Las Ensenanzas De Don Juan

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Las Ensenanzas De Don Juan
Название: Las Ensenanzas De Don Juan
Автор: Castaneda Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
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Las Ensenanzas De Don Juan - читать бесплатно онлайн , автор Castaneda Carlos

Como L?zaro vuelto de la tumba (dijo alg?n cr?tico), un antrop?logo narra la primera etapa del aprendizaje que lo convertir? en "hombre de conocimientos" bajo la gu?a de un brujo yaqui. Con diversos medios, don Juan sumerge a su disc?pulo en una "realidad no ordinaria", tan objetiva como la cotidiana pero totalmente distinta, inexplicable para nuestros esquemas de pensamiento pero no para la sabidur?a antigua que el maestro transmite con impecable coherencia l?gica y po?tica. As?, al tiempo que socava la "descripci?n del mundo" en que Castaneda ha cre?do, don Juan propone otra -vasta, maravillosa, terrible- y, con lecciones pr?cticas, ense?a a habitarla desde el nivel m?s inmediato. Conforme pierde defensas, el aprendiz va experimentando el estado de ser al que lo llevan las ense?anzas, la vida de guerrero", y sucumbe ante el primer enemigo de un hombre de conocimiento: el temor. No fue, sin embargo, una derrota definitiva: Castaneda reanud? su aprendizaje y ha publicado otros dos libros sobre ?l, considerados, como Las ense?anzas de don Juan, cl?sicos contempor?neos."

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Señora Santa Ana, ¿Por qué llora el niño?

Por una manzana que se le ha Perdido.

Yo le daré una. Yo le daré dos.

Una para el niño y otra para vos.

Una calidez me saturó. Era una tibieza de corazón y sentimientos. Las palabras de don Juan eran un eco distante. Revivían los recuerdos olvidados de la niñez.

La violencia antes sentida desapareció. El resentimiento se hizo añoranza: afecto gozoso que ya no tenía cuerpo y me hallaba en libertad de convertirme en lo que quisiera. Retrocedió. Mis ojos ocupaban un nivel normal, como si me encontrara de pie frente a él. Extendió ambos brazos hacia mí y me dijo que entrara en ellos.

O avancé, o él se me acercó. Sus manos estaban casi sobre mi rostro: sobre mis ojos, aunque yo no las sentía.

– Métete en mi pecho -le oí decir. Sentí que me envolvía. Era la misma sensación esponjosa de la pared.

Luego sólo pude oír su voz ordenándome mirar y ver. Ya no me era posible distinguirlo. Al parecer mis ojos estaban abiertos, pues veían relámpagos en un campo rojo; era como mirar una luz a través de párpados cerrados. Entonces mis pensamientos volaron de nuevo. Regresaron en un bombardeo de imágenes: rostros, paisajes. Escenas sin la menor coherencia brotaban y desaparecían. Era como uno de esos sueños rápidos en que las imágenes se enciman y cambian.

Luego los pensamientos empezaron a disminuir en número e intensidad, y pronto se fueron otra vez. Había sólo una conciencia de afecto, de ser feliz. No discernía yo formas ni luz. De pronto tiraron de mí hacia arriba. Claramente sentí que me alzaban. Y me hallaba libre, moviéndome en agua o en aire con tremenda ligereza y velocidad. Nadaba como una anguila; me contorsionaba y viraba y me elevaba y descendía a voluntad. Sentí soplar un viento frío en todo mi derredor y empecé a flotar como una pluma de un lado a otro, bajando, y bajando, y bajando.

Sábado, 28 de diciembre, 1963

Desperté ayer, al terminar la tarde. Don Juan me dijo que yo había dormido apaciblemente casi dos días. La cabeza me dolía como si fuera a romperse. Bebí un poco de agua y vomité. Me sentía cansado, extremadamente cansado, y después de comer volví a dormirme.

Hoy me hallaba perfectamente relajado de nuevo. Don Juan y yo hablamos de mi experiencia con el humito. Pensando que él deseaba, como siempre, el relato completo, empecé a describir mis impresiones, pero me detuvo diciendo que no era necesario. Dijo que yo en realidad no había hecho nada y me había quedado dormido inmediatamente, así que no había nada de qué hablar.

– ¿Y cómo me sentí? ¿No importa para nada? -insistí.

– No, con el humito no. Más tarde, cuando aprendas a viajar, hablaremos; cuando aprendas a meterte en las cosas.

– ¿De veras se "mete" uno en las cosas?

– ¿No recuerdas? Te metiste en -esa pared y saliste por el otro lado.

– Pienso que en realidad me salí de mis cabales.

– No, no fue eso.

– ¿Se portó usted igual que yo cuando fumó por primera vez, don Juan?

– No, igual no. Tenemos distinto carácter.

– ¿Cómo se portó usted?.

Don Juan no respondió. Planteé de otro modo la pregunta y la hice de nuevo. Pero él afirmó no recordar sus experiencias, y dijo que mi pregunta era comparable a interrogar a un pescador sobre lo que había sentido la primera vez que pescó.

