El Evangelio De Guru Nanak
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El Khan se hallaba allí y toda la corte también. Hindúes y musulmanes por igual le rindieron homenaje y le cantaron himnos de alabanza hasta bien entrada la noche. Y el Baba complacido no cesaba de reír y derramar sus bendiciones sobre ellos.
CAPITULO VIII
Al día siguiente Nanak, acompañado de Mardana, abandonó la ciudad. Caminaron durante jornadas enteras evitando las aldeas y ciudades; no pararon ni en las junglas ni en los ríos. Cada cierto tiempo, cuando Mardana estaba hambriento, Nanak le preguntaba:
– ¿Mardana, tienes hambre?
Y éste respondía:
– Si tú lo sabes todo, mi Señor.
En cierta ocasión Nanak le dijo:
– Ve directo al pueblo; en él vive el Khatri Upal. Llégate a su casa y espera en silencio ante la puerta; allí te darán comida. En verdad te digo, amigo mío, que quienquiera que encuentres, sea hindú o musulmán, caerá a tus pies y te traerá los más exquisitos alimentos; unos te darán rupias y otros finas vestiduras, y nadie te preguntará de dónde vienes ni a quién sirves.
Mardana se encaminó hacia el pueblo; cuando llegó, la ciudad entera vino a postrarse a sus pies. Luego aquél, con las ofrendas, hizo un atado y se las llevó de vuelta. El Baba rió al verle:
– Amigo, ¿qué me has traído?
– Mi Señor y mi Rey, te traigo ofrendas en tu nombre; la ciudad entera se levantó a tu servicio.
– Mardana, has hecho bien, pero esas cosas no me son de ninguna utilidad; puedes tirarlas.
Luego que aquél hubo obedecido, el agya de su Guru le habló así:
– Oh Rey, déjame preguntarte una duda que atenaza mis pensamientos. Si alguien deseoso de hacerte alguna ofrenda la pone en la boca de tu discípulo, ¿podrá su amor alcanzarte de algún modo?
El Guru Baba dijo por toda respuesta:
– Mardana, toca la cítara.
Este tomó su instrumento y el Baba cantó así:
Luego Mardana, hondamente conmovido, le rindió adoración.
Así Guru Nanak y Mardana permanecieron allí varios días, haciendo largas caminatas y entonando bellas canciones bajo la viva luz de la Luna del buen mes de Seth.
CAPÍTULO IX
Cuando dejaron el lugar, se dedicaron a vagar sin rumbo fijo. En su ruta llegaron a la casa del jeque Sajan, que estaba al borde del camino. En ella había construido una mezquita y un templete; de esta forma, ambos, hindúes y musulmanes, sentíanse agradados con su hospitalidad.
Cuando llegaba la noche les invitaba a dormir y, conduciéndolos por un oscuro corredor, los arrojaba a un pozo y los asesinaba. Al hacerse el día cogía el rosario, extendía una alfombra a la puerta de su casa y se sentaba a rezar.
Cuando el Baba y Mardana llegaron, les recibió con su mejor cortesía y dijo a sus criados:
– En la bolsa de éste hay una gran riqueza, pero la tiene bien escondida; aquel en cuya cara hay tal esplendor a buen seguro que su bolsillo ha de estar vacío. Es un engaño la apariencia que tiene de faquir.
Cuando la noche sentó su trono, el jeque les dijo:
– Sahibs, cuando gustéis podéis pasar a vuestros aposentos.
Nanak le contestó:
– Oh Sajan, después de cantar una canción al servicio del Señor, nos iremos a descansar.
– Bien, sea así -replicó el jeque-, mas cantadla rápido, pues la noche vuela veloz.
Mardana pulsó las cuerdas de su cítara y Nanak cantó este son:
Saján miró atónito a sus ojos y vio toda su mente reflejada. Todos sus pecados habían sido descubiertos. Levantándose, se postró a los pies del Baba y besándolos repetidas veces, exclamó:
– Oh Señor, perdona mis pecados.
Este añadió:
– En el umbral de Dios los pecados son perdonados por una sola Palabra.
– Señor, enséñame esa Palabra que todo lo perdona -musitó humildemente Sheik Sajan.
Entonces Guru Nanak, sintiendo por él una profunda compasión, le preguntó:
– Dime la verdad, ¿cuántos crímenes has cometido?
Y Sajan comenzó a enumerarlos con todo detalle. Luego que hubo concluido, Nanak le dijo:
– Tráeme todos los bienes acumulados en tus fechorías.
Sheik Sajan obedeció y trajo ante él numerosos cofres
repletos de costosos objetos. Nanak ordenó que fuese repartido entre los pobres y le reveló la Palabra de Salvación. Shek Sajan comenzó a pronunciarla en su interior y durante el resto de su vida el Nombre fue su apoyo y su sostén.
CAPITULO X
Los primeros años de su vida retirada, Nanak los pasó en el Este. En su soledad el único compañero que tuvo fue Mardana, el citarista. Durante esa época se alimentaba del Santo Néctar. Vestía con un dhotil del color del mango y en sus pies calzaba un par de sandalias de piel de búfalo. Una kurta cubría su torso y en su cabeza lucía un sombrero de kalandar: de su cuello colgaba un collar de huesos y su frente estaba pintada con un tílak azafrán.
En su eterno caminar, llegaron a la santa ciudad de Benarés. Entraron en ella y se sentaron en una plaza. En aquel tiempo se hallaba en la ciudad un pandit llamado Cartu-Das, el cual había venido a hacer sus abluciones en el sagrado Ganges. Habiéndose percibido éste de la presencia de Nanak y de su condición de faquir, se acercó hacia él, y sentándose a su lado le habló así:
– Oh devoto, no tienes Saligram, ni llevas el collar de Tulsi, tampoco tienes rosario y ni siquiera llevas en tu frente la marca de barro blanco. ¿Qué clase de devoción tan extraña
es la tuya?
El Baba dijo:
– Mardana, coge tu instrumento.
Mardana desgranó las notas de su cítara y la Raga Basant fue creada, recitando el Baba este son:
– Señor -añadió el pandit-, eres un perfecto devoto, pero mi intelecto, atenazado por los sentidos, es torpe como una garza blanca. Dime, por favor, ¿ cuál es esa Palabra con la
que podemos vencer al mundo y obtener al Señor?
El Baba recitó una segunda canción:
El pandit dijo de nuevo:
– Señor, nosotros, que al mundo enseñamos y que dedicamos nuestra vida a leer las Santas Escrituras, ¿ también necesitamos el Nombre del Señor?