Si pudieras verme ahora
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En la vida de Elizabeth Egan todo tiene su sitio, desde las tazas para caf? expr?s en su reluciente cocina hasta los muestrario y los botes de pintura de su negocio de dise?o de interior. El orden y la precisi?n le dan una sensaci?n de control sobre la vida y mantienen el coraz?n de Elizabeth apartado del dolor que sufri? en el pasado. ejercer de madre de su sobrino de seis a?os al tiempo que saca adelante su empresa es un empleo a jornada completa, que deja poco margen al error y la diversi?n. Hasta que un d?a alguien muy singular aparece inesperadamente en sus vidas. El misterioso Ivan es despreocupado, espont?neo y amante de la aventura, todo lo contrario que Elizabeth. Reconoce a su verdadero amor antes de que ella le vea siquiera, y le ense?a que la vida s?lo merece la pena ser vivida cuando se nos presenta con todo su color y una pizca de desorden. Pero ?qui?n es Ivan en realidad? P?cara y por momento profundamente conmovedora, esta novela nos permite recuperar toda la ternura y la emotividad caracter?sticas de la autora de Posdata: Te amo, novela que ser? llevada al cine con Hillary Swank como protagonista.
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– Pero si el coche no era robado -tartamudeó Elizabeth-. Le dije que podía…
– No sigas, Elizabeth -interrumpió Colm con firmeza.
Tuvo que taparse la boca con la mano para callarse. Inspiró profundamente y procuró recobrar la calma.
– ¿Tiene que ir a juicio? -preguntó en un susurro.
Colm bajó la vista al suelo y movió una piedra con el pie.
– Sí. Ya no es sólo que pueda hacerse daño a sí misma. Constituye un peligro para el prójimo.
Elizabeth tragó saliva y asintió con la cabeza.
– Una oportunidad más, Colm-soltó sintiendo su orgullo desintegrarse-. Sólo pido que le deis una oportunidad más… por favor. -Decir las últimas palabras le dolió hasta físicamente. Todos los huesos de su cuerpo le suplicaban al agente. Elizabeth nunca pedía ayuda-. No le quitaré el ojo de encima. Prometo que no la perderé de vista ni un instante. Se portará mejor, sólo necesita un poco de tiempo para entender ciertas cosas.
Elizabeth notaba que la voz le fallaba y las rodillas le temblaban mientras suplicaba en nombre de su hermana.
Colm le respondió con voz triste.
– Ya hemos procedido. Ahora no podemos echarnos atrás.
– ¿Qué castigo le impondrán?
Se sintió mareada.
– Dependerá del juez que esté de guardia. Es su primera infracción; bueno, su primera infracción oficial. Puede que sea benevolente con ella, pero también puede que no. -Se encogió de hombros y se miró las manos-. Y también depende de lo que declare el garda que la arrestó.
– ¿Por qué?
– Porque si cooperó y no causó problemas quizá cuente como atenuante, aunque también…
– Es posible que no -concluyó Elizabeth con preocupación-. ¿Y bien? ¿Cooperó?
Colm soltó una breve risa.
– Hicieron falta dos personas para sujetarla.
– Maldita sea -renegó Elizabeth-. ¿Quién la arrestó? -Se mordió las uñas.
Hubo un silencio antes de que Colm contestara:
– Yo.
Elizabeth se quedó boquiabierta. Colm siempre había mostrado cierta indulgencia con Saoirse. Era el único que siempre se ponía de su parte, por eso el hecho de que la hubiese detenido él dejó a Elizabeth sin habla. Se mordió con nerviosismo el interior de la boca y el sabor de la sangre le bajó por la garganta. No quería que la gente comenzara a darse por vencida respecto a Saoirse.
– Haré cuanto esté en mi mano por ella -prosiguió Colm en voz baja-. Procura que no se meta en problemas hasta que se celebre la vista dentro de unas semanas.
Elizabeth, tras darse cuenta de que llevaba unos segundos sin respirar, soltó el aire.
– Gracias.