Dijo que el humito como aliado era único, y le recordé que también había llamado único a Mescalito. Arguyó que cada uno era único, pero que diferían en especie.

– Mescalito es un protector porque te habla y puede guiar tus actos -dijo-. Mescalito enseña la forma debida de vivir. Y puedes verlo porque está fuera de ti. El humito, en cambio, es un aliado. Te transforma y te da poder sin mostrarse jamás. No puedes hablarle. Pero sabes que existe porque se lleva tu cuerpo y te hace ligero como el aire. No obstante, nunca lo ves. Pero allí está, dándote poder para que lleves a cabo cosas que ni te imaginas, como cuando se lleva tu cuerpo.

– Sentí de veras que había perdido mi cuerpo, don Juan. -Pues si.

– ¿Quiere usted decir que yo en realidad no tenía cuerpo?

– ¿ qué piensas?

– Bueno, no sé. Nada más puedo decirle lo que sentí.

– Eso es todo lo que hay en realidad: lo que sentiste.

– ¿Pero cómo me vio usted, don Juan? ¿Qué parecía yo? -No importa cómo te haya visto. Es como cuando agarraste la estaca. Sentiste que no estaba allí y le diste vuelta para estar seguro de que estaba allí. Pero cuando saltaste volviste a sentir que no estaba de veras allí.

– Pero usted me vio como soy ahora, ¿no?

– ¡No! ¡No eras como eres ahora!

– ¡Cierto! Lo admito. Pero ¿tenía mi cuerpo, verdad, aunque yo no pudiera sentirlo?

– ¡No! ¡Carajo! ¡No tenías un cuerpo como el cuerpo que tienes hoy!

– ¿Qué pasó entonces con mi cuerpo?

– Creí que entendías. Tu cuerpo se lo llevó el humito.

– Pero, ¿adónde fue a dar?

– ¿Cómo demonios quieres que sepa eso?

Era inútil persistir en tratar de obtener una explicación "racional". Le dije que no quería discutir ni hacer preguntas estúpidas, pero si aceptaba la idea de que era posible perder mi cuerpo, perdería toda mi racionalidad.

Dijo que yo exageraba, como de costumbre, y que no perdí ni iba a perder nada a causa del humito.

Martes, 28 de enero, 1964

Pregunté a don Juan qué pensaba de la idea de dar el humito a todo el que deseara la experiencia.

Repuso con indignación que dar el humito a cualquiera sería igual que matarlo, porque no tendría a nadie que lo guiara. Pedí a don Juan explicar sus palabras. Repuso que yo estaba allí, vivo y hablando con él, porque él me había hecho regresar. Había recobrado mi cuerpo. Sin él, yo jamás habría despertado.

– ¿Cómo recobró usted mi cuerpo, don Juan?

– Eso lo aprenderás más tarde, pero tendrás que aprenderlo por tu propia cuenta. Por ese motivo quiero que aprendas lo más posible mientras yo ande todavía por aquí. Has perdido ya bastante tiempo haciendo preguntas estúpidas sobre cosas absurdas. Pero quizá no sea tu suerte aprender todo lo del humito.

– Bueno, ¿qué hago entonces?

– Deja que el humito te enseñe cuanto puedas aprender.

– ¿También el humito enseña?

– Claro que enseña.

– ¿Enseña como Mescalito?

– No, no es un maestro como Mescalito. No enseña las mismas cosas.

– Pero entonces, ¿qué enseña el humito?

– Te enseña a manejar su poder, y para aprender eso debes tomarlo todas las veces que puedas.

– Su aliado da mucho miedo, don Juan. Lo que sentí no se parecía a nada que yo hubiera experimentado jamás. Creí haber perdido la razón.

Por algún motivo, esta fue la imagen más aguda que acudió a mi mente. Veía yo el sucedido total desde la peculiar perspectiva de haber tenido otras experiencias alucinógenas con las cuales trazar una comparación, y lo único que se me ocurría, una y otra vez, era que con el humito uno pierde la razón.

Don Juan descartó mi símil, diciendo que lo que yo sentí fue el poder inimaginable del humito. Y para manejar ese poder, dijo, hay que vivir una vida fuerte. La idea de la vida fuerte no atañe sólo al periodo de preparación, sino también se vincula a la actitud del sujeto después de la experiencia. Don Juan dijo que el humito es tan fuerte que sólo con fuerza es posible hermanarlo; de otro modo, la vida de uno se quebraría en pedazos.

Le pregunté si el humito tenía el mismo efecto sobre cualquiera. Dijo que producía una transformación, pero no en cualquiera.

– Entonces, ¿cuál es la razón especial de que el humito produjera la transformación en mí? -pregunté.

– Esa creo que es una pregunta muy tonta. Has seguido con obediencia todos los pasos que se necesitan. No es ningún misterio que el humito te transformara.

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