La Colmena
La Colmena читать книгу онлайн
La acci?n de La colmena tiene lugar en Madrid a lo largo de dos d?as del mes de diciembre de 1942, aunque su episodio final sucede unos d?as m?s tarde, cuando ya el aire `va tomando cierto olor de navidad`. En esa realidad precisa, convertida en espacio narrativo, en ficci?n, se fija la mirada penetrante de Camilo Jos? Cela para dejar apresadas en las p?ginas del relato la angustia, la mediocridad, la desesperanza de casi trescientos personajes que, cuidadosamente seleccionados por el autor, pretenden representar a todo un mundo ciudadano. La incertidumbre que viven desemboca en franca impotencia cuando constatan que la realidad es incomprensible y que en ella las cosas suceden inexorablemente, porque s?, sin que exista posibilidad alguna de intervenir para manipular el destino que les est? reservado. En esta obra cumbre de la novela el siglo XX se nos ofrece una cala, fugaz pero implacable, en el coraz?n atrofiado de la colectividad.
Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала
– Bueno, señorita, tanto gusto. Leoncio Maestre, para servirla. Como le digo, ya nos veremos otro día. A lo mejor somos buenos amiguitos.
La dueña llama al encargado. El encargado se llama López, Consorcio López, y es natural de Tomelloso, en la provincia de Ciudad Real, un pueblo grande y hermoso y de mucha riqueza. López es un hombre joven, guapo, incluso atildado, que tiene las manos grandes y la frente estrecha. Es un poco haragán y los malos humores de doña Rosa se los pasa por la entrepierna. "A esta tía -suele decir- lo mejor es dejarla hablar; ella sola se para." Consorcio López es un filósofo práctico; la verdad es que su filosofia le da buen resultado. Una vez, en Tomelloso, poco antes de venirse para Madrid, diez o doce años atrás, el hermano de una novia que tuvo, con la que no quiso casar después de hacerle dos gemelos, le dijo: "O te casas con la Marujita o te los corto donde te encuentre". Consorcio, como no quería casarse ni tampoco quedar capón, cogió el tren y se metió en Madrid; la cosa debió irse poco a poco olvidando porque la verdad es que no volvieron a meterse con él. Consorcio llevaba siempre en la cartera dos fotos de s gemelitos: una, de meses aún, desnuditos encima de un cojin, y otra de cuando hicieron la primera comunión, que había mandado su antigua novia, Maruja Ranero, entonces ya señora de Gutiérrez.
Doña Rosa, como decimos, llamó al encargado.
– ¡López!
– Voy, señorita.
– ¿Cómo andamos de vermú?
– Bien, por ahora bien.
– ¿Y de anís?
– Así, así. Hay algunos que ya van faltando.
– ¡Pues que beban de otro! Ahora no estoy para meterme en gastos, no me da la gana. ¡Pues anda con las exigencias! Oye, ¿has comprado eso?
– ¿El azúcar?
– Sí.
– Si; mañana lo van a traer.
– ¿A catorce cincuenta, por fin?
– Sí; querían a quince, pero quedamos en que, por junto, bajarían esos dos reales.
– Bueno, ya sabes: bolsita y no repite ni Dios. ¿Estamos?
– Si, señorita.
El jovencito de los versos está con el lápiz entre los labios, mirando para el techo. Es un poeta que hace versos "con idea". Esta tarde la idea ya la tiene. Ahora le faltan consonantes. En el papel tiene apuntados ya algunos. Ahora busca algo que rime bien con río y que no sea tio, ni tronío; albedrío, le anda ya rondando. Estío, también.
– Me aguarda una caparazón estúpida, una concha de hombre vulgar.
La niña de ojos azules… Quisiera, sin embargo, ser fuerte, fortísimo. De ojos azules y bellos… O la obra mata al hombre o el hombre mata a la obra. La de los rubios cabellos… ¡Morir! ¡Morir, siempre! Y dejar un breve libro de poemas. ¡Qué bella, qué bella está…!
El joven poeta está blanco, muy blanco, y tiene dos rosetones en los pómulos, dos rosetones pequeños.
– La niña de ojos azules… Río, rio, río. De ojos azules y bellos… Tronío, tío, tronío, tio. La de los rubios cabellos… Albedrío. Recuperar de pronto su albedrío. La niña de ojos azules… Estremecer de gozo su albedrío. De ojos azules y bellos… Derramando de golpe su albedrío. La niña de ojos azules… Y ahora ya tengo, intacto, mi albedrío. La niña de ojos azules… O volviendo la cara al manso estío. La niña de ojos azules… La niña de ojos… ¿Cómo tiene la niña los ojos…? Cosechando las mieses del estío. La niña… ¿Tiene ojos la niña…? Larán, larán, larán, larán, la, estío…
El jovencito, de pronto, nota que se le borra el Café.
– Besando el universo en el estío. Es gracioso… Se tambalea un poco, como un niño mareado, y siente que un calor intenso le sube hasta las sienes.
