La Monta?a del Alma
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Premio Nobel 2000
Gao Xingjian se?ala que "un autor tiene que encontrar su propio lenguaje, pero mi lenguaje no es un estilo para m?. En La monta?a del alma se encuentran todos los g?neros de la literatura. Es una b?squeda del estilo. Pero es el lenguaje lo que cuenta. Tienes que respetar este viaje lineal. Incluso si cambias los pronombres yo, t?, ?l, una novela sigue siendo un mon?logo".
Es el alma de China la que se descubre en las p?ginas de esta monta?a literaria, que aunque deba ser respetada en la linealidad espacio temporal del viaje, puede ser abierta en cualquier parte, pues siempre, en cada hoja habr? una nueva raz?n, una nueva historia, un contenido profundo.
El autor ganador del Nobel 2000 a la Literatura, recoge con precisi?n de rayos X lo que es la vida, la cultura, la filosof?a, el rostro, el alma, el arte, la gente, las costumbres, los olores, sonidos, colores y di?logos de China, el pa?s que construye su historia en el reconocimiento y respeto del pasado, en la valoraci?n de las ra?ces y en la preocupaci?n por los detalles, aquellos m?nimos gui?os que marcan la diferencia.
Descrita como la novela de China, el viaje que el lector inicia junto al Xingjian, es un acto de inmersi?n en un ambiente donde la sencillez abisma, sorprende y encanta. Es un tiempo sin tiempo, un espacio donde las horas pasan a otro ritmo, donde las palabras son menos y dicen m?s.
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– ¡Magnífico! ¿Dónde las ha encontrado usted?
– Las anoté hará cosa de dos años de boca de un maestro de canto, cuando yo aún era instructor en la montaña.
– ¡Este lenguaje es verdaderamente magnífico, las palabras salen directamente del corazón, sin la forzada prosodia de las pretendidas canciones folclóricas de cinco o siete pies!
– Tiene usted razón, son verdaderas canciones populares.
Su timidez ha desaparecido por completo bajo el efecto del aguardiente.
– ¡No han sido echadas a perder por los doctos! Son canciones que salen del alma. ¿Comprende eso? ¡Ha salvado usted una cultura! ¡No sólo las minorías étnicas, sino también la misma etnia han, poseen todavía una verdadera cultura popular, que no ha sufrido la contaminación de la moral confuciana!
Estoy en el colmo de la excitación.
– ¡No le falta a usted razón, pero cálmese, lea lo que sigue!
Lleno de buena disposición, ha abandonado esa modestia superficial de los pequeños funcionarios. Vuelve a coger decididamente el cuaderno y se pone a declamar los poemas, imitando a un maestro de canto en plena acción:
Tengo la impresión de estar viendo a otro hombre, de escuchar otra voz, de oír los gongs y los tambores. Sin embargo, afuera, no se percibe más que el rugido del viento y el murmullo del arroyuelo.
Tengo la impresión de oír la voz miserable y glacial de un anciano en la oscuridad, al compás de los redobles de tambor dados por el viento.
– Esto no es más que el canto introductorio, ¿qué es la Crónica de las tinieblas? -le pregunto dejando de deambular por la habitación.
Me explica que esta obra es una recopilación de cantos funerarios que eran cantados en los entierros, durante tres días y tres noches, antes de enterrar el féretro. Pero no se podían cantar a la ligera en otras circunstancias. Una vez cantados, se volvía tabú seguir cantándolos más. No había tomado nota más que de una pequeña parte de ellos, sin imaginar que el viejo maestro de canto caería enfermo y desaparecería.
– ¿Por qué no tomó nota de todos en su momento?
– El anciano se encontraba muy enfermo. Estaba postrado en una pequeña cama cubierto de mantas -explica como si hubiera cometido un error. Ha recobrado su aire de gran humildad.
– ¿No existe nadie más que pueda cantar estos cantos en las montañas?
– Queda aún gente que conoce el comienzo, pero nadie ya que los cante por entero.
