Yo el Supremo
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Yo el Supremo Dictador de la Rep?blica: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cad?ver sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres d?as en la Plaza de la Rep?blica donde se convocar? al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrir?n pena de horca. Sus cad?veres ser?n enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Esa inscripci?n garabateada sorprende una ma?ana a los secuaces del dictador, que corren prestos a eliminarla de la vida de los aterrados s?bditos del patriarca. As? arranca una de las grandes novela de la literatura en castellano de este siglo: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989. La obra no es s?lo un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa sino tambi?n un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contempor?neos: la dictadura. El d?spota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir una figura despiadada que es asimismo met?fora de la biograf?a de Am?rica Latina.
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Continúa el Dr. Laconich:
«En fecha 23 de junio de 1906, el Dr. Honorio Leguizamón escribió al director de La Nación una carta que considero de suma importancia. En esta carta, el Dr. Leguizamón, médico de la cañonera argentina Paraná en aquella época, da cuenta de las circunstancias en que obtuvo de Loizaga, en el año 1876, los restos en cuestión, cedidos después por él al Dr. Zeballos, y finalmente donados por este último al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, en julio de 1890.
«"Estrélleme al principio -escribe el Dr. Leguizamón- con una rotunda negativa; pero convencido el Sr. Loizaga de que tenía la noticia del mejor origen, pues miembros de su propia familia declaráronle habérmela transmitido, debió ceder a mi deseo y confesarme toda la verdad: su espíritu religioso le había impulsado a extraer estos restos, que profanaban el sitio donde se les había dado sepultura. Dentro de un cajón de fideos me fueron presentados los restos -y agrega esto, que conviene retener-: Grande fue mi desencanto al encontrarme sólo con una masa informe de huesos fragmentados…"
»Tras el desencanto que experimentó el Dr. Leguizamón al encontrarse con esto, se hacía una pregunta: "¿Respondería la fragmentación del esqueleto al ensañamiento vengativo de alguna víctima? No me atreví entonces a preguntarlo".
»La carta deja flotando entre líneas la sospecha de que Loizaga hubiese machacado con un mazo aquellos huesos, vengándose así del Dictador. En una post-data, el Dr. Leguizamón da andamiento a esa sospecha diciendo que "era costumbre antigua de los guaraníes la de vengarse de los que habían sido sus enemigos, extrayendo sus huesos y rompiéndolos".
«Sinceramente, creemos que esa costumbre de los guaraníes es un descubrimiento del Dr. Leguizamón, a la medida para el caso. Los guaraníes tenían más interés en la carne de sus enemigos que en sus huesos: se los comían tranquilamente, si eran apetecibles. Si no, que lo diga Hans Staden…
»La masa informe de huesos fragmentados parece confirmar lo de la fosa común, que va en armonía con la bóveda craneana de una mujer, la careta facial de un adulto y la mandíbula de un niño, entrevero de huesos que trasunta la pericia practicada por el Dr. Outes. Sin embargo…
»E1 Dr. Leguizamón atesta en su carta que en el cajón de fideos encontró de los vestidos únicamente "íntegra la suela de un zapato que correspondía a un pie muy pequeño". Es fama que el Supremo Dictador tenía las manos y pies pequeños, de lo que se sentía muy ufano como prueba de buen linaje; pero lo de "muy pequeño" hace pensar en un niño.
»No es pues conveniente, a mi juicio, organizar este homenaje nacional con la repatriación de restos de autenticidad tan dudosa y discutida, como son los depositados actualmente en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. Los antecedentes de una patraña ligada al cajón de fideos del legionario Loizaga -concluye el Dr. Laconich-, empañaría inevitablemente, en este caso, el homenaje a la esclarecida memoria del Procer.»