– Me encuentro algo… Quizás mi madre… Sí; estío, estío… Un hombre vuela sobre una mujer desnuda… ¡Qué tío…! No, tío, no… Y entonces yo le diré: ¡jamás!… El mundo, el mundo… Sí, gracioso, muy gracioso…
En una mesa del fondo, dos pensionistas, pintadas como monas, hablan de los músicos.
– Es un verdadero artista; para mí es un placer escucharle. Ya me lo decía mi difunto Ramón, que en paz descanse: "Fíjate, Matilde, sólo en la manera que tiene de echarse el violin a la cara". Hay que ver lo que es la vida: si ese chico tuviera padrinos llegaría muy lejos.
Doña Matilde pone los ojos en blanco. Es gorda, sucia y pretensiosa. Huele mal y tiene una barriga tremenda, toda llena de agua.
– Es un verdadero artista, un artistazo.
– Sí, verdaderamente: yo estoy todo el día pensando en esta hora. Yo también creo que es un verdadero artista. Cuando toca, como él sabe hacerlo, el vals de "La viuda alegre", me siento otra mujer.
Doña Asunción tiene un condescendiente aire de oveja.
– ¿Verdad que aquélla era otra música? Era más fina, ¿verdad?, más sentimental.
Doña Matilde tiene un hijo imitador de estrellas, que vive en Valencia. Doña Asunción tiene dos hijas: una casada con un subalterno del Ministerio de Obras Públicas, que se llama Miel Contreras y es algo borracho, y otra, soltera, que salió armas tomar y vive en Bilbao, con un catedrático.
El prestamista limpia la boca del niño con un pañuelo. Tiene los ojos brillantes y simpáticos y, aunque no va muy aseado, aparenta cierta prestancia. El niño se ha tomado un doble de café con leche y dos bollos suizos, y se ha quedado tan fresco.
Don Trinidad García Sobrino no piensa ni se mueve. Es un hombre pacífico, un hombre de orden, un hombre que quiere vivir en paz. Su nieto parece un gitanillo flaco, y barrigón. Lleva un gorro de punto y unas polainas, también Ir punto; es un niño que va muy abrigado.
¾¿Le pasa a usted algo, joven? ¿Se siente usted mal?
El joven poeta no contesta. Tiene los ojos abiertos y pasmados y parece que se ha quedado mudo. Sobre la frente le cae una crencha de pelo.
– ¿Está usted enfermo?
Algunas cabezas se volvieron. El poeta sonreía con un gesto estúpido, pesado.
– Oiga, ayúdeme a incorporarlo. Se conoce que se ha puesto malo.
Los pies del poeta se escurrieron y su cuerpo fue a dar debajo de la mesa.
– Échenme una mano; yo no puedo con él. La gente se levantó. Doña Rosa miraba desde el mostrador.
– También es ganas de alborotar… El muchacho se dio un golpe en la frente al rodar debajo de la mesa.
– Vamos a llevarlo al water, debe de ser un mareo.
Mientras don Trinidad y tres o cuatro clientes dejaron al poeta en el retrete, a que se repusiese un poco, su nieto se entretuvo en comer las migas del bollo suizo que habían quedado sobre la mesa.
– El olor del desinfectante lo espabilará; debe de ser un mareo.
El poeta, sentado en la taza del retrete y con la cabeza apoyada en la pared, sonreía con un aire beatifico. Aun sin darse cuenta, en el fondo era feliz.
Don Trinidad se volvió a su mesa.
– ¿Le ha pasado ya? -Sí, no era nada, un mareo.
La señorita Elvira devolvió los dos tritones al cerillero.
– Y este otro para ti.
– Gracias. Ha habido suerte, ¿eh?
– ¡Psché! Menos da una piedra…
Padilla, un día, llamó cabrito a un galanteador de la señorita Elvira y la señorita Elvira se incomodó. Desde en tonces, el cerillero es más respetuoso.
A don Leoncio Maestre por poco lo mata un tranvía.
¾¡Burro!
¾¡Burro lo será usted, desgraciado! ¿En qué va usted pensando?
Don Leoncio Maestre iba pensando en Elvirita.
Es mona, sí, muy mona. ¡Ya lo creo! Y parece chica fina… No, una golfa no es. ¡Cualquiera sabe! Cada vida es una novela. Parece así como una chica de buena familia que haya reñido en su casa. Ahora estará trabajando en alguna oficina, seguramente en un sindicato. Tiene las facciones tristes y delicadas; probablemente lo que necesita es cariño, y que la mimen mucho, que estén todo el día contemplándola.
A don Leoncio Maestre le saltaba el corazón debajo de la camisa.
¾-Mañana vuelvo. Sí, sin duda. Si está, buena señal. Y si no… Si no está… ¡A buscarla!
Don Leoncio Maestre se subió el cuello del abrigo y dio dos saltitos.
Elvira, señorita Elvira. Es un bonito nombre. Yo creo que la cajetilla de tritones le habrá agradado. Cada vez que fume uno se acordará de mí… Mañana le repetiré el nombre. Leoncio, Leoncio, Leoncio. Ella, a lo mejor, me pone un nombre más cariñoso, algo que salga de Leoncio. Leo. Oncio. Oncete… Me tomo una caña porque me da la gana.