Malevil
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Pascua de 1977. En las bodegas del antiguo castillo de Malevil, Emanuel embotella su vino mientras sus amigos de infancia discuten con pasi?n sobre las elecciones municipales. ?se es tambi?n el d?a de una guerra at?mica que se abate sobre el mundo por sorpresa y lo destruye. En un instante, alrededor de Malevil, cuya roca milenaria resiste a la hoguera, todo ha quedado aniquilado.
Desde los momentos iniciales, en el planeta carbonizado, los compa?eros de Emanuel se encuentran con sus primeros enemigos: otros hombres, salvados tambi?n por milagro como ellos, pero que codician la fortaleza y sus reservas de vida.
?Escenario retrospectivo de lo que pudieron haber sido los primeros pasos del hombre sobre el planeta? ?Estudio futurol?gico de un n?cleo humano?
M?s singular a?n -m?s cruel tambi?n- es la historia de unos pocos hombres encarnizados en mantener sobre la tierra los ?ltimos vestigios de la especie humana, narraci?n que corta el aliento, en donde abundan la pasi?n, los anhelos, las peripecias de la vida en un medio incre?blemente primitivo, actual, y por eso mismo, infinito.
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Quiero volver sobre los sentimientos negativos de Emanuel con respecto a Cati. Crean en Malevil un persistente malestar. Cati admira a Emanuel y sufre de sentirse tan poco apreciada por él. Tiene la impresión de que la compara constantemente con Miette, y siempre para su desventaja. De ahí, creo, su actitud reacia e indisciplinada. A mi modo de ver, esa actitud desaparecería si Emanuel atribuyera más valor a Cati como ser humano.
2. Ahora voy a hablar de Evelina. Sobre este asunto, quisiera ser franco sin ser odioso.
Digo al punto mi convicción: estoy persuadido que sobre el plano físico no hay nada, absolutamente nada, entre Evelina y Emanuel. Cati ha estado largo tiempo persuadida de lo contrario, y hemos discutido a menudo de ello.
Lo que ha hecho nacer todas estas especulaciones, es un incidente del todo sorprendente que se sitúa entre nuestro regreso a Malevil y el asunto de los saqueadores, y que Emanuel ha silenciado en su relato. No es la primera vez, ya lo he notado, que Emanuel omite cosas que lo molestan.
Es conocido el rito de Malevil: todas las noches, la velada terminada, Miette viene a tomar por la mano al compañero que ha elegido. Es un rito que, debo decirlo, primero me chocó. Y al que luego, con la impaciencia de ver llegar mi turno, me he habituado. Ahora que soy casado y bien instalado en mi privilegio -al menos por un tiempo- me choca de nuevo. Sí, ya sé lo que van a decir. Que el hombre tiene dos morales, según se beneficie o no del acto que lo escandaliza.
Resumiendo, esa noche, un mes quizá después de la llegada de Evelina a Malevil, Miette, la velada terminada, se dirigió a Emanuel y sonriéndole con aire tierno, le tomó la mano. En seguida, Evelina, que se encontraba parada a la izquierda de Emanuel, pasó a su derecha y sin decir una palabra, con una decisión y una fuerza que nos sorprendieron, desató las dos manos. Sorprendida y apenada de que Emanuel hubiese dejado ir la suya sin resistir, Miette no luchó. Miraba a Emanuel. Pero Emanuel no se movía, y no decía una sola palabra. Estudiaba a Evelina con un aire de extrema atención, como si tratara de comprender lo que hacía -que era sin embargo bien evidente para todo el mundo-. Y cuando Evelina tomó en su "manita" la mano que venía de liberar, Emanuel la dejó hacer.
Nunca he olvidado la mirada que Evelina echó entonces a Miette. No era una mirada de niña, sino de mujer. Y que decía tan claro como con palabras: es mío.
Lo que pensó Miette de este incidente es fácil de adivinar. Pero no hizo ningún comentario. Cuando volvió el turno de Emanuel, lo salteó y Emanuel no pareció apercibirse.
Todas las discusiones con Cati al respecto de la intimidad supuesta entre Emanuel y Evelina, nacen de ahí. Cati argüía que Emanuel no era un hombre como para vivir en castidad después de haberse privado de Miette.
Colin, a quien le confié nuestras dudas, fue de opinión contraria: no es verdad, dijo, que Emanuel no pueda ser casto. A los veinte años, te lo digo yo, durante dos años, he visto a Emanuel no tocar una mujer. Dos años. Mujeriego fue antes, y mujeriego fue después, y no poco, pero durante esos dos años, nada. Si quieres mi opinión, hubo una chica que lo hizo sufrir mucho. Y agregó y además, no conoces a Emanuel. Es un escrupuloso. No haría tal cosa. Emanuel no ha hecho nunca una porquería a una chica. Sería más bien lo contrario. No es el hombre para abusar, eso no, nunca.
Le pregunté entonces su opinión sobre la situación tal como él la veía. Bueno, él la quiere -dijo- y la manera en que la quiere, eso no podría decirlo. Evidentemente, extraña un poco, dado que Evelina es un gatito flaco, y para Emanuel, hasta ahora, las mujeres, más tenían con que más contento estaba. Extraña también, dado que Evelina tiene catorce años y que no es ni siquiera linda, aparte de los ojos. Pero en cuanto a eso de tocarla, no. Puedes jurar por la cruz. No es el tipo.
Debo decir que Cati, después de eso, estuvo de acuerdo con él, pues tomándose el trabajo de observarlos, nunca descubrió un indicio que pudiera fortalecer sus sospechas.
3. La asamblea que Emanuel ha descripto en ese capítulo no fue solamente importante porque marcó nuestro pasaje a "la moral dura", mejor adaptada a nuestra "nueva época", sino que hizo también de Emanuel nuestro jefe militar "en caso de urgencia y de peligro". Y como esos casos se multiplicaron en los meses que siguieron, Emanuel, que era ya abate de Malevil, reunió en sus manos, al fin de cuentas, todos los poderes, espirituales y temporales, de la comunidad.
¿Se trata de una "enseñorización" de Emanuel? ¿De un simple retorno al pasado feudal? No lo creo. A mi modo de ver, el espíritu en el cual la comunidad de Malevil considera sus relaciones internas es completamente moderno. Y moderna también, la constante preocupación de Emanuel de no emprender nada sin estar previamente seguro de nuestra adhesión. Sin hablar de humildad -tengo horror de esa fraseología masoquista- diría que hay una cierta superación del yo en la manera en que Emanuel y nosotros todos aceptamos sin detenernos en discutir.