También conoce a un viejo maestro que posee un arca metálica llena de colecciones de cantos, entre los que figura la Crónica de las tinieblas. En la época en que se inventariaban los libros antiguos, esta Crónica de las tinieblas fue considerada como un ejemplo típico de superstición reaccionaria. El anciano había enterrado el arca. Al desenterrarla varios meses después, vio que los libros se habían enmohecido. Los puso a secar en su patio, pero alguien le denunció. Enviaron a un agente de policía para obligarle a entregárselo todo a los oficiales. Y poco después, falleció.
– ¿Dónde se venera aún a las almas? ¿Dónde pueden encontrarse aún cantos que la gente escuche con extrema atención, sentada en calma e incluso prosternada hacia el sol? ¡Ya no se venera lo que es debido, ya no se veneran más que cosas extrañas! ¡Qué nación sin alma! ¡Una nación que ha perdido su alma!
La indignación me pone furioso.
Comprendo que debo de haber bebido demasiado, viendo la cara que él pone ante mi expresión trágica.
Por la mañana, un jeep se para delante del edificio. Acaban de avisarme de que los jefes y mandos de la zona forestal han convocado una reunión en mi honor, para darme cuenta de sus trabajos, cosa que me hace sentir una gran incomodidad. En la cabeza de distrito, he debido pronunciar, bajo la influencia del aguardiente, algunas palabras que les han hecho creer que he venido de inspección de la capital. Sin duda se imaginan que podré transmitir sus quejas a sus superiores. El coche está aparcado en la puerta, imposible escurrir el bulto.
Los mandos están instalados desde hace largo rato en la sala de reunión, cada uno con una taza de té delante de él. Apenas sentado, me sirven también agua caliente. Es exactamente igual que cuando acompañaba a alguna delegación de escritores. La Asociación de Escritores organiza de tiempo en tiempo visitas a las fábricas, los cuarteles, los campamentos, las minas, los centros de investigación sobre artesanía popular, los museos conmemorativos de la Revolución, so pretexto de ayudar a los escritores a conocer la vida. En tales ocasiones, siempre había dirigentes de los escritores o escritores dirigiendo a los otros escritores que pronunciaban discursos en el sitio de honor. Los modestos escritores como yo, que no estaban allí más que para hacer bulto, siempre podían encontrar un lugar lejos de las miradas y esperar en un rincón tomando té, pero sin pronunciar una palabra. Pero hoy la reunión ha sido convocada por mí, no me queda más remedio que reflexionar acerca de lo que voy a decir.
Un mando responsable hace en primer lugar una reseña histórica de la zona forestal y de su edificación. Explica que, en 1907, un inglés llamado Wilson vino a recoger unas muestras. Por aquella época, la región estaba cerrada y no pudo pasar del lindero de la zona. Antes de 1960, había aquí un bosque virgen, la luz del sol no penetraba en absoluto y no se oía más que el murmullo de los arroyos. Durante los años treinta, el gobierno del Kuomintang tenía previsto emprender la tala de árboles, pero a falta de carreteras, nadie pudo penetrar en el bosque.
«En 1960 se levantó un mapa por parte de los servicios de fotogrametría aérea del Ministerio de los Bosques. En total, 3.250 kilómetros cuadrados de bosques montañosos.
»La explotación comenzó en 1962 por el norte y el sur y, en 1966, se abrió una línea de comunicación.
»En 1970 se estableció una división administrativa, que comprende en la actualidad más de cincuenta mil campesinos y alrededor de diez mil mandos y trabajadores en el silvicultura, con sus correspondientes familias. Hoy en día se proporciona al Estado más de novecientos mil metros cúbicos de madera.
»En 1976 los científicos hicieron un llamamiento para la protección de Shennongjia.
»En 1980 se propuso la idea de crear una reserva natural.
»En 1982 el gobierno provincial decidió delimitar una reserva de un millón doscientos mil mus de superficie.
»En 1983 el grupo de edificación de la reserva expulsó al equipo de silvicultura de la zona protegida y estableció cuatro puertas de acceso a cada uno de sus lados. Luego creó unas patrullas que controlaron más a los vehículos que a los hombres. El pasado año, en un mes, ascendió a trescientas o cuatrocientas el número de personas que se dedicaron a sacar rizonas de coptis, arrancar corteza de jazminero confundiéndola con la corteza de la Eucommia (utilizada en la farmacopea china), talar madera o cazar furtivamente. Y además, algunos vienen a acampar para ir en busca del hombre salvaje.