

– ¡Fantástico! -exclamó.

Ellis trepó al árbol donde se encontraba el guerrillero y observó al otro lado del río. Dos tanques negros avanzaban pesadamente por el angosto camino de piedra que conducía a Kabul. Se sintió espantosamente tenso: ésa era la primera vez que veía al enemigo. Con su protección metálica blindada y sus enormes cañones parecían invulnerables, especialmente si se los comparaba con los andrajosos guerrilleros y sus rifles, y sin embargo el valle estaba cubierto de los despojos de tanques destruidos por los guerrilleros con minas de fabricación casera, granadas bien colocadas y misiles robados.

Los tanques no iban acompañados por otros vehículos. Por lo tanto no se trataba de una patrulla ni de una batida, los tanques probablemente serían entregados en Rokha después de ser reparados en Bagram, o tal vez acabaran de llegar de la Unión Soviética.

Empezó a calcular.

Los tanques avanzaban a alrededor de quince kilómetros por hora, así que llegarían al puente en un minuto y medio. Hacía menos de un minuto que ardía la mecha, por lo tanto todavía faltaban por lo menos tres minutos para que se produjera la explosión. En ese momento los tanques ya habrían cruzado el puente y se encontrarían a distancia segura. Tenía que acortar la mecha. Se dejó caer del árbol y empezó a correr mientras pensaba: ¿Cuántos años de mierda han transcurrido desde la última vez que estuve en una zona de combate?

Oyó ruido de pasos a su espalda y miró hacia atrás. Alí corría justo detrás de él, con su horrenda sonrisa, y otros dos hombres le pisaban los talones. Los demás se cubrían a lo largo de la orilla del río.

Un instante después Ellis llegó al puente, se dejó caer sobre una rodilla junto a la mecha de combustión lenta, a la vez que se desprendía la bolsa del hombro. Continuó calculando mientras abría la bolsa y buscaba su cortaplumas. Los tanques estarían ahora a un minuto de distancia. La mecha ardía treinta centímetros cada treinta o cuarenta y cinco segundos. Y la mecha que había usado, ¿sería lenta, normal o rápida? Le pareció recordar que era rápida. Por lo tanto se consumiría a una velocidad de treinta centímetros cada treinta segundos.

En treinta segundos él podría correr alrededor de ciento cuarenta metros, la distancia mínima de seguridad, el mínimo absoluto.

Abrió el cortaplumas y se lo entregó a Alí que se había arrodillado a su lado. Ellis tomó la mecha a treinta centímetros del lugar donde estaba unida con el detonador y la sostuvo con ambas manos para que Alí la cortara. Mantuvo el extremo cortado en la mano izquierda y el encendido en la derecha. No estaba seguro si ya habría llegado el momento de volver a encender el extremo cortado. Tenía que constatar a qué distancia se encontraban los tanques.

Trepó por el terraplén, sin soltar ambos extremos de la mecha. A sus espaldas, el Primacord seguía hundido en el río. Asomó la cabeza por encima del parapeto del puente. Los grandes tanques negros seguían rodando y se acercaban cada vez más. ¿Cuál sería el momento exacto? Estaba adivinando a tontas y a locas. Contó los segundos, midiendo el terreno que adelantaban y, ya sin calcular, sino sólo esperando un milagro, acercó el extremo encendido de la mecha al extremo cortado que seguía unido a los explosivos.

Colocó la mecha cuidadosamente en el suelo y empezó a correr.

Alí y los otros dos guerrilleros lo siguieron.

Al principio, la orilla del río los ocultó de los tanques, pero a medida que se fueron acercando, los cuatro hombres que se alejaban a la carrera les resultaron claramente visibles. Ellis contaba los segundos cuando el retumbar de los tanques se convirtió en un rugido.

Los artilleros de los tanques sólo vacilaron un instante: se suponía que cualquier grupo de afganos que se alejara corriendo estaba formado por guerrilleros, y por lo tanto podía ser el blanco de una práctica de tiro. Se oyó una doble detonación y dos proyectiles volaron sobre la cabeza de Ellis. El norteamericano cambió de dirección y empezó a alejarse del río mientras pensaba: El artillero ajusta la distancia, ahora hace girar el cañón hacia mí, apunta, ¡ahora! Volvió a esquivar, girando hacia el río y un segundo después oyó el sonido de otro disparo. El proyectil aterrizó lo suficientemente cerca como para salpicarlo con tierra y piedras. A menos que esa maldita mecha explote antes, el próximo me dará -pensó Ellis-. ¡Mierda! ¿Qué necesidad tenía de demostrarle a Masud lo macho que soy? Entonces oyó que empezaban a disparar una ametralladora. Es difícil hacer puntería desde un tanque en movimiento -pensó-, pero tal vez se detengan. Visualizó el abanico de balas de ametralladora que se le iban acercando y empezó a correr girando a cada instante. De repente se dio cuenta de que podía adivinar exactamente lo que harían los rusos: detendrían los ataques donde tuvieran una visión más clara de los guerrilleros que huían y eso sería sobre el puente. Pero, ¿estallarían los explosivos antes de que los artilleros dieran en el blanco? Corrió aún con mayor rapidez, con el corazón que se le salía por la boca y jadeando pesadamente. Aún cuando Jane ame a Jean-Pierre no quiero morir, pensó. Vio que las balas astillaban una roca justo delante de él. Giró repentinamente, per o el río de fuego lo siguió. Por lo visto no tenía salvación: era un blanco fácil. Oyó que uno de los guerrilleros gritaba a sus espaldas y después sintió el impacto de dos balas en rápida sucesión: primero sintió un dolor lacerante en la cadera y en seguida un impacto, como un fuerte golpe en el muslo derecho. La segunda bala le paralizó momentáneamente la pierna y tropezó y cayó, lastimándose el pecho. Después rodó sobre sí mismo hasta quedar tendido de espaldas. Se sentó, ignorando el dolor, y trató de moverse. Los dos tanques se habían detenido sobre el puente. Alí, que se encontraba justo detrás de él, colocó las manos bajo los brazos de Ellis y trató de alzarlo. El blanco era perfecto: los artilleros no podían fallar.