No cabía decir nada más. Aunque sintió un alivio inmenso, sabía que no podía cantar victoria. Nadie podría proteger a su hermana esta vez; tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Pero ¿cómo se suponía que iba ella a vigilar a Saoirse cuando ni siquiera sabía por dónde comenzar a buscarla? Saoirse no podía vivir con ella y Luke -estaba demasiado descontrolada para convivir con él-, y su padre hacía mucho tiempo que le había dicho que se marchara de casa y no volviera.
– Bueno, te dejo con lo tuyo, que no es poco -dijo Colm amablemente. Volvió a ponerse la gorra y se dirigió hacia la calle por la entrada para vehículos adoquinada.
Elizabeth se sentó en el porche para descansar las rodillas y miró su coche manchado de barro. ¿Por qué tenía que mancharlo todo Saoirse? ¿Por qué todo… y todos los que Elizabeth amaba huían despavoridos de su hermana pequeña? Notó que las nubes en lo alto empujaban contra sus hombros todo lo que mediaba entre ellas y ella misma, y le preocupó pensar qué haría su padre cuando llevaran a Saoirse a su granja, cosa que indudablemente harían. Seguro que dentro de cinco minutos llamaría a su hija Elizabeth para quejarse.
El teléfono comenzó a sonar dentro de la casa y el corazón se le encogió todavía más. Se levantó del porche, dio media vuelta con lentitud y entró. Cuando alcanzó la puerta los timbrazos habían cesado y vio a Luke sentado en la escalera con el auricular en la oreja. Se apoyó contra el marco de madera de la puerta con los brazos cruzados y le observó. Un amago de sonrisa suavizó el semblante del niño. Estaba creciendo muy deprisa y Elizabeth se sentía ajena a ese proceso, como si Luke lo estuviera haciendo todo sin su ayuda, sin el cariño que sabía que debía brindarle pero que tanto le costaba ofrecerle. Le constaba que carecía de ese sentimiento, a veces carecía de sentimientos y punto, y cada día deseaba que el instinto maternal la hubiera invadido al firmar todo el papeleo. Si Luke se caía y se hacía un corte en la rodilla, su reacción inmediata era lavarle la herida y ponerle una tirita. Para ella con eso bastaba, no veía la necesidad de ponerse a bailar con él por la habitación para que dejara de llorar y pegarle golpes al suelo como había visto hacer a Edith en más de una ocasión.
– Hola, abuelo -decía Luke educadamente.
Hizo una pausa para escuchar a su abuelo al otro lado de la línea.
– Elizabeth y yo estamos almorzando con mi nuevo amigo íntimo, Ivan.
Pausa.
– Una pizza de tomate y queso, aunque Ivan ha puesto aceitunas a su porción.
Pausa.
– Aceitunas, abuelo.
Pausa.
– No, me parece que no podrías cultivarlas en la granja.
Pausa.
– A-C-E-I-T-U-N-A-S -deletreó lentamente.
Pausa.
– Un momento, abuelo, mi amigo Ivan me está diciendo algo. -Luke apretó el auricular contra el pecho y miró al vacío con expresión concentrada. Finalmente volvió a llevarse el auricular a la oreja-. Ivan dice que la aceituna es un fruto oleoso pequeño que contiene un hueso. Se cultiva por sus frutos y su aceite en zonas de clima subtropical. -Apartó la vista como si escuchara-. Existe una gran variedad de aceitunas. -Dejó de hablar, miró a lo lejos y añadió-: Las aceitunas verdes siempre son verdes, pero las maduras pueden ser negras o verdes. -Volvió a escuchar el silencio-. Casi todas las aceitunas que maduran en el árbol se emplean para hacer aceite, el resto se curan en salmuera o en sal y se envasan en aceite de oliva o en salmuera o en una solución de vinagre. -Miró al vacío-. Ivan, ¿qué es salmuera? -Hubo un silencio y luego asintió-. Vaya.
Elizabeth enarcó las cejas y rió nerviosamente para sus adentros. ¿Desde cuándo se había vuelto Luke experto en aceitunas? Sin duda las había estudiado en el colegio; tenía una memoria prodigiosa para cosas así. Luke escuchaba a su abuelo.
– Bueno, Ivan también tiene muchas ganas de conocerte.