En ese momento estallaron los explosivos. Fue hermoso.

Cuatro explosiones simultáneas partieron el puente en ambos extremos dejando el sector del medio -donde estaban estacionados los tanques- sin ningún apoyo. Al principio fue desplomándose con lentitud, entre los crujidos de los extremos, después se liberó del todo y cayó espectacularmente en el río caudaloso, zambulléndose de plano con un impresionante chapoteo. Las aguas se abrieron majestuosamente y durante un instante fue visible el lecho del río, después volvieron a unirse con un ruido atronador.

Cuando éste se apagó, Ellis oyó los vítores que lanzaban los guerrilleros. Algunos salieron de sus escondrijos y corrieron hacia los tanques semisumergidos. Alí levantó a Ellis y lo ayudó a ponerse de pie. En ese momento recuperó la sensibilidad de la pierna y se dio cuenta de que le dolía.

– No estoy seguro de poder caminar -le dijo a Alí en dari. Dio un paso y hubiera caído de no sostenerle Alí-. ¡Mierda! -exclamó en inglés-. Me han metido una bala en el culo.

Oyó disparos. Al levantar la vista comprobó que los rusos sobrevivientes trataban de escapar de los tanques y que los guerrilleros los iban abatiendo a tiros a medida que salían. Esos afganos eran unos cretinos de sangre muy fría. Bajó la vista y notó que la pernera derecha de sus pantalones estaba empapada de sangre. Supuso que manaba de la herida superficial; sentía que la bala todavía le presionaba la Otra.

Masud se le acercó con una amplia sonrisa.

– ¡Eso del puente fue un trabajo excelente! -aprobó en su francés con marcado acento dari-. ¡Magnífico!

– Gracias -contestó Ellis-. Pero no vine a volar puentes. -Se sentía débil y un poco mareado, pero ése era el momento para dejar en dato cuál era su misión-. Vine a hacer un trato con usted.

Masud lo miró con curiosidad.

– ¿De dónde es usted? -preguntó.

– De Washington. La Casa Blanca. Represento al presidente de Estados Unidos.

Masud asintió, sin denotar sorpresa.

– Muy bien. Me alegro.

Y en ese momento, Ellis se desmayó.

Esa noche expuso su misión a Masud.

Los guerrilleros improvisaron una camilla en la cual lo transportaron hasta el pueblo de Astana, en el valle, donde se detuvieron al anochecer. Masud ya había enviado un mensajero a Banda a buscar a Jean-Pierre. El médico llegaría en algún momento del día siguiente para extraer la bala de la nalga de Ellis. Mientras tanto, todos se instalaron en el patio de una granja. El dolor de Ellis se había calmado bastante, pero el viaje lo debilitó. Los guerrilleros le colocaron vendajes muy primitivos sobre las heridas.

Una hora después de llegar le dieron un té verde dulce y caliente, que lo reanimó bastante, y un poco más tarde, todos comieron moras y yogur. Durante su viaje con la caravana, Ellis notó que con los guerrilleros siempre sucedía lo mismo: después de una hora o dos de llegar a algún pueblo, aparecía la comida. Ignoraba si la compraban, la encargaban o la recibían como un regalo, pero suponía que se la daban gratuitamente, a veces de buen grado y otras a regañadientes.

Cuando terminaron de comer, Masud se sentó cerca de Ellis y durante los instantes siguientes los demás guerrilleros se fueron alejando con aire casual, dejando solo a Ellis con Masud y dos de sus lugartenientes. Ellis sabía que tenía que hablar con Masud en ese momento, porque probablemente no se volviera a presentar otra oportunidad durante una semana. Y, sin embargo, se sentía demasiado débil y extenuado para una tarea tan delicada y difícil.

– Hace muchos años, un país extranjero le pidió al rey de Afganistán que le cediera quinientos guerreros para ayudarlo en una guerra -contó Masud-. El rey le envió a cinco hombres de nuestro valle junto con un mensaje que decía que mejor era contar con cinco leones que con quinientos zorros. Fue así como nuestro valle empezó a ser llamado el Valle de los Cinco Leones. -Sonrió-. Hoy te has comportado como un león.

– Yo oí también una leyenda que afirmaba que había cinco grandes guerreros conocidos como los Cinco Leones, cada uno de los cuales custodiaba uno de los cinco caminos de entrada al valle. Y me dijeron que por eso te llaman el sexto león -contestó Ellis.

– Basta ya de leyendas -decidió Masud, con una sonrisa-. ¿Qué tienes que decirme?

Ellis había ensayado esa conversación, pero su guión no comenzaba tan bruscamente. Era evidente que la forma de hablar indirecta, propia de los orientales, no era el estilo de Masud.

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