Elizabeth puso los ojos en blanco y corrió a quitarle el teléfono a Luke antes de que dijera más sandeces. Bastante confundido estaba ya su padre a veces como para tener que explicarle la existencia, o mejor la inexistencia, de un niño invisible.
– Hola -dijo Elizabeth tras apoderarse del teléfono. Luke regresó a la cocina arrastrando los pies. El ruido hizo que Elizabeth volviera a sentirse irritada.
– Elizabeth -dijo la voz seria y formal de su padre con un marcado acento de Kerry-, acabo de llegar a casa y me he encontrado a tu hermana tendida en el suelo de la cocina. Le he dicho que se fuera al diablo, pero no logro averiguar si está muerta o no.
Elizabeth suspiró.
– No tiene gracia. Y resulta que mi hermana es tu hija, ¿vale?
– Bah, no me vengas con ésas -replicó su padre con desdén-. Me gustaría saber qué piensas hacer con ella. Aquí no puede quedarse. La última vez soltó los pollos del gallinero y me pasé un día entero haciéndolos volver. Y tal como tengo la espalda y la cadera, ya no estoy para esos trotes.
– Lo entiendo, pero aquí tampoco puede quedarse. Altera a Luke.
– El niño no sabe lo suficiente sobre su madre como para alterarse. La mitad del tiempo ella ni siquiera recuerda que lo trajo al mundo. No tienes por qué cargar tú sola con él, ¿sabes?
Elizabeth se mordió la lengua enfurecida. Decir la mitad del tiempo era ser muy generoso.
– Aquí no puede venir -dijo Elizabeth con más paciencia de la que creía tener-. Antes ha aparecido por aquí y ha vuelto a llevarse el coche. Colm me lo ha traído hace nada. Esta vez la cosa va en serio. -Inspiró profundamente-. La han detenido.
Su padre guardó silencio un momento y chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
– Tanto mejor. Esta experiencia le hará un bien inmenso. -Se apresuró a cambiar de tema-. ¿Por qué no has ido a trabajar hoy? Nuestro Señor dispuso que sólo descansáramos los domingos.
– Esa es la cuestión, precisamente. Hoy era un día sumamente importante para mí en el trab…
– Vaya, tu hermana ha regresado al mundo de los vivos y está fuera intentando liberar a las vacas. Di al pequeño Luke que venga el lunes con su amigo nuevo. Le mostraremos la granja.
Se oyó un chasquido y se cortó la comunicación. Hola y adiós no eran la especialidad de su padre; todavía creía que los teléfonos móviles eran una especie de tecnología futurista alienígena diseñada para confundir a la raza humana.
Elizabeth colgó el teléfono y regresó a la cocina. Luke estaba sentado solo a la mesa apretándose la barriga con ambas manos y riendo histéricamente. Elizabeth tomó asiento y continuó comiendo su ensalada. No era el tipo de persona a quien interesaba la gastronomía; sólo comía porque había que hacerlo. Las veladas basadas en una prolongada cena la aburrían y nunca tenía demasiado apetito, pues siempre andaba muy preocupada por algo o tan excitada que le resultaba imposible estarse sentada y comer. Echó un vistazo al plato que tenía justo delante y para su sorpresa vio que estaba vacío.
– ¿Luke?
Luke dejó de hablar consigo mismo y la miró.
– ¿Seee?
– Sí -corrigió Elizabeth-. ¿Qué ha pasado con el trozo de pizza que había en ese plato?
Luke miró el plato vacío, volvió a mirar a Elizabeth como si estuviera loca y engulló un bocado de su pizza.
– Se la ha comido Ivan.
– No hables con la boca llena -le reconvino Elizabeth.
Luke escupió el trozo de pizza en el plato.
– Se la ha comido Ivan -repitió, y se puso a reír histéricamente una vez más al ver en el plato la masa que había tenido en la boca.
A Elizabeth comenzó a dolerle la cabeza. ¿Qué mosca le había picado a su sobrino?
– ¿Y las aceitunas?
Percibiendo su enojo, Luke aguardó a tragarse el resto del bocado antes de hablar.
– También se las ha comido. Ya te he dicho que le encantan las aceitunas. El abuelo quería saber si podría cultivarlas en la granja -agregó Luke enseñando las encías al sonreír.